....En términos
generales, si Gabriela Mistral no hubiera escrito más que Desolación,
estaría bien situada, como suele hacerse, dentro del grupo de poetisas
del sur de Hispanoamérica que irrumpieron con el posmodernismo y que
fueron sus contemporáneas. La solitaria María Eugenia Vaz Ferreira, que
enloqueció. La delirante Delemira Agustini, muerta en circunstancias
trágicas. La afectada mentalmente y a la postre suicida Alfonsina
Storni, y la más sana y fresca de todas, la transparente Juana de
Ibarbourou. Pero la tenaz chilena, ligada a fuerzas más profundas que
las del feminismo contemporáneo, demostró ser capaz de un apetito
distinto, de un crecimiento y una dimensión insospechadas. Ni la
histeria, ni la facilidad, ni la sofisticación pudieron enredarla. Y así
salió adelante, mediante el coraje y la sensibilidad que revela su
personalidad a traves del valor que refleja su obra
literaria.
....En 1923 viaja por todo México
cumpliendo infatigablemente la labor educacional que le había
encomendado Vasconcelos. Escribe Los Croquis Mexicanos y publica su
libro Lecturas para Mujeres, donde traza de forma exquisita el perfil de
la mujer mexicana. Es también el momento en que aparece en Chile la
primera edición aumentada de su libro Desolación. Al año siguiente y
terminada ya su labor en México, parte hacia los Estados Unidos, de
donde pasa a Italia, Suiza, Francia y España. Durante este viaje
colabora en diversos periódicos, entre ellos Crítica de Argentina, El
Tiempo de Colombia, El Universal de Caracas, Puerto Rico Ilustrado y ABC
de Madrid, principalmente.
....Pero crónicas suyas aparecen
también en otros diarios y revistas, como Repertorio Americano de San
José de Costa Rica y La Revista de América de Bogotá.
....Sus artículos son, sustancialmente
producto de agudas observaciones sobre todo lo que ve y siente y tienen
un cierto sabor familiar que los hace amenos y de agradable lectura. A
las cronicas hay que sumar las entrevistas hechas a algunas de las más
grandes personalidades de su época, como son Romain Rolland, Ada Negri,
Giovanni Papini, entre otros. En 1924 publica su libro Ternura en
Madrid, donde residía. Presidida por una dedicatoria a su madre y a su
hermana Emelina, la obra abarca siete secciones: Canciones de Cuna,
Rondas, La Desvariadora, Jugarretas, Cuenta-Mundo, Casi Escolares y
Cuentos. El título Ternura compendia el carácter general del libro y
expresa la intención que en él predomina como fuente de poésia. "Todos
los versos cantan el gozo de la maternidad, la maravilla del hijo, la
gracia de las bestezuelas, la concordia amorosa de la tierra y las
criaturas. Después del desfogue de la tremenda energía pasional y
sensual de Desolación, esta segunda obra nos revela la vitalidad
potente, el apetito de dicha y la espiritualización de la voluptuosidad
que es la ternura", comenta Jorge Mañach.
....Al año siguiente regresa a Chile,
donde la reciben triunfalmente. El gobierno le otorga el título de
licenciada, es decir , de profesora de éstado (equivalente al actual
doctorado), con especialidad en castellano. Cuando quieren otorgarle un
premio en homenaje a su obra, Gabriela no acepta otro cargo que el de la
diplomacia. Esto permitirá cristalizar uno de los anhelos más preciados:
seguir conociendo el mundo. Sin embargo decía que su viajar constante no
le parecía al del turista: "Porque nunca abandono un lugar sin sentir la
dramática nostalgia del desarraigo", puntualiza. Designada miembro
representativo de Chile ante el Instituto de Cooperación Intelectual de
la Liga de las Naciones, parte de nuevo al extranjero a comienzos de
1926. Desempeña otras varias funciones en Europa, en donde la sorprende
en 1929 la muerte de su madre, segundo hecho de consecuencias
sentimentales que iba a influir años más tarde en su libro Tala. Dada su
personalidad un tanto contradictoria -algunos de sus biógrafos más
importantes señalan su dualidad vasco-india-, Gabriela culpa al gobierno
de su país de haberla obligado a salir de Chile, cuando su deseo era
quedarse al lado de su madre hasta que ésta muriera. Pero no es sólo
este rasgo contradictorio el que la sitúa como una persona un tanto
conflictiva, sino su profunda sensibilidad su repugnancia por todo
aquello que significa persecución, injusticia, violación de la dignidad
humana.
....Un ejemplo de ello
lo da el echo de que los periódicos El Mercurio y Diario Ilustrado de
Chile se negaron a publicar sus colaboraciones, después de haberlo hecho
durante muchos años. La razón fue que Gabriela había censurado al
régimen del entonces presidente de Chile, Gabriel González Videla
(1946-1952), por perseguir al senador Pablo Neruda y por despedir
sumariamente a cientos de empleados. Gabriela comenta a un amigo: "Ya le
conté que con toda elegancia, M. me ha cortado de El Mercurio. ¿Sabía
usted que me han echado de ese diario sin una sola palabra, no
publicándome lo que les mando? Así después de 28 años. Como a una
sirvienta. Estoy segura, aunque sin datos, que la orden ha debido venir
de lo alto... es decir de lo bajo."
....Entre los años 1930 y 1931, la
poetisa recorre los Estados Unidos primero y después las Antillas y
Centroamérica. En varios colegios y universidades fue profesora
ocasionalmente y con mayor intensidad en la Universidad de Puerto Rico.
A todas partes donde llega es recibida con delirio. Sobre todo por parte
de las mujeres que ven en ella un símbolo de superación, la prueba
evidente de que la mujer puede equipararse al hombre en cualquier
actividad que se proponga. Al año siguiente ingresa definitivamente en
el cuerpo consular del gobierno de Chile, cuya presidencia ocupa Juan E.
Montero. Es destinada al consulado de Nápoles, donde en definitiva no
ejerce sus funciones por no permitirlo los gobernantes fascistas que ya
dominaban Italia.
... Entonces se
traslada a Madrid, donde mantuvo un consulado honorario, pues Pablo
Neruda era ya cónsul allí. "Dos cónsules, nada menos poetas,
coincidentes en tiempo y espacio. No había mucho entendimiento entre los
dos. Los separaban abismos, quedando ellos como cimas de los mismos. Los
amigos del uno no lo eran de la otra, salvo excepciones muy contadas.
Sin embargo, ¿que país podía contar, como Chile, con dos personalidades
de la fuerza de Gabriela y de Pablo?", anota Carmen Conde. Pero al poco
tiempo debe abandonar Madrid a causa de la indiscreción de alguien,
quien recibió una carta donde Gabriela vertía sus opiniones sobre la
situación política española. Entonces se traslada a Lisboa, donde abre
su consulado. Antes de arribar a Madrid, había pasado una temporada en
Barcelona. Su presencia en la Ciudad Condal despierta un gran interés.
Dió algunas conferencias en la universidad, leyó sus poemas en la
entidad cultural "Amics de la Poesia" que presidía Carles Riba, de quien
fue gran amiga. Curiosa e inquieta, se interesa por todo lo que
signifique catalanidad; se introduce en el paisaje, en el folklore, en
la literatura, en los medios intelectuales. Colabora en varias revistas
de la época con ensayos y poemas.
... En Madrid vivió en
un piso de la avenida Menéndez y Pelayo. A su casa venían muchas
personas, pero Gabriela no intimaba demasiado. Carmen Conde cuenta que
"Gabriela era sencilla hasta el máximo en sus costumbres, casi se
olvidaba de comer, de cenar..." y añade: "Tenía un andar reposado y la
estatura prócer de su ascendencia vasca y aymará, toda sonrisa blanca
sobre la tez dorada, con el alma en los ojos, unos ojos magníficos a
flor de agua profunda." Para Gabriela Mistral un consulado es a la vez
refugio y meca de hombres necesitados, especialmente los
hispanoamericanos. No sólo en el consulado de Lisboa, sino en otras
partes del mundo y aun en su misma casa estaba siempre abierta para
quien necesitara de sus servicios y de su ayuda, respaldando de esta
manera con sus acciones toda la grandeza de su espíritu que expresaba
tan bellamente en su poesía. Para Gabriela no existían las distinciones
nacionales de ningún país y mucho menos cuando de América se trataba;
pensaba y deseaba una gran unidad desde México a la Patagonia con una
sola identidad, como una sola patria, como una misma tierra sin
fronteras. Fiel a este concepto, sus consulados servían lo mismo al
peruano que al argentino o al colombiano. Cuentan que una vez, mientras
ejecía su labor consular en Lisboa, la vieron arriesgar su seguridad
personal por defender a un exiliado, a quien ni siquiera conocía. Y
cuando sus amigos le reprocharon semejante acción y le recriminaron su
imprudencia, les calificó con lo que ella llamaba "poltronería de
espíritu": "Miren a los cristianos dudando, mientras la vida de un
hombre se halla en peligro", decía....
...Dos años dura su
estancia en Lisboa, cuando decide partir, transida su alma por los
acontecimientos y conflagraciones que desangran a uropa. Viaja a Brasil
donde pasa una temporada y, hallandose allí, es invitada a participar en
los Cursos Sudamericanos de Vacaciones que se realizan en Montevideo. Es
ésa su única estadía más o menos larga en esa ciudad, en donde participa
con Juana de Ibarbourou y Alfosina Storni en un acto público en el
Instituto de Enseñanza Secundaria A. Vázquez Acevedo. En este acto cada
una de las poetisas lee parte de su producción literaria y hablan de su
creación poética en una especie de autobiografía lírica.
....Después se traslada a Buenos
Aires, donde se publica su libro Tala. Este libro recoge poemas escritos
en varias épocas y diversas circunstancias. Entre su primer libro
Desolación y Tala, la poesía de Gabriela Mistral ha experimentado
profundos cambios. Tala significa la entrada plena de la voz de la
poetisa en su órgano de expresión mayor y definitiva. La primera parte,
“Muerte de mi Madre”, tiene un eco vasto y lúgubre, que sin embargo
respira la paz que siente su autora esperando la vida futura en Cristo.
La segunda parte, “Alucinación”, es una suma de recuerdos, sueños y
visiones. La autora recala en el fondo de la vida, traspasando las zonas
oníricas, hasta enfrentarse con los terribles efectos de la muerte sobre
los seres y las cosas. Se transparenta una fuerte crisis religiosa, pero
a través de ella se adivina el reencuentro con la esperanza. La parte
del libro titulada “América”, canta al sol del trópico, a los Andes, a
las colinas y a los árboles, pero sobre todo a las gentes de su América
hispánica: “Curándose al sol y a los vientos de la intemperie universal
entra en los cuartos penumbrosos de la familia y se sienta junto al
fuego que calienta al peón andino. Así, se torna impasible como el
rostro curtido de una madre milenaria.”
Es en el año 1938 cuando regresa
a Chile desde Argentina. Si en 1925 la recibieron en su país como una
triunfadora, el recibimiento de ahora es apoteósico. Sus admiradores se
la disputan y ella siempre complaciente se esfuerza por satisfacer a
todo el mundo. Su fama ha rebasado todas las fronteras. Ha sido nombrada
hija adoptiva de toda América y su poesía es en cierta manera popular,
especialmente sus "“Canciones de Cuna"” A pesar de esto, Gabriela vuelve
a partir de Chile. Parece como si no encontrara su sitio en ninguna
parte. Como ella dijo de sí misma: “Me lanzaron y como tengo un fondo de
vagabundaje paterno, me eché a rodar y no he parado más.”
Esta vez su
destino es Niza, siempre como cónsul del gobierno chileno. Allí la
sorprende el estallido de la segunda guerra mundial y debe volver a
América. Se embarca para Brasil y ocupa el consulado de Petrópolis. Es
allí donde ocurre otro hecho de tremendas consecuencias para la poetisa,
enferma ya del corazón y por lo tanto en precarias condiciones físicas:
el suicidio de su sobrino Juan Miguel Godoy Mendoza, a quien ella
llamaba cariñosamente Yin-Yin. Era hijo de un primo suyo residente en
España, quien lo dejó bajo su cuidado cuando ella ejercía su consulado
en Madrid. Gabriela lo crió con el amor y la ternura de una madre, de la
madre que siempre deseó ser. Una de sus grandes contrariedades fue
cuando se vio obligada a salir de Italia, en la época que Mussolini
regía los destinos de ese país. Y no lo fue tanto por tener que
abandonar su consulado, sino por los inconvenientes que suscitaba el que
Yin-Yin se viera obligado a abandonar sus estudios en un colegio que
satisfacía mucho a Gabriela por los métodos educativos y por la calidad
de los textos que utilizaban. “Vivíamos en una especie de idilio porque
el estar solos nos había unido mucho más. Él sabía de mi dolencia del
corazón y me cuidaba con un primor, con una dulzura indecibles”, dice.
El muchacho se suicidó el 14 de Agosto de 1943, ingiriendo una enorme
dosis de arsénico. Esta desgracia vino a sumarse a otra que no hacía
mucho había golpeado a Gabriela: el suicidio de su amigo Stefan Zweig y
de su esposa. Casi al borde de la locura, Gabriela denuncia como
asesinato ese suicidio. Pero se comprueba fehacientemente la
autodestrucción del muchacho, cuyas causas permanecen aún muy oscuras.
El golpe tan tremendo que significó la muerte de su sobrino, rebasó la
capacidad de sufrimiento de Gabriela Mistral, creó en su espíriu un
vacío definitivo que nunca pudo llenar ni aun con los posteriores
triunfos que su genio de poetisa le deparó. Y si antes iba de un sitio a
otro como producto de su “fondo de vagabundaje paterno”, ahora lo hace
para mitigar en parte su pena. Estados Unidos, Europa, México. Poco a
poco se va volviendo silenciosa, fría, taciturna y hasta huraña en sus
relaciones personales. Ha vivido “muy sola en todas partes”, escribiendo
“como quien habla en soledad”. Sin embargo lo hace diariamente, con
constancia, sobrepasando su propio estado de ánimo. Su temperamento y su
fe la hacen regresar de sus desvaríos a las nutricias realidades
comunes, a la comunión abierta con el dolor humano por medio de la
poesía. Y es así como en 1945 le fue otorgado el Premio Nobel,
contribuyendo a universalizarla aún más. La segunda guerra mundial ha
terminado recientemente, y más que el premio en sí, este acto simboliza
la exaltación de quien ha luchado, amado y sufrido por los humildes con
su poesía y su ternura, como únicas armas contra un mundo
implacablemente cruel, salvajemente violento. “Acaso la Academia Sueca
quiso en este tiempo de terrible y decisiva prueba para los literatos y
artistas, consagrara esta fidelidad de vida y obra en que poesía y
verdad se dan la mano y se nutren de las mismas esencias.”
De allí en
adelante viaja sin descanso. Su cargo de “consulesa” le permite ir donde
quiera. Pero estos viajes incesantes más parecen una huida que otra
cosa. Es la soledad errante de “esta Sara vieja”, que no encuentra lugar
que pueda acogerla y mitigar su dolor. Visita las maravillosas ruinas
mayas de Uxmal y Chichén-Itzá y se establece por un tiempo en el
pintoresco estado mexicano de Veracruz, donde el gobierno del licenciado
Alemán le ha regalado una casa. En la Navidad de 1948 es invitada a
hablar en las fiestas populares de Fortín de las Flores, un lugar
encantador donde la exuberancia del trópico inspira a Gabriela las
páginas memorables del que sería su último libro: Lagar. En 1949 embarca
de nuevo para Europa. Se instala en Rapallo en una casa de campo de tres
pisos, de los cuales sólo utiliza el primero, pues su enfermedad
cardiaca le impide subir escaleras. En los otros pisos aloja a personas
que llegan a visitarla. Son artistas, intelectuales o simplemente
admiradores. Luego va a Niza, donde reside una temporada. Vuelve a
América y es invitada al Congreso de Escritores Martianos que se celebra
en Cuba. Gran admiradora del poeta y revolucionario cubano, decía de él:
“Martí es de veras una voz autónoma levantándose en un coro de voces,
cual más, cual menos aprendidas.” Ya en 1930 Gabriela había hablado de
Martí en una conferencia que tituló “La Lengua de Martí”, donde la
poetisa decía que escribiendo esas páginas sobre Martí comenzaba a pagar
los hemisferios de agradecimiento, la vieja deuda que tenía con la
literatura y la vida de José Martí. En 1953 en la conmemoración del
centenario de Martí, Gabriela habló por última vez de él en la sesión
solemne del Capitolio de La Habana. También asiste como invitada
especial a la Conferencia por la Libertad Responsable en la universidad
de Columbia y desempeña las tareas de miembro del comité de los Derechos
de la Mujer en la ONU.
En 1954 regresa a Chile. Es la última vez que Gabriela ve con sus
ojos su amada patria. Es un viaje triunfal en un barco que se detiene en
cada puerto para que ella reciba el homenaje popular, el de la gente
sencilla de su pueblo que tanto la admira y la quiere. En Santiago
recorre las calles de la ciudad en automóvil descubierto y es aplaudida
y vitoreada por cientos de miles de personas. Con el cabello blanco al
aire, cubierta con un sencillo abrigo gris, responde a las aclamaciones
agitando débilmente sus manos. La recibe el presidente de la república
en uno de los salones de gala del palacio de la Moneda, desde cuyos
balcones se dirige al pueblo. La poetisa habla de sus preocupaciones de
toda la vida. De los niños desamparados, de la pobreza de los
campesinos, de la miseria de la gente humilde, de la ignorancia que les
es impuesta por los regímenes injustos. Habla de los chilenos que ella
conoció en 1910, con palabras que el chileno de 1954 entendía muy bien y
que no eran exactamente una profecía para las generaciones futuras. “Era
la voz de la tierra hecha con la sustancia del tiempo”, dice Fernando
Alegría.
En ese mismo año aparece Lagar. Han transcurrido dieciséis años
desde la publicación de Tala. La segunda guerra mundial, la guerra de
Corea, la guerra fría, las persecuciones, los campos de concentración,
los refinamientos de la tortura física y psicológica, los éxodos
forzosos y en masa, la inseguridad, el recelo y el miedo, las bombas
atómicas, son los hechos que Gabriela ha vivido en ese período de
gestación de su libro. Una subversión de valores tan absoluta, que la
paz se convierte en una palabra maldita y a los que quieren la paz, como
ella, se les considera sospechosos y son perseguidos. Gabriela no para
de andar. Apenas inicia un descanso, cuando recoge sus libros y sus
papeles y emprende nuevos viajes. Lagar es el itinerario doloroso de
este periplo sin destino.
Sus últimos años los pasa en los
Estados Unidos. Nueva York, Washington, Miami, Monrovia o Santa Bárbara.
Al final ya en Rosslyn Harbor. El 10 de enero de 1957 muere en el
hospital de Hampstead, pequeña ciudad industrial del estado de Nueva
York. Sus restos son trasladados a Chile por vía aérea. En Santiago se
realizan en su honor unas exequias monumentales. De acuerdo con su
voluntad, sus restos mortales descansan en la pequeña población de Monte
Grande, donde pasó los mejores años de su infancia.
La personalidad de
Gabriela Mistral está escindida, como en casi todos los grandes artistas
y literatos latinoamericanos, en la dualidad América –España. Se ha
escrito y hablado bastante sobre una posible ascendencia vasca de
Gabriela. Su padre y su madre eran chilenos de cepa española,
posiblemente un tanto vasca, mezclada con sangre indígena procedente de
alguna súbdita de los incas. Tal “vasconidad” no tiene como prueba
documentos, sino elucubraciones que surgen alrededor de los apellidos de
sus progenitores. Pero sea como sea, en Gabriela se unen los rasgos
típicos y esenciales de la raza hispanoamericana: el espíritu rebelde e
individualista heredado del español y esa actitud hierática de ídolo de
piedra, esos silencios como abismos tan característicos de los indios.
Se ha dicho que Gabriela no sentía simpatía por los españoles, lo cual
no es cierto. “De su contradictorio amor a España –escribe Margot Arce-
tendríamos mucho que decir. El recuerdo de la conquista y la
colonización de América y el maltrato de los indios por los encomenderos
españoles, la encolerizaba hasta hacerle perder la ecuanimidad. Varias
veces disputó con sus amigos sobre esta cuestión apasionadamente.
Solíamos decirle que su antagonismo nacía de una gran semejanza de
temperamento y que, por mucha sangre india que tuviese, lo español era
el factor dominante en ella.”
Pero de su trato con españoles ilustres,
entre ellos el gran poeta catalán Carles Ribas, Gabriela extrajo enormes
satisfacciones, hasta el punto que llegó a afirmar: “Cuando los
españoles son finos, no cabe duda de que son la aristocracia del mundo".
Físicamente Gabriela aparecía como una mujer recia, con una frente donde
se evidenciaba la raigambre india en el nacimiento de su pelo y, como
contraste, los ojos verdes que dimanaban esa desolación que siempre
llevó a cuestas en su vida, pero que al mismo tiempo miraban con
ternura. Su risa era franca, abierta, “una risa de diosa”, como alguien
dijo, risa deslumbrante, de niña. Sus manos finas, largas, de lento
movimiento, eran manos de sembradora espiritual. En su entorno siempre
parecía acompañarla el resplandor mágico que irradia la luz del genio
que ella convertía en algo cotidiano, en algo común, gracias a su trato
sencillo, a su naturalidad, al aspecto de maestra rural que conservó
toda la vida. Gabriela aparece en el mundo de la poesía cuando ya el
modernismo había dado todo de sí. Su obra comienza apoyándose un tanto
en aquel estilo. Pero los diferentes acontecimientos que marcan su vida
van modelando en ella un estilo personal, un acento diferente. La
ausencia de la protección paternal y la falta de confianza en los
hombres determinaron que Gabriela se viese obligada a refugiarse en sí
misma, a confiar sólo en sus propias fuerzas. Y si en un comienzo la
poetisa vuelve sus ojos a Rubén Darío, con el paso del tiempo, cuando en
su pluma se torna ya palabra su voz, esta voz sería sólo la suya, la de
Chile, un país que hasta su advenimiento no había dado casi nada
importante en poesía.
El marco histórico donde Gabriela se forma como
poeta es aquel en que México, con su revolución social, abre un nuevo
ciclo político en la historia hispanoamericana. En la Argentina
triunfaron sobre la oligarquía nuevas fuerzas sociales: las
democráticas. Se vivía aún bajo los efectos de la primera guerra
mundial. Pasada la euforia del modernismo, los escritores
hispanoamericanos se volvieron hacia una expresión humana más sencilla,
más americana. Y su personera más destacada en este tiempo es Gabriela
Mistral. Como Neruda, sus versos rezuman cierta inspiración geográfica
que se torna canto a las extensiones planetarias de Hispanoamérica en
general y de Chile en particular. Gabriela maneja un idioma cuya faz es
la piedra desgastada por el paso del tiempo, que ella recoge en su
raigambre y lo hace explotar con sus impulsos telúricos. La pasión, la
fuerza, la mezcla extraña de ternura y tosquedad, imprimen en esta voz
acento inconfundible. Y aunque su poesía ha tenido seguidores e
imitadores, en todo el ámbito hispanoamericano nadie alcanzó ese tono
trágico, esa tierna profundidad, ese hondo dolor que palpita en los
diferentes planos en que se mueve su poesía: el que canta a los niños,
el que se dirige a los mundos físicos y el que exclama, suspira o llora
con sus más íntimas sensaciones. “Hay que entrar con reposo y con ímpetu
en esta poesía, en esta prosa tan rica y tan dura como las quebradas de
nuestro territorio, llenas de misteriosas maderas, sentimientos
encrespados, visitación de pájaros”, dice de ella el mismo Neruda.
Carlos Perozzo
Forjadores del Mundo Contemporaneo
Editorial Planeta,
1989