Entrar a
Berlín
por Javier Campos*
7 de
Junio del 2003 , El Mostrador
Hace
poco hice mi tercer viaje a Alemania. La diferencia es que en esta
última visita llegué en la primavera europea y no durante el frío de
noviembre ni en la helada nieve de enero. Y ahora, por primera vez,
visitaría Berlín. No entraría a aquella ciudad por avión sino en un
cómodo tren desde Nuremberg, en un viaje de cinco horas y, además, por
el territorio que antes fuera la antigua República Democrática Alemana
(RDA).
En
Nuremberg, mi amigo Roland Spiller me explicaba algunas cosas mientras
paseábamos por aquella ciudad. Como se sabe, allí condenaron a los más
altos jefes nazis en una sala que ahora se encuentra en el edifico de
los tribunales. “Pero previamente a esos juicios, Nuremberg fue
bombardeada por los aliados hasta dejarla en escombros porque bajo
Hitler era el lugar de las reuniones del Partido Nacional Socialista.
Todo lo que ves ahora, las iglesias, fuentes, etc, han tenido que
reconstruirlas”. Me dice eso mientras en el centro de la ciudad
contemplamos una impresionante escultura llamada “La nave de los
locos”, basada en varias fuentes.
La
primera fuente es el famoso poema medieval, del mismo título, escrito
por el alemán Sebastián
Brant y publicado en 1494. Las ilustraciones al poema de Brant las
hizo el pintor, nacido en Nuremberg, Alberto Durero (1471-1528). Luego
el pintor holandés Juan Bosch (o El Bosco, 1450-1516), conociendo el
texto de Brant, y sin duda las ilustraciones de Durero, pintaría en
1500 su famoso óleo en tabla con el mismo título del poema de Brant.
Pero
conociendo la horrible historia que sembró el nazismo a través de
cientos de campos y sub-campos de concentración, construidos con mano
esclava, y diseminados entonces por todo el territorio alemán y por
los países que invadió el Tercer Reich, la escultura allí en Nuremberg
tiene también un significado especial. Eso creo yo.
Es
decir, no sólo rescata la tradición medieval y aquellos tiempos
confusos cuando se iniciaba lentamente el paso al renacimiento, sino
al igual que una nave surrealista, llena de una escoria humana,
guiados por enfermos mentales, a través de aguas tenebrosas, aquella
impresionante escultura es también un espejo de lo que fue el horror
del nazismo. Especialmente en su proyecto oficial de eliminación
sistemática, y organizada , de millones de judíos, de comunistas,
gitanos, antisociales y homosexuales.
Días
después, desde Nuremberg tomé el tren con destino a Berlín. Entré por
lo que sólo hace 14 años atrás fuera el territorio de la RDA y que
entonces rodeaba aquella ciudad, pero convirtiendo el Berlín de lado
oeste en una isla cercada por un muro y por alambradas de púas.
Para el
que no ha estado nunca en Berlín, el muro construido allí en 1961 (y
hasta el comienzo de su derrumbe definitivo
el 9 de noviembre de 1989), le parece que fue sólo una muralla que
dividía verticalmente los dos lados. Pero la muralla era parecida a
una serpiente ondulante, de grueso cemento, que iba por entre la
ciudad. La RDA había cercado la ciudad para que nadie escapara desde
el este. Por eso, viéndola visualmente desde el aire, Berlín
ciertamente era una isla rodeada de fuertes murallas y de espesos
alambrados de púas.
El paso
principal hacia el lado este fue el famoso control de seguridad
norteamericano llamado "Charlie” (o más conocido como Checkpoint
Charlie) ubicado en la calle Friedrich. Era realmente un puente entre
los dos lados. Entre la libertad y el control o tutelaje del Estado
comunista. Era la única entrada (después habría otros controles
fuertemente vigilados) hacia el este para los aliados, para los
extranjeros y para los alemanes del oeste. Estos últimos podían
visitar a sus familiares, pero solo por 24 horas y regresar. Además, nunca el
visitante del oeste podía reunirse con más de dos personas de la misma
familia al mismo tiempo. El viaje hacia el este era
también rigurosamente vigilado.
En cambio la gente común de la RDA debía arriesgar su vida
si quería cruzar los duros y altos muros, y las torres de control.
Checkpoint Charlie fue el símbolo cotidiano de la guerra fría y sólo
Berlín podía mostrarlo allí con tanta crueldad. Para todos, sin
excepción, ese fue un lugar importante en la historia de aquella
ciudad vigilada durante 28 largos años del siglo XX.
“Good Bye Lenin”
Días
después hablé con Friedhelm Schmidt-Welle del Departamento de
Investigación y Proyectos de Literatura y Estudios Culturales del
Instituto Iberoamericano de Berlín. Este Instituto, me dice, “posee la
biblioteca más grande en Europa, y la tercera del mundo, respecto a la
colección sobre América
Latina y de la Península Ibérica, y no
solamente en castellano”. Conversamos en un restaurante griego, muy
cerca de su oficina, y cerca de donde entonces estaba instalado el
muro. En el lado este del muro había un espacio que se llamada “la
franja de la muerte ” porque allí estaban instaladas las torres con
soldados de la
RDA para detener a balazos al que pretendieran fugarse al lado
opuesto. También había hileras de alambres de púas y policías con
perros “pastores alemanes”, amaestrados en agarrar fugitivos.
En ese
restaurante conversamos justamente sobre la caída del muro y sobre una reciente e importante película alemana que aún no se
conoce muy bien en otras partes del mundo: “Good
Bye Lenin” (2003) del director alemán Wolfgang Becker (1954).
Le
pregunto si en la literatura (novela o poesía) se ha tratado realmente
el asunto de la caída del muro. “Sí se ha tratado el asunto de la
caída del muro en la literatura, pero hasta ahora no se ha escrito la
‘gran’ novela que se haya dedicado exclusivamente a este tema.
Realmente la literatura lo ha tratado pero de manera subterránea,
alusiva, pero no como asunto central”. Entonces me habla de esa
reciente película alemana, curiosamente con título en inglés, y la
primera -con
la distancia de los hechos- que lo ha tratado directamente.
Me
cuenta, brevemente, el argumento de la película. “A una mujer, madre
de un adolescente, cinco días antes de caer el muro (en noviembre de
1989) le da un infarto y permanece en estado de coma por cinco meses.
Ella vive en la RDA y cree en aquella sociedad. Pero ella despierta
cuando ya no hay muro y aquella sociedad no existe más. Su hijo debe
cuidarla y evitar que sufra ningún choque emocional. Entonces debe
reconstruirle a la madre la sociedad que desapareció y que ella ignora
que desapareció”.
El
final de la película, me dice Friedhelm, “es lo más interesante para
mí y creo para muchos alemanes: en el fin, las cenizas de la madre
muerta -quien en realidad mantuvo sus ideales utópicos hasta la muerte
(pero no los ideales del ‘socialismo real existente’ que había
vivido)- se ponen en un cohete que va al ‘cielo sobre Berlín’ y
explota. La cenizas esparcidas de su cuerpo sobre el cielo de la
ciudad (y quizás con ellas los ideales de aquel socialismo utópico)
sugiere que aquellos ideales están entremezclado, de alguna manera, en
la nueva Alemania. O quizás que deben entremezclarse”.
Le
pregunto si cierta gente que vivió en el este alemán, ahora con la
caída del muro, ha quedado impactada, incapaz, emocionalmente de
cambiar, y de entender que el Estado no es como antes donde nadie
tenía de que preocuparse porque había trabajo, vivienda, alimentación,
educación, y diversión de acuerdo a las pautas no-capitalistas.
Friedhelm me dice: “Exactamente, muchos han quedado impactados.
Especialmente los que más han caído en ese estado de confusión, cuando
ocurre la caída del muro, es la generación que tenía 40 años o más”.
Lo que él me dice también se me confirma con algunos exiliados
chilenos, de esas edades aproximadamente, que vivieron en el este
alemán. Es decir, la nostalgia de haber vivido cierto socialismo
utópico en el mismo “socialismo real”.
De esto
último también me habla mi amigo Ludwig Balurock quien cuando cae el
muro tenía 13 años. Conversamos dos horas en la famosa Alexander
Platz. Esa tarde había allí una gran manifestación de trabajadores
socialistas (o de izquierda) exigiendo al gobierno alemán actual
mejores remuneraciones y beneficios sociales. Había cantos, banderas
rojas, música de rock. En otros tiempos, me dice Ludwig, “en Alexander
Platz, las manifestaciones eran convocadas por la dirigencia comunista
de la RDA.” Pero algo había allí ahora, diferente, entremezclado en
Alexander Platz mientras este joven alemán de 27 años me daba su
propia perspectiva, mucho más actual con los tiempos que corren, y con
una ausencia total de la nostalgia de la otra Alemania.
Mientras continua la manifestación en Alexander Platz, voy
rescatando las siguientes frases de Ludwig: “ Las veces que fui al
lado este, siempre regresé con el sentimiento de que la RDA era muy
aburrida y gris, además de saberte vigilado todo el tiempo. Había que
informar a las autoridades de la DRA previamente a quién visitarías y
sólo te permitían juntarte con tu familiar en sectores muy cerca del
muro, en el caso de Berlín. Claro, la gente del oeste también se
sentía muy paternalista, superior, hacia los que habían tenido la mala
suerte de vivir en el otro lado. Los que vivieron en el este, y con
quien a veces converso, les queda muy fuerte aún esa nostalgia de
haberlo recibido todo de parte del Estado y ahora no”.
Mirando
aquella concentración de gente con manos en alto, Ludwig continua
hablándome: "Especialmente, dicen esas personas que vivieron en la
RDA, que la gente allí era más solidaria. Entiendo que es traumático
perder aquello con lo cual creciste y luego desaparece para siempre.
Pero también aquella gente nostálgica no quiere ver el lado oscuro que
también tenía aquel sistema, especialmente de quitarte la libertad de
viajar o pensar diferente. Les cuesta asumir ahora que el Estado no te
da todo. Es cierto que la presión de ‘el mercado libre’ se les vino
encima y no saben cómo reaccionar ante eso. Para mí, como joven
alemán, es chocante ver con cuánta rapidez la gente olvidó la base del
duro sistema represivo de la RDA”.
Cuando
ya dejaba Berlín, en la madrugada de un domingo de la primavera de
mayo, en ruta hacia el aeropuerto, el taxista pasó por lo que entonces
fue Checkpoint Charlie. Sentí que pasaba en minutos por un lugar
histórico importante. Mire hacia atrás mientras nos alejábamos de
aquel control que hoy es una reliquia. Mire hacia el cielo de Berlín.
Creí ver cenizas que caían sobre la ciudad.
* Javier Campos es
escritor y académico chileno en EE.UU.