I
... -¿Qué quieres, viejo?...proyecto
patrimonio
...
Varias veces cayó la pregunta de lo
alto de los andamios. Pero el viejo no respondía. Andaba de un lugar a
otro, fisgoneando, sacándose de la garganta un largo monólogo de
frases incomprensibles. Ya habían descendido las tejas, cubriendo los
canteros muertos con su mosaico de barro cocido. Arriba, los picos
desprendían piedras de mampostería, haciéndolas rodar por canales de
madera, con gran revuelo de cales y de yesos. Y por las almenas
sucesivas que iban desdentando las murallas aparecían -despojados de
su secreto- cielos rasos ovales o cuadrados, cornisas, guirnaldas,
déntículos, astrágalos, y papeles encolados que colgaban de los
testeros como viejas pieles de serpiente en muda. Presenciando la
demolición, una Ceres con la nariz rota y el pelo desvaído, veteado de
negro el tocado de mieses, se erguía en el traspatio, sobre su fuente
de mascarones borrosos. Visitados por el sol en horas de sombra, los
peces grises del estanque bostezaban en agua musgosa y tibia, mirando
con el ojo redondo aquellos obreros, negros sobre claro de cielo, que
iban rebajando la altura secular de la casa. El viejo se había
sentado, con el cayado apuntalándole la barba, al pie de la estatua.
Miraba el subir y bajar de cubos en que viajaban restos apreciables.
Oíanse, en sordina, los rumores de la calle mientras, arriba, las
poleas concertaban, sobre ritmos de hierro con piedra, sus gorjeos de
aves desagradables y pechugonas.&&&&&&&&&&&&&&&&&&&
...
Dieron las cinco. Las cornisas y entablamentos se despoblaron. Sólo
quedaron escaleras de mano, preparando el asalto del día siguiente. El
aire se hizo más fresco, aligerado de sudores, blasfemias, chirridos
de cuerdas, ejes que pedían alcuzas y palmadas en torsos pringosos.
Para la casa mondada el crepúsculo llegaba más pronto. Se vestía de
sombras en horas en que su ya caída balaustrada superior solía regalar
a las fachadas algún relumbre de sol. La Ceres apretaba los labios.
Por primera vez las habitaciones dormirían sin persianas, abiertas
sobre un paisaje de escombros.%%%%%%%
... Contrariando sus apetencias,
varios capiteles yacían entre las hierbas. Las hojas de acanto
descubrían su condición vegetal. Una enredadera aventuró sus
tentáculos hacia la voluta jónica, atraída por un aire de familia.
Cuando cayó la noche, la casa estaba más cerca de la tierra. Un marco
de puerta se erguía aún, en lo alto, con tablas de sombra suspendidas
de sus bisagras desorientadas."""2222
II
... Entonces el negro viejo, que no se había movido, hizo gestos
extraños, volteando su cayado sobre un cementerio de baldosas.?????¿¿¿¿¿
... Los cuadrados de
mármol, blancos y negros, volaron a los pisos, vistiendo la tierra.
Las piedras, con saltos certeros, fueron a cerrar los boquetes de las
murallas. Hojas de nogal claveteadas se encajaron en sus marcos,
mientras los tornillos de las charnelas volvían a hundirse en sus
hoyos, con rápida rotación. En los canteros muertos, levantadas por el
esfuerzo de las flores, las tejas juntaron sus fragmentos, alzando un
sonoro torbellino de barro, para caer en lluvia sobre la armadura del
techo. La casa creció, traída nuevamente a sus proporciones
habituales, pudorosa y vestida. La Ceres fue menos gris. Hubo más
peces en la fuente. Y el murmullo del agua llamó begonias
olvidadas.proyecto
patrimonio
...
El viejo introdujo una llave en la
cerradura de la puerta principal, y comenzó a abrir ventanas. Sus
tacones sonaban a hueco. Cuando encendió los velones, un
estremecimiento amarillo corrió por el óleo de los retratos de
familia, y gentes vestidas de negro murmuraron en todas las galerías,
al compás de cucharas movidas en jícaras de chocolate.
... Don
Marcial, marqués de Capellanías, yacía en su lecho de muerte, el pecho
acorazado de medallas, escoltado por cuatro cirios con largas barbas
de cera derretida.
III
... Los cirios crecieron lentamente perdiendo sudores. Cuando
recobraron su tamaño, los apagó la monja apartando una lumbre. Las
mechas blanquearon, arrojando el pabilo. La casa se vació de
visitantes y los carruajes partieron en la noche. Don Marcial pulsó un
teclado invisible y abrió los ojos.
... Confusas y
revueltas, las vigas del techo se iban colocando en su lugar. Los
pomos de medicina, las borlas de damasco, el escapulario de la
cabecera, los daguerrotipos, las palmas de la reja, salieron de sus
nieblas. Cuando el médico movió la cabeza con desconsuelo profesional,
el enfermo se sintió mejor. Durmió algunas horas y despertó bajo la
mirada negra y cejuda del Padre Anastasio. De franca, detallada,
poblada de pecados, la confesión se hizo reticente, penosa, llena de
escondrijos. ¿Y qué derecho tenía, en el fondo, aquel carmelita, a
entrometerse en su vida? Don Marcial se encontró, de pronto, tirado en
medio del aposento. Aligerado de un peso en las sienes, se levantó con
sorprendente celeridad. La mujer desnuda que se desperezaba sobre el
brocado del lecho buscó enaguas y corpiños, llevándose, poco después,
sus rumores de seda estrujada y su perfume. Abajo, en el coche
cerrado, cubriendo tachuelas del asiento, había un sobre con monedas
de oro.
... Don Marcial no se sentía
bien. Al arreglarse la corbata frente a la luna de la consola se vio
congestionado. Bajó al despacho donde lo esperaban hombres de
justicia, abogados y escribientes, para disponer la venta pública de
la casa. Todo había sido inútil. Sus pertenencias se irían a manos del
mejor postor, al compás del martillo golpeando una tabla. Saludó y le
dejaron solo. Pensaba en los misterios de la letra escrita, en esas
hebras negras que se enlazan y desenlazan sobre anchas hojas
afiligranadas de balanzas, enlazando y desenlazando compromisos,
juramentos, alianzas, testimonios, declaraciones, apellidos, títulos,
fechas, tierras, árboles y piedras; maraña de hilos, sacada del
tintero, en que se enredaban las piernas del hombre, vedándole caminos
desestimados por la Ley; cordón al cuello, que apretaba su sordina al
percibir el sonido temible de las palabras en libertad. Su firma lo
había traicionado, yendo a complicarse en nudo y enredos de legajos.
Atado por ella, el hombre de carne se hacía hombre de
papel.
...Era el amanecer. El reloj comedor acaba de dar las
seis de la tarde.
IV
... Transcurrieron meses de luto, ensombrecidos por un
remordimiento cada vez mayor. Al principio, la idea de traer una mujer
a aquel aposento se le hacía casi razonable. Pero, poco a poco, las
apetencias de un cuerpo nuevo fueron desplazadas por escrúpulos
crecientes, que llegaron al flagelo. Cierta noche, Don Marcial se
ensangrentó las carnes con una correa, sintiendo luego un deseo mayor,
pero de corta duración. Fue entonces cuando la Marquesa volvió, una
tarde, de su paseo a las orillas del Almendares. Los caballos de la
calesa no traían en las crines más humedad que la del propio sudor.
Pero, durante todo el resto del día, dispararon coces a las tablas de
la cuadra, irritados, al parecer, por la inmovilidad de nubes
bajas.
...
Al crepúsculo, una tinaja llena de agua
se rompió en el baño de la Marquesa. Luego, las lluvias de mayo
rebosaron el estanque. Y aquella negra vieja, con tacha de cimarrona y
palomas debajo de la cama, que andaba por el patio murmurando:
"¡Desconfía de los ríos, niña; desconfía de lo verde que corre!" No
había día en que el agua no revelara su presencia. Pero esa presencia
acabó por no ser más que una jícara derramada sobre vestido traído de
París, al regreso del baile aniversario dado por el Capitán General de
la Colonia.
...
Reaparecieron muchos parientes.
Volvieron muchos amigos. Ya brillaban, muy claras, las arañas del gran
salón. Las grietas de la fachada se iban cerrando. El piano regresó al
clavicordio. Las palmas perdían anillos. Las enredaderas soltaban la
primera cornisa. Blanquearon las ojeras de la Ceres y los capiteles
parecieron tallados. Más fogoso, Marcial solía pasarse tarde enteras
abrazando a la Marquesa. Borrábanse patas de gallina, ceños y papadas,
y las carnes tornaban a su dureza. Un día, un olor de pintura fresca
llenó la casa.
V
... Los rubores eran sinceros. Cada noche se abrían un poco más
las hojas de los biombos, las faldas caían en rincones menos
alumbrados y eran nuevas barreras de encajes. Al fin la Marquesa sopló
las lámparas. Sólo él habló en la oscuridad.
...
Partieron para el ingenio, en gran tren de calesas, relumbrante de
grupas alazanas, bocados de plata y charoles al sol. Pero, a la sombra
de las flores de Pascuas que enrojecían el soportal interior de la
vivienda, advirtieron que se conocían apenas. Marcial autorizó danzas
y tambores de Nación, para distraerse un poco en aquellos días
olientes a perfumes de Colonia, baños de benjuí, cabelleras
esparcidas, y sábanas sacadas de armarios que, al abrirse, dejaban
caer sobre las losas un mazo de vetiver. El vaho del guarapo giraba en
la brisa con el toque de oración. Volando bajo, las auras anunciaban
lluvias reticentes, cuyas primeras gotas, anchas y sonoras, eran
sorbidas por tejas tan secas que tenían diapasón de cobre. Después de
un amanecer alargado por un abrazo deslucido, aliviados de
desconciertos y cerrada la herida, ambos regresaron a la ciudad. La
Marquesa trocó su vestido de viaje por un traje de novia, y, como era
costumbre, los esposos fueron a la iglesia para recobrar su libertad.
Se devolvieron presentes a parientes y amigos, y, con revuelo de
bronces y alardes de jaeces, cada cual tomó la calle de su morada.
Marcial siguió visitando a María de las Mercedes por algún tiempo,
hasta el día en que los anillos fueron llevados al taller del orfebre
para ser desgrabados. Comenzaba, para Marcial, una vida nueva. En la
casa de altas rejas, la Ceres fue sustituida por una Venus italiana, y
los mascarones de la fuente adelantaron casi imperceptiblemente el
relieve al ver todavía encendidas, pintada ya el alba, las luces de
los velones.
VI
... Una noche, después de mucho beber y marearse con tufos de
tabaco frío, dejados por sus amigos, Marcial tuvo la sensación extraña
de que los relojes de la casa daban las cinco, luego las cuatro y
media, luego las cuatro, luego las tres y media... Era como la
percepción remota de otras posibilidades. Como cuando se piensa, en
enervamiento de vigilia, que puede andarse sobre el cielo raso con el
piso por cielo raso, entre muebles firmemente asentados entre vigas
del techo. Fue una impresión fugaz, que no dejó la menor huella en su
espíritu, poco llevado, ahora, a la meditación.
... Y
hubo un gran sarao, en el salón de música, el día en que alcanzó la
minoría de edad. Estaba alegre, al pensar que su firma había dejado de
tener un valor legal, y que los registros y escribanías, con sus
polillas, se borraban de su mundo. Llegaba al punto en que los
tribunales dejan de ser temibles para quienes tienen una carne
desestimada por los códigos. Luego de achisparse con vinos generosos,
los jóvenes descolgaron de la pared una guitarra incrustada de nácar,
un salterio y un serpentón. Alguien dio cuerda al reloj que tocaba la
Tirolesa de las vacas y la Balada de los lagos de
Escocia. Otro embocó un cuerno de caza que dormía, enroscado en
su cobre, sobre los fieltros encarnados de la vitrina, al lado de la
flauta traversera traída de Aranjuez. Marcial, que estaba requebrando
atrevidamente a la de Campoflorido, se sumó al guirigay, buscando en
el teclado, sobre bajos falsos, la melodía del Trípili-Trápala. Y
subieron todos al desván, de pronto, recordando que allá, bajo vigas
que iban recobrando el repello, se guardaban los trajes y libreas de
la Casa de Capellanías. En entrepaños escarchados de alcanfor
descansaban los vestidos de corte, un espadín de Embajador, varias
guerreras emplastronadas, el manto de un Príncipe de la Iglesia, y
largas casacas, con botones de damasco y difuminos de humedad en los
pliegues. Matizáronse las penumbras con cintas de amaranto, miriñaques
amarillos, túnicas marchitas y flores de terciopelo. Un traje de
chispero con redecilla de borlas, nacido en una mascarada de carnaval,
levantó aplausos. La de Campoflorido redondeó los hombros empolvados
bajo un rebozo de color de carne criolla, que sirviera a cierta
abuela, en noche de grandes decisiones familiares, para avivar los
amansados fuegos de un rico Síndico de Clarisas.
...
Disfrazados regresaron los jóvenes al salón de música. Tocado con un
tricornio de regidor, Marcial pegó tres bastonazos en el piso, y se
dio comienzo a la danza de la valse, que las madres hallaban
terriblemente impropio de señoritas, con eso de dejarse enlazar por la
cintura, recibiendo manos de hombre sobre las ballenas de corset que
todas se habían hecho según el reciente patrón de "El Jardín de las
Modas". Las puertas se oscurecieron de fámulas, cuadrerizos,
sirvientes, que venían de sus lejanas dependencias y de los
entresuelos sofocantes, para admirarse ante fiesta de tanto alboroto.
Luego, se jugó a la gallina ciega y al escondite. Marcial, oculto con
la Campoflorido detrás de un biombo chino, le estampó un beso en la
nuca, recibiendo en respuesta un pañuelo perfumado, cuyos encajes de
Bruselas guardaban suaves tibiezas de escote. Y cuando las muchachas
se alejaron en las luces del crepúsculo, hacia las atalayas y
torreones que se pintaban en grisnegro sobre el mar, los mozos fueron
a la Casa de Baile, donde tan sabrosamente se contoneaban las mulatas
de grandes ajorcas sin perder nunca -así fuera de movida una guaracha-
sus zapatillas de alto tacón. Y como se estaba en carnavales, los del
Cabildo Arará Tres Ojos levantaban un trueno de tambores tras de la
pared medianera, en un patio sembrado de granados. Subidos en mesas y
taburetes, Marcial y sus amigos alabaron el garbo de una negra de
pasas entrecanas, que volvía a ser hermosa, casi deseable, cuando
miraba por sobre el hombro, bailando con altivo mohín de
reto.www.letras.s5.com
VII
Las visitas de Don Abundio, notario y
albacea de la familia, eran más frecuentes. Se sentaba gravemente a la
cabecera de la cama de Marcial, dejando caer al suelo su bastón de
ácana para despertarlo antes de tiempo. Al abrirse, los ojos
tropezaban con una levita de alpaca, cubierta de caspa, cuyas mangas
lustrosas recogían títulos y rentas. Al fin sólo quedó una pensión
razonable, calculada para poner coto a toda locura. Fue entonces
cuando Marcial quiso ingresar en el Real Seminario de San
Carlos.
... Después de mediocres
exámenes, frecuentó los claustros, comprendiendo cada vez menos las
explicaciones de los dómines. El mundo de las ideas se iba
despoblando. Lo que había sido, al principio, una ecuménica asamblea
de peplos, jubones, golas y pelucas, controversistas y ergotantes,
cobraba la inmovilidad de un museo de figuras de cera. Marcial se
contentaba ahora con una exposición escolástica de los sistemas,
aceptando por bueno lo que se dijera en cualquier texto: "León",
"Avestruz", "Ballena", "Jaguar", leíase sobre los grabados en cobre de
la Historia Natural. Del mismo modo, "Aristóteles", "Santo Tomás",
"Bacón", "Descartes", encabezaban páginas negras, en que se
catalogaban aburidamente las interpretaciones del universo, al margen
de una capitular espesa. Poco a poco, Marcial dejó de estudiarlas,
encontrándose librado de un gran peso. Su mente se hizo alegre y
ligera, admitiendo tan sólo un concepto instintivo de las cosas. ¿Para
qué pensar en el prisma, cuando la luz clara de invierno daba mayores
detalles a las fortalezas del puerto? Una manzana que cae del árbol
sólo es incitación para los dientes. Un pie en una bañera no pasa de
ser un pie en una bañera. El día que abandonó el Seminario, olvidó los
libros. El gnomo recobró su categoría de duende; el espectro fue
sinónimo de fantasma; el octandro era bicho acorazado, con púas en el
lomo.www.letras.s5.com
... Varias veces, andando
pronto, inquieto el corazón, había ido a visitar a las mujeres que
cuchicheaban, detrás de puertas azules, al pie de las murallas. El
recuerdo de la que llevaba zapatillas bordadas y hojas de albahaca en
la oreja lo perseguía, en tardes de calor, como un dolor de muelas.
Pero, un día, la cólera y las amenazas de un confesor le hicieron
llorar de espanto. Cayó por última vez en las sábanas del infierno,
renunciando para siempre a sus rodeos por calles poco concurridas, a
sus cobardías de última hora que le hacían regresar con rabia a su
casa, luego de dejar a sus espaldas cierta acera rajada -señal, cuando
andaba con la vista baja, de la media vuelta que debía darse para
hollar el umbral de los perfumes.www.letras.s5.com
...
Ahora vivía su crisis mística, poblada
de detentes, corderos pascuales, palomas de porcelana, Vírgenes de
manto azul celeste, estrellas de papel dorado, Reyes Magos, ángeles
con alas de cisne, el Asno, el Buey, y un terrible San Dionisio que se
le aparecía en sueños, con un gran vacío entre los hombros y el andar
vacilante de quien busca un objeto perdido. Tropezaba con la cama y
Marcial despertaba sobresaltado, echando mano al rosario de cuentas
sordas. Las mechas, en sus pocillos de aceite, daban luz triste a
imágenes que recobraban su color primero.
VIII
... Los muebles crecían. Se hacía más difícil sostener los
antebrazos sobre el borde de la mesa del comedor. Los armarios de
cornisas labradas ensanchaban el frontis. Alargando el torso, los
moros de la escalera acercaban sus antorchas a los balaustres del
rellano. Las butacas eran más hondas y los sillones de mecedora tenían
tendencia a irse para atrás. No había ya que doblar las piernas al
recostarse en el fondo de la bañera con anillas de mármol.
www.letras.s5.com
...
Una mañana en que leía un
libro licencioso, Marcial tuvo ganas, súbitamente, de jugar con los
soldados de plomo que dormían en sus cajas de madera. Volvió a ocultar
el tomo bajo la jofaina del lavabo, y abrió una gaveta sellada por las
telarañas. La mesa de estudio era demasiado exigua para dar cabida a
tanta gente. Por ello, Marcial se sentó en el piso. Dispuso los
granaderos por filas de ocho. Luego, los oficiales a caballo, rodeando
al abanderado. Detrás, los artilleros, con sus cañones, escobillones y
botafuegos. Cerrando la marcha, pífanos y timbales, con ecolta de
redoblantes. Los morteros estaban dotados de un resorte que permitía
lanzar bolas de vidrio a más de un metro de distancia.www.letras.s5.com
-¡Pum!... ¡Pum!...
¡Pum!...
...Caían caballos, caían abanderados, caían tambores.
Hubo de ser llamado tres veces por el negro Eligio, para decidirse a
lavarse las manos y bajar al comedor.proyecto patrimonio
... Desde ese día,
Marcial conservó el hábito de sentarse en el enlosado. Cuando percibió
las ventajas de esa costumbre, se sorprendió por no haberlo pensado
antes. Afectas al terciopelo de los cojines, las personas mayores
sudan demasiado. Algunas huelen a notario -como don Abundio- por no
conocer, con el cuerpo echado, la frialdad del mármol en todo tiempo.
Sólo desde el suelo puede abarcarse totalmente los ángulos y
perspectivas de una habitación. Hay bellezas de la madera, misteriosos
caminos de insectos, rincones de sombra, que se ignoran a la altura de
hombre. Cuando llovía, Marcial se ocultaba debajo del clavicordio.
Cada trueno hacía temblar la caja de resonancia, poniendo todas las
notas a cantar. Del cielo caían los rayos para construir aquella
bóveda de calderones: órgano, pinar al viento, mandolina de
grillos.www.letras.s5.com
IX *.+
... Aquella mañana lo encerraron en su cuarto. Oyó
murmullos en toda la casa y el almuerzo que le sirvieron fue demasiado
suculento para un día de semana. Había seis pasteles de la confitería
de la Alameda -cuando sólo dos podían comerse, los domingos, después
de misa. Se entretuvo mirando estampas de viaje, hasta que el abejeo
creciente, entrando por debajo de las puertas, le hizo mirar entre
persianas. Llegaban hombres vestidos de negro, portando una caja con
agarraderas de bronce. Tuvo ganas de llorar, pero en ese momento
apareció el calesero Melchor, luciendo sonrisa de dientes en los altos
de sus botas sonoras. Comenzaron a jugar al ajedrez. Melchor era
caballo. El, era Rey. Tomando las losas del piso por tablero, podía
avanzar de una en una, mientras Melchor debía saltar una de frente y
dos de lado, o viceversa. El juego se prolongó hasta más allá del
crepúsculo, cuando pasaron los Bomberos del comercio.
... Al levantarse, fue a besar la mano de su padre que
yacía en su cama de enfermo. El Marqués se sentía mejor, y habló a su
hijo con el empaque y los ejemplos usuales. Los "Sí, padre", y los
"No, padre", se encajaban entre cuenta y cuenta del rosario de
preguntas, como las respuestas del ayudante en una misa. Marcial
respetaba al Marqués, pero era por razones que nadie hubiera acertado
a suponer. Lo respetaba porque era de elevada estatura y salía, en
noches de baile, con el pecho rutilante de condecoraciones; porque le
envidiaba el sable y los entorchados de oficial de milicias; porque,
cierta vez, sin duda con el ánimo de azotarla, agarró a una de las
mulatas que barrían la rotonda, llevándola en brazos a su habitación.
Marcial, oculto detrás de una cortina, la vio salir poco después,
llorosa y desabrochada, alegrándose del castigo, pues era la que
siempre vaciaba las fuentes de compota devueltas a la
alacena.www.letras.s5.com
...
El padre era un ser
terrible y magnánimo al que debía amarse después de Dios. Para Marcial
era más Dios que Dios, porque sus dones eran cotidianos y tangibles.
Pero prefería el Dios del cielo, porque fastidiaba menos.www.letras.s5.com
X
... Cuando los muebles crecieron un poco
más y Marcial supo como nadie lo que había debajo de las camas,
armarios y vargueños, ocultó a todos un gran secreto: la vida no tenía
encanto fuera de la presencia del calesero Melchor. Ni Dios, ni su
padre, ni el obispo dorado de las procesiones del Corpus eran tan
importantes como Melchor. www .letras.s5.com
...
Melchor venía de muy
lejos. Era nieto de príncipes vencidos. En su reino había elefantes,
hipopótamos, tigres y jirafas. Ahí los hombres no trabajaban, como Don
Abundio, en habitaciones oscuras, llenas de legajos. Vivían de ser más
astutos que los animales. Uno de ellos sacó el gran cocodrilo del lago
azul, ensartándolo con una pica oculta en los cuerpos apretados de
doce ocas asadas. Melchor sabía canciones fáciles de aprender, porque
las palabras no tenían significado y se repetían mucho. Robaba dulces
en las cocinas; se escapaba, de noche, por la puerta de los
cuadrerizos, y, cierta vez, había apedreado a los de la guardia civil,
desapareciendo luego en las sombras de la calle de la
Amargura.www.letras.s5.com
``` En días de
lluvia, sus botas se ponían a secar junto al fogón de la cocina.
Marcial hubiese querido tener pies que llenaran tales botas. La
derecha se llemaba Calambín. La izquierda, Calambám.
Aquel hombre que dominaba los caballos cerreros con solo encajarles
dos dedos en los belfos; aquel señor de terciopelos y espuelas, que
lucía chisteras tan altas, sabía también lo fresco que era un suelo de
mármol en verano, y ocultaba debajo de los muebles una fruta o un
pastel arrebatados a las bandejas destinadas al Gran Salón. Marcial y
Melchor tenían en común un depósito secreto de grageas y almendras,
que llamaban el "Urí, urí, urá", con entendidas carcajadas. Ambos
habían explorado la casa de arriba abajo, siendo los únicos en saber
que existía un pequeño sótano lleno de frascos holandeses, debajo de
las cuadras, y que en desván inútil, encima de los cuartos de criadas,
doce mariposas polvorientas acababan de perder las alas en caja de
cristales rotos.www.letras.s5.com
XI
%&/ Cuando Marcial adquirió el hábito de
romper cosas olvidó a Melchor para acercarse a los perros. Había
varios en la casa. El atigrado grande; el podenco que arrastraba las
tetas; el galgo, demasiado viejo para jugar; el lanudo que los demás
perseguían en épocas determinadas, y que las camareras tenían que
encerrar. www.letras.s5.com
=== Marcial prefería a Canelo porque sacaba zapatos de las
habitaciones y desenterraba los rosales del patio. Siempre negro de
carbón o cubierto de tierra roja, devoraba la comida de los demás,
chillaba sin motivo, y ocultaba huesos robados al pie de la fuente. De
vez en cuando, también, vaciaba un huevo acabado de poner, arrojando a
la gallina al aire con brusco palancazo del hocico. Todos daban de
patadas al Canelo. Pero Marcial se enfermaba cuando se lo llevaban. Y
el perro volvía triunfante, moviendo la cola, después de haber sido
abandonado más allá de la Casa de Beneficencia, recobrando un puesto
que los demás, con sus habilidades en la caza o desvelos en la
guardia, nunca ocuparían.
... Canelo y
Marcial orinaban juntos. A veces escogían la alfombra persa del salón,
para dibujar en su lana formas de nubes pardas que se ensanchaban
lentamente. Eso costaba castigo de cintarazos. Pero los cintarazos no
dolían tanto como creían las personas mayores. Resultaban, en cambio,
pretexto admirable para armar concertantes de aullidos, y provocar la
compasión de los vecinos. Cuando la bizca del tejadillo calificaba a
su padre de "barbaro", Marcial miraba a Canelo riendo con los ojos.
Lloraban un poco más, para ganarse un bizcocho, y todo quedaba
olvidado. Ambos comían tierra, se revolcaban al sol, bebían en la
fuente de los peces, buscaban sombra y perfume al pie de las
albahacas. En horas de calor, los canteros húmedos se llenaban de
gente. Ahí estaba la gansa gris, con bolsa colgante entre las patas
zambas; el gallo viejo de culo pelado; la lagartija que decía "urí,
urá", sacándose del cuello una corbata rosada; el triste jubo, nacido
en ciudad sin hembras; el ratón que tapiaba su agujero con una semilla
de carey. Un día, señalaron el perro a Marcial.
-¡Guau, guau!
-dijo.
...
Hablaba su propio idioma.
Había logrado la suprema libertad. Ya quería alcanzar, con sus manos,
objetos que estaban fuera del alcance de sus manos.
XII
... Hambre, sed, calor, dolor, frío.
Apenas Marcial redujo su percepción a
la de estas realidades esenciales, renunció a la luz que ya le era
accesoria. Ignoraba su nombre. Retirado el bautismo, con su sal
desagradable, no quiso ya el olfato, ni el oído, ni siquiera la vista.
Sus amnos rozaban formas placenteras. Era un ser totalmente sensible y
táctil. El universo le entraba por todos los poros. Entones cerró los
ojos que sólo divisaban gigantes nebulosos y penetró en un cuerpo
caliente, humedo, lleno de tinieblas que moría. El cuerpo, al sentirlo
arrebozado con su propia sustancia, resbaló hacia la vida. www.letras.s5.com
...
Pero ahora el tiempo corrió más pronto, adelgazando sus últimas
horas. Los minutos sonaban a glissando de naipes bajo el pulgar de un
jugador.%%%%%%%
... Las aves volvieron al huevo en torbellino de
plumas. Los peces cuajaron la hueva, dejando una nevada de escamas en
el fondo del estanque. Las palmas doblaron las pencas, desapareciendo
en la tierra como abanicos cerrados. Los tallos sorbían sus hojas y el
suelo tiraba de todo lo que le perteneciera. El trueno retumbaba en
los corredores. Crecían pelos en la gamuza de los guantes. Las mantas
de lana se destejían, redondeando el vellón de carneros distantes. Los
armarios, los vargueños, las camas, los crucifijos, las mesas, las
persianas, salieron volando en la noche, buscando sus antiguas raíces
al pie de las elvas. Todo lo que tuviera clavos se desmoronaba. Un
bergantín, anclado no se sabía dónde, llevó presurosamente a Italia
los mármoles del piso y de la fuente. Las panoplias, los herrajes, las
llaves, las cazuelas de cobre, los bocados de las cuadras, se
derretían, engrosando un río de metal que galerías sintecho
canalizaban hacia la tierra. Todo se metamorfoseaba,regresando a la
condición primera. El barro volvió al barro, dejando un yermo en lugar
de la casa.$$$$$
XIII
... Cuando los
obreros vinieron con el día para proseguir la demolición, encontraron
el trabajo acabado. Alguien se había llevado la estatua de Ceres,
vendida la víspera a un anticuario. espués de quejarse al Sindicato,
los hombres fueron a sentarse en los bancos de un parque municipal.
Uno recordó entonces la historia, muy difuminada, de una Marquesa de
Capellanías, ahogada, en tarde de mayo, entre las malangas del
Almendares. Pero nadie prestaba atención al relato, porque el sol
viajaba de oriente a occidente, y las horas que crecen a la derecha de
los relojes deben alargarse por la pereza, ya que son las que más
seguramente llevan a la muerte.
Viaje a la
Semilla y Otros Relatos
Alejo
Carpentier
Biblioteca Popular
Nascimento
Santiago de Chile. 1971