..........
.......... Es demasiado vieja
para él, piensa B. Luego vuelve a la cama, se acuesta, no tarda en darse
cuenta de que todo el sueño que tenía acumulado se ha evaporado. Pero no
quiere encender la luz (aunque tiene ganas de leer), no quiere que su
padre pueda creer, ni por un segundo, que él lo está espiando. Durante
mucho rato, B se dedica a pensar. Piensa en mujeres, piensa en viajes.
Finalmente se duerme.
.......... Durante
la noche, en dos ocasiones, se despierta sobresaltado y la cama de su
padre está vacía. A la tercera vez ya está amaneciendo y ve la espalda
de su padre que duerme profundamente. Entonces enciende la luz y durante
un rato, sin salir de la cama, se dedica a fumar y a leer.
.......... Esa mañana B vuelve a la playa y alquila
otra vez una tabla. Esta vez no tiene ningún problema para llegar a la
isla de enfrente. Allí toma un zumo de mango y se baña durante un rato
en un mar en donde no hay nadie. Luego vuelve a la playa del hotel, le
entrega la tabla al adolescente que lo mira con una sonrisa y regresa
dando un largo rodeo. En el restaurante del hotel encuentra a su padre
tomando café. Se sienta a su lado. Su padre está recién afeitado y su
piel despide un olor a colonia barata que a B le gusta. En la mejilla
derecha exhibe un arañazo desde la oreja hasta el mentón. B piensa
preguntarle qué ocurrió anoche, pero finalmente decide no
hacerlo.
.......... El resto del día
transcurre como entre brumas. En algún momento B y su padre se marchan a
una playa cercana al aeropuerto. La playa es enorme y en los lindes
abundan las cabañas con techos de cañizo en donde los pescadores guardan
sus artes. El mar está revuelto: durante un rato B y su padre contemplan
las olas que se estrellan contra la bahía de Puerto Marqués. Un pescador
que está cerca les dice que no es un buen día para bañarse. Es verdad,
dice B. Su padre, sin embargo, se mete en el agua. B se sienta en la
arena, con las rodillas levantadas y lo observa internarse al encuentro
de las olas. El pescador se lleva una mano de visera a la frente y dice
algo que B no entiende. Durante un momento la cabeza de su padre, los
brazos de su padre que nada hacia dentro desaparecen de su campo visual.
junto al pescador hay ahora dos niños. Todos miran hacia el mar, de pie,
menos B que sigue sentado. En el cielo aparece, de forma por demás
silenciosa, un avión de pasajeros. B deja de mirar el mar y contempla el
avión hasta que éste desaparece detrás de una suave colina llena de
vegetación. B recuerda un despertar, justo un año atrás, en el
aeropuerto de Acapulco. El venía de Chile, solo, y el avión hizo escala
en Acapulco. Cuando B abrió los ojos, recuerda, vio una luz anaranjada,
con tonalidades rosas y azules, como una vieja película cuyos colores
estuvieran desapareciendo, y entonces supo que estaba en México y que
estaba, de alguna manera, salvado. Esto ocurrió en 1974 y B aún no había
cumplido los veintiún años. Ahora tiene veintidós y su padre debe andar
por los cuarentainueve. B cierra los ojos. El viento hace ininteligibles
las voces de alarma del pescador y de los niños. La arena está fría.
Cuando abre los ojos ve a su padre que sale del mar. B cierra otra vez
los ojos y los vuelve a abrir sólo cuando una mano grande y mojada se
posa sobre su hombro y la voz de su padre lo invita a comer huevos de
caguama.
.......... Hay cosas que se
pueden contar y hay cosas que no se pueden contar, piensa B, abatido. A
partir de este momento él sabe que se está aproximando el
desastre.
.......... Las cuarentaiocho
horas siguientes, no obstante, transcurren envueltas en una suerte de
placidez que el padre de B identifica con "el concepto de las
vacaciones" (y B no sabe si su padre se está riendo de él o lo dice en
serio). Van a la playa cada día, comen en el hotel o en un restaurante
de la avenida López Mateos que tiene precios económicos, una tarde ambos
alquilan una embarcación, un bote de plástico, minúsculo, y recorren el
perfil de la costa cercana a su hotel, navegando junto a los vendedores
de baratijas que se desplazan en tablas o en botes de ínfimo calado,
como funambulistas o marineros muertos, llevando sus mercaderías de
playa en playa. Al regreso, incluso, sufren un percance.
.......... El bote, que el padre de B lleva
demasiado próximo a los roqueríos, vuelca. El incidente, por supuesto,
no tiene mayor importancia. Ambos saben nadar bastante bien y el bote
está hecho para volcar, no cuesta nada darle la vuelta y subirse a él
otra vez. Y eso es lo que hacen B y su padre. En ningún momento ha
habido el menor peligro, piensa B. Pero entonces, cuando ambos han
vuelto a subir al bote, el padre de B se da cuenta de que ha perdido la
billetera y lo anuncia. Dice, tocándose el corazón: "mi billetera", Y
sin dudarlo un segundo se sumerge de cabeza en el agua. A B le da un
ataque de risa, pero luego, tirado en el bote, observa el agua y no ve
señal alguna de su padre y durante un instante se lo imagina buceando o,
aún peor, cayendo a plomo, pero con los ojos abiertos, por una fosa
profunda, fosa en cuya superficie se balancea su bote y él mismo, a
mitad de camino ya de la risa y de la alarma. Entonces B se yergue y
tras mirar hacia el otro lado del bote y no ver señales de su padre,
procede a sumergirse a su vez y sucede lo siguiente: mientras B
desciende, con los ojos abiertos, su padre asciende (y podría decirse
que casi se tocan) con los ojos abiertos y la billetera en la mano
derecha; al cruzarse ambos se miran, pero no pueden corregir, al menos
no de manera instantánea, sus trayectorias, de modo que el padre de B
sigue subiendo silenciosamente y B sigue bajando
silenciosamente.
.......... Para los
tiburones, para la mayoría de los peces (excepto para los peces
voladores), el infierno es la superficie del mar. Para B (para la
mayoría de los jóvenes de veintidós años), el infierno a veces es el
fondo del mar. Mientras baja recorriendo en sentido inverso la estela
que ha dejado su padre, piensa que precisamente ahora hay más motivos
que nunca para reírse. En el fondo del mar no encuentra arena, como su
imaginación de algún modo esperaba, sino sólo rocas, rocas que se
sostienen unas en otras, como si aquel lugar de la costa fuera una
montaña sumergida y él estuviera en la parte alta, apenas iniciado el
descenso. Después sube y desde abajo contempla el bote que por momentos
parece levitar y por momentos parece a punto de hundirse, con su padre
sentado en el centro exacto, intentando fumar un cigarrillo
mojado.
.......... Y luego se acaba el
paréntesis, se acaban las cuarentaiocho horas de gracia en las cuales B
y su padre han recorrido algunos bares de Acapulco, han dormido tirados
en la playa, han comido e incluso se han reído, y comienza un período
gélido, un período aparentemente normal pero dominado por unos dioses
helados (dioses que, por otra parte, no interfieren en nada con el calor
reinante en Acapulco), unas horas que en otro tiempo, tal vez cuando era
adolescente, B llamaría aburrimiento, pero que ahora de ninguna
manera llamaría así, sino más bien desastre, un desastre peculiar, un
desastre que por encima de todo aleja a B de su padre, el precio que
tienen que pagar por existir.
..........
Todo comienza con la aparición del ex clavadista. B se da cuenta de
inmediato que viene a buscar a su padre y no al, llamémosle así,
conjunto familiar que conforman ambos. El padre de B invita al ex
clavadista a tomarse una copa en la terraza del hotel. El ex clavadista
dice que conoce un lugar mejor. El padre de B lo mira y sonríe y luego
dice órale. Cuando ganan la calle comienza a atardecer y por un segundo
B siente una punzada inexplicable y cree que tal vez hubiera sido mejor
quedarse en el hotel, dejar que su padre se divirtiera solo. Pero ya es
demasiado tarde. El Mustang sube por la avenida Constituyentes y el
padre de B saca de un bolsillo la tarjeta que días atrás le diera el
recepcionista. El picadero se llama San Diego, dice. El ex clavadista
arguye que ese lugar es demasiado caro. Tengo dinero, dice el padre de
B, vivo en México desde 1968 y ésta es la primera vez que me doy unas
vacaciones. B, que va sentado junto a su padre, busca el rostro del ex
clavadista en el espejo retrovisor y no lo encuentra. Así que primero
van al San Diego y durante un rato beben y bailan con chicas a las que
por cada baile hay que entregar un boleto que previamente compran en la
barra. El padre de B, al principio, sólo compra tres boletos. Este
sistema, le dice al ex clavadista, tiene algo de irreal. Pero luego se
entusiasma y compra un fajo entero. B también baila. Su primera pareja
es una muchacha delgada y de rasgos aindiados. La segunda es una mujer
de grandes pechos que parece preocupada o enfurruñada por algo que B
jamás podrá comprender. La tercera es gorda y feliz y al poco rato de
estar bailando le confiesa al oído que está drogada. ¿Qué has tomado?,
dice B. Hongos alucinantes, dice la mujer y B se ríe. Su padre, mientras
tanto, baila con la muchacha que parece india y B los observa de tanto
en tanto. En realidad, todas las muchachas parecen indias. La que baila
con el padre de B tiene una bonita sonrisa. Hablan (de hecho hablan sin
parar) aunque B no oye lo que dicen. Después su padre desaparece y B se
acerca a la barra junto al ex clavadista. Ellos también se ponen a
hablar. De los tiempos pasados. Del valor. De las quebradas en donde
rompe el mar. De mujeres. Temas que a B no le interesan o que, al menos,
no le interesan en ese momento. Y sin embargo hablan.
.......... Al cabo de media hora su padre vuelve a
la barra. Su pelo rubio está mojado y recién peinado (el padre de B se
peina para atrás) y tiene la cara enrojecida. Sonríe sin decir nada y B
lo observa sin decir nada. Hora de comer, dice. B y el ex clavadista lo
siguen hasta el Mustang. Cenan mariscos variados en un local oblongo
como un ataúd. Mientras comen, el padre de B mira a B como buscando una
respuesta. B sostiene su mirada. Telepáticamente le dice: no hay
respuesta porque la pregunta no es válida. La pregunta es imbécil.
Después, sin saber cómo, B sigue a su padre y al ex clavadista (que
hablan todo el rato de boxeo) hasta un local en los suburbios de
Acapulco. El edificio es de ladrillo y madera, carece de ventanas y en
el interior hay un juke-box con canciones de Lucha Villa y Lola
Beltrán. De pronto B siente náuseas. Sólo entonces, mientras se separa
de su padre y busca un lavabo o el patio trasero o la salida a la calle,
se da cuenta de que ha bebido demasiado. También se da cuenta de algo
más: unas manos aparentemente hospitalarias no le han permitido salir a
la calle. Temen que me escape, piensa B. Luego vomita varias veces en un
patio abierto en donde se acumulan cajas de cerveza y en donde hay un
perro atado, y tras aliviarse se pone a contemplar las estrellas. No
tarda en aparecer junto a él una mujer. Su sombra se recorta más oscura
que la noche. Su vestido, sin embargo, es blanco y eso hace que B la
pueda distinguir. ¿Te hago un guagüis?, dice. Tiene una voz joven y
aguardentosa. B se la queda mirando sin entender. La puta se arrodilla a
su lado y le abre la bragueta. Entonces B comprende y la deja, hacer.
Cuando acaba siente frío. La puta se levanta y B la abraza. juntos
contemplan la noche. Cuando B dice que quiere volver a la mesa de su
padre, la mujer no lo sigue. Vamos, dice B, tirando de su mano, pero
ella se resiste. Entonces B se da cuenta de que no ha visto apenas su
rostro. Es mejor así. Sólo la he abrazado, piensa, ni siquiera sé cómo
es. Antes de volver a entrar se da vuelta y ve que la puta se acerca al
perro y lo acaricia.
.......... En el
interior, su padre está sentado a una mesa junto al ex clavadista y
otros dos tipos. B se le acerca por la espalda y le susurra unas
palabras al oído. Vámonos. Su padre está jugando a las cartas. Voy
ganando, dice, no puedo irme. Nos van a robar todo el dinero, piensa B.
Luego contempla a las mujeres que a su vez lo contemplan a él y a su
padre con una conmiseración palpable. Ellas saben lo que nos va a pasar,
piensa B. ¿Estás borracho?, le pregunta su padre mientras pide una
carta. No, dice B, ya no. ¿Estás drogado?, dice su padre. No, dice B.
Entonces su padre sonríe y pide un tequila y B se levanta y va hacia la
barra y desde allí observa con ojos de loco el escenario del crimen. En
ese momento B sabe que aquél es el último viaje que hará con su padre.
Abre los ojos, cierra los ojos. Las putas lo miran con curiosidad, una
le ofrece un trago que B rechaza con un gesto. A veces, cuando tiene los
ojos cerrados, puede ver a su padre con una pistola en cada mano
saliendo de una puerta que está en un lugar en donde jamás debía estar
una puerta. Sin embargo su padre aparece por allí, de prisa, con los
ojos grises brillantes y el pelo despeinado. Nunca más volverán a viajar
juntos, piensa B. Eso es todo. Lucha Villa canta en el juke-box y
B piensa en Gui Rosey, poeta menor desaparecido en el sur de Francia. Su
padre reparte las cartas, se ríe, cuenta historias y escucha historias
que rivalizan en sordidez. B recuerda cuando volvió de Chile, en 1974, y
fue a verlo a su casa. Su padre se había roto un pie y estaba leyendo en
la cama un periódico deportivo. Le preguntó cómo le había ido y B le
contó sus aventuras. Sucintamente: las guerras floridas
latinoamericanas. Estuvieron a punto de matarme, dijo. Su padre lo miró
y se sonrió. ¿Cuántas veces?, dijo. Por lo menos dos, respondió B. Ahora
su padre se ríe a carcajadas y B trata de pensar con claridad. Gui Rosey
se suicidó, piensa, o lo mataron, piensa. Su cadáver está en el fondo
del mar.
.......... Un tequila, dice B.
Una mujer le pone un vaso lleno hasta la mitad. No se emborrache otra
vez, joven, dice. No, ya estoy bien, dice B perfectamente lúcido. No
tardan otras dos mujeres en acercarse a él. ¿Qué quieren tomar?, dice B.
Su papá de usted es muy simpático, dice una de ellas, la más joven, de
pelo largo y negro, tal vez la misma que me lo chupó hace un rato,
piensa B. Y recuerda (o trata de recordar) escenas en apariencia
inconexas: la primera vez que fumó en su presencia, a los catorce años,
un Viceroy, una mañana en que los dos esperaban la llegada de un tren de
carga en el interior del camión de su padre y hacía mucho frío; armas de
fuego, cuchillos; historias familiares. Las putas beben tequila con
coca-cola. ¿Cuánto rato estuve afuera vomitando?, piensa B. Parecía
moto, dice una de las putas, ¿quiere un poquito? ¿Un poquito de qué?,
dice B temblando pero con la piel fría como un témpano. Un poquito de
mota, dice la mujer, de unos treinta años, el pelo largo como su
compañera, pero teñido de rubio. ¿Golden Acapulco?, dice B dando un
trago de tequila mientras las dos mujeres se le acercan un poco más y le
acarician la espalda y las piernas. Simón, para tranquilizarse, dice la
rubia. B asiente con la cabeza y lo siguiente que recuerda es una nube
de humo que lo separa de su padre. Usted quiere mucho a su papá, dice
una de las mujeres. Pues no tanto, dice B. ¿Cómo no?, dice la morena. La
que atiende la barra se ríe. A través del humo, B observa que su padre
da vuelta la cabeza y durante un instante lo mira. Me está mirando con
una seriedad de muerte, piensa. ¿Te gusta Acapulco?, dice la rubia. El
local, sólo en ese momento lo percibe, está semivacío. En tina mesa hay
dos tipos que beben en silencio y en la otra están su padre, el ex
clavadista y los dos desconocidos jugando a las cartas. Todas las demás
mesas están desocupadas.
.......... La
puerta del patio se abre y aparece una mujer con un vestido blanco. Es
la que me lo chupó, piensa B. La mujer aparenta unos veinticinco años,
aunque seguramente tiene muchos menos, tal vez dieciséis o diecisiete.
Tiene el pelo largo, como casi todas, y lleva zapatos con tacones muy
altos. Cuando cruza el local (se dirige al lavabo), B estudia con
detenimiento sus zapatos: son blancos y están sucios de barro en los
lados. Su padre también levanta la mirada y la estudia durante un
momento. B mira a la puta, que abre la puerta del baño, y luego mira a
su padre. Entonces cierra los ojos y cuando los vuelve a abrir la puta
ya no está y su padre ha vuelto a concentrarse en el juego. Lo mejor
sería que se llevara a su papá de este lugar, le dice una de las mujeres
al oído. B pide otro tequila. No puedo, dice. La mujer le mete la mano
por debajo de la camisa holgada y con dibujos hawaianos. Está
comprobando si voy armado, piensa B. Los dedos de la mujer suben por su
pecho y se enroscan alrededor de su tetilla izquierda. Se la aprieta.
Eh, dice B. ¿No me crees?, dice la mujer. ¿Qué va a pasar?, dice B. Algo
malo, dice la mujer. ¿Como cuánto de malo?, dice B. No lo sé, pero yo
que tú me largaría. B sonríe y la mira a los ojos por primera vez: vente
con nosotros, le dice mientras bebe un trago de tequila. Ni que
estuviera loca, dice la mujer. B recuerda entonces una ocasión, antes de
que él se marchara para Chile, en que su padre le dijo "tú eres un
artista y yo soy un trabajador". ¿Qué quiso decir con eso?, piensa. La
puerta del baño se abre y la puta vestida de blanco vuelve a aparecer,
esta vez con los zapatos impolutos, y atraviesa el local hasta la mesa
en donde juegan a las cartas y allí se queda, de pie, junto a uno de los
desconocidos. ¿Por qué tenemos que irnos?, dice B. La mujer lo mira de
reojo y no le contesta. Hay cosas que se pueden contar, piensa B, y hay
cosas que no se pueden contar. Cierra los ojos.
.......... Como en sueños, regresa al patio trasero
del bar. La mujer teñida de rubio lo lleva de la mano. Esto ya lo he
hecho, piensa B, estoy borracho, no saldré jamás de aquí. Algunos gestos
se repiten: la mujer se sienta en una silla desvencijada y le abre la
bragueta, la noche parece flotar como un gas letal a la altura de las
cajas de cerveza vacías. Pero faltan algunas cosas: el perro ya no está,
por ejemplo, y hacia el este ya no cuelga la luna sino algunos
filamentos de claridad que adelantan el amanecer. Cuando acaban, atraído
tal vez por los gemidos de B, aparece el perro. No muerde, dice la mujer
mientras el perro se detiene a pocos metros de ellos y enseña los
dientes. La mujer se levanta y se alisa el vestido. El lomo del perro
está erizado y por el hocico le cae una baba transparente. Quieto,
Púas, quieto, Púas, repite la mujer. Nos va a morder,
piensa B mientras retroceden hasta la puerta. Lo que sigue es caótico:
en la mesa donde juega su padre todos se han puesto de pie. Uno de los
desconocidos grita a todo pulmón. B no tarda en darse cuenta de que está
insultando a su padre. Por precaución, se acerca a la barra y pide una
botella de cerveza que bebe a grandes sorbos, ahogándose, antes de
aproximarse. Su padre parece tranquilo, piensa B. Junto a él hay una
buena cantidad de billetes que coge uno por uno y luego se guarda en el
bolsillo. De aquí no vas a salir con ese dinero, grita el desconocido. B
mira al ex clavadista. Busca en su rostro por quién va a tomar partido.
Probablemente por el desconocido, piensa B. La cerveza le resbala por el
cuello y sólo entonces se da cuenta de que está ardiendo.
.......... El padre de B termina de contar su
dinero y mira a los tres hombres que tiene enfrente y a la mujer vestida
de blanco. Bueno, caballeros, nosotros nos vamos, dice. Hijo, ponte a mi
lado, dice. B arroja al suelo lo que queda de cerveza y empuña la
botella cogiéndola del cuello. ¿Qué haces, hijo?, dice el padre de B. En
su voz B percibe un cierto tono de reproche. Vamos a salir
tranquilamente, dice el padre de B y luego se da vuelta y les pregunta a
las mujeres cuánto se les debe. La de la barra mira un papel y dice una
cifra bastante alta. La rubia, que está de pie a medio camino entre la
mesa y la barra, dice otra cifra. El padre de B suma, saca el dinero y
se lo tiende a la rubia: lo tuyo y las consumiciones, dice. Luego añade
un par de billetes más: la propina. Ahora vamos a salir, piensa B. Los
dos desconocidos se plantan interfiriendo el paso. B no quiere mirarla,
pero la mira: la mujer de blanco se ha sentado en una de las sillas
vacías y revisa con las yemas de los dedos las cartas esparcidas en la
mesa. No me estorbes, susurra su padre y B tarda en comprender que le
está hablando a él. El ex clavadista se mete las manos en los bolsillos.
El desconocido vuelve a insultar al padre de B, lo insta a volver a la
mesa, a volver a jugar. Ya no se juega más, dice el padre de B. Durante
un instante, mientras contempla a la mujer vestida de blanco (que le
parece, por primera vez, muy hermosa), B piensa en Gui Rosey que
desaparece del planeta sin dejar rastro, dócil como un cordero mientras
los himnos nazis suben al cielo color sangre, y se ve a sí mismo como
Gui Rosey, un Gui Rosey enterrado en algún baldío de Acapulco,
desaparecido para siempre, pero entonces oye a su padre, que le está
recriminando algo al ex clavadista, y se da cuenta de que, al contrario
que Gui Rosey, él no está solo.
..........
Después su padre camina un poco encorvado hacia la salida y B le concede
espacio suficiente para que se mueva a sus anchas. Mañana nos iremos,
mañana volveremos al DF, piensa B con alegría. Comienzan a pelear.
fin