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Los Funerales de Atahualpa” 
(2005 acrílico sobre tela 4.5 mts x 3.00), de Marcel Velaochaga

 

LA VIOLENCIA EN LA NOVELA : LA VIOLENCIA EN EL PERÚ
Un encuentro limensis con Luis Fernando Cueto

Por César Ángeles L.


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La noche del pasado miércoles 23 de octubre, por razones académicas, estuve en el campus de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima), y casualmente reparé en que los estudiantes de literatura habían organizado una “Semana Literaria”, como cada año suelen hacer (bienaventurados sean por este tipo de activismo). En ese instante, en la mesa sobre “Literatura de la violencia” y cerca ya de las 7 pm, le tocaba el turno al novelista chimbotano Luis Fernando Cueto (1964. Premio Copé de Oro 2011 por Ese camino existe) quien estaba acompañado por el otro novelista invitado: Sócrates Zuzunaga (Ayacucho, 1954.  Premio Copé de Oro 2009 por La noche y sus aullidos). El tema específico era la violencia política en la novela peruana. No pude escuchar lo de Sócrates, pero sí la intervención de Fernando Cueto, a quien conocí y traté en Chimbote, entre los años 2005 y 2009, aproximadamente, cuando viajaba cada fin de semana para trabajar en una de las universidades de ese puerto ancashino.[1]

Lo que contaré sobre la intervención de Fernando Cueto, a partir de su última y premiada novela, me ha despertado el sincero interés en leerla (así como la de Sócrates Zuzunaga, entre otras sobre el tema de la guerra interna de los años 80-90 que, por diversas razones, aún no leí: Bioy, de Diego Trelles, y Generación Cochebomba, de Martín Roldan Ruiz, por citar dos más). [2] En su referida presentación, Cueto trazó un amplio abanico desde su época de estudiante primario en el puerto ancashino, pasando por su ingreso a la policía nacional,  hasta llegar al presente en que es abogado y un novelista con buena proyección. Respecto de lo primero, me pareció muy acertado (y así lo remarqué en mi intervención, desde el público, al final de la mesa) que visualizara la guerra interna vivida en el Perú, y su dramático proceso político de esos años, como algo entroncado con la historia del poder en este país. Es decir, Fernando Cueto afirmó que el Perú siempre ha sido violento, que en verdad en la historia de este país las injusticias, las profundas desigualdades, y el desdén hacia las mayorías por parte de las élites que copan el Estado son palpables y cotidianas expresiones de violencia, antes, durante y después de dicha guerra interna. De tal modo, historió el particular proceso de los 80-90 situándolo en relación con la estructura del poder en el Perú desde tiempos remotos.

Aún más, evocó sus tiempos de colegial primario en una escuela chimbotana (fue alumno del “Mundo Mejor”: un colegio privado y con prestigio en Chimbote), y a algunos compañeros y amigos suyos de tal época. Sin embargo, hace unos años, se topó en las calles con que la policía había abatido a unos delincuentes que acababan de dar un golpe. Entre ellos, reconoció a ex compañeros suyos de la primaria. En su relato, cargado de emoción, y cierta ira e indignación solo en parte contenidas, afirmó que esos muchachos no nacieron para delinquir, que algo había sucedido en el camino para que llegasen a eso, a ellos que tenían una vida entera por delante.  A partir de lo narrado, remarcó la desidia del Estado hacia la juventud de este país. Remarcó asimismo la desidia por el trabajo en el campo educacional, sobre todo en los colegios y universidades públicas, que consideraba que debían ser de mucha calidad. Demandó a los estudiantes allí presentes, y a todos en general, que se reclame siempre ese tipo de derechos, para evitar ser estafados por una educación pública que no brinde calidad (al respecto, puso de ejemplo las recientes luchas de los estudiantes chilenos, quienes, aún contando con algunas de las universidades más prestigiosas del mundo, batallan en calles y plazas por un elevada educación, así como para que la educación pública no sufra recortes presupuestales en perjuicio de quienes asisten a ellas). De esta manera, Cueto estaba interrelacionando, en su exposición, los factores económicos, políticos y culturales, de manera concreta y como se dan, en efecto, en la realidad.

Por otro lado, al referirse a su paso por la policía, explicó que ingresó a esa escuela para, como tantos peruanos y peruanas, solventar mínimamente necesidades de su familia, para asegurarles algún sustento regular; pero que muchas veces se vio tironeado entre su vocación creadora y sus labores como policía. De tal modo que tal tensión vivida internamente lo solía confundir ante lo que debía hacer con su vida, hasta que decidió abandonar dicha institución al poco tiempo de haber ingresado.

Al mismo tiempo, cuando se refirió al modo de producción de su novela, rememoró que para hacerla se basó en sus experiencias durante el servicio policial en algunas zonas rurales y urbanas de la guerra interna.[3] Inicialmente, fue destacado a un poblado marginal de la sierra peruana, donde aparentemente la violencia política no era tan central. Sin embargo, al volver de un patrullaje de rutina, en las inmediaciones del puesto policial donde servía, se dio con que “Sendero Luminoso” lo había arrasado, y que varios de quienes se había despedido poco antes yacían acribillados (algo por demás común en esos años, sobre todo en las provincias y barrios pobres del Perú, en medio de los sucesivos apagones por el sabotaje contra la torres de energía eléctrica). Narró cuando fue destacado, luego, a una zona más problemática: a la provincia de Huanta (Ayacucho), donde, dijo, la Marina ejercía un implacable control militar. Recordó que la Marina tenía prisioneros, inculpándolos de ser miembros o cómplices de la subversión armada, a muchos de la zona en una suerte de campo de concentración, de donde nadie salía vivo, pudiendo desaparecer cualquier día o cualquier noche impunemente.

Es decir, con estos materiales de vida, así como de informaciones periodísticas y otras fuentes, Fernando Cueto concibió y fue dando forma a su novela Ese camino existe (todo lo cual nos recuerda la concepción de Walter Benjamín sobre el  autor y el artista, en tanto productores, antes que como creadores iluminados, fuera de la realidad y solo sometidos a alguna misteriosa inspiración celestial). [4]

Casi para terminar su larga y sentida exposición, Cueto señaló que la guerra interna de los años 80-90 se podría repetir, ya que las causales que la originaron continúan en el presente. Es decir, dijo, que a pesar de los índices económicos en azul, de las cifras macroeconómicas positivas, y todo lo que los últimos gobiernos –e inclusive políticos y analistas extranjeros– publicitan a favor de la economía peruana, no se han abocado hacia lo que considera lo principal para un país: su gente, lo que llamó el capital humano. Es decir, el capital financiero y empresarial pueden ir boyantes, pero ¿para quiénes? Si eso no redunda en beneficio del capital humano, y principalmente, dijo, en sus jóvenes, en una educación pública de calidad que no estafe a su alumnado, toda aquella historia de la guerra interna podrá volverse a vivir.

Entre las preguntas del público, al final de ambas exposiciones, hubo una que reincidió en ver maniqueamente este tipo de trabajos y diálogos, como fue el de una muchacha que inquirió a Cueto por qué en su obra las fuerzas del orden son siempre los enemigos o los asesinos, como si solo hubiera sido de una parte dicha guerra. Fernando Cueto respondió, serenamente, que en su novela no planteaba nada en esos términos, de buenos contra malos, y que más bien era una aproximación a la condición humana durante ese proceso bélico, basándose en lo que sabía por experiencia propia,  y por lo que se había documentado. Sócrates Zuzunaga acotó que lo mismo hace él en su novela La noche y sus aullidos, y que ambos bandos, los senderistas y las fuerzas del Estado, habían cometido crímenes, quedando el pueblo indefenso al medio de esa guerra; con lo cual este escritor recayó en la tradicional visión de romantizar al pueblo: como un todo indiferenciado, sumido, pasivo y víctima de una guerra que no le competía, como si en la ciudad y  el campo solo quienes portaban armas hubiesen tomado posiciones políticas en esa época, lo cual no se corresponde con la verdad. [5]

Ante otra pregunta, Cueto abundó en que muchos escritores peruanos de estos años tratan de novelar aquel período de la guerra interna, y que eso era muy diferente a lo sucedido con otros períodos bélicos centrales en la historia peruana, como la guerra con Chile, o, más atrás aun, las guerras de independencia del dominio español, que no se habían novelado. Tal novelización de la guerra de los 80-90 la valoró positivamente, porque le demostraba el interés de varios autores –muchos de ellos jóvenes– por confrontarse críticamente con álgidos temas como ¿qué es este país? ¿hacia dónde vamos?, así como acerca de las causas hondas de esa guerra, entre otros asuntos de ese calibre. Sin embargo, recalcó que la literatura debiera ser creíble, seducir a los lectores, y que no necesariamente lo que se escribe en una novela era la realidad tal cual, ya que existe el componente de la recreación ficcional. Que, finalmente, la novela es un trabajo de estética verbal. 

Al mismo tiempo, en relación con otra pregunta sobre si hay temas tabús en la literatura, recordó que, por ejemplo, novelar la guerra interna había dejado de serlo, pero que al tratar esa temática se ha solido dejar de lado el amor, la sexualidad, los afectos, entre asuntos de ese tipo, y que él consideraba que todo debiera estar en la trama novelesca, porque sino esta se convertía en algo muy rígido e inverosímil, ya que nadie está guerreando todo el tiempo. Acotó que, al referirse a la condición humana, se refería también a las contradicciones que portan sus personajes, lo cual les otorga su más exacta dimensión humana, en el sentido de que nada ni nadie está hecho de una sola pieza, sin matices. Este tipo de asuntos, en general no abordados por esta línea novelesca, son los que él también ha procurado tratar en su obra.

Por todo lo dicho y escuchado esa noche, en San Marcos, me he propuesto, en el corto o mediano plazo, leer atentamente esta obra y la de Sócrates Zuzunaga, así como alguna otra que pueda echar luces, desde el campo de la narrativa, sobre el álgido periodo que a mí y muchos más nos tocó vivir, casi como si fueran nuestros años de formación, y que suelen ser distorsionados por algunos agentes del Estado y la sociedad peruana que dan, adrede, una visión parcial y no siempre ajustada a lo verdaderamente sucedido.  Pero sobre esto último ya me he pronunciado.[6]

 

 

NOTAS

[1] Sí, Chimbote cuenta ya con varias universidades y una pujante actividad editorial-literaria (en buena parte, fruto del empeño del reciente y tempranamente fallecido Jaime Guzmán Aranda y su sello “Río Santa editores”, donde Cueto empezó a publicar) que quedó reconocida, en el ámbito nacional, con el prestigioso premio Copé de Novela 2011 otorgado a Fernando Cueto. En el puerto donde José María Arguedas concibió su genial novela póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo, las cosas, como suelen pasar, han ido cambiando, pero en el terreno cultural-literario al parecer ha sido para bien. Esa misma noche de mi relato, tuve una clase de maestría sobre historia y literatura, donde coincidentemente se trató el sesgo de Mario Vargas Llosa sobre la cultura en su apresurado ensayo La civilización del espectáculo. En nuestro debate, coincidimos en que este autor tiene una antinomia insoslayable, ya que en lo económico y político será un neoliberal, pero en el terreno cultural parece remontarse a un ideal arcaico de la cultura identificándola solo con la llamada “alta cultura”. En este  sentido, ha resultado ser más utopista arcaico que Arguedas, a quien tildó así en su ensayo La utopía arcaica (1996), ya que el autor de Los Zorros no solo no desdeñó la llamada “baja cultura” sino que la fusionó con otros productos culturales, en el ideal de un país de modernidad con base andina, procurando una adecuada expresión de tal proceso en el terreno de la representación literaria.

[2] Acabo de enterarme que los ganadores de los premios Copé de novela y poesía 2013 son, respectivamente, el ayacuchano Julián Pérez por la novela 'Criba', y el puneño Leoncio Luque Ccota por el poemario 'Igual que la extensión de tu cuerpo'; con lo cual tengo otra importante novela por leer en torno al tema de la guerra interna. Al respecto, el citado novelista Diego Trelles ha declarado que “No debe sorprender que ninguno de los dos sea limeño: de un tiempo a esta parte, la literatura de mayor nivel se produce fuera de la capital y eso, creo, es provechoso para todos”. Debido a la ausencia de un Premio Nacional de Literatura, desde hace varias décadas, PetroPerú -una empresa estatal pero de derecho privado dedicada a los combustiles- ha posicionado con éxito el “Premio Copé”, en Poesía, Cuento, Ensayo y Novela, como sustituto de aquel significativo vacío (a lo que suma su recién instaurado “Premio Nacional de Cultura” que premia, sobre todo, trayectorias).

[3] Respondiendo preguntas del público, Zuzunaga dijo que estaba preparando una nueva novela en forma de diario personal, en la línea de Memorias de un soldado desconocido (2012), de Lurgio Gavilán Sánchez; es decir, tratando de narrar desde dentro la experiencia de la guerra interna. En este sentido, el caso de  Cueto también merece ser considerado con cierta atención, ya que ha transitado por experiencias muy diversas entre sí, como ser policía, ser abogado y ser novelista (Cf.: mi artículo “Dos novelas sobre la guerra: Días de fuego de Fernando Cueto, y Hienas en la niebla de Morillo Ganoza”. De este modo, también, ha podidito conocer de primera mano aspectos marginales, lúmpenes y radicalizados de la sociedad peruana.

[4] Es la misma línea, en este aspecto, que sigue Oswaldo Reynoso (así como otros escritores del grupo Narración, del que fue parte e ideólogo principal), a quien Cueto dedica su novela Ese camino existe, lo que sugiere el magisterio que este ha ejercido sobre aquel.

[5] Acerca del discurso sobre el "pueblo-víctima entre dos frentes", hay que precisar que, en efecto, en muchos casos del territorio peruano eso ocurrió así; sin embargo, no siempre, ni en todo lugar. Es decir, como en toda guerra, hubo de todo: campesinos que apoyaron a “Sendero Luminoso”, otros que le quitaron su apoyo por su presión, otros que continuaron apoyándolo hasta el final, e inclusive hubo quienes, luego de apoyar dicha guerrilla en un inicio, se pasaron del lado de las Fuerzas Armadas porque estas fueron, militarmente, más fuertes. Asimismo, hubo campesinado y pueblo que, desde un principio, estuvieron en contra de participar en la guerra interna de los 80-90, así como aquellos que desde el inicio estuvieron entre dos fuegos, y aquellos que se hallaron en esta situación luego de un tiempo. En conclusión, hubo de todo. Por eso, no cabe generalizar con afirmaciones equivocas, e indemostrables, acerca de que la mayoría del país estuvo "entre dos fuegos" en dicha guerra. Además, como queda dicho, ambas orillas de la violencia política se dan en todas los conflictos armados, así como hay mucha gente que no quiere guerra e igual le cae encima, debido a que los procesos bélicos tienen causales históricas y no son producto del capricho de un grupo o una secta, ni de extraterrestres desconectados con la realidad político-social de una nación o país.



 



 

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