Cierre del Centro Cultural
Español de la Habana
por Javier Campos*
19 de Junio del 2003
En Habana, mi amigo
Norberto acudía cada día al Centro Cultural Español. Incluso logró
tener un sencillo carné que le permitía entrar y sentarse a leer
diarios editados unos días atrás o a veces de la semana anterior.
Llegaban allí diarios como "El País", "El Mundo", revistas y libros.
Pero eso no le importaba a Norberto. "Es el único lugar en la Habana
donde puedo enterarme de otra información más actualizada y sobre todo
diferente", me decía.
Esta última información alternativa, o
solamente otro punto de vista, no aparecía nunca en los medios
controlados por el Estado como "Granma", "Juventud Rebelde", o los
canales de la TV estatal, por ejemplo, que siempre repetían lo mismo.
O sea, jamás Norberto encontraba ninguna otra noticia, opinión, que
contradijera a los periodistas de la "prensa oficial" cubana.
Norberto era uno de esos tantos cubanos y cubanas jóvenes que
tenían allí, en aquel centro
cultural, un lugar agradable para leer. Nadie, ni ninguna autoridad
española, les pidió nunca que firmaran tal o cual cosa contra Cuba. Ni
que participaran en lo que el canciller cubano, Felipe Pérez Roque,
dijo el 5 de junio pasado, contra las medidas que los 15 países
europeos acordaron, recientemente, respecto a las nuevas relaciones
con la isla, en reacción a la política represora cubana, especialmente
contra el encarcelamiento de 75 disidentes y las condenas a la pena
capital, en juicios sumarísimos, de tres personas.
El acuerdo
de La Unión Europea fue el siguiente: limitar las visitas
gubernamentales de alto nivel; reducir la participación de los países
miembros de la UE en acontecimientos culturales; invitar a los
disidentes cubanos a la celebración de eventos nacionales; y volver a
examinar la posición común de la UE.
Pero el gobierno cubano,
a través de Fidel Castro y del canciller, no esperó mucho para
reaccionar indignado ante tales medidas. Primero, acusaron de
"fascistas y bandidos" a los presidentes español e italiano, José María Aznar y Silvio Berlusconi, respectivamente. A los
restantes países de la comunidad les dijeron que tomaron contra Cuba:
"medidas represoras de papelucho grosero e insolente".
Por
eso, el canciller arremetió con dureza y exageración contra el Centro
Cultural Español en La Habana. Dijo: "lejos de promover la cultura
española en Cuba, objetivo para el que fue creado, el Centro Cultural
español, ha mantenido un programa de actividades no relacionadas con
su función original, en abierto desafío a las leyes y las
instituciones cubanas".
Además, advirtió, y con mucho más
prepotencia stalinista, que "en los próximos días las autoridades
cubanas adoptarán las medidas pertinentes para convertir ese centro en
una institución que realmente cumpla con el noble propósito de
difundir la cultura española en nuestro país". O sea, que el centro se
cerraría si éste no cambiaba su modo de entregar la cultura española
en Habana.
Pero, finalmente, poco después de las palabras del
canciller Roque, el gobierno cubano dio 90 días a los funcionarios
españoles para desalojar definitivamente el centro, aun cuando España
hubiera gastado cerca de 2 millones de euros en remodelar el edificio
e implementarlo con tecnología, material diverso de lectura, sala de
conferencia y exposición, videoteca, etc.
"No lo creo, pero
quién sabe", me dijo Norberto en Habana en febrero pasado, cuando le
pregunté si aquel centro podía ser cerrado o clausurado porque había
información diferente que no aparecía en esos diarios controlados por
el gobierno cubano. Un lugar donde se podía encontrar otra
documentación, gratis, accesible libremente, y en medio de la Habana.
"No, no lo creo", me volvía a decir, pero con cierta duda. Yo
dudé lo mismo entonces. Era sólo un centro cultural como cualquier de
cualquier país o ciudad, y al que cualquier ciudadano puede ingresar a
leerse un diario de otro lugar del planeta, consultar revistas, leer
libros, pedir prestado una película, asistir a una conferencia de un
artista o escritor invitado. Eso me decía yo, en febrero de 2003,
mientras pasábamos por el Centro Cultural Español, a unos pasos de El
Malecón.
“"Incluso allí, a veces, puedo usar por un ratito
Internet", agregaba Norberto. Era un lugar donde se sentía contento,
especialmente en la Habana donde las librerías están plagadas de
libros de la editorial del Estado. Otros textos, pero controlados,
llegan del extranjero pero a precios excesivos y en dólares que nadie
puede adquirir, excepto los turistas. Y por otro lado, que es lo peor,
imposible encontrar prensa extranjera (menos en las librerías de
Habana) porque está prohibida su venta y distribución.
Es
curioso que las múltiples páginas en Internet, como La Jiribilla o Casa de las Américas, que programa
y controla el gobierno para informar sobre Cuba al exterior, nadie
tenga acceso a esas páginas electrónicas en la isla. Más curioso -y
kafkiano- es que la mayoría de las publicaciones del gobierno cubano
en Internet, intentan contradecir y criticar “la infamante información
contra la revolución”, según dicen, "se publica en los medios
internacionales".
Aún más kafkiano es que nunca el ciudadano
cubano común se entera qué es lo que realmente se ha dicho de Cuba
afuera de la isla, porque no se le permite ningún acceso a esa
información que el régimen considera "anticubana". Solamente se le
informará a través de esos medios masivos controlados por el Estado.
"Los medios fuera de Cuba no tienen la información de lo que ocurre
dentro de nuestro país", repiten una y otra vez los medios masivos
cubanos.
Esto último fue el argumento que usó como respuesta
la prensa cubana (y sus medios en Internet) contra el Nobel
Saramago, o contra muchos otros intelectuales que criticaron la
nueva represión en la isla. Específicamente cuando protestaron a favor
de esos 75 disidentes que la justicia cubana (¿justicia?) envió por
años, y sin juicios detallados, a remotas cárceles del país.
Por eso al leer las recientes reacciones del gobierno cubano
-indignado por las medidas tomadas por la Unión Europea- de cerrar
definitivamente el Centro Español en Habana, pienso que Norberto
tendrá que guardar como reliquia el carné que le dieron y del cual se
sentía orgulloso, más que el del Partido Comunista al que no
pertenecía ni quería pertenecer.
Sé que él tendrá una rabia
sin medida en estos momentos. Para él se cierra una forma de obtener
información diferente a la oficial. Cuba sigue limitando cada vez más
a mi amigo Norberto. Su país es una isla rodeada por una larga muralla
de soledad. Muy parecida al Muro de Berlín.
* Javier Campos es escritor
y académico chileno en EE.UU.