En camión hacia la Yuma
por Javier Campos
26 de Julio del 2003
No sólo la
política de ambos países en cuestión inmigratoria es subrealista,
también la manera de llegar a adquirir la residencia norteamericana
sin ser deportado. Es cierto, se puede llegar al paraíso pero primero
hay que pasar por el infierno.
Si uno no viera aquella
fotografía, nunca lo creería. Sólo en la ficción de algún cuento o
novela puede ser que lo demos por ocurrido. O en la imaginación
virtual. Sin embargo ocurrió el 16 de julio entre las aguas que
dividen Cuba y el estrecho de La Florida. Un camión flotante, muy
campante, de fuerte color verde, iba con 15 cubanos flotando sobre las
aguas en busca de la tierra prometida. Arrancando a 8 millas por hora.
Al viejo camión
Chevrolet 51, que en Estados Unidos sería una reliquia que pagarían
miles de dólares, le incorporaron una hélice. La adaptaron al motor
original en la parte trasera y la conectaron al volante. A los lados
pusieron galones flotantes para no se hundiera. Y por si fuera poco,
el camión llevaba una lona amarilla para que los pasajeros se
protegieran del calor en la travesía. Habían pensado también en las
comodidades del viaje.
En toda esta
tragedia que lleva ya más de 40 años -intentar huir por mar desde Cuba
hacia Estados Unidos (para pedir asilo)-, y hacerlo en múltiples
embarcaciones caseras donde solamente es indispensable que flote,
miles de cubanos arriesgaron sus vidas. Unos pocos llegaron a las
costas y tocaron la tierra. Pero la mayoría ha muerto en el intento.
Como se sabe, “La
ley del Ajuste cubano” consiste en que los Estados Unidos concederá
asilo (pero sólo a los cubanos y a ningún otra persona de cualquier
parte del mundo) quienes toquen físicamente en territorio
norteamericano. Si son capturados en el mar, son devueltos
inmediatamente a Cuba. No sólo la política de ambos países en cuestión
inmigratoria es subrealista, también la manera de llegar a adquirir la
residencia norteamericana sin ser deportado. Es cierto, se puede
llegar al paraíso pero primero hay que pasar por el infierno.
Ese infierno es
aquel espacio entre Cuba y Estados Unidos. Un mar que puede hundir en
cosa de segundos a una endeble embarcación, o ser consumidos por el
sol calcinante y la sed, o ser devorados por los tiburones. Pero aún
así, hasta este momento en que escribo esta columna, hay balseros que siguen inventando
cómo construir algo que flote para salir hacia Estados Unidos. Salir
como sea de un encierro que consideran injusto.
Un reciente
artículo sobre este suceso del camión, describía patéticamente el
imaginado final, ilusorio, utópico, que miles en la isla caribeña
quisieran lograr: “Uno contempla las fotos e imagina el resto: el
camión que llega a la orilla y es liberado de los tanques flotadores y
comienza a avanzar por la arena y sale a la carretera de Los Cayos y
atraviesa el Puente de las Siete Millas y continúa por vías y
autopistas —siempre siguiendo las indicaciones que marcan un destino
anhelado: Miami—, hasta que el motor se agota finalmente frente a una
bodega o una cafetería cubana”.
Sin embargo, el
final fue otro. Un final triste y patético. A poco de salir el camión
de Cuba, los aviones rastreadores norteamericanos ya los habían
detectado. Sin embargo, el camión seguía avanzando. Era de un verde
intenso que contrastaba con el azul del mar caribeño. Y aún más, con
una lona amarilla sobre ese inmenso caimán (o tucán gigante) que se
movía lentamente. El conductor hasta iba fumando un puro. Los demás
parecían contentos de que la guardia cubana aún no se hubiera enterado
de su escapada ni de su ingenio. Iban “camión en popa” sin problemas.
Pero ninguno de
ellos imaginaba que eran vigilados y que jamás tocarían aquella tierra
prometida. Iban rumbo al fracaso total, pero o no lo sabían o no les
importaba. Quizás algún santero de la religión afrocubana les había
bendecido el camión con un poquito de ron y humo de tabaco. Y eso era
lo más importante. Tenían fe en llegar. De seguro se imaginaban
llegando a la playa de La Florida y serían famosos al instante por su
ingenio. Quizás vendieran en miles de dólares esa antigualla
“flotante”.
Una noche, en
febrero pasado, estaba en Centro Habana en casa de unos poetas, en una
azotea que se podía ver El Malecón y sentir el oleaje del mar Caribe,
uno de ellos contaba historias de balseros con su humor cubano. Me
acuerdo de la siguiente:
“Dos se hicieron
de un flotador y se lanzaron al mar hacia la Yuma, como le dicen a Los
Estados Unidos. Uno para no caerse al mar, por si se quedaba dormido y
no se lo comieran los tiburones, se amarró al flotador con alambres
las dos piernas. Tuvieron suerte y llegaron a la costa de La Florida
en tres días. Pero al que se amarró las piernas se le cangrenaron por
la falta de circulación durante el viaje y le tuvieron que amputar una
de ellas en Miami”.
El poeta amigo
seguía contando esa historia con mucho humor (porque lo patético y la
tragedia estaba detrás de aquel humor cubano). Y la terminó así.
“Luego, escribió una carta a sus familiares en Cuba contándole la
historia agregándole al final de la carta: prefiero, chico, vivir sin
una pierna aquí que con las dos sanas allá”.
Entre la pequeña
audiencia aquella vez había escritores de otras partes del mundo y
nunca supe cómo reaccionaron ante la historia de aquel balsero.
Algunos escuchaban en silencio sin movérseles ningún músculo de la
cara. Otros se dejaban llevar (como yo) por el humor del poeta cubano
quien no tenía temor (ni pelos en la lengua) de contar cómo intentaba
la gente, con mucho ingenio, y sin miedo, arrancar de la isla. Quizás
en otro lugar del mundo la misma historia hubiera sido dicha en tono
quejumbroso y patético. Es decir, más políticamente correcto el tono
del relato y dejando fuera el humor.
Sin duda, mi amigo
poeta ya sabe de esta historia del camión Chevrolet 1951 que enrumbó
despacito hacia la Yuma. Pero como miles y miles de otros casos que él
sabía, estos 15 cubanos no lograron tocar aquella tierra que miles
creen ver, alucinados, como la otra utopía que a lo mejor (o quizás
no) es mucho mejor que la que se describe cada día en los medios
oficiales de la Isla.
*
Javier Campos es escritor y académico chileno en EE.UU.