Aún tengo un quehacer,
deshilvanar imágenes, descoser, remendar
y surcir,
pegar un botón como un grito
añadir otro parche
a mi estropeado traje de bautismo.
Manuel Silva Acevedo
Iré a Valparaíso.
En mi soledad, escribo, utilizando un alfabeto ajustado a mi lengua, a veces varía, garabateando y dibujando con tinta verde, con lápiz rojo, sin puntos ni comas, en un estilo mas bien telegráfico, algunas frases, algún paréntesis en el papel blanco, no necesito flores amarillas. Conmueve a veces el ruido ligero de la pluma, siento el pulso, mide las ondas cerebrales cuando leo Valparaíso. Cuando acomodo la mano, el papel, la grafía, la escritura confusa, cuando confecciono la frase sintácticamente extraña, donde la lengua se debate, como si el pensamiento bruscamente se nublara en esas patas de mosca, en trazos lanzados en desorden, deformidad de letras, voz sin voz.
Valparaíso está en el borde de mis ojos.
Entonces, escribo, en esta soledad que invento. Deambulo en una plaza que ya conozco, quizás un lunes por la mañana, quizás en un mes de abril. En el centro está la degradada metáfora. Algo revela que el tiempo no nos detiene. La emotividad del tiempo marca el deterioro de las cosas y de lo humano. Sin embargo, los leones permanecen allí. Bronce y piedra desafían. Los conceptos anuncian hechos y los hechos signos y los signos el tiempo, dirá Deleuze. Más allá, el océano. La experiencia cotidiana recuerda que el agua posee características insólitas. Las mujeres lavan la plaza con agua y jabón, borran la huella, máscara de agua, la memoria confundida lleva en la piel al hijo desaparecido, fantasma en la nada. El hombre juzga la libertad de la lengua. ¿Dónde están los límites en esta ciudad ? Lo más dificil es imaginar la mirada sin vida. Hecho brutal, y las mujeres, madres-mujeres, enfrentan la boca descolorida de la muerte.
Los jardines florecen desmesuradamente de nostalgia.
Esta ciudad es diferente, ajusta su muerte lenta, mira mar luna turista en la inmensidad de su cielo francamente azul. Un eco de voces subterráneas recorre las calles y de pronto se despierta, sobresalto de los muros, atónitos. Ciudad de muchos fantasmas y algunos vivos. Movimiento. El recuerdo desplaza nuestras reales percepciones. Retengo el segundo efímero de una vaga imagen. Es totalmente posible imaginar al habitante en una actitud de fidelidad, se acoge a la ilusión de ser feliz, permanece agarrado a sus cerros, a sus casas, a sus chiquillos ansiosos, a sus interminables escaleras, lluviosas escaleras terrosas, a su música dominguera, al football de la cancha de barrio, al mal olor que identifica el dolor, la miseria. Ciudad agrietada.
Vuelvo al día siguiente, muy temprano, la ciudad decide callar por un instante. Una ventana se abre en la mañana, lenta. Decido si es necesario describir, palpar con el signo vivo lo que percibo, martilleo los sonidos, penetro el cuerpo de la palabra, desligo las sílabas, anuncio la manera de decir : fuente, glorieta, leones, gris-verde, verde, agua, pasos, muerte. Vuelvo a ser niña, la tía dice que las monedas traen deseos. Hago remolinos en el agua, las pupilas se pierden en las ondas, en el agua, mientras el barquillo se consume y la ropa se mancha. ¿Estarán siempre los recuerdos de ayer? El tiempo en su vacío de intimidad. Valparaíso es visto de espalda cuando me alejo, en su abandono, en mi abandono de párpado cerrado, lo sacude la remembranza. La realidad en la literatura no es fotográfica sino sintética.
Pienso en otros factores más tristes o más elementales, mientras las pupilas retroceden. La multitud, la agitación, ecos de gritos y terremotos, desórdenes que anuncian uniformes. Hay vacío y hojas con escritos clandestinos.
Valparaíso nada sabe de mí.
El cuerpo atravesado de escritura, calma el deseo persistente, hace de mí una sonámbula. Insisto en el deseo de estar allí. Me aferro a las imágenes. Así es. Valparaíso fragmentado, en fotos de periódicos, en titulares, en frases farsas, farándulas de faringes agotadas, en memorias desmemoriadas. Descifrando ideologías, idénticos idiomas de humanos en extinsión. Puerto donde obstinadamente llevo la presencia del brillo de la luna.
Esta afirmación acusa el otro deseo, enfoco el problema: placer de viajar, encontrar la nueva forma, óptica diferencial. No es asunto de psicología tradicional, ni de enfoque estructural, ni siquiera un interés arquitectónico. Persiste, sin embargo, el ánimo de encontrar una originalidad particular perdida en la mirada, el ethos se exige. El texto reclama su amanecer, la sensación dispersa, a penas disimulada en el desplazamiento. No pregunto porqué ni cómo un viaje a Valparaíso. Allí está, simplemente la historia de todos los deseos.
Deambulando conozco a Clara Real, acostumbra a dibujar en el café de la plaza, sus ojos negros miran oblicuo, como si el hecho de fijar un punto en el vacío ensanchara su imaginación, poniendo alas a la palabra y las cosas. He pintado tanto esta ciudad. Dice, que cada día, al doblar una esquina, encuentra su mirada. Sentada la observo, ¿La molesto? La mujer sonríe, no dice nada. Hereda de sus padres una antigua mansión, habitaciones de lujo en una época, reflejan hoy su decadencia, adquieren poco a poco rasgos personales, las telas se amontonan en las piezas mientras la presencia humana desaparece, colgadas por épocas, por temas. El color varía de año en año. La gama de los azules y violetas acompañan los pinceles de Clara durante el invierno, deslizándose hacia una gama cromática cálida, de tonos anaranjados, ocres amarillos y magentas en el verano. Nada sé antes de este instante, digo confusa. Desarrolla la técnica del movimiento elocuente, la pincelada acentúa su trazo buscando un reflejo circunstancial. Vaguedad sin apariencia ni sombra, sin memoria ni pensamiento, capta sólo la luz del instante, el reflejo interno, dice Clara, segura de expresar así su visión con ojos de mujer, el índice del yo pinto. Su teoría de la percepción consiste en pintar por ciclos, a veces la melancolía rehuye lo humano, entonces vigila su espacio, su soledad. Sale al encuentro de la ciudad al alba, cuando los perros deambulan también en los basurales compitiendo con el hombre por algo de comida, telas llenas de perros, ¿ves? Entonces las manos de Clara Real gesticulan, interminables siguen el hilo de sus leyendas, la gente dice entonces que Clara tiene delirio de perros, y los críticos consultan manuales de psicología, inventan una enfermedad para lo simple. Descubro la necesidad de la fábula, la pasión de hurdir con el lenguaje tejidos complicados. Hay algo de seguridad en la creación, en la intimidad, la soledad buscada. La marginalidad asusta a los demás, me llaman la bruja del color, pero la abstración es puro amor, el amor deja a veces incomunicada. Silencio, Clara tiene tiempo para el silencio, Clara reconoce el placer de la invención, donde la verdad va ligada a la creación. Busca esa verdad en la luz, en el contorno de la forma, en la apenas sugerible silueta humana. Poesía en el paisaje. El ciclo de la sangre está allí, dice Clara, y la pieza se tiñe de carmesí, de púrpura, de concho de vino, de burdeos. Papeles y lienzos reciben el pincelazo agudo, el detalle espatulario, la figurita de yeso o cartón como queriendo escapar de ese universo ensangrentado, explica su teoría de lo femenino ligado a la sangre, a la menstruación, subraya la diferencia sexual, la mujer un sujeto que evacúa, que deshace su interior expulsándolo en color rojo, donde la percepción late su desencanto, donde la fragilidad hace crujir la melancólica feminidad, donde marca la mueca lo inexplicable, la sangre ligada a la muerte y a la vida, cae gota a gota en las telas de Clara, denuncia los inagotables compases en el pecho, la vida fluye en ese líquido rojizo y deslizante que atraviesa las arterias del ser, presencia y diferencia, en la evacuación varía la visión de mundo.
Clara habla de la luz, del espacio, de escenografía como si pintar fuera siempre construir un escenario, las palabras antes de la imagen dice ella. La abstración juega también como la mirada oblicua de Clara, es como buscar el desliz significativo, el ángulo que le quita toda posibilidad al espectador dejándolo en la soledad de su contemplación, en la responsabilidad de darle término a la imagen, de concluir la mirada del artista. Clara viaja, se desplaza, conoce, quiere contemplar lo insólito, lo nuevo en la oblicuidad de sus negros ojos. Entonces va a Montreal. No quiero conocer el país, dice Clara, quiero ver a Mousseau. Cuando habla la mirada se humedece. Las manos expresan la idea en su profundidad. Año 1960, quizá el recuerdo releva las líneas importantes, queda en el intento un color de opacidad inevitable, dice algo de la decoración espacial, habla de pasos y peces. La bohemia de la ciudad acoge a Clara brazos abiertos, de Valparaíso a Montreal, sus telas muestran la ciudad difusa, disimulada en colores quebrados, sugiere escaleras sin fin, calles estrechas, donde la figura humana no es más que una sombra, Mousseau la contempla extasiado, generoso expresa la importancia de la luz frente al espacio, subraya esa mirada. Dice, usted refleja el eco de su voz. Dice también el abandono, el tedio de la dinámica interna, la nueva búsqueda, la técnica que sitúa al pintor de pequeños cuadros, en un punto de distanciación, donde lo ridículo se acentúa. Clara desafía a Mousseau desde su francés escolar, habla de la perspectiva relación-público, técnica-luz, Mousseau conmovido, la mirada encuentra el eco, la fascinación. Dice: ya no soporto la opacidad de la base. Entonces Mousseau camina a su lado, explica la inquietud estética, la necesidad. Habla del espectáculo Les deux arts, de las decoraciones, los trajes y las máscaras. El gusto de la experiencia en la concepción teatral. De la incursión en la escultura. Aparecen las analogías y Clara destaca los cuerpos en escena, la pintura sobre cuerpos, los espacios en que la decoración se reduce a lo mínimo, la belleza del desnudo, la presencia del actor. De pronto callan en el contrasentido disfuso del pulverizado vivir. Así, arriman al taller donde Mousseau prepara el rechazo global, calle de la Visitation, telas y objetos, esculturas aún no terminadas, las pupilas de ella fijan una tela, À mon frère l'Africain, juego de manchas distribuidas al azar juegan a llenar la hoja, se desprende una profunda intensidad visual. Mousseau, expone su último cuadro Rose ma chair (chère), dice un espacio intenso, rosado de un solo tono con infinitas variaciones, sin cuadro de lectura, una especie de campo pictórico, aquí comprendí que para mí todo había terminado, mi conclusión, un callejón sin salida. Clara acerca los labios a la mejilla de Mousseau, intenso el gesto, dice, en la tarde el ahora es usted. Dos semanas en que Clara pega, pinta, cose, descose, ama, se impregna de dansa, música y luz, prepara el Canto del Quetzalcoalt. Gritos dichos con las manos. Clara Real, al alba, deja un día de agosto el mundo de Mousseau. Mientras el avión despega a Santiago de Chile, dice : pienso en amarte, ser este cielo que se desploma sobre mí. Durante un año Clara Real descubre su cuerpo dibujado, en fragmentos de manchas multicolores, la escritura de Mousseau impone una verdad, reclama su eco, no se resigna a la ausencia.
Inquietud y éxtasis jamás me abandonan cuando evoco la figura de Clara Real.
Valparaíso impone la fuerza que libera la remembranza, experiencias, anhelo de vivir lo nuevo en la retina. Analogías. Aún no admito ser dueña de mis impulsos. Sólo confieso la intensidad del deseo. Legitimo la idea en las imágenes del regresar. Permanezco sorprendida por la impresion de melancolía. Cruzo hacia la izquierda y me pierdo una vez más en la nostalgia de escaleras y ascensores, la astucia del lenguaje cotidiano. En las calles algo así como trabalenguas y tango, o simplemente sonoridades que hacen eco : Carampangue, Taqueadero, Barón, Lautaro. Parcelas descarriadas de mi universo en pedazos. Este limitado infinito.
Los espacios mentales y los mundos posibles.
La teoría de los espacios mentales consiste en considerar el lenguaje y su uso como la construcción mental y abstracta de espacios, de elementos de roles y relaciones entre espacios.
Bajo la misma óptica, comunicar consistiría en establecer construcciones de espacios similares idénticos. El propósito de la teoría de los espacios mentales es aplicar el o los modos de construcción de los espacios y las relaciones entre espacios.
Preciso que la lectura de este breve fragmento ayuda a establecer espacios y relaciones entre espacios en el contexto escritural siguiente:
Un 21 de mayo en la plaza Sotomayor, en Valparaíso. La ciudad prepara sus monumentos. Celebra victorias que son fracasos. Sirve el pretexto, y el texto despliega una copia feliz año tras año. La banda de la Escuela Naval afina tambores y trompetas, maderas y bronces, timbales forrados en piel de cabra, vigila arpegios en caricias de flautas y tubas. Emerge la densidad excepcional. Todo flota entre nota y tiempo. Contraste. Escuela Naval y cadetes reciben sólo el ta tan ta tan. Anulada la pasión, el sufrimiento, los grandes sermones, la magia del sonido sólo queda el orgullo.La mirada vacía. Ta tan ta tan y las piernas levantan el blanco a la altura de los ojos. Proeza gimnástica. Gesto sin sentido ¿Es la huella del conocimiento, la historia? El rostro afirma la inmobilidad, pone la máscara inerte. El público bebe en las pupilas los mismos signos en un silencio de éxtasis, abandono, estupefacción beata. Mientras un chiquilín con un tambor colgado al cuello quiebra las armonías, sonido sordo tan grave como la mirada, exalta el ritmo feroz destinado a cambiar el mundo, un instante en que todo vuelve atrás. Se anima un lugar en que el ta tan es otro, un vals de Strauss. Desaparece el chiquillo de Valparaíso y aflora Günter. Entonces la música vuelve a Valparaíso, insistente chiquilín, mientras los rostros de cadetes desfigurados por la mueca del asombro, pierden puntos de referencia y no saben qué hacer ni con sus piernas ni con su faz, atónitos escuchan la voz del general, lentes obscuros, gesto elocuente que pronuncia una tras otra consonantes y vocales : B-A-S-T-A. La música se detiene, la ceremonia continúa su ritmo matematicamente definido.
Subrayo la libertad de :
- la transferencia de símbolos
- el significante engañado
- la inútil explicación
La pulsión está en las líneas de mi texto, entre los baños y los juegos de mi hija, aún muy pequeña. Entre cocina y talento casero creo la astucia de darle un tiempo a la palabra. Mírame, ¿ves? Hablo en sueños, pienso, soy mujer, mi hija me mira asombrada, presiente la dificultad. Imagino a Antúnez en el ascensor, Neruda en el Cinzano, Huidobro en la Iglesia La Matriz. Se sumerge Valparaíso bajo su luz más allá de lo real. Algo marea a la idea, la desequilibra, la sostiene. Aparecen entonces los momentos. Inicio un proceso metamorfósico. Estoy en la calle Prat, subo a las oficinas de mi padre. Mármol y madera, un ascensor de rejas, el logos de la compañia, palabras, alguna reminiscencia de la imagen de Kafka, mangas negras hasta los codos, funcionarios en rutinaria faena, ruido de máquinas de escribir. Dialogo con su sombra, cada palabra resuena, se devuelve, lento, muy lento, extrañeza del instante, verlo tan lejos de su creación. En ese instante percibo la sonrisa ausente. Entonces regreso. Vuelvo al texto, truco, juego, signos más allá del límite. ¿Cuándo nació la imagen que desataría el deseo, la gran huída, lo inevitable, la ruptura? Un viaje, aventura heroica de la palabra, el texto ha tomado un rumbo, renuevo de lo interior, violencia y determinación. Venid a ver la sangre por las calles. Crisis de la forma. Crisis de identidad, crisis económica, crisis en la educación, en los sueños, en la confianza, de pronto alguien toma un arma y elimina a un profesor, a un hijo, a sí mismo. Cuando escribo, algo deja las manos entumecidas. Aventura de la escritura vacía y desnuda. Puedo superponer todos estos ángulos, hacer cartografías de variaciones. Digo, la imagen es una realidad material y dinámica, repito la palabra del ausente.
Para traducir las incertidumbres, las dudas, los deseos, hago la revolución, tan grande como los procesos históricos del Islam, me refiero a la pasión. Cuna del ritmo humano. Ir a Valparaíso: una pasión. Darse cuenta que ir a Valparaiso es una utopía, e insistir. Para mí viajar es más complicado que para Clara. Hay momentos en que la diferencia se vuelve indispensable, no hay huida. Duda. Descubrir que la ciudad no es lo que dije anteriormente, que la sonrisa callejera revela el optimismo de la voluntad. Que la esperanza ha llegado hasta los niños. Entonces las imágenes del periódico vuelven y la escritura toca por todos lados, las palabras se rebobinan y reparten, y allí están los niños acarreando ladrillos, pintando muros, sacando basura, vendiendo diarios, de pronto un detalle revela su nitidez, los ojos del niño desafían la cámara, la redondez de la boca captada justo en el grito, seguramente el nombre del diario que vocifera, la camisa gastada, la sucia niñez, pies desnudos, ignora los signos de desigualdad. Escribo el dolor. Ser sensato es una tarea complicada.
He aquí entonces mi punto de partida.
La creación me pertenece. Visualizo la plaza. Las baldosas gris-verde. Atravieso. En un minuto estaré sobre la calle Condell, antes de atravesar, volteo hacia la izquierda, en toda la esquina la pastelería Stéphany. El Bogarín. ¿Te acuerdas Raúl? Visiones que alcanzan un vuelo de cinco años. Doy la posibilidad a los cambios, la mente insiste en su poder reconstructivo. Entonces, el cuerpo se desliza a través de esa breve calle. Los buses van aún pintados de verde. No hay que olvidar, alguien lo dijo: somos oscilaciones y seres ondulatorios. Escribir es de vez en cuando callar.
Desciendo los peldaños del palacio Lyon, una Bienal revive. Allí están los ojos de mamá frente a la perfección de unas puertas azules. Los participantes. El lugar se llena de ruidos humanos. Recuerdo a Hölderlin, repito: El hombre es un Dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa. Miro la caja de huevos, objeto de la vida diaria, guiño desplazado. Surrealismo 40 años después. La gran tela de Juan Luis Martínez impone esferas blancas en lugar de cabezas. Hay algo en la forma urbana que se incrusta en la mirada dotada de una inflexible voluntad. Recuerdan los versos de Ozuna : Mi única ciudad es la que me han otorgado, la que perdí sin poseerla, la de los otros.
Transcripción exacta de palabras que jamás dije.
¿Quise alguna vez a esta ciudad?
Alguna vez dí un paseo con mi madre, un berlín en una mano, la otra en la suya, mochila en la espalda. Nunca fue complicado vivir. Cuento historias que no me pertenecen, repito un lenguaje ya cansado. Mi destino : reaprender a hablar.
Valparaíso de día, magia en la vida, en los colores, en el bolero deslavado y dulzón. En el carácter porteño. En la construcción. En los olores. En vísperas de navidad. En los rincones. En los bares. En los ciudadanos colgando de los buses. En la visión subterránea de aquel cerro Polanco. En la visión gran angular del ascensor Artillería. Hasta la forma incierta, muro antiguo contagiado por su violeta delirio. Capto los elementos sensoriales que dan a la imagen su atmósfera. Y ese color azul en el cielo, en el mar, me sobrecoje el recuerdo de los azules en la cajita de Tatiana Álamos. La pintora.
Ahora la hoja blanca dice Valparaíso un paisaje de lluvia, de kitsch, de protesta estudiantil, de universidades en huelga, de aroma a café tostado, de prostitutas melancólicas, de avenida Brasil. Y los calcetines se deslizan a la orilla de una playa invernal. Entre todo esto, yo. Una necesidad en el tono, en la esperanza, en el destino ineludible. Lenguaje universal del deseo, lenguaje de la vida triunfante que se torna creación. No invento nada, las cosas están allí, presentes, en un espacio de lo vivido. Movimiento que lleva un proyecto. Búsqueda en la transgresión impuesta como un derecho. Lo que separa, lo que es transgredido difiere cada vez que tomo la pluma. Estoy ligada a una imagen. Valparaíso contraído, disfuso en fotografías, vivencias y literatura. Estimo, aquí, no tener nada que decir. Protejo esa pequeña transparencia, esa fragilidad invisible que es mi alma.
Voy dando pasos hacia atrás. Reconstituyo. Las cosas que nos rodean cambian cuando cambiamos, cuando encontramos en las esquinas posibilidades, otras realidades, así la imagen ideal se deteriora en la proyección. Prevalece el gris en el suelo, si levanto los ojos, fijan colores chillones en la arquitectura de los cerros. Sinónimos vienen a la mente : pobreza, mal gusto, conveniencia, delicia del que viene complacido y audaz. Pongo en los pies la prudencia, la lentitud, el lugar entero me pertenece, dejo emerger el sentimiento. La tarde pone sueños en la frente, las mujeres de la familia sostienen utopías, complacidas bordan futuro, dan luchas de titanes en presente, hacen de la cocina un contínuo monólogo, ignoran el desencanto, la tragedia futura, peinan cabellos de princesitas.
No existen categorías tajantes para enmarcar el pensamiento. Me agoto en los ismos.
Valparaíso en el puerto. Viejos barcos anclados para siempre observando la fatiga de los peces. Subrayo la sincronía palpable con el resto del mundo. Hay un pequeño espacio entre mis manos donde un paisaje, un nombre, una frase encuentran acomodo, permanecen. Entre silencio y palabra las inflexiones tienden a aproximarse del lenguaje oral, las frecuencias graves vacilan, producen un pasaje brusco, sin transición, hacia una especie de falsete. Palabra frotada.
En Valparaíso descubro la cajita de poesía, homenaje a García Lorca, de Tatiana Álamos, una joyita de madera policromada de estructura tridimensional, alas se despliegan y emerge la sensación de estar abriendo un libro, textos e imágenes del poeta español. Muestra la soledad, el abandono, los colores reflejan Valparaíso, el blanco bien blanco, el azul más azul. No termino de fijar las dos pupilas, es el poeta que persiste en la palabra aislada.
En Valparaíso mi padre habla, escribe, combina libertad creadora y libertad política. Participa, se aleja, vuelve. Permanece, se habitúa a lo obscuro, resplandece. Teñida de ironía va la pupila cuando urde en la mirada ausente la inexpugnable soledad. Como Sísifo lleva su propia piedra, la empuja hacia la cima, aguanta una eternidad, sabe que inevitablemente lo fatal vendrá. Disfruta los músculos contraídos.
Voy en el bus. Paisaje de mar. Los amigos ya no están. Algo vuelve como un sobresalto de pena y rabia. Compro un pañuelo entre tantos artesanos. Leo Valparaíso en una de sus esquinas. Afirmo mi pertenencia y el pañuelo emprende su vuelo. Digo nací aquí y el alma se aprieta. A veces los espacios tallan negativamente una percepción.
Desde hace un año preparo mentalmente mi viaje. Depresión y persecución
funcionan al unísono. Protejo un ideal. Mantengo la idea, la acaricio,
cuidado especial. Persigo una metáfora. La lluvia cubre el espacio del
gran ventanal, el árbol en su dansa de viento y lluvia golpea
insistentemente mi lugar. Presagios.
Un banco en la plaza de la Victoria me acoge. Visión patética del Cine Valparaíso. Letreros desgastados anuncian Lo que el viento se llevó. La gente se agolpa en la boletería, en este espacio gris, neutro y desnudo. Algunos hombres llevan bigotes a la Clark, las mujeres la cabellera de Vivian. Coincidencias. Amor y tragedia, lo cotidiano en su opacidad. Un terremoto grado 7 pone fin a la ficción para arrojar al espectador con desprecio a la realidad. Nuestra historia tiene capítulos poco gloriosos deja oir ruidos subterráneos, entre poesía, muerte y cultrum.
Vivo manifestaciones episódicas e inciertas de lo extraordinario, signos de una trascendencia del yo, de ese yo que no vale nada, como si existiera otro yo que esperara manifestarse, ser reconocido, aparece como viniendo del exterior, objetivado. Sumergida estoy en lecturas que me muestran algo que nunca antes ví . Es como si la ventana a través de la cuál el otro mira y vé el mundo se abriera para mí. Una ventana sobre un ser. El miedo confesado, nunca más seré la misma.
Los matices de Valparaíso. Cuando el eros ha encontrado su objeto, rechaza en el fondo, como una sombra, lo que es negativo, lo que no existe. Estado emergente. Huellas de paseos Dimalow, Gervasoni, de cerros y ascensores, de iglesias anglicanas y luteranas. Las pinturas se agolpan en la retina, entonces emergen los Somerscales, los Rugendas. Encanto en la suavidad de tonos. Constelación de luces chispeantes, heterogéneas, rosa malva, azul a penas, reflejos verdosos, topáceos, amarillos asoleados y amarantos. La paleta del pintor en la retina.
Las manos guiadas por una irresistible fuerza interna aprietan, levantan, se afanan acomodando las frases y los puntos finales, descartan los pliegues de una textura poco definida. Precisan ahora en el paseo 21 de Mayo, un 31 de diciembre. Alborotos, abrazos y encandilamientos. Mar iluminado. Pupilas dilatadas, esa eternidad que hace del momento un absoluto. La banalidad de lo cotidiano se vuelve esencial. Desaparece la incomprensión, el desatino, la indiferencia, el universo despliega su bondad, la vida es una fuerza feliz, los colores despliegan su vivacidad, su belleza. Inocencia en el proyecto. Escribo para no olvidar. Transgresión, poco importan los dilemas. Busco el final de un cuento feliz. Fin de la tensión, del pathos. No quiero suprimir los obstáculos. Fabrico una ideología de consuelo. Luna de miel en revolución.
Del cerro los placeres yo me pasé al Barón, dice la canción. Una cosa es cierta. Escribo para viajar. Debo colocar a Valparaíso en el deseo escritural. Asumo entre palabra y palabra el regreso. Superpongo, junto, compongo. Invento Valparaíso, elevo una nota para encontrar el eco. Amplitud desesperadamente humana, no aporta ninguna certeza, la pluma va hacia mi ser, límpida como un espejo.
La voz dice : quiero ir a Valparaíso. Un amanecer otra vez, allí olvido la primera luz, el primer grito. Hoy decido nacer por primera vez en Valparaíso. La muerte simboliza en el arte la abolición del tiempo.
Valparaíso sus objetos y la ausencia. Abro el cofre de plata de la tía que ya no está. Imagino los ojos sorprendidos, la sonrisa complacida, la imagen de una mujer hombros desnudos. Languidez. Simple gesto que anuncia el romanticismo, el mil ochocientos de Benjamin Costant. La magia sostiene su implicación en los objetos.
Esto no prueba ni el amor ni el recuerdo. Esto dice que los objetos adquieren valor en la perspectiva de una complicada cuestión de forma, en la recreación, en la vertiente de una línea horizontal de palabras elegidas, con voluntad. Acto gratuito. Algo se escapa cuando trato de precisar. El elemento fundamental ha quedado fuera, estoy en el dominio de lo indicible.
Narración, ficción, convención de la realidad, realidad : la realidad no supera jamás a la ficción, porque la ficción es la condición de la realidad, dirá Suzanne Jacob.
La voz enmudece contra las piedras sin eco, en medio de lo real. Me consta este espacio en que Valparaíso pierde su voz. Cerro Cárcel. Símbolos que seducen y combinan sorprendiendo el pasado. El Cementerio Marino de Valéry. Entran en juego las experiencias personales, las decepciones, la experiencia de la soledad. El lugar es un inmenso poder, despierta la ansiedad de conocer, los mecanismos de defensa, los miedos ya vividos. La historia se despliega en nombres de tumbas ya olvidadas. El Conde de Spinville resucita su duelo, el angelito de metal dice que algo es bello en lo extraordinario e insoportable, en lo cotidiano. Exploro la muerte, es una alternativa. Las cortas avenidas se abren a mi paso, el lugar mira el mar, mar y muerte en desafío. El arte, una necesidad esencial, la escultura viene de Italia, reexamina el pasado, testimonio de la perfección y maestría del maestro florentino, viaje místico hacia Dios. La poesía descriptiva cubre la piedra, lugar de lo imaginario donde se produce el encuentro, leo : Fuiste bueno en el hogar, en la comunidad, en la iglesia, con tus semejantes, en el trabajo…El objeto amado permanece empírico y transfigurado, punto en que lo real aparece en lo contingente, revelación de lo absoluto. Atribución de valores más allá de la muerte…
Voy a Valparaíso, invento una razón, justifico mi viaje en la investigación. Una ciudad, un paisaje, preciso : ascensores. Valparaíso en la fotografía.
Poeta, poeta esclavo de aventuras y de algún sortilegio, soporto como tú la vida, el mayor sacrilegio. Vicente Huidobro.
Cómo restituir las imágenes perdidas. Resucitar la imagen. La que se encuentra quizá aún presente en lo plateado de la superficie de la placa. Pregunto, frente a una fotografía de Valparaíso, tomada en 1887.¿Cuánto dura la nitidez de una imagen? Dejo esta interrogante sin respuesta. Me preocupa el ángulo. Eso que va más allá de la imagen, dos dimensiones, alternancia de luz y sombra, tradución de la escena, otra realidad más profunda y quizá más importante: introducir el comentario. Subo al ascensor Artillería. Retrospectiva. Apenas me atrevo a mirar la bahía, soy pequeña aún, veo el ascensor en su imagen real. Un cajón pintado de amarillo y rojo reposa en soportes de metal, más altos de un lado para nivelar la pendiente. El ascensor sube y baja con una inclinación de 40 grados. Ahora frente a la ventana, el foco precisa sus dimensiones. Capta la amplitud de la bahía, juego de perspectivas y luces. Alguna vez un barco encerró en sus bodegas a hombres desnudos, su desnudez fue desquicio, desampararo, abuso. Muerte. Para no perturbar el alma insensiblemente me despojo de la inquietud. ¿Habrá olvidado la bahía el grito inhumano? Busco la diversidad y lo extraordinario. Antúnez no va en el ascensor.
Delante de la técnica superviso el renacimiento de la imagen, hago un lavado preliminar, procedo a un viraje al oro, lavo la prueba, fijo la prueba y la agito suavemente, enjuago y seco. El resultado sorprende, el detalle resplandece, ciega la pupila ensimismada. Valparaíso renace. Olvida. Le pone ene enes a la historia.
Un libro abierto es también la noche.
Marguerite Duras
Valparaíso en la noche. El aislamiento místico retiene la atención; algo se aleja y vuelve, palpita el tiempo preso de inquietud. ¿Con qué palabra describo? Ella, misteriosa se recrea. Es ahora el gozo que resuena, aquel canto atento emerge húmedo. En la desobediencia está la razón. La noche experimenta igualdad, una igualdad que nada dice de la ausencia de diferencias. Llevo en los párpados la huella individual del itinerario. Constituye una tentativa de realizar en el mundo esta experiencia de absoluta solidaridad. Pongo fin a toda inutilidad. Crear es encontrar de pronto el otro yo, alguien a quien observamos de cerca. Un cierto sentido del humor que no hiere. Delante mío el restaurant, los poetas en la mesa, la ruidosa conversación y chiquillos pidiendo una monedita. Recuerdo esto en Montréal, en una mesa, sin poetas, sin vino y sin chiquillos pidiendo moneditas.
Quiero :
Penetrar la ciudad herida.
Digo :
A veces el sueño retiene la vida por la cabellera.
Creo :
Que en alguna parte voy hacia el deseo y no quiero olvidar.
Las palabras se juegan la vida, se cruzan acertijos como cartas, que otra vez son espadas y así termina el último acto…
Juan Lazadilla.
La historia concluye en el bar Cinzano. Donde una calle olvida su nombre.
Che Madame, que parlas el francés y tirás ventolín a dos manos…La voz de Alberto Palacios vibra su sabor de desconcierto. Alumbra la caverna donde se cobija el tedio. Eternidad conquistada a pulso. Una cierta disposición de la mente prefigura la manera de ver. Hay algo en el pañuelo blanco de Alberto que atrae la mirada, como las
manchas en las pinturas de Courbet. Noche.
Creo que en una porción de vida, durante un segundo, todos los elementos se alínean en la geometría exacta de la mirada, en un motivo que expresa todo lo que la situación contiene. Un instante fugitivo. Donde la imagen llega a su madurez.
Bendita sea la Noche, porque en ella están todas las grandes perplejidades, porque en ella se incuban todas las anunciaciones inauditas, todas las grandes cosas que han de surgir enormes y perfectas y clavarse en el infinito como astros.
Vicente Huidobro.
De algún modo la mente se desconecta :
- de Valparaíso
- de la perspectiva real
- para no sentir la herida
De algún modo estar en Valparaíso es :
- Vivir en trance hipnótico
- Caer en un estado amoroso
- Sentir una profunda afección
Los seres humanos decididamente no son iguales. Profunda es la diferencia en la sensibilidad, en la inteligencia, en la cultura, en la creatividad. Subrayo esa desigualdad. Cuando una persona creativa desarrolla su pasión, se vuelve más creativa, su capacidad de enriquecer la vida con producciones imaginarias aumenta. Alberoni sostiene esta afirmación, dice, así es.
Estamos gobernados por el lenguaje. Digo, juguemos a la trampa de Eco, al guiño de Barthes.
Me complace la existencia del camino oblicuo. Pienso en lo imprescindible.
El piano armoniza el eco de las palabras. Descolora, desplaza, suprime. La Maga oriunda de Mendoza desnuda su son argentino. Dice, me hundo en el vino y en el tango. Entonces Alberto le susurra la milonguita, enlazados recorren el lugar, invade el ímpetu, el embrujo. Maga divaga y deambula, Valparaíso hace de ella una noctámbula. Maga desearía conocer a Clara. Copas de vino que se alzan al ritmo de las nubes. La noche llama y alimenta sus hambrientos abismos. Alguna vez ignoró el estado de sitio.
¡Si yo fuera capaz de aproximarme al objeto real de mi escritura!
El poeta en mi memoria habla de la muerte, corrige la imagen de un fruto enigmático, el suave y lento de su poesía, una calle olvidada. Otra voz irrumpe, habla el erotismo implícito en la poesía de Rojas. De su vida en Berlín, de…Si arrastré por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser, bajo el ala del sombrero cuántas veces, embozada, una lágrima asomada ya no pude contener…Alberto canta, lanza su lamento, marca exageradamente el sentido en ser, dolor y lágrima. En la pausa viene a la mesa, habla de la vida, del tango, de miseria, magia y soledad. Dice : el tango mantiene un sabor extemporáneo, maldito, noctámbulo, fatalista, decadente. Dice crisis, inestabilidad y pérdida. Los poetas intervienen, lanzan guajira flamenca, melodías de habanera y ritmo, de tango negro, de candombe, de tango andaluz. Alberto se levanta, saluda, vuelve a su lugar, dice :
Al que se mete en sicosis ¡ rum !
Al que me mete en sicosis ¡ rum !
Le digo en estilo vario ¡rum ! ¡ rum !
Le digo en estilo vario ¡ rum ! ¡ rum !
¿ Por qué al mandar la pregunta
no me mandó el diccionario ? ¡ rum ! ¡rum !
El proyecto es siempre proyecto de transformación de la vida cotidiana. Si renucio a esta transformación me aproximo al fracaso. La gente desaparece, permanece el proyecto, la idea de viaje, la travesía. Entonces quiero ser más que una travesía. Combate la poesía en la facultad de maravillarse, de buscar la permanencia como desafío, belleza y creación. El viaje exterior es ocasión, instrumento que sostiene lo interno, ese estimulante que hace crecer la iniciativa. Voy con mi barco en medio de la tempestad, saboreo el peligro de perderme, me acomodo, me mantengo con las pupilas abiertas. Soy a veces Ulíses, a veces Penélope.
Ahora, guardo silencio. La noche me sorprende con la pluma en la mano. Los lugares y su teatralidad han revelado su ausencia y mi impaciencia. Reemplazo el viaje por un texto. Texto y viaje unen sus desencantos. Subrayo la pérdida, me pregunto si la ciudad necesita palabras, si su actitud de permanencia no basta.
Soy esa porción de mi misma que no llega a existir en Valparaíso. Valparaíso muestra el sentido cuando enmudezco.
BLANCA SOFÍA ESPINOZA
7201, 6e avenue
H2A 3E6
Montréal, Quebec
Canada
Blanca Espinoza, escritora, nacida en Valparaiso (Chile), vive desde el año1995 en Montreal. Ha hecho estudios en universidades de América del Sur, Europa y América del Norte y sus textos poéticos y artículos de crítica han sido publicados en diversas revistas y periódicos: El Mercurio de Valparaíso, la Presse de Montreal, Canubian de
Toronto, El Espíritu del Valle, revista chilena de poesía y crítica, Alter Vox
(Ottawa), Lar (Concepción-Chile), Itinerarios de la Universidad de
Buenos Aires. Recientemente, ha sido editada en los poemas posters de la Academia Iberoamericana de Poesía de Fredericton. Ha participado en numerosos coloquios de poesía, es miembro de la Sociedad de Escritores de Québec y de la OTTIAQ( Orden de Traductores, terminólogos e intérpretes jurados del Québec), especialista en traducción literaria, ha traducido a poetas mexicanos, y escritores quebequenses con objeto de difundir la cultura entre estas dos naciones. Ha obtenido un premio en España por su texto Espejo Ciego, homenaje a Alejandra Pizarnik. Premio al mejor artículo : Un musée qui propose la poésie
de la forme sobre el arte en los museos de Montreal, premio dado por el Museo de Arte Contemporáneo y la Presse. Ha realizado entrevistas a escritores tales como José Donoso, Nicanor Parra y Humberto Diaz Casanueva.
Actualmente trabaja como traductora de textos literarios.