LA MUERTE DE COPIAPÓ
Por Graciela López*
Generalmente se suelen estudiar las obras de un escritor en su conjunto, pero al no conocer todos los versos que contienen este libro inédito del escritor chileno, Arturo Volantines y ante el encanto y visión simultánea que tiene este poema en especial, escribo lo que el mismo me comunica, en el dulce magnetismo de una tierra desconocida, en la pasión de una mentalidad brillante que otorga a la misma la visión mítica y reveladora dentro de un englobamiento social, absoluto.
¿Puede compararse tal vez con la tierra prometida? Es la gran pregunta a formular.
En tanto desglosaré estos versos impregnados de espiritualidad, de invocaciones sonoras, en dónde el clima es por momentos arrebatado, pero también candoroso, con un extraño sentido de lo divino en un despliegue de poesía, auténtica, contemporánea, tal vez no-dicha anteriormente, no cantada aún por ningún poeta de la manera tan especial con la que Volantines se expresa.
Con un lenguaje por momentos crudo, saca de su boca los laureles, para Atacama, así como del desierto brotó el maná, para el pueblo judío brotan de su boca las palabras para su lugar, su sitio.
"El volcán que usted puede escuchar bramar en Copiapó,
es mi amor por Atacama rasgado hasta las costillas..."
Sentimientos de un poeta que canta a su gente, a su tierra, con el alma y desde el alma. Gime desde la esperanza.
Vemos en el poema como se entremezclan los elementos de la religiosidad con las leyendas atacameñas que nos conducen a la misma.
El Alicanto, ave mitológica, perseguida por los mineros en la avaricia desmesurada por conseguir los huevos que esta ave depositara. Huevos de oro o plata, que no bien capturados lograrían sacar de la pobreza a sus felices poseedores y sin embargo ante aquella exagerada pretensión quedarían contrariados y enceguecidos por una maldición del alado ser. Ceguera, que aún hoy continúa propagándose en espectros inescrupulosos, representados por la injusticia social, por la avaricia.
Este poeta, se ha convertido en greda, en tierra de su tierra, en muerto de sus muertos, en aves que conmueven y excitan, Sus palabras tocan como puntas de sables; atraviesan.
"Los alaariiiiiidos del viento
no son ni las pircas sino los huesos de los lagartos
que murieron bailando: empolvados = en Gomorra..."
Gomorra, empolvada, la ciudad de las herejías y castigos divinos, la ciudad profanada que desconoce la presencia de Dios.
Quedan los lagartos, extendidos, empolvados; quedan los huesos como testimonio de un baile no permitido, de una danza quebrantada, mientras el desierto queda desnudo, desprovisto de toda clemencia.
No fui (continúa el poeta diciendo) quién naciera en un pueblo privilegiado, no fue mi vida creada para gloria, hablando ya a través de los muertos. Gritos de los huesos elevados, que se levantan sin ser oídos, sin ser venerados, ni reconocidos. Mueren en una mina que los traga sin opciones, un suicidio, esta vez asumido con entera dignidad, sin ser elegidos.
Trabajar de manera esclavizante significa un suicidio.
Nadie dio gloria a esos muertos, ni a tantos otros, figuras que aparecen constantemente en la fiebre del poeta que ve un cambio repentino, a manera de revelación.
"Copiapó nunca más será
tumbas de héroes y de piedras bramadoras,
sino apachetas donde anide el amor de Dios..."
Los promeseros, bailarán y entonarán cánticos a la Virgen de la Candelaria. El pasado quedará muy lejos, cómo una súbita melancolía; terremotos, pestes, se doblaran ante la luminosidad de un fresco nacimiento, de un abundante florecimiento y así lo expresa el poeta:
"Los promeseros, volados en espuma de la chaya cantaremos;
con bronces y quenas tomados de las manos
zampoñas y matracas, todos bailando la kueca"
Dios se compadecerá; conmovido, los arrullará en su seno y serán aves, trinos, raíces, flores y frutos extendidos. Al igual que sucediera en la antigüedad, después de la travesía del pueblo judío por el desierto, y vieran éstos La tierra prometida por Dios a Moisés, igual el poeta profetiza que brotarán de las piedras y de los cerros estériles toda clase de bendiciones. Atrás quedará el desierto, con sus terremotos y pestilencias, con sus tristezas y soledades. La vida se plasmará en él, en cada ser.
Aquí comienza Volantines, a escribir a modo de un himno de alabanza asediado por un mágico lirismo.
Se extrae, se escapa del tiempo, fuera de él, todo será posible para Atacama; la unión de los vivos y de los muertos, lo utópico será una realidad tangible en dónde juntos bailarán y cantarán después de haber atravesado por el dolor y la desesperanza; todo será un canto a la Nueva Atacama.
* Graciela López es escritora, poeta y docente de San Juan, Argentina.