Resulta sorprendente encontrarse en esto días (quizás sea por las
fiestas de fin de año) con cosas que sólo ocurren en Chile. Como la reciente muestra “artística”
o“arte público” donde se presenta a un enano dentro de un espacio
reducido para que lo miren miles de personas. O ver una “gente pequeña”
como se usa ahora apelando a la terminología de lo políticamente
correcto. Aún asi, la muestra se llama “Mitimota”, usando el
vocablo cómico del humor irónico chileno para reírse del otro/a, hacer
reír a los demás y pasarlo bien.
El artista, Roberto Avendaño, encontró el lugar justo para exhibirlo:
el Mall o la catedral del consumo actual globalizado en Santiago de
Chile. Pero Avendaño explica su propuesta “artística” con bastante
seriedad. Dice , “ Esta exposición tiene una lectura... es la condición
real de montones de personas que tienen que arrendar su cuerpo, su vida
para poder subsistir y poder alimentar a su familia. Creo que la
metáfora de este trabajo apunta a eso y un poco a esta obsesión morbosa
por mirar lo extraño”.
Uno podría replicar que la morbosidad existirá siempre, no importa el
país en que se esté, si a
uno se la exhiben constantemente a través de medios masivos. Lo mismo
podría decir un programa pornográfico en la TV de que “lo que verán los
espectadores a continuación no es una violencia contra el cuerpo de la
mujer sino es una metáfora artística”.
Lo que queda claro para mi, con la exhibición de una persona pequeña
en un pequeño cuarto moderno (antes se hacia en jaulas), es que hay una
incapacidad imaginativa para expresar en términos más originales aquella
“metáfora artística” de la que habla Avendaño. Al final de cuentas
“Mitimota” seguirá siendo enano, se seguirán riendo los espectadores,
distanciados, con morbo o no, de un sujeto visto como físicamente
imperfecto, y casi un ser de otra raza al que jamás invitaríamos a
nuestra casa. Es decir, un arte público así, por más intención artística
que conlleve el proyecto, finalmente el mensaje llega tergiversado.
Sobre esto, sobre la muestra de “Mitimota” hay algunos ejemplos
dentro de la literatura universal, el arte, y el espectáculo de cómo ha
sido tratada esa “gente pequeña”.
Dentro de la literatura quizás el libro más famoso sea El
enano (1944) del Nóbel sueco de 1994 Par
Lagerquist (1891-1974). Un siniestro enano (Piccoline) que pertenece
a la corte de un príncipe en la Italia renacentista, mantiene un diario
de lo que observa en la corte. Tiene una mirada amarga de todo lo que ve
en esos tiempos de plagas, rivalidades y asesinatos de aquella corte. Es
una novela que representa la maquinación diabólica de Piccoline, el
enano.
En cuanto al arte
plástico, cuenta Pablo Picasso que cuando pintó su famoso cuadro "Familia de Saltimbanquis" (1905),
obra de transición a su “época rosa”, en
los cuales aparece un enano, leyó algunos poemas de su amigo Apollinaire
que también trataban del mundo circense, y de enanos, pero que el poeta
siempre los vio como gente miserable. Picasso, en cambio, quiso darles a
los saltimbanquis y a los enanos una dimensión más tierna, más alegre, y
sin ningún asomo de aquel ambiente miserable y sumamente pobre como los
describió Apollinaire (sin duda afectado por una viejísima tradición
romana, luego medieval, del saltimbanqui y la imagen horrenda que se
tuvo del enano). Lo de Picasso sí me parece una propuesta nueva de ver
de otra manera lo que antes fue visto con morbosidad y desprecio.
Dentro del espectáculo circense mundial, a mediados
del siglo XIX, en Estados Unidos, el famoso circo de P.T. Barnum, que
inventó las cinco pistas simultaneas de espectáculos, también incluyó a
dos enanos, siendo el más famoso el llamado “pulgarcito’ (o Tom
Thumb), que Barnum mostró como curiosidad humana por todo Estados
Unidos y Europa, obteniendo grandes ganancias para sí mismo como para el
propio Tom Thum que murió rico. Es los circos era común exhibir gente
pequeña o con deformidades que hoy día resulta ofensivo (caso de
“Mitimota” en el Chile actual) pero que era bastante habitual en los
espectáculos de la cultura popular de fines del siglo XIX.
Dentro de la literatura reciente es la obra de la española Rosa
Montero quien ha tratado mucho los personajes pequeños como en “Te
trataré como a una reina” (1983) o en “Bella y oscura” (1993). El
tratamiento nada tiene que ver con el sueco Par Lagerquist ni menos como
lo hacia en su circo P.T. Barnum. Ella misma lo ha dicho recientemente
en su hermoso libro La loca de la casa (2003) : “Siempre he
sentido una debilidad especial por los enanos. Me siento identificada
con ellos de una manera extraña; me conmueven, me gustan, les aprecio. O
como el emocionante retrato de Lucía Zárate, una liliputiense del siglo
XIX que era exhibida por los circos, y cuyo rostro herido por la pena
fue otra de las semillas de mi novela Bella y oscura”.
También Rosa Montero nos recuerda, mirando ella un documental durante
la Alemania nazista, sobre el ambiente circense de la época “con mujeres
barbudas, gigantes cabezones, enanos vestidos de payasos, seres muy
alejados del ideal físico de la raza aria, presumiblemente todos ellos
carne de matadero para Hitler.” Porque, es cierto, a los hornos de los
nazis también fueron a dar enanos junto a comunistas, homosexuales,
gitanos y judíos.
Cuando escribí la novela “Los saltimbanquis” (editorial RIL, 1999)
también incluí allí a dos personajes enanos. Pero por mi imaginación,
asunto que el artista no controla del todo, y luego de leer mucho sobre
enanos, visitar museos de circos, ver documentales y películas sobre “El
Circo” (Chaplin, Vittorio de Sica, Fellinni, incluido nuestro circo
pobre chileno), o leer a Apollinaire, revisar los cuadros de Picasso
sobre el tema, no se me ocurrió nunca mostrarlos como mentes diabólicas
ni seres exhibiéndose en jaulas (o dentro de un espacio reducido de un
Mall como es el caso de “Mitimota”) para la morbosidad de los
espectadores (o lectores) y el lucro de empresarios o para que las
tiendas de un Mall santiaguino vendieran más en los dias de fiestas de
fin de año.
Finalmente, parafraseando a Rosa Montero, yo también me siento
identificado con los enanos de una manera extraña; me conmueven, me
gustan, y los aprecio.
*Javier Campos es escritor y
académico chileno. Reside en EE.UU.
Su más reciente publicación es
“La mujer que se parecía a Sharon Stone”
(cuentos sobre “latinos” en
EE.UU), con Editorial RIL.