¿La heterosexualidad podría ser considerada como la única forma
natural y superior de la sexualidad humana, o no estamos, acaso, delante
de una institución política que garantiza un orden androcéntrico en que
la construcción social de la sexualidad femenina se encuentra ligada a
intereses y necesidades masculinas?
Una pregunta que ha sido
formulada en debates políticos, intelectuales, literarios, sociales y
económicos, a través de todo el planeta, y mientras en Canadá y en
Bélgica se otorgan licencias matrimoniales para homosexuales, se
organizan festivales gays y se declaran abiertos los debates literarios,
en que se afirma el lesbianismo como una marca escriptural, donde lo
singular pasa por una escritura que afirma el " yo me rebelo entonces
soy ", Chile, país de poetas, singular país, mi país, que entona en
todas las auroras de Sur a Norte el verso : " que la tumba será de los
libres o el asilo contra la opresión ", no ha sabido respetar ni
siquiera el lema de su himno nacional.
La figura de la jueza
lesbiana, denuncia no tan sólo el hecho particular de ser jueza y ser
lesbiana, pero refleja esa doble impresión que marca el producto
chileno, el " made in Chili ", el ser chileno, la raza que reprime con
la sonrisa o que deprime y oprime pasando por lo legal. País, que se
debate entre ese buen sentido aparente y ese sin sentido real. Karen
Atala, reducida a un objeto de querella pública, con las etiquetas
correspondientes, en tela de juicio, pretexto de una sociedad que da
vueltas en torno a una ideología patriarcal y falocéntrica, afirmando y
reiterando, una vez más, lo malsano de un pueblo que vive un
androcentrismo histérico en todos las disciplinas. La aberración de una
serie de "ismos" juntos, luchando en una doble impresión por el
bienestar de unas niñas que recibirán el trauma social en plena figura,
por no decir en pleno corazón, no precisamente por descubrir a una madre
con una posición sexual minoritaria, al margen del orden androcéntrico,
sino por la intolerancia de un sistema que pierde sus cimientos, que
siente el cuestionamiento de conceptos tales como realidad, ficción,
diferencia, madre, y que reflejan abruptamente conceptos tales como
explotación, represión, intolerancia ideología, inscritos en disciplinas
sociológicas y culturales destinadas a confundir más que a descifrar el
sentido colectivo.
Chile es un país de mitos, de leyendas
inventadas por un poder fláccido e impotente, que ha vivido siglos
alrededor de cuentos decepcionantes, sin embargo difíciles de borrar:
¿Es Chile un país de poetas, un país de críticos? ¿Debemos, acaso,
contar con el orgullo de poseer 2 nobeles, para afirmar que hay un
quehacer poético reconocido? Reconocido cuando se está en el plano del "
compadreo chilensis ", digno de una tesis doctoral. O una máquina de
poderes culturales que existe " bel et bien ", destinada a fabricar a
pseudo-poetas con una corte de seguidores tan convencidos como el poeta
de formar parte de la elite cultural chilena y mundial ( difusión
Internet ), pero que en realidad siguen siendo unos cuantos los
privilegiados del sistema y de la marca social, o simplemente realzamos
la calidad literaria de un vate fallecido, algo que no perjudica a la
hipocresía del que vive y colea en la mediocridad de la tautología.
¿País de poetas? Por supuesto, en el sentido de que los vates siguen
siendo vates, porque ni por casualidad se les ha ocurrido a nuestros
colegas los poetas agregar " y de poetisas ", explicando seguramente que
el lenguaje designa a los dos géneros en su masculinidad expresiva, sin
embargo, el término femenino existe en el diccionario de la real
academia. Por otro lado, es intolerable que la crítica chilena haya
podido dar vueltas alrededor de un sólo hombre durante más de 20 años, y
que se haya considerado como el detentador de la única verdad, o
alrededor de un poeta que ha generado millones de clones que denuncian,
más que una hazaña, la pobredad de una ambiente cultural que privilegia
siempre al escritor timorato, repetitivo y carente de proposiciones
escripturales revalorizadas, las premisas de Rimbaud son toleradas en el
discurso de citación oral, pero en una práctica de escritura se
rechazan, como las editoriales que responden frente a un manuscrito, que
no hay espacio para una determinada forma escriptural, y que por no
haber espacio no se puede crear un espacio para una sola persona, esto
quiere decir nuevamente que si se escribe a la manera de, o si se
escribe bajo el género de, se corre el riesgo de ser aceptado. Denuncia,
denuncia una vez más de la pobreza y la doble impresión de un supuesto
quehacer literario, de una supuesta tolerancia y de un supuesto saber.
De pronto, descubrimos una nueva escritura, una visión particular y
debemos constatar con frustración que esa voz es opacada, marginada, que
debe hacerse un espacio en submundos literarios, donde las voces gritan
en silencio para poder sentir que no ha sido en vano su dinámica.
Hay en Chile una cadena de hechos contradictorios, el caso de
las " nuevas " editoriales es patético, convencidas de su " nouveauté" y
que por su rol deberían ser difusoras de nuevos lenguajes, sin embargo,
entran en el juego de lo conocido y lo consagrado, cerrando el círculo
para escritores que tienen posturas realmente innovadoras o al menos
nuevos intentos, pero que no pertenecen al círculo social adecuado o no
presentan esa marca " made in power's world " tan necesaria en nuestros
días.
No existe tampoco el grito de una unión de marginados, qué
diga definitivamente queremos salir de la fronteras de la repetición, de
este territorio insular, no por geografía, sino por esa sofocación
mental que confunde hasta cuando se jura a la bandera. Porque ya se ha
dicho que en el amor, en la naturaleza o en el arte no se trata de
placer, sino de verdad, porque el ser humano es una forma violentada de
la existencia que nos empuja hacia esa búsqueda de la verdad, verdad que
no se encuentra en afinidades, ni buenas voluntades, sino en resultados
de una violencia en el pensar, el signo exterior, lo que queremos es:
interpretar, descifrar, traducir, encontrar el sentido del signo, aunque
ese signo deba afirmarse en un cuerpo/lésbico, colocándose en una
postura diferente del conocimiento, escapando al biologismo o al
sociologismo en los que reposa el esencialismo.
La utopía, una
necesidad, reposa sobre la construcción de una sociedad ideal y la
crítica de un presente alienante e insostenible. ¿Cómo entender el
supuesto juicio de divorcio y la tuición de la jueza Atala, sin
referirse históricamente al rol mantenido por la mujer como el ente
pasional marginado de todo discurso científico y racional? Más aun,
diremos que pasión y ley, es una combinación irracional, utópica,
intolerable para una máquina de poder fundada en la obediencia, el
sometimiento de hombres y mujeres que calzan por conveniencia personal
con este régimen de patriarcado de pacotilla que paraliza el pensamiento
humano y que en este caso subraya con doble línea la célebre frase de la
escritora canadiense, Nicole Brossard, desconocida aún en la mayoría de
los ambientes intelectuales chilenos: " Escribir, soy una mujer, se
encuentra lleno de consecuencias " para añadir enseguida: Escribir, soy
una mujer lesbiana, en Chile, es entrar, definitivamente, en lo oscuro.
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Blanca Espinoza, escritora, nacida
en Valparaíso ( Chile), vive desde hace 10 años en Montreal ( Canadá).
Sus estudios fueron realizados en Chile (U.Ch), Bélgica ( U.C.L.) y en
Canadá ( Uqam) y sus textos poéticos y críticos han sido publicados en
diversas revistas y periódicos de América Latina y América del Norte. Ha
realizado lecturas poéticas en eventos de talla internacional. Es
traductora con especialidad en traducción literaria, ha traducido obras
de poetas mexicanos, chilenos y canadienses en francés y en español, es
miembro de la Orden de traductores jurados de Québec ( OTTIAQ) y miembro
de la Sociedad de Escritores de Québec (UNEQ ). Su última publicación
data del año 2001, un libro ilustrado con mini-ficciones poéticas
"TANGO".