Fama de enojón
y vehemente tiene el poeta. La rabia, Dios y Chile han sido temáticas
recurrentes de su obra. Su nombre suena para el Premio Nacional de
Literatura, pero mejor ni hablarle del tema: “un gallinero”, dice cortés
sin ahorrarse lo valiente. Pase y conozca al opinólogo más duro de las
letras nacionales.
“Sólo la tontería ofrece la impresión de infinito que uno busca en el
arte inútilmente, en la vida, en la religión. La tontería prueba que lo
infinito existe. La tontería prueba la existencia de Dios.
A esto dedico mis horas libres, que terminan siendo todas mis horas,
a probar la existencia de Dios a partir de mi propia
estupidez”
Armando Uribe, El Criollo en su Destierro.
Armando Uribe Arce está hundido en un sillón. En la
sala de recepción de su departamento del Parque Forestal se escucha una
radio, la cual golpea cada vez que comienza a sonar mal. Es Bach.
Marcial, pero no tanto. Al músico lo secunda la voz ronca y profunda del
poeta.
Y es que cada vez que se necesitan opiniones duras sobre algún tema
peliagudo, don Armando desenfunda toda su rabia y se lanza, al más puro
estilo del caballero de la triste figura, contra el molino de turno.
Quizá muchos de los que van constantemente a hacerle preguntas sobre
esto y lo otro ni siquiera han leído su obra, pues Uribe es más conocido
por su “rabia razonable” que por cualquier otra cosa.
De hecho, sus últimas diatribas se dirigieron contra el candidato
Joaquín Lavín y los dirigentes de la UDI que lo secundan, a quienes
calificó como seres “mofletudos” que le recordaban las formas y gestos
de los primeros miembros del partido fascista italiano. Para rematar, de
Joaco dijo que le parecía que tenía cara de poste caminero, explicando
que en España a estos indicadores les dicen mojones.
“Lavín es banal. Y Soledad Alvear es intelectualmente mediocre. No
tengo candidato. Ninguna de las personas de las que se habla tiene la
altura de los antiguos presidentes, que incluso tienen estatuas”, dice
mientras su tono de voz comienza a subir lentamente.
De Pinochet, ni hablar. Una parte importante de su obra y avatares
están ligados a fuego con el golpe militar. Hasta septiembre de 1973, y
dada su vasta experiencia diplomática, Uribe estuvo encomendado por
Salvador Allende en la complicada tarea de iniciar la primera misión
diplomática en China. Luego de la llegada de los militares, Uribe
terminaba su labor como representante del Estado chileno e iniciaba el
período que más marcaría su obra: el de desterrado con pasaporte marcado
con una enigmática letra “L”.
De allí en más, Uribe ha tenido a Pinochet entre ceja y ceja. Desde
el ’73 que guarda recortes con fotos y noticias en todas las lenguas con
los recuerdos que el ex general iba dejando por el mundo.
“La dictadura no fue un error/ tiene apellidos, /como colas de rata o
lagartija, /y su elenco de honor para asesinos/ los regocija todavía y
dura indefinidamente;/ no fue un malentendido/ sino la voluntad de pasar
una lija de hierro por encima de los niños”, escribió él mismo en Las
críticas de Chile (Be-uve-drais, Santiago, 1999).
CONTRA TODOS
Ya hace unos años, en una conferencia sobre psicoanálisis en la
Universidad de La Soborna, Armando Uribe habló un poco más de esa
sensación que le dejó el dictador. “No conozco ningún chileno que no
haya tenido sueños y pesadillas en que aparece su figura; o que no haya
tenido la fantasía de sentirlo sentado sobre su cabeza, con los
testículos colgando”.
No es la única obsesión que lo acompaña: Patricio Aylwin, Agustín
Edwards, la globalización, el capitalismo, el ‘lumpen’ empresarial, la
violencia intrínseca del chileno, son todos temas a la medida de su
escritura golpeada y golpeadora, como moscardones que cayeran de su
cabeza.
“Las características del chileno medio vienen de la época del
mestizaje en el siglo XVI. Fidel Castro, que siempre recibía gente de
todas partes del mundo, decía que los chilenos eran los más
extravagantes. El pueblo chileno es violento. Hay algo de eso en los
españoles, que se colocaban las leyes sobre la cabeza y decían: ‘Se
acata pero no se cumple’. La violencia que se pretende legitimar es un
rasgo presente en el inconsciente. Los que creen que este país es lo
mejor, son unos desprevenidos”, plantea enfático.
Ese mismo énfasis se extrapola al largo listado de cosas que pueden
llegar a indignar a este caballero de 70 años, considerado una de las
voces poéticas más inevitables y menos comprendidas del Chile de la
segunda mitad de siglo veinte. Si sus juicios son extremos, Uribe los
explica como una disfunción natural, al haber vivido 17 años más de los
que su carnet anuncia: “Los años de exilio me hicieron ver otras cosas”,
asegura. Precisamente esas otras cosas son las que le producen una rabia
insigne.
Por ejemplo, Uribe dice que en Chile existe una teratocracia. Esto
equivale a un régimen político de los monstruos. Mientras ofrece café,
comienza un largo discurso, lleno de citas al respecto: imperio
norteamericano, la disgregación de la Unión Soviética, la vulgaridad,
los seudovalores dominantes, tópicos que viene y van.
CABALLERO DE CHILE
“Él tiene una molestia perpetua hacia Chile. Hay una imagen utópica,
de un país ideal que Uribe anhela y que sitúa en el pasado”, plantea su
colega, el escritor José Miguel Varas, quien conoció a Uribe en los años
de exilio. “Lo había visto antes en los años 50 cuando se hacían unos
recitales de poesía en la Universidad de Chile, donde su aspecto causaba
mucha impresión. Alguien dijo que Uribe se vestía de viejito: se peinaba
al lado, de una manera que no era frecuente entre los jóvenes de ese
tiempo, y usaba unos abrigos bastante largos. Producía el efecto de una
persona diferente, extraña y antigua”.
Desde entonces que Uribe pasea ante los suyos una estampa que tiene
algo de Drácula, como si el pasado no quisiera irse de su lado.
Mientras se explaya sobre las razones que apoyan su idea de la
teratocracia, su narcisismo aflora apenas distingue la llegada del
fotógrafo en el corredor. Entonces, el mismo aplaudido autor de Rabio
como rabio, odio lo que odio (Universitaria, 1998) enciende un
cigarro, y luego la pipa. Posa. Se mueve de un lado al otro. Se arregla
el pañuelo. Lanza una bocanada de humo. Abre bien los ojos. Dirige la
mirada a un punto intangible. El horizonte. Parece un conde. Parece un
condenado Drácula.
Católico intrigado por el tema de la trascendencia, abogado experto
en Derecho Minero y también diplomático, desde muy niño Armando Uribe
iba a misas. De esa época viene su gusto por las citas y el latín,
afición que desde sus primeras poesías instauró en sus escritos. De
hecho, recuerda que una de las primeras citas que logró traducir fue un
epigrama de Cátulo: “Amo y Odio. Dirás: cómo es posible. No sé. Yo te
amo y te odio”. Sin mucho escudriñar, cualquiera se da cuenta que la
frase caló hondo en la conciencia del poeta.
Nacido en Cumming esquina de Santo Domingo, su familia -que según
cuenta se regía por los principios del “medioevo cristiano”- le inculcó
desde temprano el amor por las letras. Sus primeros versos, escritos a
los 16 años, aparecieron en una inubicable Antología del joven laurel,
editada presumiblemente por el colegio Saint George donde cursó
estudios, siendo su primer maestro el fallecido Roque Esteban Scarpa,
quien también guió a varios de los nombres más ilustres de su
generación, entre ellos a su amigo José Miguel Ibáñez Langlois, Antonio
Avaria, Carlos Ruiz-Tagle y José Donoso.
Poeta quería ser. Ni hablar de ser un hombre de empresa. Desde
pequeño, oyó a su abuelo y a sus padres referirse a la “cochina plata” y
a los negocios como cosas feas. “No es cosa de caballeros”, le decían. Y
para don Armando la preocupación por ser un caballero se convirtió en un
leit motiv de sí mismo: “Yo no provengo de agriculturas / ni de coronas
de margaritas,/ soy nacido en sábana blanca / y destetado en pieza
oscura”, escribió a modo de presentación en Los Obstáculos
(1960).
Es evidente que esos rasgos han permanecido. Los de caballero serio,
vestido siempre de negro o con grises oscuros. “Algo nos está diciendo
Armando Uribe con esto, que también nos lo dice a través de su poesía,
que es en buena medida una gran reflexión sobre la vida y la muerte, a
través de expresiones diversas, con humor negro y muchas variantes”,
acota Varas.
Sigue la sesión fotográfica. Desde su sillón, Uribe mira la cámara
con oficio de modelo. Incluso, se da el trabajo de dirigir. “No me
gustan las fotos donde salgo hablando. Estoy algo desdentado y a mi
esposa no le gustaba que me sacaran fotos así”, comenta mientras observa
un altar que tiene sobre una mesita con la imagen de su esposa Cecilia,
fallecida hace tres años.
El amor que el poeta guarda por Cecilia Echeverría Eguiguren no
conoce límites, y de ello da cuenta Memorias para Cecilia
(Sudamericana, 2002), que muchos podrían haber asociado a alguna rabieta
contra la esposa de Menem. Pero no. Está es su Cecilia, aquella que de
la cual se enamoró perdidamente a los 14 años de edad, luego de ver una
foto suya en la revista Zig-Zag.
La fallecida historiadora del arte fue de las primeras obsesiones
terminales de Uribe, quien la buscó durante siete años, la encontró en
una exposición y al final se casó con ella. A la pregunta de si alguna
vez ha utilizado o “bebido” de la sangre de sus muertos -su hijo y
esposa- como medios de inspiración literaria, la furia inunda al poeta
Uribe. Cambia de tono, abre todo lo que puede sus ojos y dice que no
habla ni se refiere a ese tipo de temas, “por de-co-ro, palabra que al
parecer está pasada de moda”.
Y se acaba el tema, porque el único posible y que siempre ha sido
suyo, es el tema de la poesía. Ese sí le gusta. Y de ella dice poder
escribirla parado, sobre una caja de fósforos o bajo los collages
surrealistas que le dejó su mujer. Piensa que desde Carlos Pezoa Véliz
existe en Chile una tradición poética histórica que ni la dictadura
logró romper. Sobre las celebraciones del centenario del nacimiento de
Pablo Neruda, afirma que desteta las efemérides porque le recuerdan a
los militares. “Él fue el mayor poeta nacional de su época. Su obra fue
tan grande, épica, que hay que respetarlo. Neruda era egocéntrico, pero
también un tremendo personaje y el Canto General se puede comparar con
La Araucana”.
En cuanto al perfil de sus lectores, no tiene idea ni le interesa.
“Yo escribo primero para mí. Si uno escribe para un público, como lo
hacen ciertas personas, su trabajo puede perder calidad”. Ignorante de
las peleas entre poetas y desinteresado de los premios, el nombre de
Armando Uribe suena como uno de los candidatos más seguros para obtener
este año el Nacional de Literatura, junto a los de Efraín Barquero,
Delia Rodríguez y Oscar Hahn. Lo que sea, su opinión al respecto es
tajante: considera que el premio es “un clavo” y el entorno de la
elección “un gallinero”.
“Yo no me meto en ese asunto ¡Desde luego no me postulo por ningún
motivo! ¿Cómo uno va a tener que estar presentando currículos porque el
jurado se declara que no sabe? Es una indignidad”, vocifera Uribe
mientras tose y toma aire. No quiere nublarse en la discusión, pero
confiesa su hastío con el problema. “Los premios no mejoran los libros.
Hay muchos ejemplos de gente que no se atreve a cambiar porque le dieron
un premio por hacer determinado tipo de obras. Lo que ocurre con los
premios es que modifican el espíritu y las capacidades de quienes los
escriben, porque intervienen la vanidad y el narcisismo”.
Uribe está en otra. Desde que en 1998 jubiló como profesor de la
Universidad de La Soborne y dejó de hacer clases en la Facultad de
Derecho de la Universidad de Chile, se enclaustró a escribir y revisar
material perdido u olvidado. “No quiero que eso se convierta en un clavo
para la familia. ¡Qué hacer con todos estos papeles!”, se inquieta. Sabe
que no hay tiempo, y sin embargo queda tanto por hacer. Por eso los líos
con su obra prefiere resolverlos mientras tenga vida.
La rabia se disipa y aparece el gran tema que ha movido toda su obra:
la muerte y Dios. La resurrección de la carne. La vida eterna. Ideas que
vienen y van como espadas que Uribe sigue clavando sin descanso, en
plena actividad, y que este año dará frutos cuando publique tres nuevos
títulos. Uno de ellos se llamará De Muerte y otro El Insensato, pero en
ambos Uribe sigue vivo. Luego advierte: “Llegado cierto minuto hay que
prepararse para bien o mal morir; y para alguna de las dos me estoy
preparando yo”.