LO QUE LA TIERRA ECHA A VOLAR EN PÁJAROS (bajo el sello, Ediciones
Universitarias U. Católica del Norte, 2003), de Arturo Volantines,
es una selecta conjunción de poesía iluminada por las
reproducciones de los óleos y tapices de Graciela Ramos
Ramírez. Volantines resume en su
escogido apellido primaveral un alma de niño dispuesto a alcanzar
un cielo sin cortapisas para su libertad. También se siente
quisco de su Copiapó natal, capaz de desafiar la sequía.
Está impregnado del desgarrado paisaje, de la humanidad bravía
que arranca tesoros a la tierra. Nos llama la atención que
recoja el padrenuestro de los vestigios de la lengua prohibida de
la que perviven escasos vestigios, la lengua kunza de los atacameños.
Poderosa es la presencia de Gabriela Mistral, madre de la matria.
Un personaje importante que se mantiene vivo en su rica imaginaria
es el Padre Negro, por eso evoca en un caligrama a ese sacerdote afro-colombiano
que legó a los copiapinos su bondad, humor y amor por los más
desamparados. Entre metáforas brotan las dulces onomatopeyas,
el bullicio de los bebedores de cerveza, la picardía y el desbordado
erotismo de los minero, los sueños de los cateadores y pirquineros.
La riqueza de sus símbolos contiene mucha ternura y violencia
y va desde el mundo religioso: la Candelaria y sus diabladas a los
misterios de la tierra mineral: el color del desierto florido, la
reciedumbre de algarrobos y chañares, pasando por la heroica
tradición histórica de donde surge la sombra viva de
los antepasados Acuña: el galope de las tropas de los constituyentes
de Pedro León Gallo en la revolución de 1859, el coraje
de esas tropas que en 1879 cruzaron el desierto y murieron o sobrevivieron
sin entender a cabalidad su destino, acaso sin más dulce compañía
que la de una cantinera que bien pudo ser Filomena Valenzuela Goyenechea.
Entre
sus imágenes y metáforas nos sorprenden algunas enclavadas
en la tradición, la historia, la cultura de esa región
minera, como el aríbalo: cuenco de la cerámica diaguita
con cuello alargado o aflautado; parece una mujer estilizada. "...Y
yo,/ guardaire de Copiapó,/ me quedo allí, ahí,
desaparecido/ para no oler la furia de los huesos/ adentro de la niebla/
cuando el óxido/ abriga a las campanas dormidas/ en los vientos
de Copiapó": con esta paráfrasis del guardavía,
ya que se crió en la Estación de Copiapó, donde
llegó el primer ferrocarril de Sudamérica, hace referencia
al fin de ese suceso, pues "ahora sólo por allí
danzan el aire y la sombra de los legendarios de tantas hazañas".
De la chupilca del diablo, "todavía, dicen que
dicen, se bebe en los reductos mineros agua ardiente con pólvora,
pero pareciera que fue fundamental en el espíritu de los civiles
de Atacama en la Guerra del Pacífico. También se relaciona
con otros tragos fuertes y con mineros embravecidos". Nos llama
la atención el apodo de esa mujer de la noche, la "Máquina
de Follar", que, según Volantines, bien pudiera ser
una alusión directa al libro de Charles Bukowski, aunque pervive
en el inconsciente de la región junto con la "María
Galleta", en Copiapó; en La Serena fueron famosas "Las
Motores".
Quien haya viajado a La Serena y subido a los altos de
la Recova, conoce la Librería "Macondo" y, de seguro,
ha gozado de una taza de café y de la hospitalidad de su anfitrión,
Arturo Volantines. Este poeta nacido en Copiapó en 1955, tiene
además como razón de vida exaltar el hacer de sus cofrades
nortinos. En el prólogo de la "Antología de la
Poesía del Valle del Elqui" (mismo sello, 2002) escribe
un enjundioso prólogo cuyo protagonista no es un humano sino
un punto de encuentro en plena dictadura: el Café Tito's, de
La Serena:
"El Titos's nos seguía reuniendo, en medio de la niebla
patria, como un campo recién regado".
Allí creció la tertulia que dio vida a muchas
revistas y publicaciones en un período muy duro:
"Después del 73, la actividad cultural del Elqui se
volvió casi nula: una breve brizna cultural parpadeaba en la
ciudad, sostenida por algunos ceramistas, por el Cículo Literario
Carlos Mondaca y por jóvenes militantes de los DDHH, especialmente
en la parroquia Santa Ana de la Compañía Baja. Cerca
del 80 surgen propiamente las peñas, los "retiros"
y los trovadores, donde los textos, las canciones con "contenido"
y el "vino navegao" dan cauce a mayores audacias, culminando
éstas generalmente con protestas callejeras y barricadas".
De los poetas que animaron esas tertulias surgió la poesía
que se albergó en hojas volanderas como la "Servilleta
de la Poesía", en trípticos y revistas: "Periferia",
"Antena", "Ventolera", "Invasión de
los Mínimos", "La Pilar", "Suburbios",
"Buitrón", "A muro descubierto", siendo
las de mayor vida y más largo aliento "Añañuca"
y "Lapislázuli". Volantines no sólo se esmera
en dar a conocer su propia obra sino también pone énfasis
en recuperar la memoria y destacar la creación de sus conterráneos.