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Primeras y últimas palabras

Alejandro Zambra
La Tercera Cultura. Sábado 12 de Abril de 2008.


La prosa de Kosztolányi es silenciosa y aguda. Nuestros libros actuales son más ruidosos y tal vez más turbios", dice Péter Esterházy, autor de novelas ruidosas y turbias que dentro de 100 años parecerán, tal vez, silenciosas y agudas.

Esterházy alude a la distancia que nos separa de lo clásico, o al menos de ciertas formas de narrar que aceptamos y tal vez preferimos como lectores, pero a las que renunciamos al momento de escribir. La novela que he empezado a leer, por ejemplo, comienza así: "Una mañana de febrero de 1960, en Milán, el arquitecto Antonio Dorigo, de 49 años, telefoneó a la señora Ermelina". Todo en orden: la hora, el mes, el año, el lugar, la profesión, el nombre, el apellido y la edad del protagonista, una acción y hasta un posible personaje secundario. De seguro abandonaría la novela si no supiera que la ha escrito Dino Buzzati, y que es muy improbable que un libro de Buzzati no me parezca silencioso y agudo y quizá también ruidoso y turbio.

No hablo del deseo de originalidad exactamente. No es eso. Alguna vez escuché a J óse Emilio Pacheco reírse a carcajadas de un traductor de La tierra baldía que, por no repetir la traducción más razonable del primer verso ("Abril es el mes más cruel"), había arribado a esta frase más bien estadística: "De todos los meses del año, sin duda abril es el más cruel". La traducción es un buen ejemplo, pues supone un trabajo concreto con las palabras. Y se habla muy poco sobre las palabras. Perdemos, en cambio, un tiempo valioso respondiendo cuestionarios larguísimos sobre los nuevos rumbos de la literatura latinoamericana, o sobre la posible muerte de la novela, o sobre los importantes avances del periodismo narrativo.

Deberíamos, en cambio, inventariar las palabras que hemos dejado de usar o que en ningún caso usaríamos, y sobre todo decidir en qué frases nuevas reconocemos una cierta retórica. ¿Cuántos artículos, cuántos relatos, cuántas novelas terminan con la frase: "Pero esa es otra historia'? Yo mismo creo haberme valido por lo menos siete veces de esa fórmula, y la verdad es que aún me parece, en alguna medida, eficaz. No se habla de estos temas, por cierto, en las innumerables ferias, congresos, simposios y coloquios que se realizan en este y en otros continentes.

En las primeras páginas de Arquitectura del fantasma, el escritor argentino Héctor Libertella recuerda que el único libro que había en su casa cuando niño era un antiguo diccionario, de manera que escribir se convirtió para él en un modo de llenar esos estantes, de tapar esos huecos con libros, "aunque sólo fueran muchos libros fantasmas para que el hueco siguiera ahí de cuerpo presente", agrega, quizás pensando en el ruido del que hablaba Esterházy. La prosa de Libertella es silenciosa y aguda, pero también ruidosa y turbia: sus libros son necesariamente raros, pues obedecen a una necesidad interna y parecen encontrar, en el camino, una especie de género nuevo que se cumple al llegar a la última palabra.

¿Serán, nuestros libros, aún más ruidosos y más turbios que los de Libertella, que los de Esterházy? Tal vez no. Tal vez comiencen con el nombre del personaje y luego el día y el mes y el año y el lugar. Y quizás terminen, también, con alguna frase gastada que aun no inventamos.

 

 

 

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Sábado 12 de Abril de 2008.