Un
espejo irreverente
por
Oscar Bustamante
en El Mercurio, 9 de febrero de
1997
..... No sé. Tal vez apenas
apagar la TV, cerrar la puerta y subir las escaleras rumbo a nuestros
altillos solitarios.
..... No
recuerdo exactamente cuándo comencé a compartir la “galería” del cine
Palet de Talca y sus tardes
de matinés eternas, con la tímida aventura de leer una novela. Sí
recuerdo que la novela se llamaba Tom Sawyer y que el creador de aquel
mundo maravilloso me resultaba difícil de imaginar, misterioso e
inalcanzable. Me sigue ocurriendo lo mismo hoy día, a muchos años de
distancia, cuando un libro me atrapa. La misma sensación de
agradecimiento y admiración por el escritor en su mundo.
... Sin embargo, convertirme en escritor no
estaba en mis planes. Recuerdo que mi padre, contemplando una cosecha
de trigo tumbada por la lluvia, me comentó: “Vamos de mal en peor”, y
se fue a encerrar en el salón a escuchar a Mozart. Mis propias
cosechas también desperdigadas al viento me llevaron rumbo a mi
altillo en busca de mi propio Mozart. Comencé a mirar sobre mi espalda
lo que había dejado atrás. Es que entonces necesitaba imperiosamente
ordenar mis maletas: lo que quedaría en la vereda en bolsas negras, lo
que me dejaría en el velador, aquello a donar. Aunque de lo último
sólo habría algunas páginas de éste, nuestro confín, de su espacio y
de sus voces tímidas de pronto sorprendidas en paños menores por la
“modernidad”. Narro desde donde soy. Desde lo que me he convertido.
Exploro en aquello que me inquieta, como una música que de pronto
arrastra el viento desde otra orilla y deja en los oídos un eco de
dulzura, de misterio, a veces de tristeza. Una música que luego ya se
ha ido, y me ha dejado a mitad del camino. Lo que al cabo queda en el
papel no es más que esa atmósfera fragmentada que me ha rondado
durante meses, a veces años. Queda lo que he podido atrapar del
misterio y luego destilar en el alambique clandestino. Más que otra
cosa, me esfuerzo para estar atento. Alerta, para descifrar lo que
dicen las voces invisibles. Para codificarlas, traducirlas.
... Escribir en los 90 o en el 2500 y más allá
aún será siempre idéntico. Un viaje azaroso hacia lo desconocido. Pero
yo quisiera que quienes me leen sientan lo mismo que sentí yo en
aquellas tardes lejanas de mi juventud: sorpresa, alegría, misterio.
Poner frente a los ojos del lector, como en un espejo irreverente, el
otro rostro del mundo. que nos rodea.