Jugando pimpón con Henry
Miller
Claudio Bertoni
en Las Ultimas
Noticias
Jueves 20 de febrero de 2003
...
Henry Miller ya no me interesa (en realidad, hace un montón de tiempo
que no me interesa). Sin embargo, a los 20
años me interesaba mucho. C., mi polola de esa época, llegó a ser tan
adicta al autor de “Trópico de Cáncer”, que andaba con
unas pequeñas tizas de colores escribiendo por todas partes “Lea a
Henry Miller”. Yo abandoné la universidad por su culpa y me lancé
suicidamente a una vida de la que a veces me arrepiento y a veces no.
“Ganarse la vida es perderla”, decía Miller.
... En
1969 llegué a Miami todo transpirado y con fiebre a juntarme con C.
Pasé la noche en un parque mirando un puente que se abría y se cerraba
para dejar pasar unos barcos bajo la luna, y al otro día tomé un bus
Greyhound rumbo a Indiana, que es donde me encontraría con mi amada.
En el bus iba un tipo al que le faltaba un brazo y que estaba tan
drogado que subieron dos policías enormes con unos revólveres de este
porte y cacha plateada y se lo llevaron. Lo arrastraron por el pasillo
y lo bajaron. Conversé mucho con una mujer negra y flaca que llevaba
todas sus pertenencias en una bolsita de supermercado muy pero muy
arrugada. Era de Atlanta y su hija era una deliciosa negrita en
pañales que la besaba.
... Al llegar
a Indiana y abrazar a mi polola me salió sangre de narices y le manché
la bata de levantarse estilo kimono con la que andaba a esas horas de
la mañana. Dos días después estábamos en Nueva York durmiendo desnudos
bajo una frazada desnuda y sobre un colchón también desnudo, en la
casa de Douglas, un amigo negro. La tina de baño estaba en el
living-comedor, y todas las noches Douglas tocaba una guitarra y
cantaba mientras yo miraba el pecho de C. bajo la luz de la luna, que
en realidad era la luz de un enorme foco que había al lado de afuera
de la ventana.
...
Luego partimos rumbo a San Francisco, otra vez en un bus Greyhound.
Nos demoramos tres días en llegar, durmiendo poco y comiendo menos. En
Los Ángeles pasamos a ver a una tía suya que vivía con una amiga
pintora a la que yo había conocido en Concón, la que a su vez vivía
con un saxofonista muy malo y gringo y dueño de la casa en la que al
fin pudimos dormir un poco y también comer.
... Fue
entonces cuando a mi polola se le ocurrió ir a ver a Henry Miller (nos
habíamos escrito con él y sabíamos que vivía en Pacífico Palisades,
Los Ángeles, California). Lo llamó por teléfono y quedamos de ir a
verlo mañana en la tarde, porque pasado mañana partía a Europa, donde
su esposa y ex cantante de cabaret filipina lo esperaba. No voy a
contar toda la visita porque no queda espacio, pero jugamos pimpón y
me ganó. Tenía una pieza llena de libros suyos y de volúmenes del
“Diario” de Anaïs Nin, y nos llevamos todos los que pudimos y
no le pedimos que los firmara y yo creo que se sorprendió.
...
Después nos mostró la casa. Recuerdo el retrato de un sabio anónimo
chino (nos dijo que era su gurú), un póster de Ho Chi Minh frente al
cual juntó las manos en signo de respeto y varias fotografías de
prostitutas vietnamitas desnudas muy bonitas. También había
dedicatorias y autógrafos de visitantes famosos en las murallas. Pero
lo que más recuerdo es el recorte de un diario chileno que decía:
“Alguien anda por Santiago escribiendo con tizas de colores ‘Lea a
Henry Miller’ ”. Nos miramos con C. y nos reímos. Se lo contamos a
Miller y nos reímos los tres.
imagen: "Toi et Moi", pintura de Henry
Miller