Entre Concón y Santiago, Claudio Bertoni,
escritor, fotógrafo y artista plástico, de vez en cuando
intenta agarrar la realidad a cualquier costo. Tiene cientos de horas
de poemas grabados, guarda fósforos usados, incluso en un tiempo
no botó la basura que barría. Pero él sabe que
la realidad puede quemar.
El punto es darse cuenta de
la precariedad, no racionalizarla, sino sentirla. Eso al poeta Claudio
Bertoni lo sacudió. Lo enfermó. De hecho el libro
que recién acaba de editar, Harakiri, se iba a llamar
Estoy Enfermo. Un extenso poemario centrado en la dolorosa
experiencia de vivir y en el fondo,
del irrevocable y permanente estado de estar al borde de la muerte.
Con domicilio en Concón, Bertoni también tiene un pequeño
departamento en Ñuñoa. Era un desastre, cuenta, pero
con ayuda de familiares ahora no está nada de mal para ser
una vivienda de paso. En todo caso, él no podría haberlo
arreglado, confiesa de entrada. Como Jorge Teillier, parece que Claudio
Bertoni tiene un mal entendido permanente con la esfera diligente
de la vida diaria. Un desacuerdo que lo tiene impresionado y enojado
por el precio de Harakiri, cerca de $12.000. “Nadie lo va a
comprar”, dice; le da vergüenza incluso. Para eso tiene una reunión
con la gente de Cuarto Propio.
Se supone que Bertoni junta de todo, aunque principalmente los desechos.
Hay una exposición famosa de su autoría que se basaba
en zapatos que había devuelto el mar. Cierta disposición
de los elementos, pero no mucho más. En su departamento, sobre
una estufa aun embalada, hay unas cuantas cajas de té que las
encuentra bonitas y las está juntando. No sabe para qué.
Pero ninguna otra cosa arrumada. Salvo por supuesto, sus casetes.
Cientos de casetes.
Horas y horas donde ha depositado toda su obra. Porque Bertoni no
escribe: “la mente es más rápida que la escritura y
más rápida que la voz, pero puedes agarrar más
hablando”. En todo caso, la cosa es descasetear. Un amigo le sacó
un cálculo estadístico y le aseguró que en vida
jamás transcribiría toda su obra. Le gustaría
tener una persona, un amigo, un especie de ayudante, que fuera ordenando
sus creaciones, las cosas que junta y lo que escribe.
La realidad quema
Pero Harakiri lo armó él. Al contrario de Juan
Luis Martínez –que pasó 10 años trabajando en
La Nueva Novela-, Bertoni nunca escribe un libro a la vez.
En realidad, nunca está escribiendo un libro. “Una vez a Parra
le preguntaron por su literatura y él dijo que no escribía
literatura, que escribía su vida. Yo creo que yo estoy más
cerca de eso que Parra. He escrito mi vida no más. Como un
diario de vida”.
Ahora la vida de Bertoni anda bien, pero sentado en un silla que
a modo cojín tiene un saco de dormir celeste arrugado, asegura
que podría "irse a la cresta" en cualquier momento.
De hecho de eso no quiere hablar. Le dijeron que tenía crisis
de pánico, pero él asegura que era algo más.
"La conciencia de la realidad, de la precariedad... la realidad
es quemante".
"Cuando me pasó esto boté montones de cosas, bolsitas,
cositas, boletas... La proliferación... es fregado", dice,
pero no quiere entrar en el tema. El tema está en Harakiri,
300 páginas y casi el mismo número de poemas: minucias
sin importancia, detalles en un lenguaje cotidiano (“en el bar/me
gustaron/mis brazos flacos/de la polera”); interpelaciones desesperadas
(“oye Dios,/ despierta”); miedos fundamentales (“miedo/desde que abro
los ojos/hasta que gracias a dios/los cierro”) y un par de chistes
(“algunas viejas/suben al bus/y lo trasforman/en una ataúd”).
“Leo y leo este libro./No sé si lo estoy leyendo/o me lo
estoy enterrando”, dice el poema que da nombre al libro. Una buena
forma para graficar la herida que habita en la poesía Bertoni,
el dolor a secas de andar vivo.
Pan con mantequilla
“A Bolaño lo tengo como atravesado”, dice Bertoni, refiriéndose
a una encuentro que nunca se concretó entre ambos escritores.
A través de un amigo se enteró que el fallecido autor
de Los Detectives Salvajes quería conocerlo. Antes había
leído con
sorpresa y orgullo, que Roberto Bolaño decía que le
daría el Premio Nacional de Literatura a Diego Maquieira, Armando
Uribe o a él. Pero se murió.
“no news/good news/enciendo la radio murió bolaño”,
dice el poema que le dedicó, el que se encuentra en Harakiri,
flanqueado entre las muertes de Rodrigo Lira, Adolfo Couve y Jorge
Teillier.
Antes que se muriera, circularon mensajes entre ambos. Bertoni leyó
sus novelas y hoy lo considera no sólo el más grande
narrador chileno de la década, sino uno de los puntos más
altos de las letras chilenas. Leyó al pasar también
en un mail que Bolaño le envió al amigo en común,
una frase que le hizo tender un lazo de extraña comunidad.
“Leyendo uno de sus mail, en una frase al pasar, dice ‘yo de repente
me debí haber quedado en Chile comiendo pan con mantequilla’.
Eso me abre un mundo”, dice levantando la voz, enfatizando una vez
más el detalle casi mínimo, casi insulso. Pero es que
Bertoni, ahí vestido con cualquier ropa y cordones de zapatos
de distinto color, se está refiriendo a la humildad y a una
condición distintiva del poeta. Reconoce a uno de los suyos.
“Obviamente hay una manera de funcionar (para escribir poesía).
Obviamente no hay un colegio ni una clave. Hay una manera de funcionar,
que tiene que ver con el riesgo, con una herida”, explica atarantado,
sin encontrar las palabras justas. “No se trata de ser curado y drogadicto”,
contrapone y remata diciendo, “yo creo que hay maneras de vivir que
te inhabilitan para escribir poesía”. Formas académicas
básicamente, dirá sin nombrar a nadie.
“Tiene que haber una herida, una fatalidad”, dice también,
y se corrige apuntando que antes que se tiene que dar una combinación
de talento y circunstancias para escribir. “Es verdad, lo que existe
es la obra, los libros. Los poemas, las palabras. Está lleno
de gueones que tienen vidas inenarrables”, dice después.
- Pero entonces, ¿qué
es la poesía?
- La poesía es un imponderable -dice tras unos segundos citando
a Joyce, ante la falta de definición propia, y agrega:
-Es un asunto que está en todas partes. Puede estar en una
puerta... es muy difícil de atrapar... La realidad es absolutamente...
jamás las vas a alcanzar, jamás las palabras van a tomar
la realidad. Pero la poesía es uno de los lenguajes que más
se dedica a eso. Salvan la vida.
“El presente es perpetuo. Siempre hay presente. Siempre es presente.
Siempre estás. O estás recibiendo un premio o me están
asaltando o voy en la liebre mirando la calle. Siempre estás
ahí, esa es tu vida siempre”, enumera después un poco
desesperado, tratando de definir entonces la materia o substancia
de su propia poesía. De ese poema interminable que ya no puede
distinguir de su conciencia y a modo de ejemplo saca un poema típico
de su obra mirando por la ventana.
Estoy tomando un café en un lugar y no viene la niña
a atenderme luego
y yo le pido a una que está un poco distraída
después viene otra que me toca súper suave la
espalda
y me dice que ya está hirviendo.
Me habría gustado, para darle mejor propina,
que a la niña que me tocó suavemente,
haberle pedido a ella el café y no a la otra
“Todos piensan en la vida de Jesucristo y piensan la crucifixión.
Yo pienso que el gueón en algún momento se debe haber
metido el dedo en la nariz. O se arregló la chala o habrá
echado una puteá”, dice en una especie de definición
de estilo.
Ligero de equipaje
Lo que pasa es que Bertoni no quiere perder nada. Al contrario de
sacar las fotos en el momento exacto, la toma “entre los momentos”.
Tiene cientos de horas grabadas de poemas, incluso más de una
novela. Estuvo a punto de botarlo todo cuando la realidad estuvo quemándolo,
pinto su casa de Concón blanca, pero ya volvió a coleccionar
cosas.
Llegó a guardar la basura que barría. Ahora, además
de las cajas de té, no está botando las bolsas de la
leche que toma (extra calcio Soprole); los boletos de micro (“han
vuelto a salir bonitos”); las botellas de Cachantún y los fósforos
quemados.
“Tengo el impulso... en el fondo yo soy un gueón terriblemente
tacaño, terriblemente avaro. No quiero perder nada. No quiero
perder es no querer perder la realidad”, explica finalmente en un
arranque, que quizá defina, desde un ángulo todo su
quehacer artístico. Un quehacer que un intento desesperado
por aprehender el suceder, acumula y prolifera. Pese a todo, Bertoni
está conciente de la imposibilidad.
“Hay que dejarse de guevás. Hay que andar ligero de equipaje.
En diez minutos, en dos minutos, puede quedar la zorra”.
HARAKIRI, Poemas
1990
estoy en problemas
esto es insoportable o casi
me falta gritar corriendo alrededor de la casa
¿no se dan cuenta?
¿no ven mi barba?
¿no ven mi ropa?
soy un náufrago
¿nadie
quiere ser la brizna
de la hierba
a que me aferro?
terminaré dándole la mano a cualquiera
tocándole la mano a cualquiera
tendiéndole la mano a cualquiera
¡Oxígeno!
Sobre todo
Sobre todo quisiera morir en paz
no estar enojado con la muerte
no estar sobre todo asustado
no hacerle la resistencia
no tenerla entre ceja y ceja
no desprestigiarla
no mal mirarla
no desconocerla
no ignorarla
no alejarla
no aislarla
no abrumarla
no culparla
Silencio
Si pudiéramos escuchar por un instante ese silencio
nos levantaríamos de la cama
saldríamos de una mujer
quedaríamos penetrados
y marcharíamos blancos sin sangre
como un desnudo de Paul Devaux
Al cementerio
peinarse, tomar en brazos,
sonarse, lavarse
las manos, los oídos, la
cara, las narices.
Toser, bostezar, rascarse
la oreja, pestañear,
pagar, recibir, dar,
pedir la cuenta, subir
en ascensor, prender
la radio,
peinarse,
lavarse a cabeza,
mirarse, tropezarse,
peinarse otra vez,
sacarse una mugre del
ojo, sacarse una pestaña
del ojo, saludar, pedarse,
cruzar.
Yo
La ilusión del yo
y la ilusión
-la más ilusoria de todas-
de terminar con la ilusión del yo.
Estoy enfermo
estoy enfermo
me turbo más
y me siento peor todavía
me tomo una cerveza tibia
me siento peor todavía
el día está tibio
me siento peor todavía
voy a la bolsa de comercio a cobrar un dividendo de Endesa
y me siento peor todavía
voy al banco de Crédito e Inversiones
a cobrar un cheque de 5315
de la plata de los remedios para la Macarena
que le presté a Bruno ayer y
me siento peor todavía.
Sentado en este bar
a las doce del día
me siento bien en
Salvador con Irarrázabal.
Nadie más
los dedos
de la música
tocan a Dios.
nadie más.
Te prefiero Cioran
te prefiero Cioran a W con sus ritmos de la fe con sus
teólogos de Ochagavía con su monasterio en Chiloé
con su gomero en la oficina y su dolor fecundo
te prefiero con tu canica rota con tu Malva rota con
tu ropa rota con tu cabeza rota con su virgen rota
con tu fe rota con tu risa rota con tu mandíbula rota
te prefiero a los libros de W y a su desierto y a su
Ignacio de Loyola y a la felicidad conyugal y a su
estadía en Putre con el actual subsecretario del
interior y a su visión de la pobreza en los ojos
de un arzobispo rural
te prefiero Cioran con su salvación en la locura te
prefiero a su cordura te prefiero a su asesoría
empresarial gubernamental y te prefiero a su
asesoría privada y también empresarial
te prefiero a la calma de W a sus retiros espirituales
y a su vía crucis en auto y en avión y en oficinas
alfombradas y en pasillos alfombrados y en viandas
suculentas y en seminarios en Macao y Luxemburgo
te prefiero a la religión te prefiero a la teología
te
prefiero a todo ese cansancio te prefiero a todo ese
salto a todo ese arabesco a todo ese miedo a todo
ese intento a toda esa obsesión a toda esa locura a
toda esa endiablada a toda esa incansable locura.
Sábado 19/11/94
Sin embargo
es tan rico estar vivo
tan maravillosamente
delicioso:
mirar un edificio
mirar una muralla
mirar un pantalón.
Harakiri, Editorial Cuarto Propio.
2004
Claudio Bertoni