¿Poeta? ¿Fotógrafo? Bah, un
hombre preguntón que se ríe y se agobia mientras discurre por el
budismo zen, los beatniks, su patiperreada vida y los culos anónimos
de las minas que transitan por las calles. Cosas que se mezclan en su
cabeza, lo trastornan y lo llevan a tomar una grabadora, declamar,
cantar o quién sabe qué demonios para luego transcribir todas esas
sensaciones en su vieja máquina de escribir.
Gabriel Agosin O.
Someter a Claudio Bertoni al rigor de una entrevista,
con preguntas enmarcadas dentro de una lógica determinada y distante
de una azarosa y trivial conversación, sería una estupidez.
"¿Te va a servir esto que estamos hablando?", me dice medio
confundido por dejar que las palabras fluyan libres y no en un plano
inquisidor. Con tipos como Bertoni, vale decir, con tipos rebosantes
de ideas relacionadas lúdicamente, es mejor dejarse llevar por
cualquier cosa, cualquiera, menos por la planificación, quizás la
única palabra que no conjuga en ningún tiempo este ser tan atípico que
vive solo en Concón, que se ganó una Beca Guggenheim por sus
fotografías siendo que él no sabe revelar, que obtuvo el Premio en
Poesía del Consejo Nacional del Libro y la Lectura en 1997, que tiene
56 años, que es "enfermo de caliente" como se considera y que vive
atormentado por el miedo que sus constantes dolores de cabeza escondan
un tumor "del porte de una pelota de béisbol".
Cuando nos
juntamos, los pasos nos llevaron al Café Colonia del centro de
Santiago. Y no porque fuera bonito o el café más rico. Nada de eso,
sino porque tenía la esperanza de encontrar a una mujer "exquisita"
que se le acercó allí hace dos semanas, le pasó un papelito y él,
torpemente, se fue algo asustado. Tras leer el mensaje, decidió
volver, pero ya no estaba.
"Lo único que te pido es que por
favor digas que quedé loco y que si no me atreví a acercarme al tiro
es porque soy hueón. Mira, sólo diré que su nombre empieza con
V y que si lee esto, que por favor se comunique conmigo", solicita.
Así es él. Preocupado principalmente por las mujeres. Tanto es
así, que casi todas las cosas que ha emprendido, como la fotografía,
tienen su impulso inicial en alguna fémina que lo arrastra hacia algún
nuevo rumbo. "Para mí la fotografía o la escritura surgieron por una
cuestión de necesidad. Con las fotos, por ejemplo, partí porque estaba
con una mina –años '60- que tenía un culo y un cuerpo... y como dicen
los chinos, una imagen vale más que mil palabras. Y eso, había que
perpetuarlo de alguna manera". La tiene clara el hombre, ¿no?
El paleteo con Miller y la
influencia de los beatniks
"Nunca había ido a un mall. Fui
hace poco a uno y lo encontré increíble: tanta chaqueta, tantos
zapatos, pero pa qué necesitai tanto zapatos sí con dos te basta. Hay
algo que te sacia y que evidentemente no son las zapatos. Y eso tiene
que ver con la poesía, con el amor y con Dios, no, por supuesto, el
judeocristiano".
"Yo escribo como hablo. Tení, por otro lado a gallos
como Mallarmé que le tienen miedo a la página en blanco y tienen todo
un rollo mucho más intelectualizado, si quieres llamarlo así. Pero en
mi caso, jamás me acercado a una hoja sin tener nada que escribir. Es
como ir al baño sin ganas de cagar. Escribo porque tengo necesidad de
decir lo que me pasa".
Jamás lo olvidaré
dejaste que te
comprara sostenes calzones y una escobilla para el
pelo además de invitarte a almorzar al Naturista y
como si eso fuera poco a la salida me pediste una crema
humedecedora para estar suavecita para el hijo de puta
que te correría mano ese mismo día a las seis de la tarde.
|
Cuando escribe se desnuda por completo. No deja, a
veces, nada siquiera a la imaginación, lo que según él no le quita su
intimidad ni sus secretos. "¿En nombre de qué me estoy haciendo el
choro y quedándome callado?".
"Me es ajeno todo ese embrollo
teórico y conceptual que intenta describir como se escribe y qué sé
yo. Aún cuando me parece que está bien, yo he funcionado de otra
forma. En mí siempre están primero las ganas de decir algo, hacerlo y
recién después me echo para atrás y pienso en lo que escribí", cuenta.
Bertoni empezó a leer con intensidad a los 16 años. "A esa
edad andaba en la calle jugando pichanga, tratando de agarrarle el
culo a una mina". Un año más tarde, estando en el colegio, se fue de
intercambio a Estados Unidos, viaje en el que "me fui uno y volví
otro".
Estuvo en Denver, en donde descubrió a los beatniks,
generación literaria integrada por Kerouac, Cassady y Ginsberg,
quienes se propusieron de modo radical llenar la vida de poesía o, si
se prefiere, de hacer de cada instante, por banal que parezca, un
acontecimiento digno de celebrar y admirar.
Lo curioso, es que
a diferencia de ellos, Bertoni ha llevado una vida asceta. "Tengo
puros amigos drogadictos, me gusta mucho Bukowsky, pero se esconde el
sol y yo me meto a la cama".
El único vicio que lo tiene
perdido y gravemente enfermo (de mirón), son las mujeres. No toma y
fuma muy poco. ¿Drogas?, nada de nada. Ni antes ni ahora.
"Por
esa época leí un libro que me afectó mucho: la antología de poesía
surrealista de Aldo Pellegrini. El prólogo transmite un espíritu que
insta a llenar de vida, como señalaba Rimbaud, de poesía. Y si uno
piensa, los beatniks son una materialización de eso. Además son todos
poetas que no salieron de la universidad y de ahí aparecen tipos con
Ginsberg, que le dice a todo el mundo que anda chupando picos. Lo suyo
es la calle y el lenguaje de la calle, que es su vida", reflexiona.
Volvamos a su historia. Poco tiempo después, y ya de regreso
en Chile, tomó la decisión de abandonar para siempre sus estudios
universitarios. "Un profesor me pidió que cerrara la puerta de la sala
para comenzar la clase. Caballerosamente, me ofrecí para hacerlo. Me
levanté y por supuesto que la cerré, pero por fuera".
Nunca
más volvió a pisar un campus universitario e inició un periplo que lo
llevó a Estados Unidos. Estando en California, se contactó con Henry
Miller, escritor que admira muchísimo. Jugaron hasta un partido de
ping pong. Lo perdió, pero ganó en otras cosas con él.
"Miller
era un militante del no trabajo. Inspirado en esa consigna, mi primer
libro lo titulé El trabajador intrabajable. Es decir, cualquier
hueá menos trabajar. Pero era un pendejo que no cachaba nada.
Si yo hubiera sido mi papá, me habría dicho "oye hueón, has lo
que querai, ¡pero piensa!".
Esa actitud "suicida" como la
llama, lo instaló a Europa. "Llevaba, desde el punto de vista
material, una vida arriesgadísima. Cuando ahora pienso en cómo vivía
en esa época, me da diarrea. ¡Cómo me atreví!".
"Volverte
loco es el peor castigo que te puede pasar"
Desde hace ya largo tiempo vive aislado en Concón.
Ciertamente, le carga el mundillo literario. "No me gusta el
hueveo, ni el lujo, ni el brillo, ni el show. No me agrada, no
me agrada, no me agrada".
Prefiere recoger zapatos
abandonados, lo que lo ha llevado a tener una "exclusiva colección" de
casi dos mil zapatos viejos y retorcidos, algunos de los cuales espera
mostrar en una exposición que tiene pensado para dentro de un mes en
Viña del Mar.
Un tema que lo persigue, como una fijación, es
el del hijo que no ha tenido. Sabe que ese ha sido la piedra de tope
que ha tenido con sus parejas -siempre muy menores que él, por lo
demás-:
"Yo también quiero tener uno y esa es la contradicción
maldita. No soy hipócrita, porque si bien puedo vivir en una pieza
echado toda mi vida -no requiero ropa y vivo con muy poca plata-, por
otra parte necesito la ternura y el sexo que se tiene con una pareja".
Saca un cigarrillo que está sobre la mesa para relajarse un
poco y se confiesa:
"Te voy a contar algo que tiene que ver
con todo esto y pa' que cachí en dónde estoy. Hace como tres
años atrás tuve un golpe síquico súper fuerte que me cambió la
película radicalmente. Estuve tres noches sin dormir y en un estado
terrible. Creo que todo eso fue como una explosión que tiene que ver
con mi soledad, con el hecho de haber postergado algo en mí durante
años y años que tiene que ver con la ternura, con el calor, con el
hogar, en el sentido profundo de la palabra hogar, que es estar en una
cueva con tu mina, los cabros chicos y unos animales".
Le
tiene miedo a la locura, quizás porque ha estado demasiado cerca de
ella. Lo seduce, lo intimida, pero está dispuesto a pelear con todo en
contra de ella. La crisis nerviosa que lo turbó, lo zamarreó con
fuerza y le hizo ver que el paraíso es algo tan simple, tan sencillo
como estar bien consigo mismo y con los demás.
"Volverte loco
es el peor castigo que te puede pasar. Se produce una percepción de la
realidad que es, cuando menos, intolerable. Y si no toleras algo,
tení que terminar y la única manera es matarte. Pero yo sé
ahora, después de todo lo que me ha pasado, que no me quiero morir, sé
que no me quiero matar, pero es una lucha. No le tengo miedo a la
muerte, le tengo miedo al dolor".
El "modus
operandi" en su creación
"Para mí lo máximo es un hueón como Diógenes que
vivía en un macetero y que cuando Alejandro Magno le dijo que pidiera
lo que quisiera, le exigió que se hiciera un lado porque le estaba
tapando el sol. Esa es mi idea de un tipo
valioso".
Claudio ya casi no escribe. O para ser más preciso, lo
que hace es grabar sus poemas. Anda con una grabadora para todos lados
porque "el pensamiento es algo tan vertiginoso y la mano es muy
lenta".
Esa técnica se la copió a Ginsberg, del que piensa que
"su poesía es como una enorme cama desarmada y tibia donde te puedes
echar a descansar". El resultado es que su obra se ha "sextuplicado,
pero la lata es que casi no he transcrito". Lo suyo es muy similar a
la escritura automática practicada por Breton y compañía, aunque lo de
él se diferencia en ser no una expresión del inconsciente, sino más
bien realista.
"Salen una cantidad de cosas que ni me había
imaginado que tenía dentro. Además, he funcionado de tal manera que me
corregido en el instante. Ahora, con más práctica, me salen solos los
poemas o lo que sea, ya que lo que escribo es muy sonoro", explica.
Uno pensaría que es obvio entonces que su próximo libro, que
saldrá publicado en junio o julio, tenga incluido un CD con su voz.
Pero no. ¿Por qué?, Por una razón bastante sencilla:
"Me
cuesta tanto materializar las ideas que tengo. La multiplicidad de
cosas me agobia. No tengo las energías para hacer instalaciones, a
pesar que tengo cuadernos y cuadernos con ideas locas", confiesa.
También pinta acuarelas, técnica que le acomoda porque "es
transparente, rápida, liviana, y además tiene una serie de condiciones
'espirituales' que me dan ánimo".
Pero junto con la poesía, su
gran pasión es la fotografía. Ha expuesto en muchas ocasiones y en
distintos países en el mundo. En 1997 montó una muestra en el Museo
Nacional de Bellas Artes y sus desnudos están en un libro de antología
de Gonzalo Rojas.
Ganó la beca Guggenheim sin saber siquiera
cómo revelar fotos. El sentido práctico, como en casi todo lo suyo,
está ausente. "Es que mi vida está llena de estupideces. Nunca he
hecho una cosa buena en mi vida".
Por timidez, también, saca
fotos a la altura de la cintura mientras transita por la calle porque
le da vergüenza ser descubierto. Otro gesto que para algunos pasa por
una excentricidad, cuando su origen es justamente lo contrario.
De lo
humano y lo divino
Como el mismo reconoce, habla hasta por los codos este
Bertoni. Y hace una cantidad de asociaciones que resultan increíbles.
Pasa del budismo zen a la física cuántica como quien hace zapping.
"Lo que me gusta del budismo es que no es una religión y no
está el concepto de verdad develada. Tampoco hay un Dios y no creen en
el alma, porque la transmigración de las almas que ellos hablan no es
la cristiana, sino el producto del análisis racional de un ser humano
inteligente y sensible", dice.
"Te debe incomodar la
metafísica y el platonismo", le pregunto esperando un sí, el que es
reemplazo por una nueva vuelta a la tuerca:
"No
necesariamente. Hay cosas que me encantan. ¿Sabes lo que pasa? Es que
es muy difícil darse cuenta a no ser que estudies mucho algo. Ahora es
posible que con la física cuántica, con lo poco que cacho, que la
realidad se parezca más a la interpretación idealista que a la
concepción materialista que tuvieron pensadores como Demócrito.
Incluso, es posible que la materia no exista", responde.
Todas
estas ideas lo hacen sentirse "agobiado. Es algo tan abrumador para
alguien sensible y tan excitante a la vez... La pregunta es demasiado
inquietante, infinita y tan conmovedora, que podríamos pasarnos la
vida hablando de esto".
Pero que viva solo y tenga una
imaginación tan volátil no significan que esté desconectado del mundo.
Es más, tiene una postura política que defiende y argumenta a sazón de
sus largas y extenuantes reflexiones.
"Yo nunca he pertenecido
al mundo de la política, pero me siento socialista. Nunca, en todo
caso, ha sido mi asunto. El mundo de ahora es muy
desencantante. En las elecciones voté por Lagos y jamás votaría
por Lavín. Son las cosas mínimas que van quedando, porque ya todo está
perdido. La única esperanza que tengo y creo practicar es tener una
acción ética a partir de la maravilla que es aparecer por la Tierra
aunque sea por dos segundos. Hacerle sentir eso al resto es un reto,
porque eso, cuando se entiende, no se olvida jamás",
concluye.
22 de Abril del 2002