BRUNO VIDAL:
¡Rompan
Filas!
Por Paz Arrese O.
El nombre de Bruno Vidal no deja a nadie indiferente en el
ambiente literario chileno. Ha llegado a convertirse en un personaje
de ribetes casi míticos: su mención provoca miradas
y risillas especiales, comentarios irónicos, animosidades,
recelos, pero cuando llega el turno de hablar de su obra,
se lo deja "por los cachos de la luna", ocupando la palabras
del poeta Claudio Bertoni.
¿Entonces, quién es Bruno Vidal? Es, en primer lugar,
el pseudónimo de José Maximiliano Díaz González,
un abogado de 46 años que prepara a jóvenes estudiantes
de leyes para dar su examen de grado. Es, también, el autor
de Arte marcial, su único libro publicado hasta la fecha,
título que rima perfectamente con Bruno Vidal, lo que podría
explicar en parte la elección del pseudónimo. Su obra
está emparentada, en alguna medida, con la de Diego Maquieira,
Rodrigo Lira, José Ángel Cuevas y Elvira Hernández,
entre otros. El narrador y editor, Germán Marín, calificó
a ésta como una de las más importantes de la década
de los noventa, y el crítico Alvaro Bisama señala que
"Arte marcial es un libro que confirmaba lo obvio: Vidal
es un gran poeta, pero un poeta desquiciado. El suyo es un libro de
culto para lectores adictos a los deportes extremos. Un viaje alucinante
respecto al lenguaje del poder. Vidal indaga mejor y más profundamente
el tema que Zurita, del que se alza como un reflejo oscuro. Es como
Gonzalo Vial en ácido, más radical aún, en pasta
base. O como si el Pompier de Lihn se dedicara a mandar un regimiento:
una labor inútil, desesperada, reaccionaria, pero profundamente
elegante, simbólica e inevitable".
Por otra parte, el académico Federico Shopf advierte que Arte
marcial es un libro inasimilable por la cultura oficial y que,
aún cuando hubiese tenido una recepción mayor, no necesariamente
tendría reconocimiento oficial, porque lo que él poetiza
es lo que los regímenes dictatoriales ocultan. "No va
a llegar a alcanzar el canon de los poetas chilenos, porque es un
libro incómodo en cualquier lugar que se lo sitúe, porque
exalta la tortura y la violencia. Entonces digamos que es un libro
situado en lo inaceptable. Pero ese es parte de su valor".
La prehistoria de Vidal como poeta comienza en 1987, cuando aparecen
sus primeros poemas en el libro 16 poetas chilenos, antología
elaborada por Erwin Díaz. En el Préprologo de ella,
Enrique Lihn menciona a Vidal como el desconocido ganador del concurso
de poesía de la Editorial Sin Fronteras. Y anota respecto a
sus poemas: "Su trabajo volado y riguroso se sienta en el piano
de las palabras haciéndolo sonar en el buen sentido de la expresión,
lo que llama la atención".
Las palabras de Lihn tuvieron cierto carácter profetice, ya
que Vidal no ha pasado desapercibido. En parte porque es un sujeto
raro que se mueve al borde de un conservadurismo extremo, casi fundamentalísta,
y de la irreverencia más aterradora. Es, en ocasiones, una
persona muy correcta y formal, pero de pronto se sale de madre y se
lanza por el tobogán del delirio. Se ha declarado el último
pinochetista de Chile, no obstante en septiembre de este año
se lo pudo ver en un recital poético en homenaje a Salvador
Allende, revelando una clara intención de producir escándalo.
Arte marcial fue publicado en 1991 por la editorial Carlos
Porter y lo diseñó el artista visual Carlos Altamirano.
Al poco tiempo de aparecer, provocó un peculiar impacto en
el reducido núcleo del mundo literario chileno. La crítica,
sin embargo, no materializó dicho interés, y fueron
muy pocos los que se atrevieron a comentar el libro, entre ellos destacan,
Adriana Valdés y Soledad Bianchi. Esta ausencia de lectores
con peso crítico se debió, en gran medida, a lo temerario
de la propuesta de Vidal, quien, como ya se dijo, abandona las reglas
de lo políticamente correcto para enarbolar una estética
que refiere la violencia, tanto en el lenguaje como en la vida, legitimando
el horror de manera literaria. A pesar de esto, poetas destacados
como Juan Luis Martínez, Claudio Bertoni y Roberto Merino celebraron
la publicación.
Sin embargo, Arte marcial continúa hoy siendo un libro
gravitante. Y esto no debe simplemente al mito o a la ferocidad de
la forma y fondo del libro, lo que ya sería suficiente. Además
de estos ingredientes, el volumen tiene pertinencia como documento
poético que ilumina la época de la dictadura trasvistiendo
las categorías de víctimas y victimarios, vencidos y
vencedores. Lo que le da una categoría de poesía situada,
histórica. También se puede notar en la lectura de Arte
Marcial que las citas y parodias abundan, y que el autor las maneja
no necesariamente para rendir homenejes, sino que como una forma más
de corroer la tradición cultural chilena. Por eso no se exagera
cuando se menciona a Arte Marcial como un libro revolucionario
y provocador, en todos los sentidos que estas palabras puedan tener.
Entonces no es apresurado concluir que su frase inicial, ¡Rompan
Filas!, es una orden tajante y vigente cuya intención es alterar
las cuadrillas culturales de la patria.
Poema
Bruno Vidal
A Ana María Vial
Aldunate gritaba como loco en el departamento,
se calentaron
con la malla alba, con los libritos de primera comunión
de su
biblioteca personal. Larrain gozaba como
chino, la manada
de palosgruesos chupaba la sangre, tarjetas de crédito
esparcidas en el suelo cómplice, ella pensaba en los templos,
en las basílicas, en la plaza de San Diego, Undurraga
le
apretaba los pechos con sus dedos fulminantes
Echeñique hacía sonar la bocina
del BMW-3
suspiraba obscenamente, seducía el frenesí, dar
filo
a una inédita (pobre diabla) de pelitos rubios, de pendejos
insólitos, rojizos, en el más allá, el guatón
Edwards
se hacía el cartucho, los mellizos Alessandri
se corrían
la paja, Heiremans se sacaba la chaqueta
james dean, se la ponía, se la ceñía,
los pieles rojas
gesticulaban gozossos en las proximidades de la víctima
atrayente, soñaba con el Cañón Colorado,
sus muslos
embetunados con bálsamos, sobraba el champaña, los
petit
buches con pate jua, los sánguche de potito, los primos
Alcántara recitaban de memoria a
Villón, citaban a un tal
Novalis, grandes carcajadas, pequeñas
risotadas,
tenían el hosico caliente (la falta de ortografía
vale)
la cartuchona mira a los cielos de reojo,
tenía la túnica mojada,
los ricachos (jóvenes) roncaban en el living room.
El Negro dueño de la propina
no podía creer lo que había visto.
Hacía sonar las 27 monedas de US$100
en el blue jeans marca Arizona.