Presentó su nueva novela en España
Roberto
Bolaño : 'Si viviera en Chile, nadie me perdonaría
esta novela'
El celebrado autor
chileno que obtuvo el premio Rómulo Gallegos por Los
Detectives Salvajes presenta, por estos días en
Barcelona, su última novela: Nocturno de Chile (Anagrama), que en nuestro país saldrá a la venta a
mediados de diciembre. Este libro se estructura en
dos grandes y disímiles párrafos, uno tan largo que
abarca casi todo el libro y otro tan corto, pero
contundente, como para hacernos saber que esta vez
sus letras desatan una "tormenta de
mierda".
Por Melanie Jösch desde
Barcelona
Fuente:PrimeraLínea
Roberto Bolaño nos recibió en un su
casa en Blanes, frente al Mediterráneo, donde vive
junto a su mujer, hijo e hija por nacer, y donde
trama, en un ejercicio diario, las novelas que hoy lo
sitúan como una de las voces más destacadas de la
literatura latinoamericana actual. Asegura que el
camino aún está por recorrer, que proyecta una
novela de mil páginas que será un clásico el año
2300 y que cuando la termine dejará de fumar. Por
mientras, dio rienda suelta a la narrativa en
Nocturno de Chile (Anagrama), una novela que se
estructura en dos grandes y disímiles párrafos, uno
tan largo que abarca casi todo el libro y otro tan
corto pero contundente como para hacernos saber que
esta vez sus letras desatan una "tormenta de
mierda".
No cabe otra alternativa. El personaje que nos lleva
de la mano a un país de náufragos es un sacerdote
Opus Dei, crítico literario y poeta mediocre, de
nombre Sebastián Urrutua Lacroix, conocido como el
cura Ibacache. Todo ocurre en una noche de fiebre
alta, cuando el miedo inminente a la muerte abre las
compuertas de la memoria, desde donde salen, en
hilera, las imágenes que nos llevarán desde el
Chile latifundista hasta el golpe de Estado y la
cruenta dictadura con su secuela de terror.
A la vocación nacional de esta novela se cruzan
viajes transatlánticos para conocer los métodos de
conservación de las iglesias europeas, donde más
bien se aprenden los métodos de exterminio de las
palomas, máximas causantes del deterioro de las
casas de Dios. Halcones son los fieles y certeros
acompañantes de los sacerdotes en su misión de
limpieza. En este tenor, irán apareciendo
personajes, algunos grotescos -como María Canales,
mujer que ofrece tertulias literarias mientras en el
sótano de su casa se tortura-, otros redimidos -ya
veremos- pero todos mirados desde la vara del humor,
"del ridículo espantoso", como señala
aquí el autor.
-¿Nocturno de Chile es la metáfora de un
país infernal?
-No lo veo así. Es la metáfora de un país
infernal, entre otras cosas. También es la metáfora
de un país joven, de un país que no se sabe muy
bien si es un país o un paisaje.
-Es inquietante la perspectiva de esta
novela, narrada a partir de personajes que apoyaron
el golpe de Estado, que fueron mudos testigos del
terror o que le dieron clases de marxismo a la Junta
militar. ¿Por qué asume los ropajes del lobo?
-La respuesta más cómoda para mí sería decir que
por variar un poco. Después de asumir los ropajes de
tantas ovejas, me dan ganas de ponerme la piel de un
lobo. Ahora yo no creo que sean lobos realmente, ni
el narrador ni gran parte de los personajes que
aparecen en la novela, sino más bien náufragos. Hay
unos cuantos lobos. El señor Oido y el señor Odeim
son lobos al ciento por ciento y la Junta Militar
chilena para qué te voy a decir. Pero los otros
personajes son más bien seres extraviados, en el
sentido que todos estamos extraviados. Incluso cuando
hablamos de lobos yo añadiría lobitos. Ni siquiera
lobos. Porque el matiz está tal vez en que el terror
lo sienten muchos más los lobitos.
-En su novela no parece salvarse nadie. No se
salva la Iglesia Católica que está representada en
su parte más cruel, no se salva el narrador -el
sacerdote Opus Dei y crítico literario- ni menos se
salvan Pinochet y su entorno. ¿Por qué esa mirada
hacia Chile?
-No es hacia Chile. Es hacia estos personajes en
concreto y hacia un momento concreto de mi vida.
Seguramente me dejo llevar por la música de mi
propia novela y en esa música no se podía salvar
nadie. Pero, pensándolo bien, creo que sí se salvan
algunos. Por ejemplo, el hijo de esa mujer (María
Canales) que es un niño que está permanentemente
asustado. Y también se salvan los campesinos del
primer cuadro de la novela, unos campesinos
extrañísimos, que parecen llegados de otro planeta.
Ellos se salvan por su alteridad, porque escapan a
cualquier intento de fijarlos, de historiarlos. El
niño se salva por su inocencia. Hay un sacerdote que
para mí se salva y es el que muere en Burgos. Ese
cura es fantástico cuando dice "esto está muy
mal, amiguitos"; "la cosa está muy
malita". Este cura tiene a su pobre halcón
muriéndose de hambre. Los dos están muriéndose de
hambre, él y su halcón Rodrigo, e incluso el
halcón Rodrigo, que representa en algun momento el
mal instalado en el corazón de la Iglesia, también
me cae muy bien. Porque es el demonio, pero que
arrastra toda su elegancia, su capacidad de
seducción. El narrador, en cambio, el cura Ibacache,
no es un personaje seductor y la gente con la que se
reúne más bien cae por el lado de la impotencia
sexual.
-Pero acepta que es un libro oscuro sobre
Chile.
-Sí, pero también es un libro claro. Creo que es
una novela con mucho sentido del humor. Al menos
cuando la escribía me reía como loco. Incluso en
los momentos más terribles de la novela hay sentido
del humor, del ridículo, entendido a la manera
chilena, es decir, ridículo espantoso.
-Y al final, se desata "la tormenta de
mierda"...
-Porque en esta novela no había más remedio que
eso. Es una metáfora a aquello que decía un poeta,
"toda una vida perdida", a la constatación
de que se ha perdido toda una vida. Cuando eso ocurre
y se sigue viviendo, lo que viene a continuación es
la tormenta de mierda, el apocalipsis individual.
La
novela imperfecta
-Es una constante en su literatura el cruce
entre ficción y realidad, que aquí se da en una
serie de personajes que tienen su doble en la vida
cotidiana. ¿Qué papel juega la referencialidad?
-La referencialidad no sirve para nada. Uno
de los grandes novelistas del siglo XX es Marcel
Proust y la Recherche está llena de referencias. Es
una novela referencial al ciento por ciento y no
tiene la más mínima importancia que tu sepas hoy
quiénes eran los personajes. Acaso el ser
referencial a veces ayuda a exorcisar algunos
fantasmas o a clarificarte, pero sólo a ti mismo. En
ocasiones, la referencialidad se usa como un guante
de desafío, en otras ocasiones más que un guante de
desafío es un acto casi suicida. Si yo viviera en
Chile, probablemente nadie me perdonaría esta
novela. Porque hay más de tres o cuatro personas que
se sentirían aludidas, que tienen poder y que no me
lo perdonarían jamás. La referencialidad puede ser
leída desde multiples perspectivas, pero no creo que
signifique mucho en la obra de un escritor. Mucho
más importante es que la narración esté sustentada
por una estructura literaria que sea válida, por un
escritura que al menos sea legible y por una
capacidad mínima de vocabulario. Porque la historia
de la literatura está empedrada de obras muy malas
escritas en servicio del pueblo, de la monarquía, de
quien sea, y también está empedrada de obras muy
malas de estricta referencialidad.
-¿Por qué dice que Nocturno de Chile es una
mejor novela que Los Detectives Salvajes?
-Por algo muy sencillo. La novela es un arte
imperfecto. Tal vez sea, en la literatura, el más
imperfecto de todos. Y a más páginas escritas las
posibilidades de lucir tus imperfeccciones son
mayores.
-¿Qué hay de su idea de escribir un
clásico de mil páginas?
-Cometeré muchísimos errores e imperfecciones.
Evidentemente un libro largo tiene alguna ventaja. En
un libro largo un escritor tiene que demostrar su
aguante, su capacidad constante de inventiva, tiene
que tener una respiración ancha y mucha capacidad de
fabulación y, por supuesto, no es lo mismo concebir
una casa que un rascacielos. Muchas veces es más
habitable una casa, pero para construir un
rascacielos hay que ser muy bueno, puesto que tienes
que hacer trazados mucho más complicados. Ahora,
dónde quiere vivir uno, generalmente en una casita.
Hay un caso paradigmático al respecto. La novela
más habitable de Herman Melville es un relato largo
que se llama Bartleby, el escribiente. Todo el mundo
dice maravillas de Bartleby, dicen que es la obra
perfecta, pero se olvidan de que Melville escribió
Moby Dick, la gran obra de este autor. Moby Dick
inaugura una visión, una gran aventura en la novela
americana. De hecho, la novela americana se funda en
dos grandes novelas norteamericanas, que son Moby
Dick, de Melville, y Huckleberry Finn, de Twain. Una
transita por el lado más amable de la vida y la otra
es la novela negra por excelencia. Una es
paradisíaca y la otra, Moby Dick, es infernal y,
paradógicamente, claustrofóbica, porque aunque el
barco se mueve por todo el mundo, los marinos en el
barco sólo se mueven dentro del barco. Y en ese
autor, tan absolutamente prometéico como es
Melville, generalmente la gente se encuentra mucho
más a gusto con su Bartleby.
Nuevo
boom latinoamericano
-¿Cree que existe un nuevo boom de la
literatura latinoamericana?
-Sí. No pienso que sea un grupo con una ligadura
generacional muy fuerte, porque hay gente nacida en
el año 49, como César Aira, y hay gente nacida en
el año 68, como Ignacio Padilla. Son casi veite
años de diferencia. Ahora, también habían años de
diferencia entre Julio Cortázar y Vargas Llosa. Lo
que creo que marca un cambio es que los autores
vuelven a asumir riesgos. No escriben fácil, no
hacen la literatura epigonal, que era lo que se
llevaba hasta ahora. Durante veinte años, desde
finales del 70 hasta principios del 90, la literatura
que se hacía era como el bagazo del realismo
mágico. Nunca nada original. Nunca nada que asumiera
riesgos. La década del 80, que fue nefasta para
Latinoamércia, creó una tipología que no sólo se
expandió en el ámbito literario, sino básicamente
en el ámbito profesional, cuyo lema era ganar
dinero, tener éxito, todo con un rechazo absoluto al
fracaso y un acriticismo por encima de todo. Y los
escritores adoptaron más o menos ese modelo como
propio. Entonces aparecen escritores en los que no
hay nada. O son malos copistas del realismo mágico,
como la mexicana Laura Esquivel, o son pésimos
escritores entre comillas juveniles, como Alberto
Fuguet, o son escritores que toman temas históricos
de una forma nefasta. Hay una escritura muy mala en
Latinoamérica, una escritura que por un lado abusa
del tipismo, del folcorismo, y que se intenta vender
al extranjero como mercadería exótica.
-¿Cuáles serían los riesgos que asumen los
escritores del "nuevo boom"?
-Los riesgos están en los tratamientos formales que,
por ejemplo, Rodrigo Rey Rosas da a sus cuentos. Los
cuentos de Rodrigo Rey Rosas no los ha escrito nadie
en lengua castellana. Antes que él hay grandes
cuentistas, incluso un cuentista genial, que es
Borges, pero los cuentos de Rey Rosas nadie los ha
escrito. Son absolutamente propios. Creo que Rey
Rozas es un autor que será estudiado dentro de
cincuenta años. Lo tendrán como un verdadero
renovador del relato corto. Los territorios donde se
mueve son territorios que únicamente le pertenecen a
él y a su tradición, a lo que lleva detrás.
Porque, desde luego, él no nace sabiendo escribir.
En este sentido, los experimentos literarios de
César Aira vienen directamente de Gombrovich y de
otro gran escritor argentino que es Lamborgini. Lo
que hace César Aira es algo que tampoco se había
hecho.
-¿De dónde viene usted?
-Creo que vengo de la poesía. No me parezco ni a
César Aira, ni a Rey Rosas, ni a Juan Villoro, ni a
Javier Marías, ni a Vila Matas -que es uno de los
buenos-. Ninguno de los que te he nombrado es
escritor de poesía. Yo básicamente soy poeta.
Empecé como poeta. Casi siempre he creído, y aún
sigo creyéndolo, que escribir prosa es de un mal
gusto bestial. Y lo digo en serio.
-¿Por qué?
-En algún sentido creo que escribir prosa es volver
a las labores de mi abuelo analfabeto. Es mucho más
difícil la poesía. Las escenografías que te
proporciona la poesía son de una pureza y de una
desolación muy grande. Cuando juntas pureza y
desolación el escenario se agranda automáticamente
hasta el infinito y lo lógico es que tu desaparezcas
en ese escenario y, sin embargo, no desapareces. Te
haces infinitamente pequeño pero no desapareces.
-Usted mismo ha dicho que la mejor poesía
del siglo se ha escrito en prosa...
-Lo que probablemente quiere decir que la poesía en
sus métricas habituales y en su soporte clásico ya
está muerta.
-Acaba de sugerir que si hubiese publicado su
última novela en Chile seguramente no lo
perdonarían. ¿Qué le pediría a sus lectores?
-Primero, a mis lectores, que son pocos pero fieles,
les pediría perdón. Mis más sentidas y profundas
excusas por haber vuelto a reincidir. Segundo,
pediría que se rieran y, tercero, me gustaría que
les satisfaciera, no a todos, pero sí a algunos, la
forma de mi novela, que aparentemente es muy sencilla
pero realmente es hipercomplicada. La novela se
divide en dos párrafos, uno que dura ciento
cincuenta páginas y otro que dura una línea. Y,
luego, está construida en una sucesión de cuadros
en donde casi no hay punto de hilación o bien los
puntos de unión entre un cuadro y otro son puramente
experimentales. La novela es la narración del
transcurso de una noche del cura Ibacache, que
comienza con la fiebre alta y ésta se va remitiendo.
Los primeros capítulos están narrados desde el
delirio más extremo, desde los 40 grados de fiebre,
pero los últimos están narrados desde los 37.5 y en
él último párrafo, cuando empieza la tormenta de
mierda, ya no hay fiebre. Eso lo dediqué a los
lectores.