FRAGMENTOS DE UNA CONVERSACIÓN DESCONOCIDA
Bolaño y sus circunstancias
En uno de sus últimos viajes a Chile, a fines de 1999, Roberto
Bolaño sostuvo una entrevista pública en un pequeño café del Barrio
Bellavista. En esta hora de homenajes, recordamos pasajes de ese
diálogo inédito.
por María Teresa Cárdenas y Erwin
Díaz
en Revista de Libros de El
Mercurio, 25 de octubre de 2003
- ¿Ha puesto
más literatura que vida en sus libros?
"Yo creo que hay bastante
menos literatura en mis libros que en los de autores a quienes leo
constantemente o que
me han marcado. Y, por otra parte, yo soy literato, me muevo entre
libros. Entre un viaje alrededor del mundo y una gran biblioteca, yo
escojo la biblioteca. Sobre todo ahora, porque ya no puedo hacer las
cosas que hacía a los 20 años. Y he viajado mucho. De hecho, sigo
viajando, es lo bueno de no vivir en la aldea natal. Es decir, el día
que vuelva a vivir a Los Ángeles, capital de la provincia del Biobío,
mi viaje habrá concluido".
- ¿Y cuándo
empezó ese viaje?
"Yo nací en Santiago, pero
nunca viví en Santiago. Viví en Valparaíso, luego en Quilpué; en Viña;
en Cauquenes, una zona llena de alcohólicos y de espiritistas. Bio-
bío es la tierra de mis mayores, como diría Serrat, y es el lugar a
donde llegó al menos la parte paterna de mi familia, a Mulchén, porque
yo viví en Los Ángeles".
- Pero el gran
cambio se produce cuando viaja con su familia a México,
¿no?
"Sí. Mis padres se cambiaban mucho de casa, pero los motivos
eran inconfesables. Yo siempre creí que todas las familias chilenas se
trasladaban mucho; en realidad, sólo era la mía. El año 68, mi familia
se quiso ir a México, todos, lo que para mí fue, yo diría, la
experiencia más vital. En total he vivido en México cerca de diez años
y para mi percepción de lo que yo creía que era ser escritor, eso fue
básico. De hecho, mis primeras lecturas son de autores mexicanos, una
literatura riquísima, que yo creo que me ha marcado como ninguna
otra".
- Parece que
también lo marcó la amistad de los mexicanos, por ejemplo del poeta
Mario Santiago, "Ulises Lima" en "Los detectives
salvajes".
"Mario Santiago era un poeta maravilloso. Tal vez el poeta más
grande que yo he conocido, y he conocido poetas realmente grandes.
Bueno, era mi amigo... Con él me ocurrió algo muy increíble: se hizo
un graffiti en aquella época que decía: 'Que Bolaño se vaya a
Santiago, y que Santiago también'. A él lo mandaban a Chile, país que
nunca conoció, por otra parte. Era tan bonito el graffiti que incluso
alguna vez pensé que Mario lo había inventado y se lo atribuía a
nuestros enemigos. Fue muy divertido".
- ¿Cree que
todas esas experiencias lo llevaron finalmente a escribir
novelas?
"La vida misma no creo que haga escribir a nadie. El momento en
que uno decide ser escritor es un instante de locura total y de
voluntad, entendida en el sentido nietzscheano de la palabra, que es
un sentido bastante delirante. Escribir no es normal, lo normal es
leer y lo placentero es leer, incluso lo elegante es leer. Escribir es
un ejercicio de masoquismo; leer a veces puede ser un ejercicio de
sadismo, pero generalmente es una ocupación interesantísima. Yo decidí
ponerme a escribir a los 16 años, en México, y además en un instante
de ruptura total, con la familia, con todo, como se hacen estas
cosas".
- Incluso llegó
a crear un movimiento.
"El infrarrealismo es un
movimientito que Roberto Matta crea cuando Breton lo expulsa del
surrealismo y que dura tres años. En ese movimiento había sólo una
persona, que era Matta. Años después, el infrarrealismo resurgiría en
México con un grupo de poetas mexicanos y dos chilenos. Fue una
especie de dadaísmo de grupo que organizaba eventos más bien chuscos.
Hubo un momento en que fueron muchísimos, unas cincuenta personas, de
las cuales, la verdad es que, como poetas valían la pena sólo dos o
tres. Y cuando Mario Santiago y yo nos marchamos a Europa, el
movimiento se acabó. Los que quedaron en México fueron incapaces de
seguir con esto. En realidad, porque el infrarrealismo era la locura
de Mario y mi propia locura.. Duró del año 75 al 77".
- ¿Qué se
proponían entonces?
"Ya nos habíamos salido de
todas las diferentes familias, de todos los clanes mafiosos que
operaban en México. Nosotros estábamos en contra de los exquisitos, de
Octavio Paz y su gente, de los neoestalinistas, de aquellos que se
decían escritores sin compromiso y que cobraban del PRI cada mes.
Estábamos en contra de todo. Y lo que hacíamos era un espectáculo
penoso, realmente".
- ¿En ese
tiempo ya había tenido contacto con la poesía
chilena?
"Sí, yo conocí cuando era muy jovencito, porque era amigo de mi
madre, a un poeta chileno a quien todo el mundo odia, con razón, y
cuyo nombre voy a ocultar por motivos de compasión, pero este poeta
que en aquella época era un joven treintañero y bastante decente, o
así me lo parecía a mí, me mostró la poesía que se hacía en Chile, que
era distinta a la que se hacía en México en aquella época. En Chile,
por los años setenta, dominaban los poetas llamados láricos. Yo
recuerdo, por ejemplo, a Oliver Welden, de quien ya nadie guarda el
menor recuerdo en este país. Era un poeta de Arica y bastante bueno,
al menos se podía leer. También leí a Gonzalo Millán, que yo creo que
es un gran poeta. Y a Waldo Rojas, con quien nos carteamos en una
especie de correspondencia melancólica. No lo he visto nunca; tal vez
si lo viera dejaría de escribirle cartas. En fin, conocí a los poetas
láricos y a algunos poetas que estaban en la senda de
Lihn".
- ¿Qué pasaba
entonces con los poetas mayores?
"Yo, como todo niño
chileno, había recitado Los veinte poemas de amor y una canción
desesperada a grito pelado. Y sobre todo el poeta que yo leo con mayor
fidelidad, desde aquella época, es Nicanor Parra, lo leo y lo releo
muchísimo, y me parece un poeta de una importancia enorme. Pero
también leo a Lihn, a Teillier, hay versos de Teillier que son como
para hacer boleros, leo a Gonzalo Rojas. Cuando digo leo quiero decir
releo, y releo con fruición".
- ¿Qué
percepción tenía de Chile en aquellos años?
"Yo volví a Chile el año
73, dispuesto a hacer la revolución. Yo pensaba que este país era el
cogollito del cambio, que aquí se iba a producir la gran
transformación de todo. A los dos meses ocurrió el golpe de Estado. Yo
estaba en Santiago. Por un lado fue una experiencia absolutamente
espantosa, pero, por otro lado, gloriosa, porque me lo pasaba súper
bien. Tenía veinte años y a esa edad nadie tiene miedo de nada, y si
tienes miedo, te aguantas. Fue una experiencia de amistad, de vivir
las cosas profundamente. Para mí fue un año magnífico. Sólo empecé a
darme cuenta de lo que había vivido cuando volví a México, en enero
del 74, y paulatinamente fui entendiendo el lío en que me había
metido".
- Uno de sus
personajes dice que todos los poetas necesitan un padre, incluso los
más vanguardistas. ¿Está de acuerdo?
"No, yo creo que un poeta,
por naturaleza, es un huérfano. El poeta tiende hacia la orfandad.
Claro, tiene padres, eso es innegable. La literatura es un flujo
continuo y uno es parte de ese flujo. O de un único y gran libro, como
decía Borges. Pero el paso civil del poeta es el paso del
huérfano".
- ¿Qué serían
entonces los narradores?
"Adoptados".
- Como poeta y
narrador, ¿siente que habita dos mundos con reglas
distintas?
"Yo no me siento en dos mundos. Yo soy escritor. Y escribo
novela, escribo cuento y escribo poesía. Me encantaría escribir
ensayo, pero mejor que no lo haga. Yo no veo ninguna dicotomía. En lo
que respecta al mercado, ahora publico en editoriales fuertes y cobro
bastante. No puedo sino estar conforme, porque masoquista no soy. Ni
voy a regalar mis obras a un editor. Yo creo que es muy difícil eludir
el mercado, incluso para la poesía. Lo que pasa es que hay mercados
alternativos. Y luego, que no es puramente una cuestión de mercado,
también es una cuestión de calidad de vida. Alguien que lee poesía es
alguien que tiene una cultura más grande que si sólo leyera prosa, y
su placer estético aumenta considerablemente si es un lector de prosa
y poesía, o si es un lector no sólo de bestsellers. Los bestsellers,
además, me parecen una infamia; están mal escritos y hablan de cosas
totalmente vacías. Yo prefiero ver la tele antes que leer un
bestseller".
- Hay muchos
guiños en sus libros, ¿cree que la literatura es también un
juego?
"Son más de los que se imaginan, porque la mayoría de mis
guiños no los capta nadie. Sólo yo. Deben ser muy malos. La literatura
es un ejercicio aburrido y antinatural, entonces si no te lo tomas
como un juego, o también como un juego, puede llegar a convertirse en
un suplicio".
- En el cuento
"Sensini" ("Llamadas telefónicas") hay una visión amarga acerca de los
escritores que deben concursar en premios de quinta
categoría.
"Ese cuento puede ser leído de muchas maneras; el argumento
parte de que en cierta ocasión yo me presento a un concurso, nada más
que por falta de dinero, gano la tercera mención y con enorme sorpresa
me doy cuenta de que la primera mención, no el premio, la había ganado
Antonio Di Bene-detto, que para mí es uno de los grandes escritores
latinoamericanos. Y lo primero que me pregunté es qué hace Di
Benedetto concursando en estos premios de provincia que son muy
generosos en España pero que, claro, no son para que esté Di
Benedetto. A esas alturas él ya había publicado hacía muchos años
Zama, que es una de las mejores novelas que se han escrito en
Argentina, y además tenía libros de cuentos publicados en España y
traducidos a varias lenguas, etc. Después me lo encontré en otro
concurso; esta vez lo ganó, y se me ocurrió el cuento a partir de cómo
un escritor latinoamericano, con algunos laureles, puede ponerse a
jugar en canchas de tercera o cuarta división. Y la respuesta es más
clara que el agua: evidentemente se hace eso por dinero."
- Parece que le
atraen estas historias de escritores...
"Pero para historias
tristes... ahí está el caso de Alfonso Alcalde, que además de poeta
era un excelente prosista, se había ahorcado en Penco, en el sur de
Chile. Yo me imagino a Alfonso Alcalde muriendo ahorcado y es para
ponerse a llorar. El destino de algunos escritores es
terrible".
- ¿Para qué le
ha servido a usted la literatura?
"Podría dar una respuesta
aparentemente poética: "para no morirme", pero es falso, yo seguiría
vivo y probablemente con mejor salud si no hubiera optado por la
literatura. A mí la literatura me ha servido básicamente para leer. En
el momento en que decido que voy a ser escritor, me pongo a leer. Y
gracias a la literatura he podido leer libros maravillosos,
increíbles, como encontrar tesoros. Y en mi vida, que ha sido más bien
nómade y de una pobreza extrema en ocasiones, el leer ha contrapesado
esa pobreza y ha sido mi soberanía y ha sido mi elegancia. Podía estar
en cualquier situación y si leía a Horacio, por ejemplo, el dandy, el
que estaba viviendo por encima de sus posibilidades era yo, siempre.
La literatura a mí me ha producido riqueza, es riqueza".
- En "Enrique
Martin" dice que un poeta que lo puede soportar todo va directo a la
locura, ¿cree que los poetas se sienten llamados a ese
destino?
"Sin duda, pero ése no es el problema. El problema es más bien
la facilidad con que los escritores caen en el ridículo más espantoso.
Y el otro problema grave es el de la gramática y el de la sintaxis. Y
ya para acabar, el tercer problema, antes de entrar con el de la
locura, que en realidad es un problema menor, es la falta de
originalidad, el escribir casi por una inercia ambiental. Todos
estamos entregando de alguna manera o de otra el viaje de Ulises; o
estamos dando vueltas por el infierno y el purgatorio del Dante. La
originalidad es un problema de estructuras formales".
- ¿Cuál es su
visión de Chile desde la distancia?
"A mí me cuesta muchísimo
ver sociedades completas. Veo más bien grupos pequeños, y esos grupos
pequeños que juntos conforman lo que tal vez yo en algún momento de
lucidez o delirio llamo Chile, pues en general me parece bien. En
realidad, mi Chile, si pudiera hablar en estos términos, es un Chile
imaginario en donde yo soy un niño o un adolescente, a lo más tengo
veinte años y es un Chile pues lleno de las suavidades de la infancia
o de los dolores blandos de la infancia, y terribles, y también es un
Chile del fin de un sueño que al menos los nacidos en la década del
cincuenta soñamos y apostamos por él. En el momento en que ese sueño
acaba para mí, que tiene una fecha clara, ya empieza a aparecer otra
cosa".
Al finalizar la
entrevista, se le pide a Roberto Bolaño que lea algo de Fragmentos de
la universidad desconocida. "Porque no he renegado de la poesía es que
me niego a leer uno de esos poemas", argumenta. Aun así, esa noche
termina con "Tarde de Barcelona":
"En el centro del
texto está la lepra / Estoy bien / Escribo mucho / Te quiero
mucho".
AL
PASAR
"Un autor que
persiste y murió hace mil años, es bueno. Lo arriesgado es leer a los
contemporáneos".
"Normalmente, la
estructura y el argumento están antes. De hecho, está todo antes de
empezar a escribir. Es que es muy terrible no tenerlo todo ya
previsto".
"Yo creo que pocas
cosas son inocentes, la literatura, menos".
"Yo soy chileno.
Es una circunstancia. Lo que pasa es que esa circunstancia la he
tenido que pagar cara en muchísimas aduanas y fronteras del mundo. Me
hubiera encantado ser suizo o belga. Pero soy chileno y ése es un
hecho ante el cual ya no puedo rebelarme".
"No sé si será
bueno o malo, pero no siento nostalgia de paisajes ni de
escenografías. Siento nostalgia de personas, y a veces esa nostalgia
es demoledora; con eso tengo bastante".