Luchamos por todo en las calles, las mujeres, los
estudiantes, artistas, poetas y curas, hasta algunas monjas también.
Pobladores de los márgenes de una capital Santiago, que tenía sus aires
libertarios no contaminados aún con el capital, sin computadores, (me
refiero a los 80.s), que crecía con villas y más villas hacia las
afueras.
Una de esas noches de copete
y de pitos, - no se asomaba la droga del éxito todavía, - vivíamos en
los brazos de Morfeo soñando, entre las piernas de Baco embriagados,
epicúreos locales caminamos noche a noche por el legendario barucho
"Jake Matte", donde según "La Perestroika" en el subterráneo tramaban
sus fechorías los pistoleros de la CNI. De un lugar a otro pisamos por
"El Castillo" o veíamos las cintas prohibidas en el cine "Normandie".
Luego a Bellavista a tirarle piedras a los bizarros del orden para
llegar al bar más bello y más sucio y hediondo del "Venezia".
¡Ah! mi
plaza Italia, y la de todos, qué peleas con las fuerzas especiales de
los carabineros, qué piedrazos al zorrillo. Con qué placer escuché las
notas de Violeta Parra, a través de Nino García, (Q.E.P.D.) en una de
esas protestas, notas como si nos transportaran al edén, mientras el
infierno de golpes de mulatas rezonaban en las espaldas de los
estudiantes del mítico "piedragógico".
No pienses que la nostalgia
nos embarga, todo lo contrario, es la recuperación de cierto saludable
excepticismo que ya se había incubado en nosotros. Digo nosotros, que ya
no sé quiénes somos nosotros, después de hablar de poesía, de fin de
siglo; memoria revoltosa, que no desea olvidar, porque debajo de
nuestras pisadas había un muerto y nosotros éramos sus fantasmas. Nos
rehabilitábanos en las noches. Salir, dar una vuelta, escuchar la radio
Cooperativa, anunciando las bajas en las protestas del día.
Parábamos en la Sech, en el subterráneo de la López Velarde, otro
día en una huelga de hambre, leyendo textos alusivos y elusivos.
Escamoteando las veredas y ciertos recovecos del viejo Santiago, pisando
lento, mirando de reojo recogiéndo algún volante anunciando la
exposición de pintores, alguna obra de teatro, algún grupo de jazz, o
algún naciente grupo de rock.
Así llegamos a la "La Maldita
Zorra", que quedaba ubicada en el viejo barrio cívico de Santiago;
barrio del cronista Joaquín Edwards Bello, antes de llegar a Velásquez,
acompañada de los poetas malditos, entrecomillas, porque de malditos no
queda nada ni nadie por culpa del mercado, el neoliberalismo, el
individualismo, cualquier cosa.
Jesús Sepúlveda, había
escrito un notable poema, "Lugar de origen" del barrio alrededor de la
plaza Drogotá. El poeta Jesús venía del mítico Liceo Manuel de Salas,
donde había estudiado toda la superestructura del MIR, antes del golpe
militar, y después cayó en manos del director desalmado, que según un
medio de comunicación, había sido el encapuchado del Estadio Nacional.
Jesús
tiene un hermano, y la relación entre ellos dos tenía un parecido con la
gloriosa película que vimos en el cine Normandie, "La ley de la calle".
Jesús Sepúlveda, estuvo cercano al Frente Manuel Rodriguez, en ese
preciso momento que versos, violencia y muerte, se juntaba en cualquier
calle, en cualquier vecindario, en cualquier exposición.
Alvaro
Leiva, estaba con ganas de irse a Miami, y decía que no sólo los gusanos
cubanos tenían derecho de llegar a Miami, también un disidente de
Pinochet debería colocar una bandera de la libertad en las calientes
aguas del caribe. Alvaro era yunta de Jesús enérgitos y eléctricos,
hacían un buen duo para la ocasión.
Guillermo Valenzuela, uno de
los mejores exponentes de la poesía actual, ya lucía un paladar
exquisito, iniciándose con muy buenos manjares ya en aquella época. "El
Húsar de la Muerte" su último libro ha deleitado la vieja y pequeña mesa
literaria nacional. Guillermo Valenzuela, sabe cortar un buen tajo con
la lengua.
Luego estaba el irlándes mañoso, quién hacia poco se había
allegado por estos pagos Santiaguinos.
Llegamos al fin a ver la
exposición de arte en "La maldita Zorra", ya el nombre me produjo una
extraña sensación, el nombre era desafiante sin duda.
La casa
era de esas hermosas casas de barrio antiguo, con un gran hall,
corredores y piezas grandes con maderas añosas por sus huellas que han
calcado su itinerario.
Carlos Bogñi su dueño, gran
anfitrión, nos mostró sus trabajos que tenían un carácter de afiche
publicitario, publicidad en la que aparecía a todo color la gracia de la
burguesía, el color de la burguesía, rubios, turquezas, cuerpos de niñas
barbie, es decir, como páginas sociales del Mercurio en Domingos.
Los
primeros diálogos eran de buenas costumbres, el pisco sour, sabroso,
Carlos Altamirano, lejano, como si no estuviera, la Nelly Richard y la
Rita Ferrer, apostadas en un ángulo detrás de un soporte de madera
conversaban excitadísimas sobre la exposición.
Carlos Bogñi, sacó unas copas
antiguas de su abuela, copas de la ira, porque no sé cómo, el tono frío
pero agradable de una exposición casera, pasó a una trifulca de west
side. De un segundo a otro, volaron los cuadros de la pared, las puertas
y los vidrios. Del kun fu a la lucha libre, patadas en las narices
teñían de sangre las paredes blancas de la exposición de pintura, -
mientras la pancha (Francisco Casas) - como la puerta de entrada había
volado, estaba sentada en el capó de un auto con una de las copas
antiguas de Carlos Bogñi, y miraba fascinada cómo se teñía de rojo y de
negro las paredes con patas marciales. Ella, miraba desde afuera cuando
el Jesús sacaba un larguero del rincón de la pared y bailaba como un
africano con el "linchaco" en sus dos manos con el colorín pintor,
mientras ululaban las sirenas de la policía que los paisanos del bar El
Hoyo habían llamado y mirado con envidia, porque la acción estaba en la
"Maldita Zorra".
Terminó la sabrosa gresca
rápidamente con los futuros noveles magullados como gatos de barrio,
machos heridos de barrios viejos. Vi al joven laurel que sangraba
copiosamente después de hundir el dedo gordo en los vidrios de la
mampara de Carlos Bogñi.
Al otro día volvimos a las
calles merodeando, si ir al Troley, para ver un grupo pop "Los Pinochets
Boys", o ir al "Matucana" de Lloret a saludar a Enrique Lihn con Miguel
Vicuña, quiénes estaban haciéndo una performance y estarían las siempre
codiciadas de "Las panteras negras"
En ese entonces, creo que
hubo una lucha de clases en "La Maldita Zorra" la lucha de clases que se
dio en el país. Existe otra posibilidad, nos habíamos odiado
tanto.
Martes, 19 de Febrero de 2002