TERNURA Y
FRACASO
por Antonio Avaria
en Revista de Libros, El Mercurio de Santiago
17
de Marzo de 1996, pág. 2
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Sin alardes, sin hallazgos verbales ni pirotecnia, con un narrador
monocorde, Oscar Bustamante (Talca, 1941) consigue la proeza de
arrastrar al lector, haciéndolo leer esta novela en una exhalación,
obligándolo a reír y conmoverse ante las travesuras, flaquezas y
penalidades de Carlos Overnead.
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La técnica es simple, pero de imperturbable eficacia. Cinco monólogos,
cinco lamentaciones que son cinco cartas, escritas naturalmente en
forma autobiográfica a una segunda persona, a un vocativo tú que es un
primo, el destinatario de todo el libro, contraparte triunfadora del
desadaptado que cuenta su historia desde inesperados, lastimosos,
pintorescos ambientes. Hay páginas tristes y cómicas, de tierno
patetismo. El protagonista narrador va de tumbo en tumbo, de ilusión
en fracaso, con mucho del William Holden en Picnic, atractivo e
iluso, inmaduro y simpático, rememorando sin cesar las hazañas y la
felicidad de niñez y juventud. Bustamante ha dejado un personaje que
transmite sinceridad, enriqueciendo la galería novelesca chilena. Los
pasajes sobre el boxeo son memorables y sórdidos; de los mejores entre
los muchos que se han escrito en Chile sobre púgiles y
santos.
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Comunican verdad, leche de la bondad humana, y por su calidad hacen
dejar de lado ciertas ingenuidades narrativas que el autor ha ido
superando en sus tres novelas. Por otra parte, los retratos son
certeros y ágiles; con ojo machista, las mujeres están caricaturizadas
con gracia. La caracterización del padre es soberbia, y también la de
personajes secundarios, como ese médico jefe de la morgue de un
hospital municipal en California.
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También Explicación de todos mis tropiezos es una excelente
novela de Las ilusiones perdidas (o La casa verde), de
los dos amigos de infancia y lo que pasa después con sus vidas. Y
sería tal vez miope considerarla como un mero proceso hacia la locura.
Es cierto que el narrador linda con la demencia, pero a la vez hay una
conciencia de escritor en este hombre que todas las noches (en la
clínica, en la cordillera, en la comisaría, en el río) aporrea su
máquina de escribir, de la que nunca se desprende y a la que menciona
con sospechosa frecuencia. El dominio del humor, la mofa de sí mismo
sin remilgos, sin eludir el ridículo, pero sin exacerbarlo hasta el
esperpento (como en Gogol), produce efectos positivos: convence más,
conmueve, hace reír a mandíbula batiente, porque retintinea alguna
nota de sadismo y sobre todo porque muchos nos identificamos con estos
traspiés, aunque no con todos a la vez. A señalar la limpieza y
naturalidad del lenguaje; ya no es un escritor novato; aquí hay
destreza y pulso narrativos. Por eso mismo resultan chocantes,
inaceptables, las sinnúmeras faltas de ortografía; son chillonas,
chuscas, dignas de que otro Edwards Bello las escarnezca: fríbolo,
soverana, huviese, gentusa, agoviante; si hasta en la contratapa, que
tanto se ve, se lee una persuación. Sí, es muy agoviante leer haya
cuando es halla. Eso raya con la negligencia.
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Destaquemos las notables evocaciones de la cordillera, las
excursiones, los pozones para bañarse desnudos, el trato con caballos,
la afición por la bebida y las mujeres, siempre en situaciones
regocijantes y con un lenguaje coloquial que sabe medirse y no se
excede en manierismo. En otras palabras, es oportuno decir que Oscar
Bustamante cabalga con brío y airosamente donde tanto escritor chileno
se despeña. Las declamaciones son mínimas; apenas ciertas filosofías
de la vida deliberadamente adocenadas (¡no involuntariamente
adocenadas!) pues sirven para caricaturizar mejor una situación. Muy
bien las escenas y episodios cómicos, como esa visita del padre
calavera al departamento de California en Estados Unidos; y qué bien
la caracterización bufonesca de los donjuanes yanquis y chilenos; es
hilarante, y también es divertido que el narrador hable por la herida;
se hace más simpático que por las ínfulas, la vanidad o la
suficiencia.
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Quizá el primo triunfador social secretamente envidie la libertad y
temeridad de ese convidado de piedra que no se sometió a las reglas
del clan, ese desadaptado (ese misfit) que con su ridículo
redime a los demás. Por el verbo, entre otras ternezas.
Explicación de Todos Mis Tropiezos Oscar
Bustamante. Editorial Sudamericana, Santiago, 1995, 189
páginas.
TEXTO
ESCOGIDO
"A mí Crain no me iba a engañar. No iba a engatusar a
mi mujer así como así, por eso un día le dije a Carolina: ...
No quiero ver más a Crain. No quiero que le convides a comer
al departamento y tampoco quiero que vayas a su casa. No
aceptes sus invitaciones... Que esta noche, fiesta de
disfraces con inspiración del oeste americano, que otra noche,
cena de gala de disfraces nuevamente, pero inspirados en la
corte de Versalles. Basta de siutiquerías. ¿Me has
entendido?"
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