..... "Discutir la naturaleza y el
significado de la obscenidad es casi tan difícil como hablar con
Dios", escribió alguna vez Henry Miller, quien tenía por qué saberlo.
Aún en los países anglosajones, que siempre han tenido la obsesiva
preocupación de fijar estatutos para lo obsceno, se da frecuentemente
el caso de que tales estatutos prohíban la obscenidad pero no la
definan. Según testimonio de Huntington Cairs (La libertad de
expresión en literatura) "ninguno de los estatutos define la
palabra obscenidad y hay por lo tanto un ancho margen de discreción
respecto del significado que se le debe atribuir al
término."
..... Esta discrecionalidad es justamente el
peligro, ya que todo lo confía a la inteligencia, sensibilidad y
amplitud de los censores, profesión esta en la que no suelen abundar
los dos dedos de frente. El origen etimológico de la palabra
pornografía (del griego "porne", o sea, prostituta, y "graphe", o sea,
descripción) justifica ampliamente la primera acepción del Diccionario
de la Real Academia Española: "Tratado acerca de la prostitución".
Pero ¿cuántas obras acusadas de pornográficas, caben dentro de esa
acepción? Probablemente, ninguna. La segunda acepción dice: "Carácter
obsceno de obras literarias o artísticas". Lo peligroso es fijar la
frontera, ese movedizo límite donde termina presumiblemente lo
artístico y empieza (no menos presumiblemente) lo obsceno.
..... Las acusaciones de obscenidad (y, por
ende, de pornografía) han alcanzado a autores de todos los tiempos,
climas y lugares, y casi nunca apuntan a los auténticos pornógrafos,
especie que, por supuesto, existe, aunque raras veces sea molestada
por los censores. Estos han preferido ocuparse, a través de los
siglos, de pornógrafos tan apócrifos como Platón, Aristófanes,
Aretino, Cátulo, Ovidio, Rabelais, Shakespeare, Pepys, Mark Twain,
Swinburne, Baudelaire, Shaw, Frank Harris, Lawrence, Joyce, Henry
Miller. Claro que, con el tiempo, el arte triunfa sobre la censura.
Los sonetos de Aretino estuvieron prohibidos durante cuatrocientos
años; hoy representan un mero capítulo de la literatura clásica. En
1857 se siguió un proceso a Las flores del mal, pero hoy la
obra de Baudelaire figura hasta en los programas para alumnos
liceanos. (...)
..... Quizás valdría la pena preguntarse por
qué ciertas obras de arte, acusadas inicialmente de pornografía, son
finalmente aceptadas en su verdadero valor. ¿Qué significado tiene
semejante transición? ¿Pasajes que son obscenos para una determinada
época y moralmente admisibles para otras? ¿O será simplemente que la
franqueza erótica viene en algunos libros unida a otras franquezas
(sociales, políticas), y son estas, aunque resulte más elegante no
mencionarlas, las que provocan el verdadero escozor? Traten o no temas
eróticos, los escritores suelen oponerse a la censura moral , ya que
siempre es previsible que ese tipo de vigilancia se extienda
fácilmente a otros rubros. (...) Con todo, resulta muy útil recordar
una indicación que hiciera llegar Baudelaire a su abogada (...), quien
lo defendió ante la 6ª Cámara Correccional con motivo del proceso de
Las flores del mal: "El libro debe ser juzgado en su
conjunto, y entonces surgirá de él una terrible moralidad". Estas tres
palabras "en su conjunto", están indicando una posible norma. Por eso
la mayoría de los autores que más arriba menciono están incorporados a
la literatura universal, pese a todas las citas aparentemente obscenas
que puedan extraerse de sus obras. Sucedió tan solo que el
conjunto no era obsceno. Cuando Theodor Schroeder
sostiene que "la obscenidad no está en ningún libro ni representación,
sino que es una cualidad de la mente que lee o mira"(...) está
sentando un precepto que ya comparecería en San Pablo, quien en su
Epístola a los Romanos (cap. 14, vers. 14) dice: "Yo sé, y estoy
seguro en el Señor Jesús, ninguna cosa es inmunda de por sí, solamente
lo es para quien la considera inmunda."
Mario
Benedetti
en Sobre Artes y Oficios.
Editorial Alfa
Montevideo, Uruguay.
1968
(texto abreviado)