Hombre de izquierda convertido
abruptamente al pinochetismo a comienzos de los noventa, este abogado
y escritor de 47 años provoca a los lectores con poemas donde
los héroes son los agentes de la represión.
“Ya le tengo diez respuestas listas”, anuncia Bruno Vidal,
muy entusiasta, por teléfono.
-¿Pero cómo, si todavía no le hago la entrevista?
-Usted no me entiende, parece. Lo hago para preparar el terreno
y no para imponerle preguntas.
A este extravagante poeta, cuyo verdadero nombre es José Maximiliano
Díaz, le gusta anticiparse a sus encuentros con la prensa,
y lo primero que hace luego de abrir la puerta de su oficina -que
está decorada con objetos religiosos e imágenes de militares-
es entregarle a esta periodista un cuestionario que ha confeccionado
“sólo como marco de referencia”.
Alto, de pelo crespo y ojos saltones que sobresalen aun más
cuando se altera, Bruno Vidal tiene 47 años, es abogado y académico,
y se ha dado a conocer como autor de “Arte marcial” (1991)
y ahora de “Libro de guardia”, volumen que obtuvo el Premio
del Consejo Nacional del Libro y la Lectura y que acaba de ser publicado
bajo el sello de Ediciones Alone. Convertido drásticamente
al pinochetismo -después de haber sido, hasta comienzos de
los noventa, un hombre de izquierda-, en sus intensos y controvertidos
poemas ha proyectado cruentos episodios cuyos héroes suelen
ser torturadores y agentes represivos de la dictadura.
-¿Le está tomando el pelo al lector con su poesía?
Cuesta creer que a alguien lo motive la tortura.
-Mi poesía es una poesía que está inspirada en
la realidad. Me encantaría ser Rubén Darío, estar
en una filiación terriblemente romántica, pero esas
son cosas que ya están sepultadas. No podría decir “poesía
eres tú”.
-¿Cómo llegó a manejar de manera tan realista
el lenguaje y la atmósfera de las sesiones de tortura?
-No estuve en ninguna una sesión de tortura, aunque hay gente
que llega a creer lo contrario. Me he documentado, porque no se trata
sólo de estar en un calabozo donde hay un señor que
le está sacando la chucha a un fulano, sino también
de la transmisión cultural que supone una experiencia de esa
índole.
-¿Siente empatía con el tema?
-Poéticamente, sí. Solidarizo con ese mundo, me
concierne en la piel. Para poder escribir así tengo que entender
al máximo de las posibilidades el rol del victimario.
-¿Se puede empatizar poéticamente sin hacerlo en
la vida real?
-Es difícil. Yo he sido victimario muchísimas veces,
aunque no en ese plano, por supuesto, y no en ese grado de brutalidad.
Todos ocupamos una posición de victimario a veces. Lo que pasa
es que no nos damos cuenta.
-¿Qué opinan sus cercanos sobre sus poemas?
-Mire, hace poco me llamó una persona totalmente ajena a este
ambiente y me dijo: “No sabía que admirabas tanto a Jaime Guzmán
como yo”. Le respondí: “Es verdad, admiro a Jaime Guzmán”.
-Una cosa es admirar a Jaime Guzmán y otra a Manuel Contreras.
-También lo admiro. Mire la foto que tengo ahí. A Manuel
Contreras le tengo un cariño enorme por su rigor, por su método,
por su coraje, porque nos dio duro y fue capaz de ser antiimperialista.
-Entenderá que su postura genera suspicacias, porque suena
a provocación estudiada.
-Eso no depende de mí. Puede que entre los lectores haya un
sicólogo o siquiatra que diga: “Este pelotudo quiere llamar
la atención, es exhibicionista, tiene una distorsión
narcisista”. Eso es respetable, qué le voy a hacer.
-No me refería a eso, sino a que deliberadamente ha elegido
transformar en héroes a los torturadores para llamar la atención
literariamente.
-No me interesa llamar la atención literariamente. Yo voy al
combate y ahí veo qué pasa. Yo tengo una necesidad compulsiva
de escribir y en el minuto en que me siento seguro de una obra le
digo al prójimo: “¿Me quieres leer?”.
-¿Cómo era su poesía antes de “Arte marcial”?
-Me acuerdo de un solo poema que escribí antes de todo esto,
que se llamaba “Ya nada ha quedado”. Era un poema muy trivial, muy
infantil, que hablaba de una casa en demolición. Después
me di cuenta, leyendo a Jorge Teillier, de que estaba en esa onda
lárica, pero obviamente no era mi fuerte ni lo que el lenguaje
se proponía conmigo. Porque es el lenguaje el que lo manda
a uno. El lenguaje me dijo: “Oye, cabrito, no va por ahí la
cosa”.
-¿Y lo mandó a escribir sobre la represión?
-Exactamente. Y sobre acuartelamientos en primer grado y toques de
queda, porque esa era la vida cotidiana.
“No me toquen a Pedro
Lemebel”
Bruno Vidal tiene una pequeña hija llamada
María Trinidad y de ella dice que lo admira “sin ninguna
condición. Es la única que me da la coartada
para decir: ‘Estoy bien en lo que estoy haciendo’. A mi mujer,
en cambio, no le agrada mi poesía”, comenta.-Tampoco
le agrada a otros autores, entre ellos Pedro Lemebel, quien
lo ha tratado de fascista.
-Esos son equívocos de los que no me puedo hacer cargo.
Lo lamento mucho, porque a Pedro lo quiero muchísimo
y no entiendo por qué tiene esas reacciones histéricas.
Si me preguntaran “Bruno, ¿a qué escritor chileno
destacarías en este minuto?”, yo respondería:
“A Pedro”. Y si estuviéramos en estado de sitio y me
correspondiera salvar a alguien, lo primero que haría
sería decir: “No me toquen a Pedro Lemebel”.
-¿Se siente reconocido por sus pares poetas?
-Tengo su reconocimiento, aunque hay gente que admira mi obra
y no lo va a decir nunca, porque estamos en Chile. Pero soy
un agradecido de que en distintos concursos me hayan laureado
Gonzalo Millán, Enrique Lihn, Gonzalo Rojas, Diego
Maquieira. Muchas gracias, encantado.
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