Se acerca la fecha de la entrega del Premio Nacional de Literatura.
Carreras van. Carreras vienen. Suenan los teléfonos. Llegan
correos. Invitaciones. ¡Precisamente ahora, a meses de la entrega
del apetecido y desprestigiado premio!.
Curiosamente, los candidatos “justamente ahora” sacan libros. Antologías
de sus libros. Libros acerca de sus libros. Tratan de presentarlos
“lo más próximo posible a la gran fecha. Para estar
vigente. Para sonar en los diarios. Y...en la memoria del jurado.
A diario uno escucha: ¿puedes darme una carta de apoyo?, es
para anexarla a la presentación. A la postulación. Nadie
sabe si tiene sentido. Aunque, si la piden, es por algo...
Es poco elegante esta carrera. Tiene poco de literaria. ¡Qué
va, sin lobby en estos tiempos nada se consigue!, aseguran algunos
candidatos menores. Que, se afirma en el medio, son los más
peligrosos: tienen “buen olfato”, van por “abajo y en silencio”, por
si se da un empate y se recurre a un tercero. Ha pasado aquello en
los últimos años.
El Premio Nacional de Literatura se ha convertido en “una deshonra
al espíritu creador, dice Armando Uribe. De paso, enfatiza
que no quiere enredarse en esa carrera. No le gusta, la desprecia.
Es que la obsesión por ganarlo a extremos violentos , como
si aquello fuera más trascendente que la obra misma.
- Como nunca, he estado más tranquilo –agrega, liando un interminable
cigarrillo. Llevo años encerrado por razones personales, sin
salir a la calle. Y mi vida se ha convertido en... Y queda pensativo.
Suspendido en una profunda meditación:
Le digo:
- Es una revisión personal?
- ¡Justamente!. Acá, sin más contacto que con
quienes me visitan, que por suerte son muchos, y especialmente jóvenes,
he podido analizar mis limitaciones, mis defectos, la fugacidad de
la vida.
- Alguna conclusión?- lo interrumpo.
- Sí, varias.
- A ver...
- ¡Hay Dios porque yo no soy Dios...!
No insisto.
Es Armando Uribe Arce, 70 años, poeta, abogado, erudito
como pocos –maneja el francés e inglés, y mantiene una
documentación al día de política internacional.
Luchador inalcanzable. Serio, elegante, de alta lucidez intelectual.
Hace unos años murió su querida esposa y entonces se
recluyó en un agradable departamento, frente al parque forestal.
Allí, renació en él un enamoramiento aún
más fuerte por su compañera. Una serenidad que lo asombra
a él mismo y una fuerza creativa como pocas veces vista: en
los últimos años ha publicado una docena de libros.
Poesía, ensayo, historia, y más poesía. Sus opiniones
directas, profundas, asertivas, no han dejado mono parado. Es su carácter.
El de un poeta que no transa, ni negocia con nadie.
Próximamente, diversos editores, que se lo pelean para editar
sus trabajos, lanzarán varios textos suyos, nuevos y antiguos,
lo que demuestra su total vigencia.
En esta loca carrera por el Premio Nacional de Literatura, según
los entendidos, Uribe es el principal candidato: su obra es de alta
excelencia, tiene una vastísima trayectoria y un reconocimiento
por parte de la crítica especializada.
- ¿Lo han llamado para lo del Premio? – le pregunto.
- Mucho. Pero no quiero hablar del tema: ¡ha llegado tan bajo!.
Siento vergüenza, pudor, hacerlo...
- Lo consideran un candidato duro, difícil, con grandes posibilidades
–insisto-.
- Le ruego que cambiemos de tema –responde seriamente-. No quiero
aparecer candidateándome para nada. Es muy cansador ese tema,
se lo prometo. Y yo, bueno, si hay algo que no quiero perder, es el
pudor. La decencia.
El poeta ocupa una sala que da a un amplio ventanal. Desde allí
se aprecia el Parque Forestal. Está rodeado de libros. Libros
editados en Chile y otros que le llegan del extranjero. Son muchos.
De pronto, desde la calle, resuena una cálida música:
es el organillero, que se pone debajo –Uribe ocupa el cuarto piso
del departamento- en la calle.
Me invita a la terraza, lo saluda y le lanza unas monedas. El hombre
agradece, y continúa tocando.
- Son amigos míos –cuenta-. Todas las mañanas hace
lo mismo. A veces le mando dinero con alguien.
No sólo llega el organillero. También lo hacen muchos
jóvenes que sienten una admiración por su obra. En ocasiones
llegan en grupo a verlo. A Uribe le extraña este fenómeno,
porque rara vez sale. Rara vez ofrece un recital. O participa de un
evento social.
Integrante de la confusa Generación del 50 –no se siente partícipe-,
es uno de los pocos poetas que quedan, que escribe y publica. Más
aún, ahora tiene más vigencia que hace unos cuatro lustros
atrás. Nunca imaginó que en esta etapa de la vida estaría
“enclaustrado”, creando, revisando trabajos de muchos años:
y contestando a cada momento el teléfono de periodistas y autores
que desean visitarlo.
De pronto, recuerda:
- ¿Quiere que le cuente una cosa?. Hace muchísimos
años un amigo dijo: “Armando Uribe ha cultivado su viejito
de niño”.
Y suelta una risa. A la vez, enciende otro cigarrillo, que lía
despacio, a tientas, con esa tranquilidad que muchos no le conocen,
con esa prestancia destacada en centenares de entrevistas, y con el
misterio que causan aquellos artistas en serio: que están en
la cotidianidad de este mundo, pero con su mirada perdida en el horizonte.
¡Cuántos candidatos deben estar temblando!. Quienes
saben de literatura tienen un nombre fijo: Armando Uribe. Si la cordura
prevalece, las letras nacionales se elevarán con acierto, lucidez,
para el bien de la cultura y de los propios poetas: si, de aquellos
mismo que hoy corren en busca del apoyo burocrático, sabiendo
que frente al Parque Forestal se encuentra el más relevante
candidato, aunque, claro, de esto Armando Uribe no quiere perder un
minuto en hablar.