Un Lugar Llamado "La Frontera"
por Javier
Campos
8 de julio de 2003, en El Mostrador
Entre 6 y 11 millones
se calcula la cantidad de ilegales que viven temporalmente en EEUU,
según un largo reportaje de la revista Time el 2001, cantidad que en
el 2003 no ha variado. El censo del año 2000 oficialmente contó 35.3
millones de hispanos legales (residentes o ciudadanos).Ahora, al agregar unos 10 millones más, la mayoría de origen
mexicano junto a una diversidad de otras naciones al sur de Río
Grande, la población de hispanos sumaría una cantidad de
aproximadamente 45 millones. Casi el 17% de la población total de EEUU
(270 millones).
Pero esta cantidad de gente indocumentada que
trabaja en diversos oficios, desde los que recogen los productos
agrícolas en el suroeste del país (o en otros estados tan lejanos como
el medioeste), o trabajan en fábricas o en diversos tipo de servicios,
no es una población estática. La mayoría no desea vivir en este país
como fue el caso, y muy distinto, de otras emigraciones,
principalmente europeas, que llegaron a fines del siglo 19 y comienzos
del 20 a los EEUU.
La población ilegal de origen
latinoamericano, incluido Brasil y la diversidad de gente del Caribe,
por el contrario, está en un perpetuo movimiento: entran y salen. Y
justamente por eso que es bastante complejo determinar con precisión
todas las implicancias de esa "frontera de cristal" como la llamó
Carlos Fuentes en un libro de cuentos del mismo título.
El
indocumentado desea permanecer sólo una temporada en EEUU (entre 6 a
12 meses o un poco más) mientras otros hacen lo imposible para
quedarse definitivamente. Sin embargo, no es fácil obtener
estadísticas exactas de los indocumentados porque es una cantidad tan
grande de gente moviéndose (ilegalmente) por distintos lugares de la
frontera que resulta imposible controlar quiénes salen y quiénes
entran. Sólo en fragmentos es posible. Como si fuera un inmenso
collage donde cada parte que se mira es una sorpresa humana.
Por ejemplo, una de esas partes de aquel infinito collage de
situaciones, y que complica cada día más el movimiento fronterizo, es
la instalación de miles de maquiladoras que aumentaron con el TLC
(tratado de Libre de Comercio). O sea, industrias manufactureras de
origen extranjero (Irlanda, Estados Unidos, Japón, entre muchos más)
en territorio mexicano cuya mano de obra es baratísima.
La
frontera entre ambos países va desde Tijuana/San Diego hasta
Matamoros/Brownsville. Por el lado mexicano hay, hasta ahora, 9
ciudades donde se han instalado las maquiladoras (Tijuana, lugar donde
ocurre, por ejemplo, la película Traffic; Mexicalli; Nogales;
Agua Prieta; Ciudad Juárez; Ciudad Acuña; Nuevo Laredo; Reynosa y
Matamoros). Cada ciudad tiene cientos de maquiladoras -la sola Ciudad
Juárez tiene 400-.
Así que ya se puede apreciar la cantidad
total si se suman todas las 9 ciudades mencionadas. Si uno las ve en
el mapa, visualmente es una línea que está cubriendo de otra manera
todo el paso fronterizo. Y están establecidas, a pocos metros de la
cortina, el muro físico que impide el paso al lado estadounidense.
En esas industrias manufactureras se produce a bajísimo costo
una multiplicidad de productos (de los electrónicos a la ropa) que
irán al otro lado, al Primer Mundo o al Tercer Mundo como objetos
importados y a precios muy altos de venta. Los trabajadores de las
maquiladoras hacen en un día 12 dólares (un dólar y medio la hora) y
es lo que al otro lado el trabajador haría en una hora. A veces el
salario varía.
Otros datos (de 2002) que da Amnistía
Internacional dicen que la industria GAP (esa ropa que desea la gente
joven del Primer Mundo y también la del Tercer Mundo) paga al
trabajador mexicano, en la maquiladora de GAP en Tijuana (o en su
maquiladora de Nicaragua o Costa Rica), solamente de 30 a 60 centavos
de dólar la hora.
De tal manera que la frontera viene a ser un
lugar social y culturalmente muy complejo pues es un espacio a donde
llegan, tal si fuera una tierra prometida, los que vienen del sur de
México. Pero también otros miles de pobres del sur de toda América
Latina, incluyendo el Caribe, y de regiones más lejanas como India,
China, Turquía, Rusia, etc.
Todos partieron de sus pueblos o
países a buscar una mejor situación económica o en las maquiladoras
(¡cómo no!, si el salario mínimo de México es un poco más de 4 dólares
al día), o arriesgarse a cruzar la frontera, que aun vigilada y
resguardada como si fuera una muralla para detener a indeseables que
contaminarían el otro lugar, aun así, cada año cerca de 2 millones de
ilegales la van a cruzar de todas manera... y cómo sea. Aunque les
cueste la vida.
El sueño americano del chileno Manuel
Berríos
Otro ejemplo de ese mundo alucinante de la
frontera es el asunto de los "polleros", o "coyotes", esos que cobran
por pasar gente a Estados Unidos a través de las montañas, desiertos o
por alguna parte del Río Grande. Los polleros constituyen una
verdadera mafia organizada, cobrando miles de dólares por pasar al
otro lado. En el verano, junio de 2001, dejaron abandonados a su
suerte a 36 ilegales (luego de cobrarse miles de dólares) en un lugar
del desierto de Arizona (al sudeste de Yuma).
De esos 36 ,
trece murieron de sed porque al desaparecer los polleros no supieron
para donde ir los desamparados ilegales durante cuatro días y con 40
grados de temperatura siguiéndolos como "un comal en llamas" (diría el
escritor mexicano Juan Rulfo) que al final los mató. Una de las 13
victimas fue un chileno que también quiso intentar "el sueño
americano".
Aquel chileno se llamaba Manuel Berríos Angulo, de
39 años, quien viajó de Valparaíso a Santiago y desde allí a Ciudad de
México el 21 de mayo de 2001, dejándole a su esposa, Julia Osses
Ahumada, como último recuerdo, un corto mensaje: "vuelvo en dos
semanas". Su esposa no tenía idea que la cesantía crónica de su marido
-luego de su despido de la empresa Ambrosoli en febrero de 2001- lo
hizo aceptar la propuesta hecha por una hermana que vivía en Nueva
York. La propuesta era que junto a un amigo contratarían un "coyote"
para cruzar la frontera desde México hacia Estados Unidos. El iba
entre esos 36 por el desierto de Sonora, y uno de los 13 que morirían
deshidratado luego de ser abandonados.
Según un reportaje del
New York Time (del 29 de junio de 2003) otras 17 personas -incluyendo
un niño mexicano de 5 años- que intentaban pasar ilegalmente a Estados
Unidos por la frontera, murieron deshidratados dentro de un camión en
el sur de Texas. Lo impresionante es que detrás de esas muertes
recientes hay todo un complejo y organizado cartel de tráfico de
indocumentados.
Una mujer salvadoreña de 25 años (Karla
Chávez), que hace 10 años atrás pasó a EEUU en forma ilegal, era la
dueña de esa red de traficantes. Cobraba cerca de mil dólares por
pasar gente desde México a EEUU. Luego en aquel país, los transportaba
secretamente a lugares de trabajo u a otros estados en camiones
cerrados. Fue así como murieron esas 17 personas, provenientes de
Guatemala, Honduras, Nicaragua y México.
Trabajar en el "otro
lado" permite ganar más dólares. Algunos los ahorran u otros los
envían a sus países de origen. Por ejemplo, el envío de remesas al
lado mexicano suman millones y millones de dólares... ¡cada mes! (a
través de las oficinas de Wester Union). Reciente información dice que
la economía de El Salvador, en estos momentos, no depende ni de las
exportaciones del café ni de otro producto, sino de las remesas de
millones de dólares que envían los salvadoreños residentes en los
Estados Unidos.
Es decir, se está creando una nueva
dependencia de ciertos países centroamericanos (u otros) cuya única
subsistencia vendría a ser el envío de dinero o de ilegales y no
ilegales quienes trabajan en los Estados Unidos.
¿Pero cuánto
tiempo durará aquella frontera? Quizás una de las buenas respuestas a
este asunto la dio Carlos Fuentes, el escritor mexicano, en un chat en
el diario El País, el 31 de mayo de 2001. Un mexicano-americano
preguntó: '¿qué debería hacer el gobierno de Fox para que disminuya
la inmigración ilegal que ha tenido consecuencias mortales?'
La respuesta de Carlos Fuentes fue la siguiente: 'El siglo
XXI será el siglo de las migraciones masivas del sur al norte, en todo
el mundo. No es posible celebrar una globalización que le da libertad
de movimiento a las cosas y se lo niega a las personas. La libertad
del inmigrante propondrá uno de los grandes temas de nuestra época y
la respuesta de las economías desarrolladas del norte hablará bien o
mal del humanismo de Occidente. El trabajador migratorio no sólo deja
su país por miseria o falta de empleo, sino, sobre todo, porque lo
convoca la necesidad de las economías desarrolladas. Prive usted a los
Estados Unidos del trabajador migratorio mexicano y habría en los
Estados Unidos escasez de productos, inflación y ocupaciones
abandonadas'.
Carlos Fuentes terminó su respuesta así:
'Aunque en México pudiésemos otorgarle pleno empleo a nuestros
trabajadores, los Estados Unidos seguirían requiriendo mano de obra
migratoria y tendrían que traerla, si fuese necesario, del Polo Norte.
Los trabajadores migratorios son eso, trabajadores, portadores de
cultura y no le quitan nada a nadie y le dan mucho a todos'.
Son muchos los que piensan al igual que Carlos Fuentes en
estos momentos. Incluso en los propios Estados Unidos. Y son muchos
más los que están convencidos que aquella "última frontera" no
desaparecerá nunca. Porque en esta época de globalización, donde no se
ve otra alternativa distinta, continuara ese "muro de cristal" como el
destino fatal (y final) para millones de latinoamericanos empobrecidos
que huyen desde sus propios países.
La frontera atrae y
subyuga. El otro lado tiene que ser el paraíso y no hay nada ni nadie
que hará cambiar de opinión al que desea cruzarla. Como si aquel
límite fuera un lugar hechizado desde la cual es imposible dejar de
oír el llamado de las sirenas que nos cantan y nos llaman siempre...
desde El Norte.
* Javier Campos es escritor y académico chileno en
EE.UU.