En noviembre de 2003 fui invitado a Chile, entre otras
11 personas, a un congreso llamado "Chilenos se reencuentran con la
cultura de Cartagena y la V Región". La
iniciativa la tomó una ONG chilena que dirige Graciela Arévalo. Tuvo el
apoyo de muchas instituciones de gobierno, de municipalidades, de la
Biblioteca Nacional, de escuelas públicas, de la Fundación Pablo Neruda
en Isla Negra, de la Fundación Vicente Huidobro en Cartagena, de los
Pescadores de la Caleta San Pedro en Cartagena, entre otras. Este
reencuentro era para reconocer en Chile mismo lo que escritores/as
chilenas han realizado lejos de su país natal.
Iniciativa formidable pues es la única y, por primera vez, que a
alguien en el país se le ocurrió ocuparse en hechos y no palabras de la
producción artística -en este caso la literatura- escrita, producida y
publicada fuera de Chile. Más aún, el proyecto partió de un grupo de
mujeres que nunca fueron exiliadas en ninguna parte ni vivieron años en
otros países ni menos tuvieron que emigrar a Estados Unidos, Alemania,
Suecia, Japón, Argentina, Australia, Suiza, Holanda, Francia, Canadá,
entre otros países. Quisieron solamente rescatar, invitar, y reconocer
públicamente en el país mismo a la "otra literatura chilena" escrita
fuera del territorio. Por eso muchos aceptamos la invitación.
La literatura escrita por chilenos/as fuera de Chile no es
desconocida en Chile (pero tampoco ampliamente conocida). Casi es más
conocida por algunos especialistas en literatura chilena o aquellos/as
que les interesa estudiar el exilio (hasta cuando se terminó), y luego
la que yo llamaría lo escrito en "la extranjería". Los nombres más
conocidos ya se saben: Isabel Allende, Luis Sepúlveda, Ariel Dorfman. O
Antonio Skármeta cuando pasó su exilio en Alemania, o Carlos Cerda
igualmente que vivió en la antigua RDA. O Hernán Valdés, autor del
testimonio Tejas Verdes (1974) que aún vive fuera.
Pero la lista es aún mas larga de chilenos/as tanto en la narrativa,
poesía, testimonio o dramaturgia que aún permanecemos fuera del país.
Hubo sí una buena cantidad de escritores/as que volvieron a Chile para
quedarse definitivamente cuando tuvieron la oportunidad de regresar e
integrarse lentamente al nuevo Chile después de 10, 15 o 20 años
viviendo en otras regiones del planeta.
El poeta y académico Naín Nómez quien regresó de su exilio en
Canadá hace años atrás para radicarse definitivamente en Chile, dijo en
una entrevista :"Uno necesita (en el exilio) la lengua, cierto hábitat,
cierta precariedad del ser nacional (chileno) que uno masoquisticamente
anda siempre buscando".
Puede ser que aquella necesidad hizo regresar más tarde a los que se
fueron de Chile a comienzos de la dictadura y que, por otro lado,
también ha constituido uno de los temas de esa "literatura chilena" -o
argentina , uruguaya, peruana, boliviana, centroamericana, etc.- escrita
fuera. O posteriormente en un producto artístico que sobrepasó aquello
que decía Nómez. Es decir, una literatura "neochilena", si se quiere,
como la de nuestro Roberto Bolaño que, al decir de muchos críticos
dentro de Chile mismo, le dio éste un vuelo nuevo a la literatura
chilena y latinoamericana desde los 90 adelante.
Quiero decir que la producción artística en general, hecha fuera, por
artistas que tuvieron que dejar su espacio natal por distintas razones,
siempre ha vitalizado la literatura del interior. No por otra mejor sino
por otra diferente donde el artista ha reprocesado la imagen de su
nación de origen con las nuevas experiencias recogidas en otras partes
del planeta. Los ejemplos son vastísimos por cada país a través de todo
el mundo. Siempre hay artistas que se han destacado justamente por
juntar en sus obra ambas experiencias reprocesadas: la nación que se
dejó (y parece no olvidarse del todo), y los lugares donde pasó tiempo
el artista.
Para poner un sólo ejemplo en Chile, y que tiene que ver con el
teatro, es el caso de la obra La Negra Ester, estrenada por
primera vez en 1988. Su autor Andrés Pérez (1950-2000), fallecido en
Chile, no habría concebido tan original obra desde el punto de vista
formal por ejemplo, y el reprocesamiento de una cultura popular chilena,
si no hubiera estado fuera del país. Porque Andrés Pérez pasó en Francia
7 años desde 1980 a 1987. Trabajó en aquel país todos esos años en el
famoso Cirque du Soleil.
Pérez regresó a Chile con todo un cargamento de imaginación nueva
aprendida y asimilada fuera del territorio nacional. Utilísima par
reinventar otra vez un melodrama popular basado en un texto del cantor
popular Roberto Parra . Se ha dicho que La Negra Ester cambió la
percepción del espectador, eliminó la distancia existente entre lo que
sucede en las tablas y el público. Y fue el primero que utilizó carpas
de circo, la calle, galpones y canchas de fútbol para realizar sus
representaciones.
Los ejemplos parecidos en distintas artes, incluida la literatura de
América Latina por ejemplo, son muchas y el lector de esta columna
probablemente podrá mencionar más de algún nombre y obras muy
representativas. ¿Habría surgido un pintor como Roberto Matta si se
hubiera quedado viviendo perpetuamente en su país? ¿O el cine de Raúl
Ruiz hubiera sido el mismo si no se hubiera instalado en otras regiones
del planeta?
Claro, no estoy diciendo que el que se va del país por una u otra
razón, incluso con una beca, saldrá luego, necesariamente, con una obra
maestra o en el exilio o en la extranejría o en el país donde se
instale. Pero vivir en otras latitudes sí que influye en todo artista. Y
lo importante es que el país de origen reconozca aquello pues es un
valor cultural "neochileno", o como se quiera llamar, que tiene un
espesor cultural muy importante para la cultura del país. Hay muchos
países en el mundo que actualmente reconocen y dan mucha atención,
dentro del país, a su producción artística llamada diáspora .
Y esto último es lo que aquella ONG, dirigida por Graciela Aréalo, ha
entendido muy bien al comenzar ese Reencuentro en Chile, especialmente
en el Chile del Tercer Milenio. El Chile que el 1 de enero de 2004 se
integra oficialmente al Tratado de Libre Comercio. O si se quiere, Chile
entra de lleno en la modernidad global.
Antes de regresar a Estados Unidos en mi corto viaje a Chile el
pasado noviembre, y pensando en la obra La Negra Ester según lo
que dije más arriba, especialmente en su mundo circense que posee
aquella obra de Andrés Pérez, vi el siguiente espectáculo en una calle
céntrica, con un tráfico inmenso, típico de un gran urbe moderna
latinoamericana o de una megalópolis del Primer Mundo. Un escena donde
se combinaba una milenaria tradición popular junto a su necesaria
adaptación al mundo moderno y globalizado. Y era esta la escena. Sólo 34
segundos dura en pasar la luz roja a la verde en los semáforos de
Santiago centro en una gran avenida. En ese tiempo tres saltimbanquis se
preparan para actuar ante los cientos de automovilistas que esperan la
luz verde. Los saltimbanquis son tres. El primero, lleva cinco palos
cuyo final de cada palo tiene esa cosa que parece sombrero de goma, pero
que sirve para limpiar los waters tapados. Este saltimbanqui los lanza
todos al aire sin caérsele ninguno. El segundo pone rápidamente una
mesa. Y sobre ella una tabla rasa. Y debajo de la tabla pone velozmente
un tarro redondo y salta el saltimbanqui sobre la tabla moviéndose hacia
los lados, balanceándose sin caerse. El tercer saltimbanqui aparece aún
más veloz que el anterior montado en una bicicleta bien alta, de una
sola rueda, vestido de payaso que semeja a Charles Chaplin, y con tres
palos de colores que va lanzando al aire. Uno, dos, tres. Uno que agarra
y dos en el aire. Dos en la mano, uno en el aire. Ningún palo se les cae
a los malabaristas ni tampoco nadie se viene a suelo ni el de la tabla
rasa ni el de la bicicleta. Ya quedan 15 segundos para que llegue la luz
verde y desarman los tres saltimbanquis el espectáculo con la rapidez de
un rayo. En los 10 segundos que restan, recogen monedas de 100 pesos.
Viene la luz verde, y vuelta otra vez a esperar la luz roja para otro
show. Esos saltimbanquis son extraordinarios me decía yo. Podrían
trabajar en el Cirque du Soleil sin problemas o en un casino famoso de
Las Vegas y serían una maravilla en las calles de Nueva York
reemplazando a los típicos conjuntos de música andina que proliferan en
Manhattan. Eso pensaba en una calle de Santiago, en una primavera
ardiente y hermosa, mientras miraba aquel fabuloso espectáculo de 24
segundos. Y a cinco horas de irme hacia el aeropuerto para tomar un
avión que me traería a mi lejana extranjería después de una semana de
"Reencuentro" entre Santiago, Valparaíso y Cartagena.
*Javier Campos es escritor y académico
chileno. Reside en EE.UU.