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Sobre una literatura estable, o La Teoría de la Esfera


Carlos Almonte

 

El mundillo literario se ha distinguido, desde antiguo tiempo, por sus permanentes rencillas, iniquidades de todo tipo, indecentes omisiones voluntarias (sin mencionar las otras), injusticias en la distribución, camarillas, amistades, compadrazgos y odiosidades al por mayor, por citar sólo algunas de las características de tan refinado ambiente. Las editoriales arman concursos que terminan ganando los amigos del dueño (o editor jefe) de la editorial; se entrevistan unos poetas a otros, se referencian unos escritores a otros, se autocitan, se publican entre ellos, se reparten premios y fondos concursables, en un largo juego, que no por su extensión temporal y política deja de provocar tedio y asco.

El poeta Andrés Morales tiene toda la razón y en mi opinión se queda corto. Basta escarbar un poco en la corteza, y sumar dos más dos, para obtener una conclusión que a primera vista parecerá descabellada, pero que a poco andar representará fielmente la realidad de este "mundillo" y el método que utiliza para organizarse, acaso desde siempre.

En la Teoría de la Esfera, en cambio, todos quienes aportan una letra, línea o verso (con un mínimo de honestidad y paciencia, claro), pertenecen al Círculo no Hermético, también llamado Mundo Literario a secas; y se flota y se dialoga en compañía de los grandes, los medianos y pequeños, sin tener que competir, sin tener que desangrarse, sin tener que dar codazos, ni tampoco recibirlos. En la Gran Esfera el verso es el que importa, la línea, el párrafo, la idea, el argumento, el poema, la novela. El autor emite, reúne, ordena, es quien dispone, es el artista, el creador, y su realidad revela identidades, las propone y deja ir; no las cercena, ni tampoco las ignora. En la Esfera existe un centro, cómo no (y probablemente Borges flote ahí, casi extático, casi un Buda, aunque también flotando); sin embargo, en la visión y flujo, ya no está más alto, sino que al frente. Ya no usamos un peldaño despectivo (con gente arriba, o abajo), usamos el espacio, las partículas, la gravedad.

Podría caer en la tentación de exclamar el "basta-ya", pero creo que sería inútil, porque nada cambiará. Las Políticas de Estado seguirán premiando según favores concedidos. Los grupos de "poder" (eso que acá se llama "poder") seguirán entrevistando a sus amigos. Las editoriales seguirán marcando el paso entre la elección del consagrado, el hijo del amigo (o el amigo directamente) y el que paga. El Gran Jefe editorial realiza apologías a sus elegidos, apologías que después le son devueltas. Y así van todos: una mano lava la otra, hoy por ti mañana por mí, etc. Poco tiene que ver el talento, en este caso, si no va acompañado de al menos un respaldo: redes sociales o financieras, principalmente.

Los que rodean al artista por lo general son zarigüellas putrefactas, que, acostumbradas a su mediocridad, realizan piruetas gigantescas para llamar la atención de las mentes más débiles, se acercan a quien puede servirles de algo, lo roban, lo desangran hasta que, ya supuestamente llenos de talento, se alejan por el campo, buscando otra víctima a la que devorar. Por eso lo mejor es apartarse, vivir solo, embriagarse y escribir. A mí déjenme solo; me gusta conversar con Dostoievski, Artaud o Nietzsche. Y para eso necesito libros y tranquilidad. Nada más. Nadie más. (L. F. Céline).

Así como Céline, tal vez sea mejor echar a rodar la Esfera y contentarnos con en el vino, con la flotación y con el verso gratis, expulsado a mares de distancia de aquel burdo juego de poderes y favores, en el que finalmente nadie participa o crea, sino que todos se embelezan en sí mismos, en su grupo tan bonito, en su paga diaria de oficina.

 

 

 

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