BERTONI EN
EL JARDÍN
por
Alejandra Costamagna
Claudio
Bertoni vive solo en un pueblo junto al mar, compra el pan por las
mañanas, no gasta en bencina ni en tarjetas de crédito, no paga cuotas
mensuales de nada, se alimenta con moderación, no
bebe alcohol ni fuma cigarrillos (casi) y, de hallarse en la Roma
antigua, seguro que la dicha lo llevaría a reposar lejos de
ocupaciones, como la primitiva raza de los mortales, libre de toda
usura, recolectando los frutos de su jardín con la prudencia del
sabio. Bertoni tiene hoy la exacta edad que tenía Horacio al morir y
sabe, como el poeta romano, que la vida es breve y que mientras habla
se le está escapando, envidioso, un trozo de vida. Quizás por eso su
diálogo con los clásicos sea tan fecundo y delicado. Quizás por eso
también su mirada en el presente asome tan resuelta. Bertoni da el
mínimo crédito al porvenir y observa el mundo con el mismo gesto con
que otros tragan aire, como si sus ojos fueran dos pulmones
voraces.
..... El tiempo, la vida, el
amor, los afectos: todo se acaba. Sólo quedan, para consuelo de
consuelos, las mujeres. La cabeza del poeta las retiene infinitamente
y gracias a eso respira. Pero los efectos del Ravotril a veces son más
fuertes y por las mañanas lo extravían en sus ecos trillados. Entonces
Bertoni se busca en todos los rincones posibles: en la agüita de
menta, en las manos gastadas de la cajera del almacén, en el retrato
de esa primera mujer, la que no sabía gritar, en las imagenes difusas
de nalgas y calzones, hasta en sus cunetas de infancia se busca
exhausto. Que alguien me salve, murmura, aúlla, y milagrosamente
aparecen un cuellito, una orejita, una guatita, una tetita ("es que si
no usamos el diminutivo ahora / que estamos vivitos y coleando unos /
y vivitos y culiando los más afortunados / (...) ¿¡cuándo!?), un
pedacito de mujer que siempre termina por salvarlo. Bertoni le habla a
la grabadora de bolsillo y deposita sus disquisiciones y soliloquios
internos. Así va armando este libro: con la intemperancia de los
enamorados y la diligencia de los espías.
.....
Jóvenes buenas mozas registra los devotos ejercicios de
observación practicados durante los últimos años por el autor de El
cansador intrabajable. Mirar como un oficio, como el de vivir, como su
manía, con la vertiginosa conciencia de la fugacidad. Se trata de una
serie de textos protagonizados irrestrictamente por muchachas vistas y
seguidas en la calle. Chicas de quince, de veinte o de cuarenta
(aunque, seamos sinceros, el peak de Bertoni está en el jumper de
dieciséis). En estos escritos figuran -con carácter epigramático en la
mayoría de los casos- colegialas, universitarias, ciudadanas comunes y
corrientes, las tres Marías, una chilena morena y borrosa, las tres
Gracias, una rubia en el Metro quitándose el suéter, chiquillas
piadosas, huesuditas inalcanzables, minifaldas, pezones, mejillas
pudorosas, culos malos, culos distantes, culos lejanos, culos altos,
culos tiernos, culos interiores, culos peludos, culos redondos (culos
cual molinos de creacionista) y un observador eternamente
conmovido.
..... El protagonista de
estos poemas es, claro está, un adicto a la belleza de las mujeres.
Pero lo bello aquí admite erratas, porque la hermosura puede brotar de
cualquier rincón. El canon de la perfección acá no corre. "estoy /
harto de/ todas esas/ negras de todas/ esas rubias de todas/ esas
mulatas enfermas de/ maquilladas de los videoclips./ ¡Moviéndose/ como
si murieran!", alega en "Madera sin tallar". El empacho, sin embargo,
no dura demasiado. Bertoni se vale entonces de la piel de estas buenas
mozas para gritar su deseo en silencio: "se sientan/ en los asientos
de atrás/ como si fueran diosas/ y apenas son hijas/ del huevón que va
manejando", postula en el texto que da título al libro. Y luego
suscribe casi con rabia en "Inocente": "cree que su polerita blanca es
inocente/ cree que sus blullines son inocentes/ cree que su
caminadita/ con el cuellito estirado/ con los hombros echaditos para
atrás/ y con el culito parado/ ¡son inocentes! / Ella misma/ -la muy
inocente-/ Se cree inocente".
..... Hay
un efecto perturbador en el gesto de Bertoni. Porque el autor no
abandona completamente la perspectiva dolorosa que ha marcado su
escritura. El goce de Jóvenes buenas mozas viene, como en otras
ocasiones, hermanado con esa soledad tan triste que es la ausencia.
Todo se pierde, todo acaba, todo muere. Desde su orilla reglamentaria,
el desasosiego urde sus muecas y advierte que esto es sólo una tregua.
"Nadie con quien compartir/ esta hermosa mañana./ En vez de llorar de
gusto/ dan ganas de llorar de pena", es la sentencia de "Eremita". La
soledad y la ternura permanecen como péndulos atávicos en Bertoni y
estos nuevos textos así lo reflejan: el poeta parece adorar tanto a
las mujeres como su vida retirada. "Un hecho no triste y sin embargo
casto", diría el latino Marcial en el extremo.
..... "Hasta donde sé, Bertoni es una especie de
hippie que vive a orillas del mar recolectando conchas y cochayuyos",
escribe Roberto Bolaño en un cuento de su libro "Putas asesinas". Y
aunque Bertoni nunca ha recogido un cochayuyo en su vida, la imagen
del individuo en retiro no es del todo incierta. Seguro que de vez en
cuando el poeta vislumbra alguna conchita en la playa y la lleva a su
jardín de las delicias para escuchar las olas entre sus paredes. O
para no estar tan solo. O quizás para estar solo, justamente. Porque
él sabe bien que la soledad es más antigua que nosotros y porque sólo
desde la soledad, amparado en sus epifanías interiores, puede liberar
sus estoicos arrebatos circunstanciales: "debo irme de lo húmedo/ no
quiero lamer una concha más en la vida/ no quiero tener ni siquiera
lengua/ no quiero chupar a nadie más nunca/ Y no es por nada/ se trata
simplemente de no mojarse de nuevo/ de no humedecerse de nuevo/ de no
ser una cloaca de bofes jugosos de nuevo", juega a zanjar en "Debo
irme".
..... Jóvenes buenas mozas
es un libro de poemas. Pero es, como las anteriores creaciones del
autor, una ventana abierta. Claudio Bertoni, uno de los poetas más
hondos, confesionales e intensos de su generación, invita a los
lectores, desde su codiciado e irrenunciable retiro, a contemplar el
vértigo y el trance de quien tiene nociones de la belleza y del amor
soberanamente claras y hoy viene a imponer sus peculiares condiciones:
"Yo aceptaría el amor si fuera algo derecho y delgado, algo vertical y
ascendente. Y seco, sobretodo seco. / Y por supuesto mudo".
Este texto
sirve de prólogo al libro de Claudio Bertoni Jóvenes buenas mozas,
publicado por Editorial Cuarto Propio.
en
Libros&Lectores Nº1 Enero Marzo 2003