“Las Jaulas”, de Javier Bello.
90
páginas. 1998. Visor de Poesía.
por I. Q.
en El Mercurio de Valparaíso, 4 de abril de
1999
Los pergaminos
del poeta penquista Javier Bello son notables apenas tiene 27
años y ya ha publicado cuatro libros, el último de ellos,
“Las Jaulas”, en la prestigiosa editorial española Visor de
Poesía. Así que inevitablemente su trabajo crea expectativas, en
especial porque es como un fantasma que aparece de pronto en nuestra
literatura.
“Las Jaulas”, sin embargo, provoca impresiones
demasiado contradictorias. Por un lado, conviven en el texto la
perfección formal y una agobiante carencia emotiva; y por otro, se
excede en la búsqueda de la originalidad. La gran obsesión del autor
son las palabras, sus sonidos, sus fugaces significados; juega con
ellas a reconstruir el mundo de los sueños y sin decirlo se declara
heredero de los grandes surrealistas franceses: André Breton, Paul
Eluard, en fin.
Pero su delirio tiene un claro sesgo
experimental. Es decir, desecha la espontaneidad
por unos patrones
poéticos que él determina arbitraria y rígidamente. La idea es no
comunicar ningún mensaje discernible, ni con la razón, ni con los
sentimientos. Como siguiendo un esquema, cada vez que una imagen se
cristaliza interpone otra que no evoca nada.
Si comparamos
estos versos con los de un esquizofrénico (el referente más próximo),
veremos que los de este último, aunque sean incomprensibles,
transmiten algo irreductible y libre. No sucede lo mismo con “Las
Jaulas”, donde se impone un afán determinista por probar algo, una
intelectualización tortuosa que acaba ahogando el asombro esencial de
la poesía y nos deja en su lugar un puñado de
tópicos.
Jaulas de la memoria
por Elisa Castillo Avalos
en
Punto Final Nº 452, 20 de agosto de 1999
Javier Bello nace en Concepción, en
1972, y tras un par de poemarios publica en 1996 "La Rosa del
Mundo", Premio Gabriela Mistral de la Municipalidad de Santiago.
Su obra más reciente es "Las jaulas", accesit en el
Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma, España, el año
pasado.
Las
Jaulas expone los espacios en los que la vida del poeta ha quedado
atrapada para siempre. Es una catarsis a través de una voz íntima, un
lenguaje imaginativo y profundo que recompone el mundo desde el
espacio restringido y doloroso de la jaula.
La
primera parte del libro, escrita en Chile, consta de catorce poemas
que refieren experiencias de enfrentamiento con el dolor. Se cuestiona
el mundo sin proponer una respuesta más que una sensible reflexión:
"¿Qué significa una casa cuando en ella sólo viven dormidos?/
...¿Qué significa una casa donde todos duermen y por qué los dormidos
dicen de sí mismos que no tienen espíritu?/ ...Nunca he querido
responder a las preguntas a las que nadie en verdad contesta y
florecen en una zarza parecida a la piedra de la
elocuencia".
La
segunda parte, escrita en España, habla de los espacios que se
recuerdan de Chile. Aparecen voces desde la infancia: "Ten cuidado
de los viajes, / ten cuidado de los trenes y de las potencias
malignas/ y de perderte entre tus propias aguas".
Los
dolores de Chile aparecen preguntando por el destino de los inocentes:
"En esto me pasé todo el verano, viendo llover sus rostros/ con
olor a humedad". "Es difícil hablar cuando ellos caminan hacia
ninguna/ parte, / ...Hay que escuchar más hondo, hay que escuchar,/
estos ruidos se van quebrando de a poco".
EL VASTO CUERPO
por Marcelo Pellegrini
en El Mercurio
de Valparaíso, 6 de abril de 1997
Javier Bello: "La rosa del mundo".
Santiago, Lom Ediciones,
1996. 56
páginas.
“La rosa del mundo” es el tercer poemario de
Javier Bello (Concepción, 1972) y tal vez el primero que
accede, bajo los auspicios de la editorial Lom, a una red de
circulación mayor en nuestro país. Es así como una parte de la poesía
joven de Chile logra ser (re)conocida como discurso que se instala en
nuestra tradición: diálogo y respuesta a un cuerpo -la poesía chilena,
que es parte de la hispanoamericana- que, en un futuro no muy lejano,
deberá ser examinada con detención y cuidado.
A primera vista,
“La rosa del mundo" es una relativamente extensa sucesión de
fragmentos. La rosa es el mundo y, como tal, es susceptible de ser
“leída” desde
dos perspectivas: el mundo como escritura -vieja
metáfora formulada, entre otros, por Vico y Ponge y como cuerpo
sagrado, en concordancia con Luis Cernuda, de cuya obra proviene el
título de este libro. Ese cuerpo leíble es una entidad simbólica cuyo
coloquio es siempre amoroso y erótico: “En tu pecho las rosas van y
vienen del alcohol a la noche,/ heladas sobre el bosque como alas o
muérdagos, cuernos que/ hay en los pajares condenados
al frío”.
En Bello, los extensos versos -casi versícuios- nos
recuerdan el diálogo infinito de los elementos, uno de cuyos teatros
predilectos es el cuerpo, ese vasto territorio moral, verdadero
“laboratorio” de los más sublimes y los más terribles episodios de
nuestra historia. No es extraño, por otro lado, que a los extensos
fragmentos sucedan pequeñas porciones de discurso; la poesía de Bello
es una respiración en la que se alternan grandes y pequeñas
ventoleras. “Las formas que elige el fuego son las que eIigen tus
ojos/ cuando miran el frío,/ las formas que eligen tus ojos se parecen
a canciones o a versos/ que se oyen demasiado
largos.”
Cuando el hombre se inserta en el paisaje,
interviene la historia frente a la vastedad del mundo, el yo y
sus
ilusiones/ desilusiones. Es por ello que el intento de
comprender el diálogo del universo con ese yo cuya historia
es una
larga sucesión de separaciones y desgarros se transforma en un
ejercicio de moral poética: somos
parte de ese diaogo y debemos
saber cómo -y por qué estamos ahí: “Es que hay paisajes que me
hieren las manos,/ su ruido de alas mojadas, su ruido de semillas que
arden,/ y yo no quiero hablar de los reinos donde está encendida
siempre/ la lengua de mi madre,/ yo quiero hablar como habla el
manzano,/ preciar un labio más
que oír el relámpago/ y en la
algarabía de la música saber la estrofa de los vientres/ como un
parlamento conocido.”
"LA ROSA DEL MUNDO"
por Ramón Riquelme
en La Discusión, miercoles 11 de junio de
1997
Javier
Bello nos entrega su tercer libro: "La rosa del mundo",
Colección Entre Mares, LOM Ediciones, Santiago de Chile 1996.
Fotografía del autor de Carlos Anwandter. Portada con una pintura al
Óleo llamada "árboles" de Pablo Chiunminatto. Conocí a Javier Bello en
un encuentro de escritores en el Concepción de hace diez años. Era un
tiempo de climas muy enrarecidos, con palabras y escrituras
cifradas.
Entonces nos entregó su primer texto: "La noche
venenosa", palabra depurada en su concepción formal que oscilaba
entre el descubrimiento del universo cotidiano y la certeza del hombre
viviendo entre el acatamiento a la norma convencional o su ruptura.
Dos años después nos daría a conocer: "La huella del olvido",
obra construida con los elementos estéticos provenientes de las
lecturas de los poetas contemporáneos Jorge Guillén, Luis Cernuda,
Octavio Paz y Gonzalo Rojas.
Con todo, su oficio de joven
escritor era poderoso, inteligente, con los sentidos abiertos a un
mundo cuyo norte es la eterna representación de gestos externos que
esconden en esencia la dramaticidad existencial del hombre de hoy. Era
la voz más relevante de su generación, que deseaba continuar la
sostenida línea de nuestra insular lírica. "La rosa del mundo",
nos entrega el trabajo de un poeta en plena madurez, con los pies en
la tierra, en el desciframiento de un idioma que lo instala
definitivamente en nuestra poesía. El lenguaje por él usado busca los
laberintos de la memoria para reconocerse en los juegos, dolores y
certezas de una realidad que el autor conoce muy bien desde siempre.