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OSWALDO, OSWALDO
en el cielo con diamantes y rubíes

Por: César Ángeles Loayza




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Hoy más que nunca compruebo que el Perú para mí es una herida que llevaré
 sangrante y abierta hasta el último día de mi vida.
(En "Caretas y toda su comparsa de figurones se van a la misma mierda": palabras de Oswaldo Reynoso al
respecto del concurso "El cuento de las mil palabras", XXVI edición, de la revista Caretas)

Soy el bestseller clandestino del Perú. (O.R.)

 

Cuando un rockero y comunista muere, nunca muere.

El dolor es grande; sin embargo conforta saber que Oswaldo Reynoso (Arequipa 1931-Lima 2016) vivió a su manera, libre, y que no se dejó ganar por las ondas conservadoras o marketeras que atenazan tantos espíritus inocentes, y convierten a rebeldes y revolucionarios en eunucos inmortales. Es alguien  paradigmático de la influyente Generación del 50. Fundó el colectivo y la revista Narración (de fines de los 60 hasta los últimos años de los 70),[1] así como publicó varios de los cuentos y novelas más perdurables de la tradición literaria peruana. Sobre él y su quehacer narrativo escribí dos ensayos publicados aquí y aquí; uno de los cuales, acerca de su obra El escarabajo y el hombre (1970), también aparece en el primero de dos recomendables volúmenes colectivos en su homenaje, titulados Oswaldo Reynoso I: los universos narrativos, y Oswaldo Reynoso II: la buena educación (Lima 2013: editorial San Marcos).

Tuve la fortuna de verlo en acción hace poco, en el CC.España y para la presentación de un libro antológico en homenaje a su amigo, el gran poeta Juan Gonzalo Rose. Otro motivo más para concluir mi tesis de maestría, provisionalmente titulada “La tradición radical en la poesía peruana contemporánea: ideología y estética del socialismo en La luz armada y Cantos desde lejos, de Juan Gonzalo Rose”. Se la dedicaré a ambos.

Luego, me invitó para irnos con él, el escritor Maynor Freyre y una buena amiga mía (quien, al final de la noche, lo acompañó del brazo a su taxi), al bar Monarca a tomar unas cervezas, casi como en los dorados tiempos del bar Palermo (segundo hogar, y escenario para debates y tertulias candentes entre escritores, intelectuales y artistas de la Generación del 50). Me sentí más que halagado, por cierto. Le di, feliz y autografiado, mi nuevo libro Cortes intensivos: entrevistas y crónicas (a él, que tuvo la solidaridad de presentar, years ago, otros dos libros míos de poesía).

Al final de la velada y la noche, cuando se marchaba porque al día siguiente debía visitar temprano a un amigo hospitalizado (ahora pienso que quizás se trataba de él mismo), quedamos en hablar y nos despedimos temporalmente. Eso creí. Fueron mis últimas cervezas con él, y aún no lo sabía: a los amigos hay que disfrutarlos en vida.

Como se verá, debo corregirme y decir que, en verdad,  fue la penúltima vez que brindé con él. No en pocas ocasiones tuve el placer de reunirme con Oswaldo para dialogar al pie de unos vasos de fraterna cerveza o algo semejante. Me viene ahora, por ejemplo, aquel memorable encuentro, a fines de los 80 y cuando acababa de publicar, en el taller de serigrafía del colectivo NN, mi primer libro de poesía El sol a rayas (imbuido del espíritu luishernandiano, y del desenfado limeño-callejero de cierta narrativa neorrealista como la de Oswaldo Reynoso, que es un fino poeta en oficio de narrador).

Una de aquellas noches barranquinas de 1989, recalamos con algunos amigos de aquel taller a la presentación de la antología: Nueva Crónica: Cuento social peruano 1950–1990, de Roberto Reyes Tarazona. Allí se encontraba la plana mayor del grupo Narración, y con ellos, al final de dicha cita, nos enrumbamos al céntrico Superba, donde comimos y secamos varias cebadas bien heladas.

Entonces dialogué, por primera vez, con algunos de mis admirados escritores de aquel tiempo. Recuerdo que Miguel Gutiérrez dijo que la Generación del 50 –de la que él era un miembro más joven y casi epigonal– había solido ser muy grave y solemne. Un sonriente Oswaldo Reynoso le pasó mi referido libro, lúdica y cromáticamente diseñado –el magenta descollaba sobre el papel de embalaje de sus páginas–, y aquel  leyó un breve poema que parodia unos célebres versos del poema ‘Masa’ de César Vallejo. Gutiérrez concluyó diciendo que no estaba mal, pero que era un humor fácil, o algo así. Entonces, Reynoso, que lo había leído antes, ponderó más bien su frescura y atrevimiento juvenil al meterme con el gran poeta de Trilce. Recuerdo también los diálogos sobre China (ambos habían vivido allá muchos años) y, en fin, los intercambios entre sus experiencias y las nuestras en aquella larga mesa intergeneracional que ardía cual carbón encendido en la noche limensis. Los de Narración, como la mayoría de los miembros del 50, tenían un alto concepto de la amistad y la ética socialista. Ese fue mi primer encuentro cercano con Oswaldo.

Luego vendrían otros, en diversas circunstancias. Como en Chimbote, cuando hace unos años yo trabajaba, los fines de semana, en una universidad de ese puerto internacionalmente conocido por la  novela póstuma El zorro de arriba el zorro de abajo (1969), de José María Arguedas. En aquellas oportunidades, acompañados de algunos otros escritores locales, como su apreciado amigo Fernando Cueto, sostuvimos sendas tertulias al borde del mar, en restaurantes y bares chimbotanos.[2]

Solía llevarlo hasta allá un conocido editor, librero y promotor cultural, el también fallecido Julio Guzmán Aranda, y yo le decía a Oswaldo que él debía ser el escritor más veces invitado y agasajado en dicha ciudad norteña, por lo que ya merecía que le escribiese una novela. El excéntrico Guzmán Aranda había rastreado el recorrido de Arguedas en Chimbote, cuando daba forma a su citada novela, y diseñó ‘el tour Arguedas’ al que invitó asistir a Oswaldo Reynoso: el tour cultural culminaba en el conocido prostíbulo ‘Tres Cabezas’, donde Arguedas iba. En dicho lugar (hay video), Oswaldo inauguró la biblioteca ‘Los Inocentes’, que debe ser quizás la única en su género bautizada con sendos discursos del propio autor y la meretriz mayor incluidos.

A Reynoso le gustaba viajar, entablar conversaciones prolongadas con los creadores de las ciudades que visitaba, y dar conferencias, así como participar de presentaciones de libros en diversos espacios y con públicos de todo tipo. Siempre me llamaba la atención su fácil empatía con los jóvenes escolares y universitarios, que hacían cola para comprarle sus libros que transportaba, y vendía él mismo, en una maletita con ruedas que abría cual mago itinerante de la palabra literaria.

Ah, Oswaldo, quien diría que las últimas copas nos la tomaríamos, más bien, la noche del pasado 24 de mayo, durante tu velorio en la Casa de la Literatura (ni más ni menos que al lado del bar Cordano, por atrás del palacio de gobierno), porque así lo decidiste desde mucho antes, cuando demandabas que en tu muerte nadie te llorase, sino que todos se emborracharan alegres en tu memoria. Me tomé algunas copas de vino rojo repartidas generosamente por los camareros, y como si fuese un pago ceremonial derramé un poco sobre el vidrio de tu ataúd, donde te ví sosegado y durmiendo. Entre nosotros decíamos, además, que te habías ido antes para no ver cómo acabarán estas próximas elecciones presidenciales, antes de sumergirnos en las tinieblas del fascismo perr.ucho. Esa noche fue larga y colectiva, y fuimos casi una suerte de tribu urbana por algunas calles del centro de Lima. Así ha sido, así te has ido. Y aquí nos quedamos viendo cómo subes a tomar el cielo por asalto.

Escuché decir a Maynor Freyre, en una entrevista al paso, que tú no solo habías vivido como quisiste, sino que la muerte fue leal contigo: te llevó sereno, aliviándote de cualquier agonía prolongada. Has muerto entre pájaros y árboles de tu casa, casi como entrevió para sí nuestro poeta joven, Javier Heraud, a ti que tanta admiración te inspiró la juventud, sobre todo aquella excluida de privilegios sociales como aparece en tu libro En busca de la sonrisa encontrada (Arequipa, 2012).

Se le despidió también con emotivas canciones interpretadas por Margot Palomino. Y descendió sobre nosotros un himno mayor de la resistencia popular: ‘Flor de retama’, en memoria de la amplia trayectoria de Oswaldo en pedagogía escolar y universitaria.

Ahora solo espero que haya podido terminar su importante novela Huamanga, Huamanga, ambientada en los tiempos previos al estallido de la lucha armada del PCP-‘Sendero Luminoso’, y de la que esa noche en el CC.España leyó un hermoso fragmento, precisamente cuando Juan Gonzalo Rose visitó la capital ayacuchana así como la legendaria universidad huamanguina, donde Oswaldo ejerció la cátedra en plenos años 70, y conoció y fue amigo del otrora jefe senderista Abimael Guzmán Reynoso (algo que, a su irrenunciable manera, nunca negó ni disimuló por cuidar imagen alguna, pese a quien le pese en esta tierra y escena culturosa donde pululan los oportunistas y tránsfugas de sí mismos). Fue uno de los pocos autores de su talla que, hasta el final de sus 85 años y bajo el fuego cruzado de quienes siempre quieren adocenar, mantuvo una objetividad y posición crítico-democrática (marxista) sobre el complejo proceso de guerra interna que vivimos en los 80-90.[3]

En estos tiempos aciagos, extrañaremos tu verbo punzante, tu honestidad a prueba de monedas, y tu ejemplar desparpajo frente al poder; también, tu amistad, apertura y sentido del humor. Qué memorables suenan tus réplicas a algunos críticos obtusos e hipócritas que te quisieron demoler, o a algunos autores y medios de (in)comunicación aposentados en la otra orilla. Solo podían provenir de alguien que hizo de su impecable soledad su mejor arma, amparada, además, en miles de lectores y leales amigos (como, por ejemplo, el escritor chileno Pedro Lemebel).

Solo se me quedaron por esclarecer contigo dos de tus vínculos amicales: 1) con un periodista farandulero y mañosamente al servicio de las élites como Beto Ortiz, y 2) con tu coterráneo Mario Vargas Llosa, el escritor premiado con el Nóbel y que marchó en defensa de los banqueros, el mismo que encubrió con su prestigio a las fuerzas represivas del Estado en la matanza de Uchuraccay. Ya habrá ocasión de hablarlo bien cuando nos volvamos a encontrar.

Para alguien de alma romántica como Oswaldo Reynoso, vivir una vida a medias hubiera significado como despreciar el mayor don que es vivir. De tal manera que entre la aventura de una vida y creación sin cortapisas, y otra más bien limitada y políticamente correcta, eligió sin dudar la primera forma. Así quedó plasmado en su obra maestra, ambientada en la China post Mao y los sucesos de Tian`anmen, Los eunucos inmortales (1995), cuando el joven Liang le contesta una pregunta alnarrador-protagonista (alter ego del propio autor) sobre qué pensaba del socialismo:La vida sin libertad no es sólo fea, sino sucia”.Ese capital humano y simbólico es nuestra mejor herencia.

Descansa en paz, hermanito Oswaldo, aquí te seguiremos leyendo, queriendo, y viviendo intensamente el goce de la piel y del saccrado corazón, como fue tu credo y tu vida misma.

El mar entero ponga cabe a nuestras lágrimas en mayo, lima la P 2016.

 

FRAGMENTOS DE 4 ENTREVISTAS CON OSWALDO REYNOSO:

1. LENGUAJE Y MILITANCIA

- ¿En Los inocentes fue atrevimiento usar la jerga?
- Yo no lo hice por atrevimiento, sino lo hice por la concepción que yo tenía de la narrativa, que los personajes no solamente fueran descritos por su físico, por su ropa, sino también que el personaje se presentara frente al lector por su forma de hablar. Esa era mi intención. Pero después me di cuenta de que en la narrativa anterior cuando tenían que emplear palabras groseras ponían la inicial con puntos suspensivos. Se escribiría ‘eres una p…’, ‘te vas a la misma m…’. Antes el escritor era muy pudoroso.

-Por Los inocentes fuiste fustigado…
-Sí, recuerdo mucho que en un programa de televisión me dijeron que en mi libro yo empleaba muchas groserías, palabras ordinarias. Yo le dije que no, que yo no encontraba palabras groseras. El que me entrevistaba se molestó, cómo es posible que usted niegue una cosa tan evidente, pues allí tenía mi libro y que por respeto al público decía que no iba a leer. Yo le dije que depende de la concepción que usted tenga de lo que es una palabra grosera. Y me pidió que diga cuál era mi concepción. Le dije, mire usted, la palabra justicia en boca de un juez que no hace justicia y que recibe coimas, es grosera. La palabra Dios en boca de un sacerdote que no lleva una vida correcta, esa palabra se convierte en grosería en sus labios. La palabra patria en boca de un militar traidor, es una tremenda grosería. Pero cuando a un muchacho de cualquier barrio pobre de Lima, alguien viene y le da un golpe, y este voltea y le dice ‘qué te pasa concha tu madre’, esa palabra es buena porque le sale desde el fondo de su alma. Es una palabra sincera. Me sacaron del aire.
[…]
- ¿Por qué nunca militaste en un partido?
- No. Tuve contactos, asistía a alguna reunión, pero no milité. Un escritor debe tener una ideología y la libertad para escribir.

- ¿El Apra se merecía esta segunda oportunidad?
- A mí nunca me ha interesado la política oficial peruana. Para mí, que gobierne Fulano o Zutano es  lo mismo porque no cambian los grupos de poder. Entonces yo no me dejo ilusionar por los políticos.

- Como ciudadano se supone que tienes una opinión.
- No me interesa, porque en el fondo van a ser lo mismo. Ya estoy cansado de que me engañen, por eso ya hace años tomé la determinación de no votar, porque no me gusta que cada cinco años me metan el dedo a la boca.

(Entrevista de Pedro Escribano. La República, 19 de octubre 2008).


2. LITERATURA Y VIOLENCIA POLÍTICA

-Usted ha criticado a Santiago Roncagliolo [autor de Abril rojo: novela sobre la guerra interna de los años 80 en Perú]…
-Yo creo que lo que ha pasado en el Perú en los últimos quince años es muy doloroso, me atrevería a decir que han sido los años más terribles de nuestra historia republicana, y no se puede manosear este tema armando una novela policial para ganar lectores extranjeros. No se puede hablar a la ligera de este tema.

-¿Lo que escribe actualmente tiene que ver con los años de la violencia?
-No, pero estoy haciendo una pequeña novela sobre la Huamanga de los años sesenta, anterior a todo ese problema de la guerra interna.

(Entrevista de Jorge Paredes. El Dominical de El Comercio, 16 de julio 2006).


3. NOVELA Y GÉNERO

- Miguel Gutiérrez dijo que usted es quien podía escribir la gran novela peruana sobre la homosexualidad.
- ¡Pero sí ya la he escrito! Es que la gente cree que hablar de sexo es hablar de sexo explícito. Es decir, caer en lo grotesco, en lo obsceno. Para mí, las relaciones sexuales son el regalo más extraordinario que ha recibido el ser humano. Entonces, eso hay que tratarlo con delicadeza, con mucho cuidado. No podemos hablar en  forma obscena, pornográfica…hay que respetar.

- ¿A cuál novela se refiere?
- Ya la he escrito porque en todas mis novelas está presente [la homosexualidad]. Hay un señor que ha dicho que en mi libro En octubre no hay milagros soy homofóbico…ese señor no sabe leer, porque el problema de allí es el problema del poder, y el poder se da en todo tipo de relación. Y allí hay dos paralelos del tratamiento de la homosexualidad. El tratamiento del dueño de bancos que subyuga a Tito, y el del profesor con el joven Miguel. Pero como la gente está interesada en lo morboso…

- Como en No se lo digas a nadie, de Jaime Bayli, por ejemplo…
- No, pues, esa es una tontería. Es lo que atrae, el escándalo. No, no…

- ¿Cual es la mejor novela peruana?
- No, no no…para mí la literatura no es una carrera de caballos. No es mejor ni peor, solo es o no es.

(Entrevista de Jaime Cabrera Junco. El buen salvaje 9, enero-febrero 2014).

 

4. LA LITERATURA

¿Qué es la literatura para ti?
-La literatura es un arte, y un arte es la consecución de la belleza. Como elementos para crear esa belleza la pintura utiliza el trazo, los colores. La literatura utiliza tres elementos: la imagen, la palabra y la estructura. Si en un texto llamado literario no hay un trabajo estético sobre uno de estos elementos puede tener cualquier nombre, pero no es literatura.

(Entrevista de Gerardo Saravia y Patricia Wiesse. Revista Ideele, marzo 2015)

 

* * *

 

Notas

[1] Acerca de este importante grupo de escritores, véase el acápite tercero de mi ensayo sobre la obra maestra de Miguel Gutiérrez: La violencia del tiempo.

[2] Reynoso y Arguedas cultivaron una fértil amistad, desde cuando José María salió en defensa de su primer libro Los inocentes (1961. Rebautizado como Lima en rock en una segunda edición hecha por Manuel Scorza), ante pacatos comentarios críticos del medio limensis. Dicho texto reapareció como prólogo en sucesivas ediciones de ese volumen: un clásico de la literatura peruana, en clave de universo y lenguaje urbano-juvenil-marginales. He aquí un pasaje: “[C]on Los Inocentes […] Reynoso ha creado un estilo nuevo: la jerga popular y la alta poesía reforzándose, iluminándose. Nos recuerda un poco a Rulfo en esto” (José María Arguedas, en ‘Un narrador para un mundo nuevo’. El Dominical, suplemento de El Comercio: Lima 1 diciembre 1961).

[3] Léase, por ejemplo, la siguiente entrevista que, como solía ser costumbre en las intervenciones públicas de este autor, azuzó cierto escándalo en un sector del ambiente culturoso de la pequeña burguesía letrada en el país, sobre todo de su capital.



 



 

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