El desierto chileno abarca el silencio de la arena y el sol reflejado
en sus distancias: poca gente vive en sus soledades grises y lo que
se divisa de repente son pequeños y antiguos pueblos que viven
de la leyenda. Hemos atravesado sus largas noches estrelladas y sus
días con una sed de los mil demonios. Por eso sus hombres y
mujeres tienen el rostro tostado por los rayos del cielo, y sus poetas
tienen un lenguaje distinto con palabras que nos traen los astros.
El poeta
Arturo Volantines nació en un pueblo que la fábula
reviste de metales, de flores insólitas y pájaros esquivos:
nació en Copiapó en 1955 y gran parte de los años
que cuenta los convierte en poesía. Tenemos aquí, a
la mano, su libro titulado “Lo que la tierra echa a volar en pájaros”,
Ediciones Universitarias, Universidad Católica del Norte, La
Serena, 2003. Los versos transparentan su brújula:
“Los montes de Copiapó,/ son un rebaño pastando /
entre el cielo y la memoria.//
Las casas hinchadas / en la creación matutina / son interrumpidas
por “la máquina / de follar” saliendo de la taberna: encendida
/ y trasnochada en ojos de los asnos./ Las nubes flotan y resuenan
dolorosas /en el alambre de púas tendido en los patios.// Todavía
viene el tren de Calera / con su traje de jote ceremonioso:/ cortando
el sembradío y la siesta,/ y arriba como animal cansado / a
la memoria.”
El poeta Arturo Volantines conoce su terral, sus árboles
y sus pájaros: todos entran en sus páginas con el sol
matutino y Pedro León Gallo, Gabriela Mistral y Juan Godoy,
Paloma Rojas y los promeseros. El poeta recorre sus faldeos, las nubes
que viajan hacia el mar y el corazón de sus muchachas soñadoras:
la historia se le viene encima con sus episodios casi olvidados, sus
batallas inconclusas y esos aguardientes que hierven en sus alambiques
para avivar el fuego del tiempo:
“En los escarpados panteones, en donde los huesos / hablan en la
zampoña y en la niebla de los pukarás / arrulla la alpacactácea
a los espíritus de los aríbalos:/ los alienta como el
cereal tejido por el hilo del viento./ El endiablado buscaba volverse
carozo: ver el huerto /elevarse en hebras aladas así la arpillera
de la Violeta…”
Un libro hermoso, con buena poesía es éste de Arturo
Volantines, impreso al cuidado de Graciela Ramos Ramírez desde
su portada, óleos y arpilleras.