Publicó
recientemente sus cuentos eróticos, y hoy se apronta a terminar su
primera novela que tiene como protagonista el deseo, mientras prosigue
intensamente con sus talleres literarios que tienden a formar
escritoras, pero sobre todo, a feministas de la
literatura
por Faride
Zerán
Tiene 34 años, dos hijas, un
marido poeta y la irreverencia de chica rebelde que desde temprana
edad quiso ser escritora en un medio social -monjas, campo y apellido
vinoso- donde leer y ser intelectual no eran aficiones de
señorita.
... Pía Barros es
una activista de la escritura femenina. Con dos libros publicados como
Dios manda, Miedos transitorios (Ergo Sum, 1986) y A horcajadas
(Mosquito, 1990), no sólo incursiona en el campo del erotismo, sino
que a través de sus siete talleres con más de setenta alumnos en
total, mayoritariamente mujeres, bucea en un área de la literatura
femenina -de mujeres, corrige-, donde tener conciencia de género y
saber expresarla le da contenido a los cuentos que anualmente edita en
los libros-objeto que sus propios alumnos-autores se encargan de
vender.
...
Hoy, esos libros-objeto
presentados en papel de envolver, en cajitas, en microcuentos, y que
han sido merecedores de más de una docena de tesis en universidades
norteamericanas , la llevan a Oregón, EE.UU., a entregar durante un
trimestre su método en talleres literarios para
mujeres.
...
Espontánea, directa y
rápida en sus respuestas, se acerca más al estereotipo agresivo que
seductor. Sin embargo, sabe de la seducción de la palabra, de la
seducción del lenguaje, de la seducción de lo femenino. Aunque en el
caso de la Pía Barros esto suene a contrasentido.
-¿Es difícil ser
escritora en Chile?
-Es difícil ser escritor, a secas,
pero es doblemente difícil ser escritora. Hay como varias cosas
complicadas en este asunto. Lo primero, terapias de crecimiento. A las
conversaciones de café van los amigos, y es raro que inviten a una
comadre, y cuando lo hacen no es precisamente para discutir acerca de
la literatura. Esto ya te complica las cosas. Lo otro tiene que ver
con la difusión. Es raro que se abra un espacio para las mujeres que
no sea además, paternalista.
-¿Por qué cree que
ocurre todo esto?
-Por la cultura ultrapatriarcal, por el
miedo al riesgo. Creo que en este país hay dos cultos fundamentales.
Uno es la envidia, que hace que a cualquiera que le vaya bien lo
traten pésimo, y el otro, es el terror a probar con gente nueva, con
gente joven.
-¿Cómo se relaciona
con la literatura femenina? ¿Se considera una exponente de
ella?
-Es que ahí empiezan los problemas Yo soy mujer y
escribo. Y creo que eso ya implica relacionarse directamente con la
escritura de mujeres. Hay escritura hecha por mujeres que sigue el
mismo código de lectura o de escritura patriarcal. Sigue respondiendo
a un modelo. Creo pertenecer a algo porque es algo que me define como
género y es algo por lo que yo peleo también, y que es la escritura de
mujeres, y creo estar tratando de hacerla bajo una perspectiva que sea
netamente de mujeres.
-Yo digo literatura
femenina, usted señala literatura de mujeres. ¿Hay alguna
diferencia?
-Ahí empieza el problema con lo femenino, qué
es lo femenino -anoche tuvimos una discusión hasta las tres de la
mañana sobre ese tema-. Lo femenino es algo absolutamente ilógico.
Alguien me dijo, en el colmo de su rabia: "Lo femenino es un buen par
de tetas". Lo femenino no es un buen par de tetas. Lo femenino no es
una estructura ósea distinta; lo femenino no es muchas
cosas.
... Creo que existe una situación como
peyorativa en lo femenino que implica novelas rosas de Corín Tellado o
cuentos para niños. Yo prefiero hablar como algo más asumido y más
adulto cuando digo "literatura de mujeres".
-¿Le da entonces una
connotación peyorativa a la palabra femenina?
-Yo no, el
sistema. Yo no le tengo miedo a la palabra femenina, y yo me defino
como feminista.
-¿Se considera
representante de esta literatura?
-Por lo menos hago el
intento.
-Como joven
narradora, ¿qué elementos destacaría en la literatura femenina en
nuestro país? ¿Considera que es un fenómeno nuevo, o existe una
tradición al respecto?
-Esta es una larga discusión que
también se agarra por la cosa generacional. Creo que en Chile hay
siempre un intento de ruptura, y todo el mundo trata de ser
rupturista. Inclusive ese intento es la expresión de una continuidad,
y da cuenta de esa continuidad que creo no es tan transgresora. Si
piensas en la Violeta Aquevedo, en la monja Ursula y en una serie de
mujeres que hubo o que siguen estando como la Mercedes Valdivieso, la
Bombal, la Diamela Eltit, sin establecer códigos ni jerarquías, hay
una continuidad en las mujeres. hay una continuidad en esta búsqueda
de expresar, de dar cuenta de una escritura de mujeres. Y una de las
cosas que hace el sistema es negar esta continuidad y atomizar esta
búsqueda para que no tenga sentido, para que parezca una lucha
histérica y no histórica.
-¿Y en esa tradición
cuáles son a su juicio los hitos más importantes?
-Empieza
con una idea de dar cuenta desde el interior. Hay también un momento
de denuncia, que corresponde a casi toda la situación de los setenta y
parte de los ochenta, con una situación muy combativa de denuncia de
la marginalidad de la mujer. Y ahora se expresa en una especie de
autocrítica y de autosarcasmo que es la parte que a mí me
interesa.
-¿De dónde proviene
su formación literaria? ¿Qué ayudó a que Pía Barros sea hoy una
promisoria escritora?
-Suena terrible, pero Sandokan
(ríe). Bueno, principalmente de una casa donde habían pocos libros, y
de irme a los libros de mi abuelo. Yo nací y viví gran parte de mi
vida en el campo. Pero es la búsqueda y la fruición con que leía lo
poco que encontraba. ¿Pero formación literaria? Era para morirse de la
risa mi formación literaria. Yo era una pedante entre los trece y los
actorce años. La verdad es que tenía unos afanes intelectuales
terribles en esa época porque no sabía hacer otra cosa que leer. No
sabía bailar. A esa edad Freud y Nietzsche eran unas alpargatas, y mis
conversaciones eran ultrapedantes y lateras. Yo realmente empecé a
escribir poesía, como a los siete años, pero siempre tuve el fracaso
más rotundo como poeta.
-¿Y a quiénes mira
como a sus pares, en su generación?
-Para nosotros la
generación es fundamental. Empezamos al amparo de talleres, nos
reunimos en un colectivo de escritores jóvenes, seguimos siendo
amigos. Yo me reúno frecuentemente con Ramón Díaz Eterovic, con Sonia
Gonzalez, Diego Muñoz, Roberto Rivera. Empezamos siendo un club para
adorar a Cortázar y tirar mierda a todo lo que encontráramos cerca, y
con este grupo leíamos a escondidas los libros de Skármeta que
llegaban disimuladamente, y los forrábamos en papel de diario para
leerlos en el metro. Fue una generación de necrofílicos. Comenzamos a
bailar cuando la Janis Joplin estaba muerta. Jimmy Hendrix era nuestro
ídolo y por supuesto que estaba muerto. Cuando agarramos ídolo
posterior, se murió también, John Lennon, y por supuesto que nos
enamoramos y nos casamos escuchando a Víctor Jara. Muchos de nuestros
compañeros cayeron presos, otros desaparecieron. había una relación
con la muerte muy constante y también muy tomada a la chacota. Pero
nosotros tenemos una identidad como generación, y sentimos como
generación.
-Estamos hablando de
la generación de los ochenta.
-Sí. Y me siento bien con
Sonia González, me siento bien con Carolina Rivas, con gente de mi
edad con las que compartimos las mismas motivaciones, y luchas. Yo
sigo peleando y me moriré peleando con Carlos Iturra, pero también él
es parte de mi identidad. Nos gusta esta generación del desamparo, del
desencanto pero no de la derrota. Yo peleo con Jaime Collyer porque no
somos una generación de derrotados y no tenemos por qué asumir "la
desesperanza" de José Donoso. Somos, a lo más, la generación del
desencanto. Ni siquiera teníamos edad para votar. Tampoco tenemos que
asumir la derrota. Pero hay cosas complicadas. Nos dijeron apúrense
porque hay que creer rápido en las utopías, y de repente cuando uno se
embarcó en esto de las utopías, se había acabado. Como dice Serrat,
los que siempre llegan tarde cuando nunca pasa nada. Es como cuando
alguien agarró antes que tú el último canapé de la fiesta, y tú
estabas con ánimo de fiesta. Esta situación provoca mucho desencanto,
un momento ideológico muy conflictivo para todos nosostros -para los
de derecha y para los de izquierda- y nos hace percibir con mucho
sarcasmo todo lo que acontece.
-¿Y con ganas de
utopías?
-Tremendas, pero sabiendo que ya no te las vas a
creer. Es como sentirse brutalmente estafado por tu
historia.
-¿Como cree que se
expresa todo esto en la literatura de esta generación de los ochenta?
¿En irreverencia? ¿En un cierto rupturismo, o en
búsquedas?
-Hay un descreimiento de lo político pero
asumiendo lo necesario que es. Recuerdo una época en que escribía más
panfletos que cuentos. Y no sólo yo. Nuestra literatura es la muestra
de una contradicción constante, y de vivenciar esa
contradicción.
-Usted desarrolla
todo un trabajo en relación a los talleres de escritura femenina. ¿Por
qué? ¿Es también una feminista de la literatura?
-Yo soy
femenista desde el momento de organizar el desayuno hasta que me
duermo, incluyendo los sueños. Empecé a ir a talleres el año 1976. Me
costaba mucho hacerme oír. Fui al taller de Lafourcade, al del
Ministerio de Educación, que eran los que tenían permiso para
funcionar. Recuerdo que durante muchos años cada vez que se juntaban
más de tres personas en este país había que llamar a carabineros,
darles el número de carnet de identidad y decir cuánta gente iba a ir
a tu casa. Los primeros talleres que funcionaron en el país empezaron
en la ACU -Agrupación Cultural Universitaria- y el primer taller que
consiguió permiso para funcionar fue el de Enrique lafourcade. Eramos
70 personas. Estaban Marco Antonio de la Parra, Carlos Iturra, Armando
Rubio, en fin. Yo consideré que todo era muy machista, y que se
aprendía muy poco. Estaba en la universidad estudiando Licenciatura en
castellano y traté de implementar un taller para mujeres. Formé así el
taller Soffia donde éramos sólo mujeres, y más tarde formé mis propios
talleres dirigidos especialmente para mujeres. Van algunos hombres,
pero les aviso que la guerra va a ser ardua.
-¿Cómo se
diferencian sus talleres de los otros?
-Hay una obligación
de trabajar en el mismo taller, no se trabaja en la casa. Todos tienen
la obligación de escribir y de criticar. Se trata de aprender un
oficio, de aprender técnica literaria. En mis talleres la mujer tiene
que aprender a usar la palabra, y no sólo la palabra escrita. Debe
aprender a usar su realidad y aprender a exigir sus derechos y a
emitir su opinión.
-¿También es un
taller feminista?
-Sí. No sé si salen feministas pero por
lo menos salen con conciencia de género.
-¿Por qué cuentos?
¿Por qué breves?
-Eso es personal. Pienso que si alguien
es capaz de escribir un buen cuento puede hacer cualquier cosa. No
poesía, por supuesto. No me meto en ese rubro. Todas las técnicas del
cuento se pueden aplicar a una novela. De hecho el gran problema de la
novela se presenta en aquellos sujetos que no manejan bien el cuento.
Me gustan los cuentos también por un problema de modernidad. Cada vez
es menor el tiempo de lectura, y a mí me gusta que me lean. La gente
lee más cuentos que novela. Cortázar decía que el cuento o se gana por
nocaut o se pierde la pelea. No hay puntos aquí. Y la brevedad está en
la ambición de decir lo máximo que se pueda con muy pocas
palabras.
-El lenguaje tiene
sexo, sostienen algunos. ¿Está de acuerdo con esto?
-Creo
que el lenguaje fue hecho por hombres y para hombres. El problema para
una mujer es el uso de ese lenguaje y el darle la carga y el sentido
que uno desea. Sí. El lenguaje tiene sexo. Y siempre tiene sentido
peyorativo con lo femenino.
-¿Y qué determina lo
femenino en el lenguaje?
-No lo tengo claro. Me atrevería
a decir que hay una fuerza grande encubierta por un nivel metafórico.
Y hay una violencia muy grande encubierta también por esta situación
de lo sensual. Yo no puedo leer a la Bombal y decir qué suavidad y qué
ternura de mujer. Pienso qué violencia y qué garra. Y eso me pasa con
la mayoría de las lecturas de mujeres con conciencia de género.
Coexiste una gran carga de violencia con una seducción fantástica a
través del texto. Y la seducción siempre está encubriendo estos
aspectos supuestamente tiernos. Hay un modo de escritura de mujeres
que está siempre muy ligada a lo onírico. Creo que la gran respuesta
de esta narrativa femenina es precisamente la ausencia de respuestas.
Es la búsqueda de la diversidad y no la hegemonía en cuanto a lo que
es femenino o masculino en la literatura. Esta ruptura con lo
hegemónico es lo que aporta en el tema.
-¿De dónde surge su
afición por el erotismo en la literatura? ¿Qué lecturas, qué autores
hay detrás?
-Te diría que todo Cortázar y todo lo que hay
en Rayuela en cuanto a erotismo. Te reirías si te agrego que
la Biblia. Creo que no hay mayor ni más profundo desencuentro a nivel
masculino femenino que a través del sexo. Lo que yo trato de mostrar
es una erótica del desamparo y no esta erótica victoriosa y
triunfante. Mostrar esa soledad profunda y absolutamente incomunicada
del cuerpo de la mujer frente al cuerpo del hombre, contra todo lo que
pueda esperarse de este refugio, protección y todo lo que el sistema
ha dicho y que en definitiva es lo que nos ha llevado a todas al
siquiatra.
-¿Y me dice sólo
Cortázar...?
-Y Marguerite Duras y su pulsión del deseo; y
la Castellanos y muchas otras, pero si parto por algo parto por
Cortázar.
-El lenguaje poético
rayano en el lirismo de A
horcajadas se contrapone con el directo y
suscinto de Miedos
transitorios. ¿Por qué? ¿Está la Pía Barros
poeta frustrada en esto? ¿Qué papel juega el lenguaje en este
libro?
(Ríe). Bueno, hay toda una búsqueda en relación con
el lenguaje, y también tiene que ver con el encubrir, tal vez por eso
es lenguaje tan poético.
-¿Por qué encubrir el
erotismo con intentos poéticos?
- Es el modo en que lo
hacemos las mujeres. Y si hay una propuesta poética en términos de
lenguaje es porque leo más poesía que narrativa. Soy una poeta
frustrada que odia a todos los poetas del mundo, menos al que tengo en
la casa, por supuesto.
-Existe un entorno
poco convencional en relación no sólo a su personalidad y escritura
sino a la forma en que presenta los trabajos. Los sacos con cuentos,
los microcuentos, las cajas con las creaciones de su taller como
Machismo se escribe con M de
mamá. ¿Por qué? ¿Es que el clásico y tradicional
libro está obsoleto?
-No queremos llegar sólo a un grupo
de compradores de libros sino despertar el interés por comprarlos. Hay
que usar la seducción. Me gusta hacer interactuar dos cosas tan
marginales como lo son la gráfica y la escritura, y nuestras cosas las
compran más los jóvenes, y esto también es importante porque es un
público al que incitamos a la lectura. Los cuentos son breves, están
hechos de un modo entretenido y es un llamado hacia otro campo y no
hacia el rubro cada vez más limitado de los lectores de libros.
Además, pienso que hay que desacralizar la lectura. Basta con que esto
es sólo para intelectuales o para personas inteligentes. La lectura es
para todos.
-Pero sus dos obras
más importantes están en libros tradicionales y
silvestres.
-Si... pero eso también corresponde a un ceder
terreno. Es de algún modo perder una batalla. Pero insisto en que los
libros-objeto son un modo de abrir una lectura y también representan
una rebeldía a estas estructuras sacras. Son una forma distinta. Yo
tengo 78 alumnas en mis siete talleres, y a fines de cada año hacemos
una selección y la publicamos en estos libros-objeto.
-Volvamos al
erotismo. ¿Piensa continuar en esta línea? ¿Cuáles son los proyectos
futuros?
-En estos momentos estoy escribiendo una novela
sobre el deseo en la línea absolutamente erótica. Es un proyecto muy
postergado y ahora la estoy terminando. También me puse un objetivo.
Si no la puedo hacer en 80 páginas, no sirve, y no te digo la cantidad
de hojas que he botado. De momento se llama El tono menor del
deseo, y tiene que ver también con cerrarle la boca a estos que
hablan de géneros mayores o géneros menores.
en
La Epoca, suplemento. 2 de Diciembre de 1990