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Los Pasos
Perdidos Alejo
Carpentier 1953
(texto
escogido)
... XXXVIII
( 9 de
diciembre )
.......... Acaba el sol de asomarse sobre los árboles cuando atracamos
junto a la antigua mina de los griegos, cuya casa está abandonada. Han
transcurrido siete meses apenas desde que aquí estuve, y la selva ha
vuelto a apoderarse de todo. ..........
La choza en que Rosario y yo nos abrazamos por vez primera ha
reventado literalmente por el empuje de plantas crecidas desde
adentro, que levantaron su techo , abrieron las paredes, haciendo
hojas muertas, materia podrida de las fibras que hubieran dibujado el
perfil de una vivienda. Además, como la última crecida del río fue
particularmente caudalosa, el terreno estuvo anegado. Ha llovido fuera
de estación, las aguas no terminaron de descender hacia su más bajo
nivel, y en las riberas se pinta una franja de tierra húmeda, cubierta
de escorias de la selva, sobre las cuales revolotean miríadas de
mariposas amarillas, tan apretadas unas a otras al moverse, que
bastaría pegar con un bastón en uno de los enjambres para sacarlo
pintado de azufre. Al ver esto, comprendo el origen de migraciones
como la que me tocara ver en Puerto Anunciación , cuando el cielo
quedó oscurecido por una interminable nube de alas. De pronto bulle el
agua y un cardumen de peces que saltan, chocan, se atropellan, pasa
por encima de nuestra barca, erizando la corriente de aletas plomizas
y colas que se abofetean con ruido de aplausos. Luego, pasa volando en
triángulo una bandada de garzas y, como respondiendo a una orden dada,
todos los pájaros de la espesura empiezan a alborotar en concierto.
Esta omnipresencia del ave, poniendo sobre los espantos de la selva el
signo del ala, me hace pensar en la trascendencia y pluralidad de los
papeles desempeñados por el Pájaro-Espíritu de los esquimales, que es
el primero en graznar cerca del Polo, en lo más empinado del
continente, hasta aquellas cabezas que volaban con las alas de sus
orejas en el ámbito de la Tierra de Fuego, no se ven sino costas
ornadas de pájaros de madera, pájaros pintados en la piedra, pájaros
dibujados en el suelo -tan grandes que hay que mirarlos desde las
montañas-, en un tornasolado desfile de majestades del aire;
Pájaro-Trueno, Aguila-Rocío, Pájaros-Soles, Cóndores-Mensajeros,
Guacamayos-Bólidos lanzados sobre el vasto Orinoco, zentzontles y
quetzales, todos presididos por la gran triada de las serpientes
emplumadas: Quetzalcóatl, Gucumantz y Culcán... Ya proseguimos la
navegación y cuando se hace arduo el bochorno del mediodía sobre las
aguas amarillas y revueltas señalo a Simón, a la izquierda, la pared
de árboles que cierra la ribera hasta donde alcanza la mirada. Nos
acercamos, y empieza una lenta navegación, en busca de la señal que
marca la entrada del caño de paso. Con la vista fija en los troncos
busco, a la altura del pecho de un hombre que estuviera de pie sobre
el agua, la incisión que dibuja tres V superpuestas verticalmente, en
un signo que pudiera alargarse hasta el infinito. De cuando en cuando
, la voz de Simón, que rema despacio, me interroga. Seguimos más
adelante. Pero pongo tanta atención en mirar, en no dejar de mirar, en
pensar que miro, que al cabo de un momento mis ojos se fatigan de ver
pasar constantemente el mismo tronco. Me asaltan dudas de haber
visto sin darme cuenta; me pregunto si no me habré distraído
durante algunos segundos; mando volver atrás, y sólo encuentro una
mancha clara sobre una corteza o un simple rayo de sol. Simón, siempre
plácido, sigue mis indicaciones sin chistar. La canoa roza los troncos
y tengo, a veces, que apartarla afianzando en un árbol la punta de un
machete. Pero ahora la busca de la señal sobre esa inacabable sucesión
de troncos todos iguales me produce una suerte de mareo. Y me digo,
sin embargo, que el empeño no es absurdo: en ninguno de los troncos ha
aparecido nada semejante a las tres V superpuestas. Ya que existen y
que lo escrito sobre una corteza nunca se borra, habremos de
encontrarlas. Navegamos durante media hora más. Pero he aquí que surge
de la selva un espolón de roca negra, de tan quebrado y singular
dibujo, que de haber llegado hasta aquí la otra vez lo recordaría
ahora. Es evidente que la entrada del cañon ha quedado atrás. Hago
seña a Simón, que hace virar la barca en redondo y empieza a
desnavegar lo navegado. Me imagino que me está mirando con ironía, y
esto me irrita tanto como la propia impaciencia. Por lo mismo, le
vuelvo las espaldas y sigo examinando los troncos. Si he dejado pasar
la señal sin verla, ahora que seguimos la valla vegetal por segunda
vez habré de advertirla por fuerza. Eran dos troncos, erguidos como
las dos jambas de una puerta estrecha. El dintel era de hojas, y a
media altura, sobre el tronco de la izquierda, estaba la marca. Cuando
comenzamos a bogar, el sol nos daba de lleno. Ahora, remando en
sentido inverso, estamos en una sombra que se alarga sobre el agua
cada vez más. Mi angustia crece ante la idea de que caiga la noche
antes de haber hallado lo que busco y tengamos que regresar mañana. El
percance, en sí, no sería grave. Pero ahora me parecería de mal
augurio. Todo ha marchado tan bien últimamente que no quiero aceptar
tan absurdo contratiempo. Simón me sigue considerando con irónica
mansedumbre. Al fin, por decir algo, me señala unos árboles idénticos
a los demás, preguntándome si la entrada no sería por aquí. "Es
posible", le respondo, sabiendo que ahí no hay señal alguna. "Posible
no es palabra de tribunal", comenta el otro, sentencioso, y al punto
caigo sobre una borda de la barca, que ha ido a meterse , de proa, en
una red de lianas. Simón se levanta, toma el botador y lo hunde en el
agua, buscando apoyo en el fondo, para echar la canoa atrás. En aquel
instante, en el segundo que tarda la vara en mojarse, comprendo por
qué no hemos encontrado la señal, ni podremos encontrarla: el botador,
que mide unos tres metros de largo, no encuentra tierra donde
afincarse, y mi compañero tiene que atacar las lianas a machetazos.
Cuando volvemos a bogar y me mira, ve algo tan descompuesto en mi
rostro que acude a mi lado, pensando que me ha ocurrido algo. Yo
recordaba que cuando habíamos estado aquí con el Adelantado, los
remos alcanzaban el fondo en todo momento. Esto quiere decir que
sigue desbordando el río, y que la marca que buscamos está debajo
del agua. Digo a Simón lo que acabo de entender. Riendo me
responde que ya se lo figuraba, pero que "por respeto" no me había
dicho nada, creyendo, además, que al buscar la señal yo tenía en
cuenta el hecho de la creciente. Ahora pregunto, con miedo a la
respuesta, demorando en las palabras, si él cree que pronto habrán
bajado las aguas lo suficiente para que podamos ver la marca como yo
la vi la vez anterior. "Hasta abril o mayo", me responde, poniéndome
en presencia de una realidad sin apelación. Hasta abril o mayo estará
cerrada, pues, para mí, la estrecha puerta de la selva. Me doy cuenta
ahora de que después de haber salido vencedor de la prueba de los
terrores nocturnos, de la prueba de la tempestad, fui sometido a la
prueba decisiva: la tentación de regresar. Ruth, desde otro extremo
del mundo, era quien había despachado los Mandatarios que me hubieran
caído del cielo, una mañana, con sus ojos de cristal amarillo y sus
audífonos colgados del cuello, para decirme que las cosas que me
faltaban para expresarme estaban a sólo tres horas de vuelo. Y yo
había ascendido a las nubes, ante el asombro de los hombres del
Neolítico, para buscar unas resmas de papel, sin sospechar que, en
realidad, iba secuestrado por una mujer misteriosamente advertida de
que sólo los medios extremos le darían una última oportunidad de
tenerme en su terreno. En estos últimos días sentía junto a mí la
presencia de Rosario. A veces, en la noche, creía oír su queda
respiración adormecida. Ahora, ante la señal cubierta y la puerta
cerrada, me parece que esa presencia se aleja. Buscando la resquemante
verdad a través de palabras que mi compañero escucha sin entender, me
digo que la marcha por los caminos excepcionales se emprende
inconcientemente, sin tener la sensación de lo maravilloso en el
instante, sin tener la sensación de lo maravilloso en el instante de
vivirlo: se llega tan lejos, más allá de lo trillado, más allá de lo
repartido, que el hombre, envanecido por los privilegios de lo
descubierto , se siente capaz de repetir la hazaña cuando se lo
proponga -dueño del rumbo negado a los demás-. Un día comete el
irreparable error de desandar lo andado, creyendo que lo excepcional
pueda serlo dos veces, y al regresar encuentra los paisajes
trastocados, los puntos de referencia barridos, en tanto que los
informadores han mudado el semblante... Un ruido de remos me
sobresalta en mi angustia. La selva se está llenando de noche, y las
plagas se espesan, zumbantes, al pie de los árboles. Simón, sin
escucharme más, se ha arrumbado al centro de la corriente, para
regresar más pronto a la antigua mina de los griegos.
Alejo Carpentier Los pasos
perdidos (1953)
..... En Los pasos
perdidos un músico, cuya vida se desliza entre las
adulteraciones y los falsos valores de la civilización,
emprende un viaje al interior de la selva sudamericana en
busca de unos primitivos instrumentos musicales de los
aborígenes. En contacto con la naturaleza virgen y con seres
que viven una existencia bastante elemental, se ve retrotraído
al pasado y al mismo tiempo cree renacer, y siente renovada su
capacidad para emplear más plenamente sus facultades, como la
de amar, por ejemplo. Olvidándose de su teatral esposa y
deshaciéndose de una amante decadente y pervertida, acepta el
amor íntegro y simple que le ofrece Rosario, una morena que se
designa a sí misma, expresando su entrega, "Tu mujer". Pero no
se cortan así de simplemente las cadenas que los atan al mundo
"civilizado".
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