Libro de guardia de Bruno
Vidal
Ediciones
Alone, Santiago, 2004, 145 páginas.
Devoción y tortura
Por
Cristóbal Joannon
Revista Universitaria N°90.
Marzo - Mayo 2006.
No es una tarea de la crítica hacer
justicia; a ella le basta volver visible aquello que es valioso o
al menos digno de interés. Hay obras de poesía a las
que sólo se las ha alumbrado con una tímida linterna,
y no con un foco de mayor carácter. Pasó con Libro
de guardia de Bruno Vidal, que pese
a circular de manera restringida no por ello debería quedar
relegado al banquillo de las supersticiones literarias. A mi juicio,
esto se explica más bien por cierta pobreza circundante: al
parecer muchos críticos y reseñistas de poesía
no saben que no saben, ni se muestran demasiado capacitados para distinguir
una obra buena de una excelente, o una excelente de una genial. Tampoco
parecen tener claridad acerca de cuándo están ante un
poema y cuándo, ante un poeta. Recordar esto último,
en aquella época en que Enrique Lihn estaba vivo, me imagino
que era comprensible de suyo, pero las cosas hoy han cambiado; comentarios
así pueden sonar anacrónicos, incluso entre aquellos
que se ocupan profesionalmente de esto.
Poco se escribió, en su momento, sobre Libro de guardia.
Eso no significó que el aura más o menos mítica
que ronda al autor no elevara su intensidad, sobre todo entre lectores
nuevos. Algunos diarios, una revista y un programa de televisión
hicieron sus contribuciones: al registrar la conversación de
Bruno Vidal nos permitieron darle un vistazo a la huincha continua
de su inconsciente, un caldo expresivo donde las contradicciones se
tocan y se enroscan hasta formar un nudo ciego. Allí donde
algunos vieron a un pinochetista activo, otros detectaron a un subversivo
de alta peligrosidad. Esta incongruencia, naturalmente, ha sido alimentada
por el poeta desde su primer libro, Arte marcial (Ediciones
Carlos Porter, Santiago, 1991), una obra que hizo reventar nuestra
herida histórica más grave: el golpe de Estado de 1973
y la dictadura que presidió Augusto Pinochet durante diecisiete
años opresivos.
Arte marcial es más que un libro sobre ese período:
es un registro amplio de las radiaciones de esos años violentos,
ya sea que el hablante o los hablantes transmitan en calidad de víctimas
o victimarios, ya sea que se queme o se haga flamear la bandera nacional.
Así como Juan Luis Martínez manipuló significantes
tomados de las matemáticas y la historia, Bruno Vidal ha hecho
algo similar con materiales sensibles, por ejemplo con sumarios castrenses,
referencias a la Virgen del Carmen o lamentaciones de gente que sufrió
tratos abusivos. Como se podrá observar, Arte marcial
es un diaporama de granito, con linchacos y culatazos que golpean
las puertas del Templo Votivo de Maipú, en el cual se repasan
las muy variadas formas verbales del
fanatismo chileno. Puesto que se trata de una operación llevada
a cabo con significantes y no con significados, me parece que no puede
sostenerse que sea un libro que defienda o rechace el régimen
militar. El mismo Vidal, experto en oblicuidades, ha sorteado la pregunta
con muñequeos propios de un orador que ve trampas en todos
lados; más que evadir el momento del juicio, hace afirmaciones
contradictorias o bien niega posibilidades divergentes. Por otra parte,
creo que tampoco puede declararse que estamos ante una obra de poesía
política, si con esa expresión quiere señalarse
una poesía que se manifiesta a favor o en contra de ciertas
ideas vinculadas a la contingencia del mundo público.
Para entender un aspecto importante del trabajo poético de
Bruno Vidal, es preciso considerar una palabra que concentra un cúmulo
de padecimientos corporales y psicológicos: quedar jodido.
Me explican que cuando a un preso simultáneamente un carcelero
le brinda afecto y también palizas sin motivo, su cabeza termina
por joderse. Abolidas las referencias familiares de la confianza
y la desconfianza, el preso se encuentra en una situación esquizoide
que lo hace hablar en banda, al borde de la incoherencia, mientras
intenta –sin conseguirlo– recomponer su personalidad hecha trizas.
Pues bien, esta situación mental y lingüística
Vidal la ha examinado con precisión quirúrgica, lo cual
ha desconcertado a lectores incautos, en particular a aquellos que
de un poema esperan –de manera exclusiva– un destello arrebolado sobre
un mar en calma. No es gratuito que algunos hayan imaginado al autor
como un fascista de cuidado; ante un comentario así, es probable
que Bruno Vidal responda que es el lenguaje mismo el agente fascista,
sobre todo cuando se le despliega sin los filtros civilizados que
lo han terminado por volver un temeroso perro faldero.
Libro de guardia es una radicalización de Arte marcial,
en particular de ciertos escenarios que esta última obra presenta.
Hay sobre todo uno que se visita in extenso: el monólogo de
una mente jodida, dicho o declamado por alguien a quien es
muy difícil sacarle la foto, puesto que oscila entre el torturado
y el verdugo, entre el conscripto aguerrido y el mirista que se inmola
en pleno combate. La pluralidad de voces es vasta y el resultado es
armónico: la balanza se mantiene finalmente en el centro, pese
a ir de un lado a otro en calidad de metrónomo. Como sea, el
efecto anulante que compone este coro de mentes jodidas está
lejos de «sumar cero». En efecto, en este teatro violento
y ambiguo, uno asiste –como lector– a una suerte de guerra civil de
la conciencia, donde el habla chilena se ha puesto a hervir sin miramientos,
para que de ella aparezcan fuerzas crudas e inasibles casi imposibles
de novelizar o de articular en un ensayo sobre la dictadura. De esta
manera, Bruno Vidal nos muestra que en estas materias los discursos
sociopolíticos se tornan insuficientes, y con ello renueva
nuestra confianza en la poesía.
Ahorrarse el intento de volver inteligible el espectáculo
social de la maldad, para sólo exhibir a capella sus
complejas deformidades, ha sido una característica bastante
frecuentada por la poesía moderna. Vidal ha llevado esto cuan
lejos se lo han permitido sus recursos, que no son pocos. La pregunta
que parece razonable hacerse es si acaso esta práctica tiene
límites y si éstos corresponden a lo que un ciudadano
cualquiera llamaría responsabilidad. Pero éste
es un problema que excede el ámbito literario.