DE
LA LEALTAD DEL ESPEJO (1993)
Vendrá, vendrá
el amor, -seguro laberinto-.
Descorriendo sombras, jarcias escarlatas,
como
julio mil espejos entreabiertos,
- dulces añicos de luz atrapados por
la brisa -.
Huele a sol. La calle, cómplice y ensimismada,
nos
conduce por los recodos verdes de la dicha.
Azul, demasiado azul en el lento
horizonte,
impulso de mar hacia los estambres de la noche.
La calle,
sabia; el paso confiado, sutilísimo,
hacia la ribera irresistible del
sueño
-celeste llave de luna y de cometa -.
Con vértigo
restaurado, pude leer su voz,
cerrado abanico, cercando al insomnio
en la
palidez oculta de unos brazos.
Unas manos que huelen a crepúsculos,
-
de nuevo el verde olvido de la noche -,
la oblicua soledad llena canastos ateridos,
la
oscuridad de todo gesto y sus meandros,
grietas en las ásperas flores
de la duda.
Con sus manos recorría la lluvia y sus acacias,
las
angostas colinas de la luz,
crucigramas sin destino en los rumores de su piel.
Con
cintura huérfana de frágiles bellezas
abrazó la herrumbre
de todos los silencios.
Salteador de eternidades, tus súbitos volcanes
perfilan
camino largo en versos y sortilegios,
hasta llegar al alba en las vísceras
de la ternura.
Inventa la tarde la fiesta convulsa de las
sombras.
En los charcos de luz taconea lascivo el tiempo.
Geometría
de sol. La calle, incensario de rumores,
-cómplice piel de granito que
flagelan tus pisadas-.
La hora es alta y rayada de serenos eslabones.
Te
vistes con la desnudez de todos los espejos,
sin más abrigo que un festín
de claridades.
Limpia de ligaduras, me arrojo por la escalera de tus ojos.
En
mis párpados madura un motín de encrucijadas.
DE
LA VIGILIA DEL TIEMPO (1996)
Después del tiempo de las
espadas
vuelvo a casa sin llaves, sin derrotas,
emerjo del agua que se enrosca
en mi frente,
sin anestesia local. Me invento otro dolor.
Nada es igual.
Ya no conozco el camino.
Y golpea la nostalgia con sus cuchillos secretos,
como desesperación celeste de un jaguar,
como maleta cerrada de
un viajero sin tiempo.
La verdad todavía es posible en las palabras,
Y
brotan mares que se bifurcan en mi carne cancelada.
No quiero oír la
ausencia,
ni tocar mi dolor abrasado por la huída.
Una mano es una
red de senderos que el abandono araña.
Súbitamente
huele a música.
Existe una cenefa oculta en la memoria,
un índice
oscuro que canta en la marea,
habitado de mediodías perdidos que retornan.
El
frío enciende otros rostros,
lejanos perfiles que se han ido.
En
la espesura del invierno
un jaguar ensaya una cauta espera,
nutricia desaparición
del presente,
un intermedio de versos ciegos que transitan
sin adioses íntimos
que el olvido enseña.
Enajenada madurez, instrumento del retorno
que
pulsa sonidos que en la piel tiemblan,
que murmura tiempo que se fuga en las
sombras,
como súbita floración sin fondo de una tristeza.
El
dolor escoge sus ciudades,
el asedio aplaca sus heridas,
el amor persigue
sus batallas.
En el feudo de tus manos,
-crisol de cenizas y llantos-,
perdura
el olvido y sus cautelas,
languidecen augurios delicados.
Dilapido ausencias,
transijo con la nada.
Pájaros lentos ofrecen su cuidado.
Dreno los
aljibes oscuros de la sed,
la oblicua noche del regreso,
las imposturas
del tiempo,
la quemazón de los retratos.
Te miraré otra
vez, en otra noche
de desamparado rasgo.
Se columpia sin prisa la ternura,
me
pruebo otra tristeza con la distancia de un presagio.
Un aroma
de sangre oceánica,
cereal de los tiempos sin lunas,
emerge como
la ley, como la selva,
como la piedra que crece en un vientre
y despierta
el futuro de la carne.
Cómo no sucumbir al deseo que perece
inmóvil
en la frente suplicante de los ángeles,
cómo no reconocer el
llanto vegetal del miedo,
cómo no derrotar al veneno aterido de la muerte.
Él
creía en héroes con gafas de espuma,
en mancos hidalgos que se
bebían toda la tristeza,
más profunda y lejana que los arrabales
del tiempo.
Él creía en notarios conformes y de eclecticismo
marítimo,
en las fases lunares de mujeres
que tiemblan ante retratos
y espejos,
pálidas de alcohol antiguo y desconsuelo,
aferradas a
las sumergidas acacias del recuerdo.
Bebía el soplo de una mitología
urbana,
aliento de romero y madreselva en los bolsillos,
y desde arriba
el silencio hacía transparente las calles.
Se agazapaba de la vida tras
una muralla de pánico,
extraviándose en el mar, cansado de sueños,
en busca de sirenas con cabelleras de cuarzo,
de piratas que secuestraban
descarriadas estrellas.
Resplandece lejana el agua en los pantanos de la
infancia.
(Madrid, 1939)
Sólo un bálsamo de
hiedra silencia esas manos destronadas de eternidad.
Los ojos de una niña
rubia y sola miran la furiosa sombra,
la amenaza inmóvil de una estrella
falsa
que surca inhabitable un cielo sin pájaros.
Madrid es una
ciénaga donde aúllan los obuses.
Los fusiles acorralan a las
flores,
son lenguas torrenciales de ira,
crepitantes tinieblas que sólo
odio encienden.
La niña olvida una lluvia de incendios en la ventana.
Acuna
a la muñeca fea de mirada trágica.
Un gato transparente invoca
en los tejados
a las aves que emigraron a un sur olvidado.
Ya no hay
duendes esquivos en la casa,
y la niña espía a una adolescente
estremecida,
a una madre borrosa que calla,
a un padre grande y fugaz,
al
aire negro que oprime la demencia de los sueños.
Taciturnas, las hadas,
se exilian a los archipiélagos de la luna.
El pulso del fuego levanta
lenguas de ira.
Se va la vida en un aire extraño,
pasará más
allá del desastre.
Las manos de la niña son muros de aire.
Todo
es ajeno en las cicatrices oscuras de la infancia.
DE
LA EPOPEYA DEL LABERINTO (2001)
Qué hay detrás
de tantas vidas perdidas
la nitidez del engaño,
el hielo oscuro
del infinito,
el terciopelo ausente de las caricias.
Raptada por el invierno,
qué
fiebre cultivaré con elevación.
Delfos sólo trajo la
mansedumbre,
el espejo encubierto por las montañas.
Necesito el reposo
de las tinieblas,
-el cielo cada vez está más alto-,
las lámparas
inquietas ribetean
las sombras familiares y sumisas.
Llevo un abrazo
olvidado en mi seno,
pero un crespón de cenizas abriga mis entrañas
Un
bosque de cuchillos ciñe un traje de novia.
Es la patria del fuego y
la ignominia
que habita en los suburbios calcáreos de la memoria.
Los
pájaros siempre son una despedida,
silente y pálida,
como
ciertos atardeceres en el mar.
Crece un muro con la lumbre del abandono,
con
las palabras del fango,
-tinta de la sangre o de la piedra-.
Las manos viven
dentro del espejo,
desatan sin asombros la crueldad del estigma
negro, de
mares de furia estéril.
El velo está roto y en silencio.
Los
puentes se extienden como tigres
en el ocaso.
Pálidos musgos y pianos
enredan un aire antiguo.
En la selva cantan los muslos tristes de una muchacha.
Hasta
el año décimo,
Héctor ha rehuido el campo abierto.
La
tregua
no ha llegado.
Las aves le miran con clemencia.
Los carros invocan
a los dioses,
augurando su final.
De isla a isla,
Héctor
suplica la derrota.
La hija de Teucro escruta
las vísceras de la
ciudad.
La batalla era el único horizonte
que le permitía
ver el mar.
Azul era la muerte, y las montañas,
las monedas, la rueca
de Andrómaca,
y las flechas perdidas de los encuentros.
Antes
de huir dijo:
Una muchacha hiere mejor
que todos los ejércitos
del mundo.
Noche ilimitada,
pródiga de luces
antiguas,
sombras titubeantes
fortaleza son de momentánea serenidad.
Una
galerna de lunas
se funde
en las piedras suaves de la Historia.
Permanece
una
extraña criatura esculpida
de ausencias y renuncias.
Invoco
con
demencia de espejo,
al menguante destino de las horas.
Desde aquí
aparecen
los muertos por la calle,
danzan con violines,
espías azules sin
palabras.
Voces viajeras,
sin tránsito en el sueño perdido,
surcan
el deseo secreto de los años,
ocultas en las torres lunares,
dulces
de humedades recónditas.
Y recorro sonámbula
las calles
de Edimburgo,
sumisa al dolor de otras épocas,
con mi maleta verde
gastada de nostalgia,
como un racimo de tinieblas.
Una
procesión de dudas ilumina mi oscuridad.
Había soñado
acabar
mi viaje aquí.
Has olvidado la nostalgia
acechando una
mirada,
una luna impasible
materia perpetua de la transparencia,
centinela
oficioso de la Historia.
He navegado a ciegas,
buscando oráculos
imprevistos
en los pliegues ignotos de las aguas.
Me transformo
en espiga
perpetua,
en papel hambriento,
en carne de ola, varada de cielos.
Héctor
tan
sólo es una muesca,
una pesadilla de espejos,
una falla morfológica,
una
palabra indeclinable.
Ausencia.
Le desnudaba tan despacio
que no podía
defenderse.
La ausencia quiere decir jamás,
un ilimitado silencio
bajo
cielos de niebla.
Era verdad todo lo que ferozmente se mintieron.
DE
LA PIEL DE LAS PALABRAS (2005)
Qué sabes, Verbo, de
mi cuerpo,
De la luz que arrojan
Las entrañas envueltas en espejos,
de
los ríos que llegan en los lienzos
de la noche, en los hilos
sin
nombre por las tristes
galerías de mis manos.
Qué sabes,
Verbo, de los días
Sin límite de ausencias,
De los caballos
heridos
Que se deslizan por los nombres.
Qué sabes, Verbo, si
llegas
Sin aviso ni concierto, si recorres
Mi piel sin sueño,
Y
desciendes
En el blanco callado de mi lecho.
Guardo, recóndito,
en mi pecho,
Como una novia de otro siglo,
Un silabario de infancias y de
risas,
Un tiempo extraño que daba al norte
Un adiós aprisionado
en la espera.
Los espejos tiemblan en las casas
Antes de cambiar el mundo,
Y
hago mi viaje en la médula del cielo.
Se muestran, a lo lejos,
Las
mentiras que no me callo.
-Sin la risa no hay besos ni palabras-.
Palpo
mi rostro de antes
En la hendidura del poema.
Preparada para vivir,
Arrincono
los espejos
En ciertos lugares de un poema
Que nunca escribiré.
Dentro
de mi silencio
Habita un nombre
Que madruga a sus razones,
Que desnuda
la sangre de la rosa,
Ebrio de anillos desgarrados y de himnos.
He
construido mi casa con palabras.
Mis libros me observan:
Tal vez pueda sobrevivir
A
esa infancia cerrada de agua,
A los nombres que crecen en mi garganta
Como
un carromato de mitos
Como plegarias de la sangre,
Peregrina en las páginas
Que
nunca leeré.
Tú me desatas los ojos
Cubres
las hendiduras del destino,
Vigía en las jambas del invierno.
Yo
escribiré mi poema
Tu lengua es mi casa y mi canto,
Mi tejado de
luz.
Espero un ángel sin distancia
Anclado en sus lejanías
Rehén
de abriles pasados.
Y amueblo mis heridas,
Con un inagotable murmullo de
escenarios.
Inventaré palabras nuevas
Para hablar
con tus silencios.
Un enjambre de verbos incide en la dulce luz
Que robo
ilesa de tus ojos.
Una infancia llena de oscuros secretos,
De palabras
afrutadas,
De verbos ensimismados en el tiempo.
-El miedo también
es un camino,
un corredor de sombras
que apura el opio perfumado del olvido-.
Tus
uñas obscenas,
Ácidas de noches lentas,
Descienden por mi
cuerpo,
Arañan
La transparencia súbita de enero,
Una carne
de luna
Alegre en la derrota,
-nunca es para siempre-
Con la complicidad
de las fronteras.
Al norte del futuro hay una palabra
Que espera ser
escrita,
Tal vez pueda sobrevivir a tanto olvido hacia dentro.
Abrir
brechas en el entramado del tiempo,
Como telas de araña sutiles e inquietantes.
Se
escapa del entendimiento
Del verde terror del futuro,
Y de los pasados
azules de la infancia.
La seda negra y asfixiante del tiempo.
Harta de
tinieblas,
expulso de mi un miedo líquido.
Las excursiones por
el camino de la memoria
Me acunan con un anillo mágico en el centro
de la hierba.
Un olor extraño no es mucho para trazar un mapa...
Paloma
de cristal,
No te quiero ver en palabras,
-Antes sólo Dios lo sabía-
Puedo
decírtelo con mis huesos:
Nunca seré dos.
Escucho las descoloridas
voces de mis hijos no nacidos.
Él nunca dijo mi nombre.
Pero
la sangre se hace piedra,
Como un huésped silencioso.
Y nadie ha
puesto en mi boca
Una nueva canción.
Nada hiere ya.
Aquí
no hay espejos.
Y lavo mi trenza de niña en la mar.
"Tierra
o madre o muerte, no me abandones aun si yo me he abandonado"
( A. Pizarnik)
Quién
amaina el carbón perdido
En la calle cerrada de tu huida,
Niña
de las llamas dormidas
Por sortilegios de náufragos.
Mujer de tiempo
y alimento
Porqué el mar no pudo abrigarte,
Esos ojos de risa y lluvia,
Qué
miedo te arrojó a sus tinieblas
Saqueando el cofre de tu infancia.
Escribo
contra las trampas de las sombras
Que acunan la soledad de una derrota.
Pero
el espejo se nubla, buscándote,
Peregrino por los despojos del alba.
Y
no puedo darte más palabras.
TATUAJE
DE ESPUMA
Regresan los nombres desaparecidos,
Los verbos mutilados
por el tiempo
La mar funesta que cantaba
Sin mañanas
Montañas
solares que conjeturan
Una sentencia
Siglos de palabras cercenadas
Por
la soberbia.
Acoge mi miedo inocente,
Ampara la sombra de mi verso
Escribe
con la tiza nublada
No estoy sola:
Me acompaña la niña
que fui
Tatuada de poemas.