Especulaciones 
en torno a una frase de Jorge Edwards
Carlos 
Almonte
 
Ocurrió durante 
una fría noche de invierno. Un amigo bebía unas cervezas en la terraza 
de un bar en el barrio Bellavista. Todo transcurría normalmente. Las personas 
caminaban por la acera, o por la calle, y entraban y salían de otros bares. 
Había personas ebrias. Había personas sobrias. Es decir, lo usual. 
En un momento se ve caminar del brazo a dos caballeros de edad madura. Un eximio 
académico y poeta y el también eximio escritor Edwards. Se los veía 
contentos, conversando seguramente de otros escritores, de leyendas, de anécdotas 
de viajes, tal vez de fútbol... La narración de mi amigo reza como 
sigue: "estaban a punto de doblar la esquina y perderse para siempre del 
recuerdo de esa noche, cuando desde un bar cercano, a la altura del Café 
Libro o de La Tasca, fue expulsado un fuerte grito: "¡MUSEO DE CERA!", 
lo que provocó la inmediata reacción del par de caballeros, quienes 
con curiosidad y silencio volcaron sus miradas intentando encontrar al emisor 
de tan cifrada frase. Por supuesto tal encuentro no ocurrió y los dos señores 
continuaron su camino, sonrientes, divertidos, aparentemente olvidados del suceso".
Hay 
que reconocer que cada cierto tiempo ocurren estas cosas. Desde algún lugar 
imposible de precisar (un sótano vacío, un vagón distante, 
una ventana semi-abierta) se escucha alguna frase que nos queda guardada en el 
último rincón de la memoria. No por su belleza o poesía, 
no por su exiguo contenido o supuesta originalidad, sino más bien por la 
exactitud y condición de cierre, o conclusión. Poco más hay 
que decir después de oír una frase tan bien puesta como esa. Y, 
tal vez en este caso no sobra la aclaración, no me refiero obviamente a 
una supuesta alusión de antiguedad. Nadie más vigente que estos 
personajes. Me refiero a lo demás, al entorno semántico que permanece 
en las tinieblas.
Tal vez Edwards quiso, en parte, emular aquella noche 
en Bellavista y pronunciar una frase con significado esquivo que a la vez fuera 
un enigma, un acertijo: "los escritores jóvenes sólo conocen 
a Bolaño". Tal vez fue eso y nada más. El recuerdo y homenaje 
de una noche fría y un grito desolado de autoría indefinida.
Quizás 
sea el momento de iniciar el breve e infructífero ejercicio especulativo 
que provoca un acerto como éste. (no)Hablaré en condicional, después 
de todo es pura especulación.
1. Es evidente que en una frase como 
ésta existe una importante cuota de provocación. "Quiere polémica", 
se comentaría en conversaciones de trasnoche.
2. ¿Cuál 
es el catastro que un "escritor viejo" realiza para llegar a tamaña 
conclusión? ¿Llamadas telefónicas? ¿Conversaciones 
con sus amigos escritores-no-tan-jóvenes? (Digo "escritor viejo" 
haciendo el lógico dicotómico que él mismo propone al hablar 
de "escritores jóvenes", donde creo que no se incluye (ergo, 
él no es joven y conoce más que a Bolaño).
3. ¿Existe 
en su análisis un método serio y responsable, o es sólo una 
"impresión" al decir de tantas y tan variadas publicaciones en 
torno al escritor Bolaño? 
4. Es evidente que los escritores jóvenes 
son una tropa de ignorantes en comparación a él. Tal es su forma 
de pensar. A todo esto: ¿a qué se referirá con eso de "escritores 
jóvenes"? ¿Menores de cuarenta años? ¿Inéditos? 
¿Menores que él?
5. Es evidente que Edwards desconoce las 
pautas de lectura de los escritores jóvenes, y concluye a partir de sus 
propias especulaciones e impresiones e intuiciones, tal como lo hago yo en este 
momento. En este sentido, el presente texto tiene todavía menos validez 
que su encrucijada frase. (Esto último es sólo un guiño).
6.	
Se podría concluir que Edwards siente resquemor de jamás haber conseguido 
ser un "autor de culto", de no contar con lectores fieles, de no provocar 
tantas discusiones de bar en torno a su obra. Pero acaso sería demasiado 
simple pensar de esta manera. Desechemos esta opción.
7. Tanto, y 
tan poco a la vez, se puede deducir de una afirmación lanzada con tanto 
arrojo y valentía.
Y se podría continuar especulando aún 
más finamente, aún más profusamente. Sin embargo, prefiero 
pensar que el avezado escritor Edwards lo que hace es proponer un juego dialéctico 
y provocador. Un señor como él, con tantas y tan buenas publicaciones, 
y tantos y tan afamados premios, no se inmiscuye en debates de tan poca monta, 
con sujetos tan poco leídos y a tan dispar altura suya. Tal vez, incluso, 
se trate de una mala interpretación de sus dichos, de una tergiversación, 
de una expropiación de terrenos semánticos y narratológicos, 
y finalmente no haya ninguneado ni a Bolaño (por no merecer lecturas enfocadas 
y frecuentes), ni a los escritores jóvenes (que no leen otra cosa, según 
su decir). Tal vez su intención haya sido finalmente otra, cualquier otra.
En 
estos términos, el presente texto no deja de ser una equivocación 
total (desde su inicio y génesis), y tan sólo una opinión 
de más.