La formación de la tradición literaria en el Perú, y el pensamiento de Antonio Cornejo Polar(*)
Por César Ángeles L.
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I. Antonio Cornejo Polar (Arequipa 1936- Lima 1997) es no solo un reputado crítico literario y cultural peruano –a nivel continental e internacional–, sino que, como es sabido, se halla imbricado con la historia contemporánea de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, al punto de haber sido Rector de esta casa de estudios. Cornejo identificó ciertas constantes problemáticas en el pensamiento de la crítica literaria latinoamericana y, sobre todo, peruana. Desde sus varios trabajos teóricos y metodológicos, aportó un diferente modo de acercarse a los fenómenos culturales, apuntalando las bases de una teoría cultural latinoamericanista, anclada en la realidad tanto de esta región como del Perú. De ahí que, en la senda de pensadores e ideólogos como José Carlos Mariátegui, por ejemplo, se hace evidente la creatividad y originalidad del pensamiento de Antonio Cornejo en el terreno de la crítica literaria y la teoría sobre la cultura peruana.
En tal sentido, este trabajo queda planteado como una presentación y revisión crítica de algunos ejes teóricos y metodológicos centrales de Cornejo Polar. Se centra en uno de sus libros emblemáticos, como es La formación de la tradición literaria en el Perú (CEP: Lima, 1989), y servirá para esclarecer la influyente aventura intelectual emprendida por Antonio Cornejo Polar. Se trata de un volumen que apareció en 1989, pero que, como testimonia el propio autor al inicio del mismo, lo fue haciendo desde 1983. Mucho antes de este libro, hay otro que resulta esencial en la producción bibliográfica de Cornejo: Los universos narrativos de José María Arguedas (1974), su segundo libro, y luego, el último que publicó en vida: Escribir en el aire (1994). De tal manera que La formación…. queda perfectamente enmarcado como un hito en el desarrollo del pensamiento de nuestro autor, razón suficiente para elegirlo como tema del presente trabajo.
II. Hecho este marco general introductorio, sumerjámonos en la obra señalada y el pensamiento de nuestro autor. En primer lugar, situemos a Cornejo Polar y su libro en el contexto histórico que les corresponde. Se trata de una destacada figura intelectual de la influyente ‘Generación del 50’ en el Perú, la misma que es clave en nuestro proceso cultural por la relevancia de muchos de sus integrantes en diversos campos del saber, y su desempeño profesional y político.[1] Los mejores hombres y mujeres de esta generación enfrentaron, simultáneamente, un turbio periodo nacional e internacional: la dictadura de Odría (el Ochenio) en el Perú, así como la prolongada Guerra Fría entre el bloque soviético y el bloque capitalista, luego de la Segunda Guerra Mundial. En consonancia con algunas influencias de la época, como el pensamiento del filósofo francés Jean Paul Sartre, muchos de esta generación no rehusaron el compromiso existencial ni político desde sus específicos campos de trabajo intelectual. Por el contrario, si algo caracteriza a los mejores de esta promoción es su sincero compromiso ético a favor de una vida más democrática y justa, al punto que algunos de ellos, influidos por el triunfo de la Revolución Cubana (1959) militaron, y murieron, en la causa comunista y en las guerrillas de los revolucionarios años 60 (tengamos presente que a esta promoción le corresponden algunos políticos de mayor radicalidad y coherencia en la izquierda peruana como Luis de la Puente Uceda, Juan Pablo Chang, Guillermo Lobatón y Paul Escobar). Por otro lado, es conocida la polémica entre el arte y la literatura ‘puros’, en contraposición al arte y la literatura ‘sociales’, durante aquellos años. Una polémica que, finalmente, se diluiría por el simple hecho de que tanto la preocupación por el lenguaje, como por la expresión literaria y artística de los referentes sociales e históricos, eran indesligables, como lo demostró la propia obra de muchos autores de aquella generación.[2]
No es lugar para extenderme más al respecto, pero quede claro que este es el horizonte donde germina el pensamiento de Cornejo Polar, a quien considero como el crítico literario con mayor originalidad, proyección y pensamiento situado, desde su época, en aquella relevante Generación del 50. Lo que he sintetizado líneas arriba fue su ‘campo intelectual’, para utilizar la pertinente categoría de Pierre Bourdieu.[3]
Asimismo, cabe remarcar que un aporte característico de esta promoción fue volver sobre los pasos de los dos pensadores marxistas más influyentes y perdurables del Perú, como son José Carlos Mariátegui y César Vallejo: el primero, en el pensamiento y la acción políticas, el segundo en el terreno de la creación literaria (poesía, principalmente) y el activismo internacionalista, en la Europa de entreguerras.[4]
No quiero dejar de relievar, en esta rápida introducción a Cornejo Polar, su destacada labor como catedrático en diversos centros universitarios; pero, principalmente, en San Marcos, desde 1966 (donde llegó a ser rector entre 1985 y 1986, cargo al que renunció, a causa de su salud quebrantada luego de una serie de obstáculos de naturaleza sobre todo política, durante aquella convulsionada década), y en la universidad de California, en Berkeley (Estados Unidos). En su desempeño docente es recordado, principalmente por sus ex alumnos y colegas (véase al respecto los volúmenes Perfil y entraña de Antonio Cornejo Polar –Lima, 1998–, y el número 50 de la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana –Lima/Hanover 1990–), como alguien respetuoso de la opinión ajena, siempre dialogante y crítico, un investigador riguroso y motivador, además de practicar una actitud democrática tanto en las cuestiones mínimas del trato interpersonal, como en su desempeño profesional.
La herencia intelectual de Antonio Cornejo Polar es palpable no solo en los dos volúmenes citados, sino en el trabajo de muchos académicos que, en diversas partes del mundo, ponen en práctica, desarrollan y discuten sus aportes teóricos, metodológicos y críticos. Al respecto, es de relievar que la citada Revista de Crítica Literaria Latinoamericana -que él fundara en 1975, junto con otros colegas y amigos- continúe editándose con excelente nivel académico, a nivel continental e internacional: una revista y un proyecto que afirman en cada número una de las tareas centrales que Cornejo se impuso a sí mismo, como es fundar una crítica literaria situada e inspirada desde las ineludibles características de América Latina.[5] En este sentido, Cornejo Polar proseguía la huella de dos de sus admirados guías intelectuales, como fueron Mariátegui,[6] el autor de aquella emblemática sentencia de ‘peruanicemos el Perú’, y el escritor José María Arguedas, a quien Cornejo citó y parafraseó más de una vez, sobre todo cuando se refería al proyecto utópico (‘utopía’ en el sentido de lo posible y necesario de ser llevado a cabo) que lo animaba, cuando el autor de El zorro de arriba y el zorro de abajo afirmó en esta obra su ideal de que “en nuestra patria, en la que cualquier hombre no engrilletado y embrutecido por el egoísmo pueda vivir feliz, todas las patrias”.
III. Hablamos, pues, de un autor relevante, cuyo libro La formación de la tradición literaria en el Perú nos servirá, a continuación, para reflexionar sobre algunos conceptos claves en su pensamiento.
Ubiquemos la naturaleza del pensamiento de Antonio Cornejo Polar en relación a otros momentos de nuestra tradición literaria, aquellos que el propio autor sintetiza y comenta críticamente de forma rigurosa y apreciable en este libro (compuesto de seis capítulos, donde revisa desde posiciones conservadoras, elitistas y de cuño hispanista, en el siglo XIX y sobre todo a comienzos del siglo XX, hasta posiciones antagónicas a las citadas, como el Indigenismo en la segunda y tercera década del siglo pasado, o también el pensamiento de Mariátegui, conectado pero diferente a este movimiento). Cabría caracterizarlo como una sostenida labor de apertura teórica, epistemológica, metodológica y crítica, respecto de estudios y posiciones político-culturales reduccionistas. Es decir que, en la línea del pensamiento mariateguiano (sobre todo según el célebre esquema de interpretación de la literatura y sociedad peruanas propuesto por el Amauta en su sétimo ensayo),[7] Cornejo Polar propendió a reflejar de manera científica la realidad cultural y literaria de este país, apuntando a su pluralidad. Una pluralidad –concepto eje en Cornejo Polar– que, como hizo Mariátegui, quedó planteada tanto en el terreno de la nación como en el de la tradición literaria, es decir, en la interrelación entre ambos niveles que puede interpretarse, siguiendo el esquema de filiación marxista de Mariátegui, como la dialéctica entre la base (la nación, su naturaleza, su dinámica económica y política) y la superestructura (el campo de la cultura, lo ideológico y, asimismo, el hecho literario). Cornejo Polar, entonces, perfila en este libro una tarea científica que reclama, en general, para la crítica literaria, que hacia los años 50 estaba más abocada a análisis inmanentistas y estilísticos del texto literario (el propio Cornejo venía de esta formación, pero habrá de darle otro sentido y lugar en su trabajo crítico con el paso de los años); es decir, historizar el hecho literario, verlo como lo que es: un hecho social.
En suma, esta concepción de lo literario hace que, en su proceso intelectual, Cornejo Polar vaya de una exégesis literaria más estilística y estructuralista hacia una visión más interdisciplinaria, en constante y fértil dialogo con las ciencias sociales.[8] De ahí que no deba sorprender que un crítico literario de su estirpe sea hoy considerado como uno de los fundadores de la crítica cultural latinoamericana, como, por ejemplo, lo hace la investigadora Patricia D’Allemand en su muy recomendable libro Hacia una crítica cultural latinoamericana (Berkeley-Lima, 2001).[9] Es decir que, aunque los estudios culturales aparecieron posteriormente, hacia los años 60 y 70, podemos afirmar que la forma de trabajo de Cornejo lo fue convirtiendo en un espontáneo crítico culturalista.[10]
Volviendo al asunto de la apertura que realiza el trabajo de Cornejo Polar, deseo redondear lo dicho hasta aquí situándola en una de las coordenadas centrales que atraviesa su pensamiento, así como el libro que aquí comento. Es decir, en la contraposición entre lo hegemónico y lo subordinado (utilizo estas categorías propias de la teoría subalternista), Cornejo rastrea diversos momentos de la formación, en el Perú, de una tradición literaria: diversos y contrapuestos pensamientos teóricos y críticos procuran determinados ordenamientos metodológicos para nuestro quehacer literario durante el periodo republicano.
De esta manera, por ejemplo, caracteriza con agudeza los momentos del costumbrismo y el incaísmo, surgidos hacia fines del periodo colonial (siglo XIX), en el sentido de que ambos movimientos literarios deshistorizaban el proceso literario peruano. Por diversas razones, explicadas en los dos primeros capítulos, dejaban de lado tres siglos de literatura colonial: el presentismo del costumbrismo y el esencialismo incaísta tenían dicha concordancia. Asimismo, Cornejo Polar rastrea que, aun después del periodo colonizador, la naciente República criolla ha tendido a una visión homogeneizante del país, donde la literatura indígena-autóctona y la literatura popular quedaban siempre excluidas; es decir, en posición de subordinación respecto de la hegemonía de la literatura culta escrita en castellano. Lo anterior tenía como objetivo central divulgar una imagen unificada –a la vez que falsa y recortada– del Perú, en el supuesto de crear, imaginariamente, una ‘unidad nacional’ allí donde había, más bien, ‘heterogeneidad’ (otro concepto clave en el pensamiento de Cornejo Polar).
De ahí que su propuesta de rastrear el camino, contradictorio pero confluyente, de los tres sistemas literarios en el Perú, como son el culto-español, el indígena y el popular,[11] deba ser vista como consecuencia del análisis anterior, y permite seguir abriendo la representación del proceso literario peruano, y darle mayor densidad o espesor al análisis, no solo de nuestro proceso literario, sino también de los campos referidos a la sociedad y la cultura. Esto es así porque, como señalé al comienzo, para intelectuales como Cornejo Polar, la literatura es inexplicable aislándola de su historicidad. En este sentido, el análisis de estos tres sistemas, que contienden en procesos dialécticos combinados (tanto en el plano diacrónico de nuestro proceso como país, como en la sincronicidad de lenguajes disimiles en la obra de un mismo autor), es expresión de otro eje temático en Antonio Cornejo: la escisión social que se establece desde la Conquista española se reproduce en el plano de la superestructura, y específicamente en las batallas que atraviesan la historia peruana entre la escritura y la oralidad, es decir, entre aquello que llegó de Occidente (Europa) y lo que ya existía como práctica comunicativa en la formaciones sociales autóctonas previas a la conquista española.[12]
Cornejo pondrá énfasis en caracterizar lo viejo en la historia literaria peruana, así como en los indesligables planos cultural y social, para afirmar mejor la alternativa teórica y metodológica que propone, en función de representar mejor la realidad y potenciar lo emergente: esa ‘totalidad contradictoria’, sobre la que volveremos luego. Es lo que acontece cuando, con el declive del modernismo en el Perú, y principalmente con el proyecto modernizador populista practicado durante los dos gobiernos de Leguía (el Oncenio), resurgen con nuevos bríos las opciones que habían sido subordinadas. De este modo, las tensiones entre lo viejo y lo nuevo se agudizan, mientras que va surgiendo ‘un Perú moderno’, no, por supuesto, sin muchas contradicciones internas. Las provincias cobran protagonismo, y la brillante Generación Centenario –con su ideólogo y líder José Carlos Mariátegui a la cabeza– será testimonio palpable de lo dicho. Pero, en concreto, una nueva imagen del Perú va emergiendo en la segunda década del siglo XX, en plena Vanguardia. Un nuevo tipo de intelectual cobra forma, junto con cierto boom educativo y editorial, de la mano de una relativa bonanza económica modernizadora, sobre todo en provincias (como en Trujillo y la sierra sur del país). Asimismo, se abrió un extendido y complejo debate –cuyos ecos y vigencia llegan hasta hoy, lo cual es una inquietante señal de la lentitud de algunos procesos histórico-políticos en el Perú– sobre la cuestión nacional, y acerca del poder de representación del intelectual en relación con la realidad y los sujetos en pugna. Por último, a partir del magisterio de Manuel González Prada, recreado por el ‘Amauta’, surge un poderoso segundo Indigenismo sin las taras del anterior.
Destaco este último momento, porque, en el pensamiento de Cornejo Polar, la estética indigenista es central. De hecho, sus indagaciones críticas iniciales versan sobre este movimiento y temas afines (como su interés constante por la obra de José María Arguedas, por citar un ejemplo, al que dicho autor ha de dedicar también sus investigaciones finales). Cornejo Polar va a celebrar el proceso reseñado líneas arriba, y no podía ser de otra manera, puesto que todo lo anterior contribuye a romper el bloque elitista homogeneizante que se ha señalado, a favor de una perspectiva más real de la historia y la nación peruanas.
Si consideramos, como queda dicho, la centralidad del pensamiento de Mariátegui en la labor crítica y teórica de Antonio Cornejo, es relevante considerar qué recupera este del legado mariateguiano. Como se sabe, para Mariátegui las epistemes de ‘etnia’ y ‘clase’ se entrecruzan en la realidad peruana, y es desde esta que plantea -apartándose de la ortodoxia del movimiento comunista internacional de aquel tiempo- un socialismo con base andina.[13] Ello también explica su adhesión al Indigenismo-2, desde una posición vanguardista-revolucionaria. Pero lo que Cornejo toma y recrea fértilmente del Amauta es el criterio acerca de que la sociedad y la literatura peruanas no tienen un carácter orgánicamente nacional. La explicación se basa en la interrelación entre ambos planos de la realidad –respectivamente, de la base y superestructura-, ya que la tesis central es que una sociedad que no alcanza a ser nacional no puede tener una cabal literatura nacional. Para Mariátegui, en su ensayo sobre la literatura peruana, la contradicción y escisión entre una tradición quechua, y otra más bien culta en español, marca la inorganicidad estructural en nuestro proceso como país. De ahí que caracterice al Perú como ‘una nación en formación’. Cornejo Polar retoma estas consideraciones para dar cuenta de la compleja estratificación entre los sistemas literarios ya mencionados y que considera para el caso peruano.
En la parte final de su libro, Cornejo remarca el valor del segundo Indigenismo. En tanto contribuyó, en el Perú, a un cambio en la conciencia sobre la nación, reformuló la tradición literaria peruana, y tuvo mayores logros estéticos que el primer Indigenismo ya que no solo es valioso por sus referentes sociales, sino también por su textualidad poética. Se refiere, concretamente, a la obra de Gamaliel Churata, Ciro Alegría y José María Arguedas, y principalmente a la de este último, por quien Cornejo tuvo siempre elevada consideración. Es interesante remarcar que todo lo anterior es un punto de partida y de llegada en el trabajo crítico de Antonio Cornejo Polar, como se evidencia desde su segundo libro, Los universos narrativos de José María Arguedas (1973), hasta el último Escribir en el aire, dando otra muestra de la continuidad y coherencia del pensamiento crítico de este autor. En este último volumen, su autor traza una larga y osada curva que va desde el análisis de textos de la Conquista (crónicas, el llamado teatro andino...), pasando por el de otros de la Emancipación y la República (siglos XIX-XX), hasta llegar a textos cuya frontera entre el testimonio directo y la recreación literaria es una línea esquiva (como Si me permiten hablar. Testimonio de Domitila, una mujer de las minas de Bolivia y Gregorio Condori Mamani. Autobiografía).
IV. Es el momento de exponer algunas críticas sobre la propuesta de Cornejo Polar. Son ellas, precisamente, las que posibilitan que todo trabajo académico e intelectual se sostenga y, más aún, se enriquezca y desarrolle todas sus posibilidades.
Veamos, en primer lugar, la posición de Cornejo en torno a los caminos de modernización que asume la literatura latinoamericana, sobre todo a partir de los años 60, con el llamado ‘Boom’ de la narrativa y la articulación de varios autores locales a circuitos editoriales internacionales. La perspectiva de Cornejo Polar se halla, evidentemente, condicionada por su horizonte de conciencia social, por su momento histórico (conceptos tomados de Nelson Osorio). En este sentido, la perspectiva de Cornejo sobre el momento en que aparece la nueva narrativa del ‘Boom’ es afín a la de otros autores del periodo, como Ángel Rama y Alejandro Losada. Todos ellos, impregnados de la línea de izquierda marxista de aquellos años, promueven la función social de la literatura; la misma que necesariamente recae en autores y obras comprometidas políticamente -casi como testimonio- y que, según esta línea de la crítica, contribuyen a plantear alternativas de cambio para América Latina.[14]
Al respecto, hagamos una cala crítica en la contradicción que establece Cornejo Polar entre la ‘literatura heterogénea’ y la ‘literatura homogénea’. A la primera la ve representada en obras como las del Indigenismo-2, que presenté líneas arriba, en el sentido de que dan un mayor espesor social y cultural de la realidad que recrean desde el lenguaje literario. Su heterogeneidad se da en tanto son obras y poéticas que cobran forma desde la tradición culta y las técnicas novelescas occidentales, en español, a la vez que desde la tradición oral popular indígena, dándose todo ello en una dinámica transfronteriza tanto en la literatura de un país y de una región, como América Latina, como también en la propia obra de un autor. Es decir, se plantea la doble contradicción (a nivel socio-cultural e individual) entre los sistemas literarios culto, indígena y popular ya comentados anteriormente. Sin embargo, para Cornejo, si desde la Conquista y Colonia españolas hay una profunda escisión en la sociedad peruana, durante dicho proceso histórico, como no podía ser de otro modo, hubo también una ‘acción vinculadora’ en los planos económico, político y cultural. De ahí que aquellos tres sistemas no solo plantean sus diferencias y singularidades, sino también sus interconexiones, en mutuas y disímiles confluencias. Todo ello queda sintetizado en el concepto dialéctico de ‘totalidad contradictoria’, que es una piedra angular en el pensamiento crítico de Cornejo. Es decir, el proceso histórico del país produce una nueva reintegración de los sistemas literarios mencionados, conformando una totalidad social que, aunque plural, es, a la vez, la de una nación. La idea es que dicha dinámica dialéctica se profundice cada vez más, sostenida y promovida por la línea teórico-metodológica que diseña Cornejo Polar, así como también por los aparatos ideológicos de un Estado verdaderamente democratizador. Todo lo cual viabilizaría mejor la utopía arguediana a la que Cornejo Polar adscribe, como se evidencia en varios de su apuntes y textos críticos: un país donde “cualquier hombre no engrilletado y embrutecido por el egoísmo puede vivir feliz, todas las patrias”.[15] En síntesis, todo este camino y propuesta crítica quedan representados en la “literatura heterogénea”, como queda dicho al comienzo de este párrafo.
En cambio, la literatura que Cornejo denomina ‘homogénea’, corresponde a la de la nueva narrativa urbana de los años 60, esa que adscrita al mercado editorial internacional tiene que desentenderse del sentido y experiencia de la historia nativas, para construir un mundo ficcional consumible por distantes públicos europeos.[16] Para Cornejo Polar, esta literatura carece de una visión dialéctica, y pierde de vista la necesaria destrucción de lo viejo así como la construcción de lo nuevo. Lo que, traducido al lenguaje mariateguiano que Cornejo tiene como sustrato (véanse las notas 6 y 18), es como decir que se pierde de vista el objetivo de revertir la modernización occidental capitalista para sustituirla por una modernización socialista con base andina. Todo este asunto constituye una inflexión en el pensamiento teórico de Cornejo Polar. Hay cierto “mecanicismo” en dicho juicio acerca del condicionamiento social y el hecho literario,[17] en tanto no necesariamente porque una parte de la literatura latinoamericana se inserte en un mercado editorial internacional, implica que deje de ser una posible expresión artística de las luchas por la modernización o emancipación de nuestras sociedades.[18]
En la interrelación que críticos como Cornejo Polar hallan entre literatura y la afirmación de un proyecto nacional, se plantea un segundo problema en el pensamiento de este autor. En efecto, en el esquema teórico de Cornejo Polar hay la tendencia a parcializarse y ‘fetichizar’ (véase lo dicho por Hopkins en la nota 18) obras y autores que corresponden a la propuesta nacionalista, que se identifica con las literaturas heterogéneas, sesgando aquellas que se identifica como alejadas de una preocupación y discursividad orgánicas a una modernización con base andina, que es como Cornejo Polar entendió –una vez más, en la huella del Amauta– la formación de la nación peruana. A propósito de lo anterior, considérese la posición de Mónica Bernabé: “La literatura está fuertemente determinada por la tarea de aportar al proyecto nacional como síntesis superadora de las contradicciones entre un cosmopolitismo modernizador y una raíz vernácula de conformación indígena. De ahí que la literatura deba responder a demandas políticas provenientes de una doble solicitud: por un lado, asumir la modernidad internacional, por el otro, reafirmar el sentido nacional” (Vidas de artista. Bohemia y Dandismo en Mariátegui, Valdelomar y Eguren: 19). Esto significa que, debido a que Cornejo Polar centró en los conflictos étnicos y lingüísticos para su proyecto de cultura nacional, una obra como la de José María Eguren –impregnada de exotismo y evasión de referentes socio-históricos–, así como la bohemia practicada por el movimiento Colónida (acaudillado por el dandismo de Valdelomar, y seguido con entusiasmo por el joven Mariátegui), por citar dos ejemplos, “no encuentran su lugar o quedan al margen del análisis de proyección nacionalista” de Cornejo (lo cual, según Bernabé, es “ejemplo de las operaciones de marginación que, paradójicamente, realiza el análisis de ‘totalidad contradictoria’ de Cornejo” -ibíd: 19-20).
Una tercera cuestión problemática, en el pensamiento de Cornejo Polar, se halla referida a la mencionada contradicción entre escritura (nivel hegemónico) y oralidad (nivel subordinado), en tanto su concepto sobre la primera presenta una sobredeterminación a partir del hecho de ser una herencia de la pretérita situación colonial (lo que Ángel Rama denominó, y analizó, como “la ciudad letrada”). En los análisis de Cornejo, en efecto, se relieva las marcas de oralidad y las fisuras al canon hegemónico letrado en castellano culto, correspondientes, por ejemplo, a la literatura heterogénea en tanto parte dialéctica de la totalidad contradictoria social y cultural de un país como el Perú. Desde dicha perspectiva ‘sobredeterminada’, se pierde de vista, sin embargo, que el campo letrado es también una totalidad contradictoria y en absoluto homogénea, sin fisuras ni contradicciones internas. Es decir que también hubo, y hay, experiencias de escritura, en el canon culto en español, que han dado forma a un imaginario liberador y contrahegemónico.
En contraposición a lo anterior, Mónica Bernabé trae a colación otra investigación que sirve para renovar y revaluar, como la del propio Cornejo, la historiografía peruana. Se trata de El sitio de la literatura (Lima, 1989: publicado el mismo año que La formación de la tradición literaria en el Perú), de Mirko Lauer. A diferencia del juicio crítico de Cornejo Polar, en este delgado volumen Lauer revalora el esteticismo decadentista con estas palabras: “Leyendo a José María Eguren, Abraham Valdelomar y el joven Mariátegui, y estudiando los modos en que funcionó la bohemia limeña de principios de siglo junto a las estrategias que desplegó el dandismo, visualizamos la configuración de una nueva situación y –también– una nueva sensibilidad para la escritura en concomitancia con la formación de un campo literario como instancia liberadora de su potencial específico” (ibíd: 23. Énfasis mío).
A diferencia de la crítica que realiza Cornejo sobre estos momentos literarios,[19] el trabajo de Lauer recupera dichos casos del sistema culto escrito en español –asociados a la bohemia y el dandismo americanos correspondientes a fines del XIX y principios del XX– para la consolidación de una literatura nacional: “Lejos de calificar a este movimiento bajo el estigma de la copia o de la influencia ancilar, lo consideramos un aporte decisivo para la consolidación de las respectivas literaturas nacionales. Como en muchos otros aspectos, la literatura hispanoamericana se inventa un linaje europeo con el objetivo de consolidar un terreno propicio para lograr una autonomía que no dejará de mostrar sus límites” (ibíd: 27).
Es relevante este aporte crítico que, en este punto, toma distancia de la posición que al respecto tenía Antonio Cornejo, en el sentido que se pone en cuestión un perspectiva centrada en “la pedagogía de lo nacional”, en “la moral del nacionalismo”, optando por “una historia literaria desde las estrategias de apropiación” (28). Lo anterior cobra mayor dimensión si ampliamos los criterios y valoraciones anteriores hasta las obras de la vanguardia, lo cual tendría mucho sentido porque Eguren, Valdelomar, y Juan Croniqueur (seudónimo del joven cronista Mariátegui) son los adelantados de la vanguardia en el Perú.
Sin embargo, cabe agregar, también, que Cornejo Polar volvió sobre este debate, y en sus momentos finales estuvo afinando su perspectiva crítica acerca de los problemas sintetizados en los párrafos precedentes. Así lo recoge el ya citado Eduardo Hopkins, cuando afirma que “en sus investigaciones [de Cornejo Polar] más recientes se observa la preocupación por articular rigurosamente en la metodología crítica un paradigma ideológico a un paradigma teórico. La ideología, pese a no ser materia especialmente confiable, le ha permitido obtener una valiosa producción en lo concerniente al estudio del fenómeno literario. Es de reconocer que, no obstante haber adoptado posiciones ideológicas definidas, Cornejo no ha hecho concesiones a ningún tipo de conducta sectaria” (ibídem: 101).
Finalmente, en relación a lo anterior, su categoría sobre la heterogeneidad cultural y literaria ha sido muy aceptada, en general, como demuestran muchos estudios en los que se la examina y aprueba teóricamente, y se la aplica. Sin embargo, hubo quienes debatieron críticamente con ello, como el peruanista italiano Roberto Paoli y el filósofo español José Ignacio López Soria. El primero polemizó acerca de lo ‘general e indeterminado’ de esta categoría, a lo que Cornejo replicó que el concepto de heterogeneidad tiene que adensarse mediante el examen de los componentes históricos que producen en cada caso concreto distintos tipos de heterogeneidad; y que no le parecía un defecto sino una virtud que fuera un concepto que pudiera aplicarse también a otras literaturas y no sólo a la indígena, por ejemplo, a la literatura meridional italiana como lo sugería Paoli. Por otro lado, López Soria, sobre la heterogeneidad, criticó que se trataba de “una descripción y no una explicación, que estaba afectada por problemas metodológicos graves (empezar por la negación de la unidad, llegar a una unidad indiferenciada, proponer una dialéctica diádica sin síntesis)”, a lo que el Cornejo replicó que su negación del valor nacional de algunas manifestaciones culturales peruanas no era conclusiva sino que sólo matizaba la referencia a la pluralidad cultural del Perú; y enfatizaba que su respuesta final era la de una cultura peruana entendida como una totalidad histórica y conflictiva, propuesta que sostenía que su objetante no tomaba en cuenta. (Véase una buena síntesis de estos debates en Sobrevilla 2001: 27-29).
V. Cierro el presente trabajo con el último eje temático que abrió en vida Antonio Cornejo Polar, y que nos testimonia su sostenido interés en contribuir a fundar una crítica literaria latinoamericanista. Se trata de sus textos e intervenciones públicas acerca de la hegemonía de la academia norteamericana y el idioma inglés, como herramienta lingüística de penetración, en relación con la exégesis literaria y cultural en intelectuales latinoamericanos. Cornejo Polar reclamaba, como desde sus primeros momentos (otra señal de la coherencia que siempre buscó seguir este autor, en su vida y desempeño profesional), una crítica literaria y una literatura situadas desde nuestras realidades, y que el rol del académico era contribuir a perfilar dicha dinámica. Sin embargo, criticó que muchos de los estudiosos latinoamericanos, sobre todo aquellos vinculados a la academia norteamericana, fueran cediendo a la moda de citar los últimos conceptos acuñados, muchas veces sin entenderlos cabalmente. Al respecto, leamos algunos pasajes de uno de los apreciados colegas suyos, con quien fundó, además, la mencionada Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, el peruanista suizo Martin Lienhard (quien ha renovado, con sus relevantes trabajos sobre la obra de Arguedas, las propuestas y aportes de Antonio Cornejo Polar): “No se trata tanto, pues, de criticar el predominio del inglés en los estudios latinoamericanos, sino de cuestionar el modo de producción científica que rige, en particular pero no exclusivamente, en la academia norteamericana. ¿Qué tiene de particular esa academia? El campus norteamericano –especie de modelo de la universidad moderna– proclama, hasta en términos urbanísticos, su ‘autonomía’. Apartada de la vida social, política y cultural de los ciudadanos comunes, aunque no de la política y la economía, la institución científica instalada en el campus elige, moldea y procesa los objetos de estudio a su conveniencia y difunde los resultados de su investigación a través de circuitos cerrados” (en “El campo de la literatura y el campus”, Revista de critica literaria latinoamericana Nº 50: 81).
Antonio Cornejo criticaba aquel desempeño superficial y falto de rigor, demandando una disciplina académica seria, a la altura de los retos de transformación que una realidad social desigual, injusta y discriminadora como la de los países latinoamericanos (nos) plantea. Hasta el final de sus días, Cornejo Polar desenvolvió un pensamiento democratizador, rehusando los fuegos artificiales del academicismo ególatra, que solo busca regodearse en erudiciones fatuas y frívolos reconocimientos individualistas, que en nada contribuyen a la transformación de la vida en otra mejor que esta. Es una lección que bien vale tener en cuenta, más aún en la hora actual, donde campea el pragmatismo y la indiferencia ante las necesidades mayoritarias y la vida en colectividad.
(*)
*Véase también el enlace: http://www.letras.mysite.com/cange210313.html que es complementario a este ensayo
BIBLIOGRAFÍA
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------------------------------- Escribir en el aire. Ensayo sobre la heterogeneidad socio-cultural en las literaturas andinas. Editorial Horizonte: Lima, 1994.
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- Escajadillo, Tomás (Editor). Perfil y entraña de Antonio Cornejo Polar. Lima: Amaru editores, 1998.
- Gutiérrez, Miguel. La generación del 50: un mundo dividido. Lima: ediciones Sétimo ensayo, 1988.
- Hopkins, Eduardo. “Antonio Cornejo Polar. Notas sobre su metodología crítica”, en Perfil y entraña de Antonio Cornejo Polar: 97-103.
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- Lauer, Mirko.El sitio de la literatura: escritores y política en el Perú del siglo XX. Mosca azul editores: Lima, 1989.
- Lienhard, Martin. “El campo de la literatura y el campus”, Revista de Critica Literaria Latinoamericana año XXV, nº 50. Lima-Hanover, 2do. semestre del 1999: 81-86.
- Mariátegui, José Carlos. 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Biblioteca Amauta 45ª edición: Lima, 1982.
- Sobrevilla, David. “Transculturación y heterogeneidad: avatares de dos categorías literarias en América Latina”. Revista de Critica Literaria Latinoamericana año XXVII, nº 54. Lima-Hanover, 2do. semestre del 2001: 21-33.
- VV.AA. Revista de Critica Literaria Latinoamericana año XXV, nº 50. Lima-Hanover, 2do. semestre del 1999.
NOTAS
[1] Sería demasiado extenso enumerar a sus integrantes, pero basta quizá recordar a algunos de ellos para dar cuenta de la amplitud de su influencia. Entre los narradores más representativos resaltan Julio Ramón Ribeyro, Enrique Congrains, Luis Loayza, Vargas Vicuña, Carlos Eduardo Zavaleta y el propio Vargas Llosa. En el campo teórico, figuran intelectuales de la calidad de Víctor Li Carrillo, Augusto Salazar Bondy, Carlos Araníbar y Pablo Macera. En la poesía, artistas como Jorge Eduardo Eielson, Sologuren, Alejandro Romualdo, Juan Gonzalo Rose, Blanca Varela y Carlos Germán Belli.
[2] Obviamente esta división maniquea no se sostuvo mucho tiempo, y escritores como Wáshington Delgado, Alejandro Romualdo, Juan Gonzalo Rose, Pablo Guevara y el propio Jorge Eduardo Eielson (con Habitación en Roma, por ejemplo) fueron algunos de los que se encargarían de fusionar en su propia trayectoria poética ambos registros, llegándose paulatinamente a la conclusión de que lo principal era hacer una buena poesía que, sobre todo, transmitiese autenticidad y entrega en la elaboración de un lenguaje personal, y que a fin de cuentas la ideología o posición políticas del autor se transmite de uno u otro modo en su quehacer creativo. Como bien pensaba César Vallejo (en su artículo “Poesía nueva”, de 1926), lo que cuenta en primer lugar es la sensibilidad antes que la mención de tal o cual sujeto, tal o cual motivo, tal o cual tema.
[3] Como enseña Pierre Bourdieu: “La relación que un autor sostiene con su obra, y, por ello, la obra misma, se encuentran afectadas por el sistema de las relaciones sociales en las cuales se realiza la creación como acto de comunicación o, con más precisión, por la posición del autor en la estructura del campo intelectual” (“Campo intelectual y proyecto creador”). Y “El campo intelectual, en tanto espacio social relativamente autónomo de producción de bienes simbólicos, permite la comprensión de un autor o una obra (y también de una formación cultural o política) en términos que trascienden tanto la percepción sustancialista (el autor o su obra en su existencia separada), tributaria de la ideología romántica del genio creador, como la percepción de la sociología mecanicista, que simplemente los reduce a sus determinantes sociales. El autor no se conecta de modo directo a la sociedad, ni siquiera a su clase social de origen, sino a través de la estructura de un campo intelectual, que funciona como mediador entre el autor y la sociedad” (Bourdieu, Pierre: 9 y 50, respectivamente).
[4] Al respecto, considérese el siguiente testimonio de parte de un intelectual sobresaliente de esta promoción: “¿Cuál es el aporte fundamental a la historia y la cultura del país de la Generación del 50? Esta pregunta se la formulamos —además de Carlos Araníbar— a Pablo Macera y Alfredo Torero, éste uno de los intelectuales del 50 de trayectoria más limpia y coherente [...]. Torero, sin pensarlo demasiado, sostuvo: Creo que el aporte fundamental de mi generación es haber vuelto al estudio de las fuentes mismas del marxismo y de Mariátegui, y de haber reivindicado la trayectoria de la rebelión y la subversión popular`” (Miguel Gutiérrez 1988: 270).
[5] Acerca de este objetivo central que se trazara Cornejo Polar para su desempeño profesional, conviene tener en cuenta su modesta y pesimista autocrítica, como bien reseña, y comenta con agudeza, el filósofo David Sobrevilla, al recordar tanto al crítico peruano como a su contemporáneo uruguayo: “Ángel Rama fue muy crítico de esta demanda de una teoría propia de la literatura hispanoamericana, y Antonio Cornejo Polar la apoyó entusiastamente hacia el inicio de la publicación de su Revista de Crítica Literaria Latinoamericana (1975 ss.) –como lo indica el propio nombre de la revista– para considerar años después que este proyecto había fracasado: en parte por haber sido mal planteado y en parte por la extraordinaria complejidad de su objeto: la literatura hispanoamericana. Pero, ¿qué tan importante es desarrollar una teoría de la literatura hispanoamericana? Es enormemente importante, porque de otra manera no se podrá apreciar y justificar debidamente sus excelencias, pues se las juzgará siempre a partir de categorías elaboradas sobre la base de un corpus ajeno: el occidental” (Sobrevilla 2001: 30-31). Dije modesta y pesimista autocrítica, en relación con Cornejo Polar, considerando la fértil aplicación y desarrollo - hasta hoy, y por otros autores contemporáneos, en diversos campos de estudio, dentro y fuera de contextos latinoamericanos- de varias de las categorías generadas a partir de teorizaciones como las emprendidas por Cornejo, Ángel Rama, entre otros.
[6] Al respecto, el profesor Miguel Ángel Huamán señala: “Un aspecto medular [en el pensamiento de Cornejo Polar] es la reivindicación de José Carlos Mariátegui que realizó Cornejo. Creo que en los diversos trabajos sobre la obra mariateguiana que publicó y que incluimos en este apartado, se puede apreciar una refundación del legado del Amauta y una agudeza critica en la lectura de los matices significativos de sus escritos” (En Perfil y entraña…: 111).
[7] Dice el Amauta: “Por el carácter de excepción de la literatura peruana, su estudio no se acomoda a los usados esquemas de clasicismo, romanticismo y modernismo, de antiguo, medioeval y moderno, de poesía popular y literaria, etc. Y no intentaré sistematizar este estudio conforme la clasificación marxista en literatura feudal o aristocrática, burguesa y proletaria. Para no agravar la impresión de que mi alegato está organizado según un esquema político o clasista y conformarlo más bien a un sistema de crítica e historia artística, puedo construirlo con otro andamiaje, sin que esto implique otra cosa que un método de explicación y ordenación, y por ningún motivo una teoría que prejuzgue e inspire la interpretación de obras y autores. Una teoría moderna –literaria, no sociológica– sobre el proceso normal de la literatura de un pueblo distingue en él tres períodos: un período colonial, un período cosmopolita, un período nacional. Durante el primer período un pueblo, literariamente, no es sino una colonia, una dependencia de otro. Durante el segundo período, asimila simultáneamente elementos de diversas literaturas extranjeras. En el tercero, alcanzan una expresión bien modulada su propia personalidad y su propio sentimiento. No prevé más esta teoría de la literatura. Pero no nos hace falta, por el momento, un sistema más amplio”. (En “El proceso de la literatura”, de 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Lima: 239. Énfasis mío).
[8] Sobre la evolución crítica de Antonio Cornejo Polar, David Sobrevilla distingue las siguientes cuatro etapas: “La primera es la formativa que va desde mediados de los años 50 hasta 1964, cuando publica su Edición y estudio del ‘Discurso en loor de la poesía’. La segunda es la de los planteamientos propios iniciales, que se extiende desde 1964 hasta 1977 y abarca la publicación de Los universos narrativos de José María Arguedas (1973) y La novela peruana (1977). La tercera etapa es la de la madurez, que comprende desde 1977 a 1994 y está caracterizada por la propuesta de la heterogeneidad cultural. Y la etapa final abarca desde 1994 hasta 1997, cuando Cornejo se dedicó a estudiar la categoría de la ‘migrancia’ que en cierta medida sustituye a la de la heterogeneidad cultural” (Sobrevilla 2001: 24-25). Dos entradas diferentes, aunque no contradictoras, a las etapas y características de la obra de Cornejo Polar son la del profesor Huamán en “Antonio Cornejo Polar: entre la totalidad y el silencio”, y el artículo “Antonio Cornejo Polar. Notas sobre su metodología crítica”, de Eduardo Hopkins (ambos en Perfil y entraña…., respectivamente: 104-123 y 97-103).
[9] Como dice William Rowe, en la Introducción a este volumen: “D’Allemand nos ayuda a [...] explorar las obras de cinco de los más importantes exponentes de la crítica latinoamericana y sugerirnos los aportes metodológicos que esta nos ofrece. De ahí su preocupación por devolver a dichas obras ‘su multiplicidad de significaciones y la riqueza de su alcance’, lo que significa leerlas como parte de una tradición y como productoras de conocimiento” (op cit.: 11). Los autores revisados son, en este orden: José Carlos Mariátegui, Ángel Rama, Alejandro Losada, Antonio Cornejo Polar y Beatriz Sarlo.
[10] De esto era también consciente el propio Cornejo, según el siguiente testimonio del filósofo peruano David Sobrevilla: “Cornejo Polar extendió sus consideraciones sobre la literatura a la cultura peruana íntegra en su participación en una mesa redonda en la Universidad de San Marcos en octubre de 1980 sobre ‘La cultura nacional: problema y posibilidad’. Allí indicaba que intervenía desde la perspectiva de la crítica literaria, pero que esperaba que su consideración pudiera incorporarse al horizonte de la reflexión general sobre el problema de la cultura nacional en el Perú”. (Sobrevilla 2001: 28. Énfasis mío).
[11] Dice Cornejo Polar: “Obviamente la literatura peruana no es solo la ‘culta’, sino también la ‘popular’ y la indígena’, ni la formación de sus tradiciones obedece a una sola dinámica” (La formación…: 157). Por su parte, David Sobrevilla presenta lo anterior resaltando, hacia el final de la siguiente cita, el aspecto contradictorio entre dichos tres sistemas literarios: “El concepto de sistema (o sistemas) hizo su aparición en el planteamiento del autor en 1989. Ese año Cornejo publicó su libro La formación de la tradición literaria en el Perú y su ponencia ‘Los sistemas literarios como categorías históricas. Elementos para una discusión latinoamericana’. En el libro describe cómo se ha formado la tradición literaria en el Perú: se habrían generado tres imágenes hegemónicas con respecto a ella: la de los costumbristas, la de Palma y la de L.A. Sánchez. En contra de ellas sostiene el autor –con base en la imagen de Mariátegui– que en verdad existen tres sistemas: el hegemónico de la literatura en español, el de las literaturas populares y el de las literaturas indígenas. En su ponencia, planteada ‘para una discusión latinoamericana’, expone sus resultados recusando el engañoso y simplificador esquema secuencial del positivismo y el empobrecedor esquema pluralista, afirmando en su lugar que en América Latina no hay una sola literatura sino genuinos sistemas literarios con sujetos, tiempos y espacios distintos, por lo que se plantean entre ellos relaciones contradictorias. (Sobrevilla 26: énfasis mío).
[12] Sobre este punto, es ejemplar el análisis que hace de Melgar y Olmedo, en su artículo “Sobre la literatura de la emancipación en el Perú” (en Revista Iberoamericana, Pittsburgh: 1981), donde evidencia esta contradicción en dos representativos autores del periodo de la emancipación, y debate qué significa y es, verdaderamente, una emancipación. Sus análisis de los yaravíes melgarianos, de las contradicciones que plantean como discurso (es decir, “el lenguaje considerado en su contexto material de comunicación entre los seres humanos, o como un fenómeno histórico, no como un sistema abstracto”, según la definición de Terry Eagleton en Cómo leer un poema: 203) en relación a los tres sistemas mencionados, son penetrantes y renovadores como metodología de análisis crítico en el campo literario y cultural. Asimismo, conviene revisar su obra última, Escribir en el aire, donde pasa revista a diversos momentos de esta contradicción. Véase, por ejemplo, su capítulo final sobre la oralidad en Vallejo, así como su concepto acerca de ‘la nostalgia de la oralidad’ en los poetas del sistema de literatura culta peruana, que son verdaderamente muy sugerentes para la comprensión de estos temas.
[13] Si Mariátegui vio claro que en los textos y obras culturales contendían/contienden diversas voces, creencias, tradiciones, e ideologías (como ocurre, también, en cada individuo) fue lúcido para saber cuáles flancos en aquella batalla correspondían a fuerzas de avance y cuáles, en cambio, eran atraso. Como dice el propio Cornejo Polar, en su libro Escribir en el aire: “[según la tesis mariateguiana] no hay una sino muchas modernidades, y varias maneras de llegar a ese punto, y dentro de aquellas es insensato no incluir la opción de imaginar y realizar una modernidad de raíz y temple andinos” (190). No es, entonces, como ha solido predicar políticamente Vargas Llosa, en plena ola neoliberal, un discurso modernizante que uniformiza, con arrogancia y excluyentemente, nuestras realidades vastas, heterogéneas y con varias contradicciones más de una vez antagónicas y violentas. A propósito de la trayectoria política del premio nobel peruano, léase lo siguiente:
http://www.argenpress.info/2010/10/recordando-mario-vargas-proposito-del.html
[14] Sobre dicha constelación intelectual, véase lo dicho por David Sobrevilla: “Para la maduración crítica de Cornejo fue fundamental la influencia que sobre él ejercieron algunos críticos literarios latinoamericanos como Roberto Fernández Retamar, Ángel Rama, Nelson Osorio y sobre todo Alejandro Losada, quien estuvo en el Perú en estrecho contacto con Cornejo entre 1971 y 1976. A través de Losada el crítico peruano profundizó su conocimiento de críticos marxistas como Georg Lukacs y Lucien Goldmann. Posteriormente también ejerció una gran influencia sobre él Antonio Cândido. Pero sobre todo fue importante la reflexión de Cornejo sobre las ideas críticas de José Carlos Mariátegui”. (En “Transculturación y heterogeneidad: avatares de dos categorías literarias en América latina”. Revista de Critica Literaria Latinoamericana nº 54: 25).
[15] Solo una precisión sobre este ideal colectivo que Cornejo Polar solía parafrasear desde Arguedas. Cierto es que este, en El zorro de arriba y el zorro de abajo, escribió: “en nuestra patria, en la que cualquier hombre no engrilletado y embrutecido por el egoísmo puede vivir feliz, todas las patrias”. Pero si hay quienes a partir de aquí sólo deducen una apuesta por lo múltiple, entendiendo así apresuradamente conceptos como ‘pluralidad’ o ‘heterogeneidad’ de Cornejo Polar, corren el riesgo de no discriminar “las patrias” a que aludía Arguedas: donde no caben ni el grillete ni el egoísmo; es decir la explotación. Y extraviarían un oído atento a lo que también escribió el novelista en el mismo pasaje del mismo libro: “Quizá conmigo empieza a cerrarse un ciclo y abrirse otro en el Perú y lo que él representa: se cierra el de la calandria consoladora, del azote, del arrieraje, del odio impotente, de los fúnebres ‘alzamientos’, del temor a Dios y del predominio de ese Dios y sus protegidos, sus fabricantes; se abre el de la luz y de la fuerza liberadora invencible del hombre del Vietnam, el de la calandria de fuego, el del Dios liberador. Aquel que se reintegra. Vallejo era el principio y el fin” (Chile, 1969). Y, entonces, si el sujeto literario que la poética arguediana ha diseñado expresa mejor nuestra heterogeneidad cultural y social, ello se hace desde una posición popular cuya utopía política no acepta al menos una patria: la de los de arriba, quienes ejecutan la opresión. Heterogeneidad no implica necesariamente conciliación, ni borramiento de las diferencias concretas entre los sistemas culturales y literarios en contienda.
[16] El ya citado David Sobrevilla precisa estos conceptos del siguiente modo: “El planteamiento del autor se hizo visible hacia 1977 en el texto ‘El indigenismo y las literaturas heterogéneas. Su doble estatuto sociocultural’. Cornejo llama aquí literatura homogénea a la que es producida y leída, respectivamente, por escritores y un público del mismo estrato social: ‘La producción literaria circula, entonces, dentro de un solo espacio social y cobra un muy alto grado de homogeneidad: es, podría decirse, una sociedad que se habla a sí misma’. Sería el caso de la narrativa de Salazar Bondy, Ribeyro, Zavaleta en el Perú, y de Donoso y Edwards en Chile.’ ‘Caracteriza a las literaturas heterogéneas, en cambio, la duplicidad de los signos socioculturales de su proceso productivo: se trata, en síntesis, de un proceso que tiene, por lo menos, un elemento que no coincide con la filiación de los otros y crea, necesariamente, una zona de ambigüedad y de conflicto’ (Ibidem). Las crónicas de la Conquista, la poesía melgariana, la literatura gauchesca y la negroide y la narrativa de lo real-maravilloso, serían diferentes ejemplos de literaturas heterogéneas. Cornejo examinaba a continuación con detalle los casos del yaraví melgariano y del indigenismo”. (Sobrevilla 2001: 25).
[17] Consideremos, al respecto, lo acotado por Patricia D’Allemand en su ya citado libro (ver nota 9), cuando esta autora demanda retomar el manejo de las relaciones y mediaciones entre los campos de la literatura, la política y la ideología. En el acápite “La ‘nueva narrativa hispanoamericana’ en el discurso crítico de Cornejo Polar afirma lo siguiente: “Por otra parte, esta opción de Cornejo por una literatura de abierto compromiso político y de carácter testimonial, excluyente de otras concepciones de lo literario, no es una toma de partido aislada dentro de la disciplina; como se ha visto en los capítulos referentes a Rama y Losada, ella constituye una postura generalizada dentro de la crítica latinoamericana de izquierda del periodo […]. El debate que dicha opción de la función de la literatura suscita, está lejos de ser clausurado. En este sentido habría que recalcar la ya señalada importancia de las contribuciones tanto de Mariátegui, como de Betariz Sarlo a la crítica, tanto respecto al manejo de la relaciones y mediaciones entre las esferas de la literatura, la política y la ideología, como respecto a las vías de abordaje de la pluralidad literaria” (D’Allemand: 155).
[18] En este sentido se halla también la opinión de Eduardo Hopkins, cuando afirma que “La metodología de Cornejo, que ha llegado a ser compleja y abarcadora, implicaba, paradójicamente, una tendencia al reduccionismo […]. En la última década [de la vida de Antonio Cornejo] el elemento retórico de apelación a las conciencias políticas del país adquiere una presencia que llama notablemente la atención en el nivel comunicativo de sus investigaciones. La búsqueda de un cierto género de conclusiones utópicas, que se espera que la realidad anuncie por intermedio de los textos literarios, da lugar a negociaciones altruistas y predictivas, entre las cuales destaca la fetichización del mundo andino. Los mitos idealizantes de la retórica del indigenismo proyectados hacia el pasado y el futuro, son responsables de visiones en cuya doble direccionalidad se encuentra conscientemente hospedada la crítica de Cornejo. El concepto mismo de heterogeneidad corre el riesgo de anularse ante su opción indigenista”. Hopkins busca explicar dicha inflexión en el pensamiento de Antonio Conejo, y cree hallarla en su comprensión del aporte mariateguiano: “Esta situación debe entenderse como la puesta en práctica de un gesto heredado del estilo crítico de José Carlos Mariátegui, consistente en el acto de declarar la adopción de una posición histórica definida” (En “Antonio Cornejo Polar. Notas sobre su metodología crítica”. En Perfil y entraña de Antonio Cornejo Polar: 101-102. Énfasis míos).
[19] Al respecto, es ilustrativo reproducir la siguiente opinión de Cornejo citada por Mónica Bernabé: “Naturalmente, hubo escritores que escaparon, casi siempre a un costo muy alto, de esta atenazante ambivalencia [entre un cosmopolitismo modernizador y una raíz vernácula de conformación indígena], sea renunciando a la modernidad (en 1928 López Albújar subtitula Matalaché como ‘novela retaguardista’), sea, al revés, desatendiéndose de intenciones y preocupaciones nacionalistas (dentro de una línea que podría comenzar con Eguren y tener su máxima representación en los poetas de ‘la otra margen” (19).
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