Por Antonio
Avaria
en
Revista de Libros de El Mercurio
Sabado 19 de Julio de
2003
Si en una de sus
primeras y menos memorables obras, con el tonitruante título de La
literatura nazi en América, la marca de Borges estaba muy visible,
remitiéndonos a la célebre Historia Universal de la Infamia, en el último libro que Roberto Bolaño
publicara en vida ( Una novelita lumpen. Mondadori, Barcelona,
2002, 121 páginas) aparece un desconsolado paisaje interior con Kafka
al fondo.
Historia simple,
máxima concisión verbal, situación intolerable. Sin aspavientos ni
estridencias, ni crímenes ni sangre, sin la violencia o la sátira
habituales en su literatura, Bolaño se concentra, en dieciséis breves
capítulos, en la progresiva alienación de una muchacha que ha de
enfrentar la vida tras perder a sus padres en un accidente de
carretera. Con gran cortedad de medios, acaso soñando con delinquir
para salir de la estrechez económica, vive con su hermano y dos
curiosos amigos de éste, cerca de la modesta plaza Sonnino en
Roma.
El quinto
personaje es uno de esos seres originales que sólo Bolaño sabe
encontrar para salvar sus novelas, las propias y las ajenas (pues la
mejor parte de la excelente Soldados de Salamina, de Javier
Cercas, se debe justamente a la aparición del escritor chileno). Un
gigantón ya viejo, gordo y ciego, que ha sido campeón de
físicoculturismo: "lo vi desnudo, enorme y blanco y parecido a un
frigorífico estropeado", cuenta la muchacha de diecinueve años,
embadurnada de cremas y linimento usuales en un gimnasio.
Cinco personajes
en una trama estrictamente teatral, en interiores de un departamento o
en la gran casa del ex campeón, con mínima mención al Trastevere y al
Campo dei Fiori, o el puente Garibaldi, en una intriga que podría
ocurrir en cualquier lugar, pero Bolaño elige el escenario de Roma.
Otros escritores hispanoamericanos fueron invitados, para esta serie
editorial, a visitar y urdir relatos en otras ciudades capitales, como
Moscú, Beijing, El Cairo, México (tomada por Rodrigo Fresán, gran
cuate de Bolaño), Nueva York, en el Año Cero de nuestro milenio.
Bolaño sale airoso de esta prueba, con una inquietante novela que
tiene a Roma como pretexto escénico.
El mayor mérito
expresivo está sin duda en la narración en primera persona que realiza
la muchacha. El lector se cautiva y entristece paulatinamente con un
relato que posee tantos visos de íntima autenticidad, conciso y
aparentemente desapasionado. Sin contemplaciones, ciertamente, pues se
sabe que Bolaño no pide ni da cuartel. Bianca cree volverse loca,
apenas puede dar crédito cuando una compañera de trabajo le cuenta que
tiene novio y hace planes para un futuro feliz. En su retrato de la
aflicción y desvalimiento de la muchacha, Bolaño va más allá que J. D.
Salinger en su famoso cuento "Un día perfecto para el pez banana",
pues no hay actos decisivos en el mundo desolado de Una novelita
lumpen. ¿Llamada así con tímida modestia, evitando toda jactancia?
En todo caso, es un simpático guiño hacia las Tres novelitas
burguesas de José Donoso, a quien Bolaño odia y ama.
En otras
narraciones - Los detectives salvajes, La pista de
hielo, Estrella distante, Amuleto- Roberto Bolaño
seduce por la truculencia y gran aparato de recursos y anécdotas, así
como por el desenfado inigualable de su lengua de áspid. En Una
novelita lumpen, la proeza literaria consiste en que el drama está
contenido y va en sordina. Aventuremos que se trata de una breve obra
maestra, comparable a las mejores de ese género novelesco. Por su
concentración en la mirada poética, presenta afinidades con algunos
cuentos de Llamadas telefónicas y Putas
asesinas.
Repartida en
poemas, cuentos y novelas, además de su obra inédita, ahí está la
memoria del escritor Roberto Bolaño, cuya muerte conjura el recuerdo
de grandes elegías hispánicas.