Bertoni volvió con "Harakiri".
Con más muerte y enfermedad que jovencitas buenamozas. El poeta
de Concón se acerca a los sesenta con ensayos de Simone Weil
en su velador y algo de monje en su actitud. Un monje nada casto,
pero sano y que sólo toma vino por los radicales libres, porque
si abusa, le viene la migraña.
Es feo decirlo, pero las cincuenta lucas no sorprenden. La intención
de Bertoni al dar la cifra invertida para construir su vivienda en
Concón encaja exacto con las cuentas que uno se hace al ojo.
Era el año 80, cuando el poeta y fotógrafo construyó
al lado de la casa de sus padres un sitio para estar solo. Hacía
cuatro años que había retornado desde Londres. Llegó
pese a que su madre le dijo que se quedara en Europa. Para muchos
eran más bien tiempos de emigrar que de decidir fijar residencia
en Chile, y si ya se estaba fuera ¿para qué volver?
Pero Bertoni no hizo caso y explica la decisión argumentando
que no se vino a Chile, "yo me vine a Concón, que no es
lo mismo".
Bertoni está a unos pasos de convertirse en personaje. Su
nombre - como sucede en estos casos- suscita imágenes mezcladas
con leyendas y datos automáticos. Basta invocarlo en frente
del interlocutor correcto y saltan los hitos: vive solo, jugó
pimpón con Henry Miller, fue parte de la Tribu No!, de fluxus,
conoció a Cortázar, fue hippie cuando había que
serlo y le gustan las jóvenes buenamozas ("o las minas
ricas"). Es el Bertoni que habla divertido, que remata las frases
con un garabato amigable, que duda mucho antes de afirmar algo tajantemente
porque le gustan las precisiones, y precisar es un asunto complicado.
Y es que la realidad es un tema que le duele, y como Bertoni es lúcido,
la cosa peligra y se puede ir a negro. Ya le sucedió una vez
y toca madera para que no le suceda de nuevo.
El fantasma de Fonasa
Bertoni usa el humor. Es su herramienta. Así diluye lo jodida
que es la realidad "el humor da flexibilidad". De hecho,
cuando hace seis años estuvo muy enfermo - un asunto del que
no quiere hablar, pero que le marcó a fuego la sigla Fonasa-
parte de sus dolencias se las atribuye a un estado de lucidez más
allá de lo normal. Harakiri es de alguna manera tributario
de ese episodio. Es su último libro, en el que la enfermedad,
Dios y la muerte tienen un lugar de privilegio.
- En "Harakiri" haces constante referencia a dos mujeres
bastante especiales: Susan Sontag y Simone Weil, ¿por qué?
"Hay algo curioso ahí. Creo que la primera vez que
escuché mentar a la Simone Weil fue en el ensayo de la Susan
Sontag Contra la interpretación. Después la vi en Diario
Argentino de Gombrowicz. Obviamente, me gustó el ensayo, pero
más la persona que traslucía. Los dos primeros libros
de ella los encontré en una librería de viejo en Tajamar.
Allí la descubrí. De hecho, ahora es mucho más
importante para mí la Simone Weil que la Susan Sontag. Es una
persona de una inteligencia increíble, de una sensibilidad
fuera de serie, es una mística. Es una franco-judía
que tuvo una conversión, y a mí siempre me han llamado
la atención las conversiones. Simone de judía se transforma
en cristiana, aunque nunca quiso ser católica. En un libro
lindísimo que se llama Cartas religiosas explica los
puntos que la hacen rechazar el bautizo formal, y ella lo hace con
su inteligencia, que es como un bisturí".
- Y tú ¿fuiste católico en algún momento?
"Claro, estuve doce años en el Liceo Alemán..."
- Pero eso no significa mucho....
"Olvídate, no había ningún pendejo que
no fuera católico. De todos mis compañeros, el 99 por
ciento siguieron en eso. Sólo algunos otros compañeros
y yo a eso de los 14 o 15 años nos pusimos a pensar y nos pusimos
comecuras, socialmente revolucionarios, comunistas y todo eso. Para
mí se acabó eso de que Jesús sea el hijo de Dios
y padre de todo este universo. Hay un texto de Simone Weil que yo
puse como poema en Harakiri, en el que ella enumera los horrores
psicológicos y fisiológicos del que nosotros somos la
hipotética presa todo el tiempo, y se pregunta por qué
venir a dar a esta vida, esta huevada horrenda de dolor, y concluye
que todo esto es el amor a Dios, y ese es un Dios que me hace sentido.
Meister Eckhart lo dice súper clarito, más clarito,
pero más corto: todo lo que hay es de él. Porque es
un ser absolutamente ininteligible. La Simone Weil dice que la razón
sirve para barrer un poco. Por eso yo no creo en la teología..."
- ¿Siempre hubo este Bertoni místico?
"Es que yo no sé lo que significa 'místico'.
He leído tanto acerca de eso y es tantas cosas a la vez. Hay
palabras en las que cabe todo. La gente dice misticismo y piensa en
los curas..."
- ¿Y en qué piensas tú cuando dices místico?
"En la Simone Weil, en San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila,
en el monje tibetano Milarepa y en los sufíes, ponte tú.
En eso pienso y sobre todo en Meister Eckhart. El misticismo es la
experiencia de Dios, y bueno, eso de "la experiencia de Dios"
da para cualquier cosa".
- ¿Cuándo comenzó la inquietud religiosa?
"Me acuerdo en el colegio. Teníamos de profesor de
religión a un cura de mierda. Un gallo realmente desagradable.
No era una mala persona, pero era un tipo poquísimamente inspirado.
A pesar de él recuerdo haber salido de muchas clases de religión
realmente intrigado, con una sensación -no digamos agradable-
sino que no normal. Pero con lo que más puedo relacionar el
misticismo es a una cosa más concreta. Caundo volví
de Europa me acuerdo que compré La vida silenciosa de
Thomas Merton. Son las reglas de la vida en un convento cisterciense.
La vida sistemática de un solitario, un solitario acompañado.
Para mis amigos podría haber sido un libro acerca de un cura
latoso no haciendo nada. Ese libro me hizo bien. Por primera vez empecé
a pensar más sistemáticamente la cosa de estar más
solo".
El vacío y el vientre
- Cuesta calzar la historia más o menos conocida de Bertoni
que a tantos les gusta: beatnik, Miller, jazz y chicas lindas con
sensibilidad religiosa.
"Bueno, Pancho Rivera, una de las personas de ese grupo de
los 60, ahora es evangélico y tiene una tremenda iglesia en
Vitacura. A él no lo veo hace mucho tiempo, y sería
muy difícil hablar con él porque no es mi Dios el Dios
de él. Pero a nosotros nos gustó mucho San Juan de la
Cruz y Teresa de Ávila. El misticismo de San Juan es muy oriental,
los orientales que viven en Occidente siempre encuentran analogía
entre su misticismo, el de San Juan de la Cruz y el de Meister Eckardt.
Aquí siempre meditan la Pasión de Cristo, las llagas
y toda la huevada, en cambio la meditación de San Juan es NADA.
Ellos creen en el vacío, que no es lo mismo que para nosotros.
Para nosotros la nada es sartreana, es la náusea. Para ellos
es otra cosa. Una vez escuché a Francisco Varela decir que
la palabra principal del budismo es Sunyatá que es el vacío,
y esa vez Varela dijo que el Sunyatá en sánscrito es
el vientre. Lo que hace un sentido enorme. El vientre combado hermoso
de una mujer es un vacío, pero es un vientre. Es un vacío
pleno. Yo a Varela le creo, y le creo mucho".
- ¿Qué estás leyendo ahora?
"Narrativa no leo hace mucho tiempo. Leí unas cosas
de Bolaño para darme cuenta si era tan bueno como decían
y encontré que sí. Si vemos ahora los libros que tengo
al lado de la cama, claro que hay poesía, pero hay un libro
de Simone Weil, hay un diccionario religioso, y ensayos de Cioran,
que estaba muy interesado con las religiones. Él había
caído en trance con los santos, los increpa eso sí,
los insulta... bueno, no tanto".
- ¿Eres tú quien menos ha cambiado desde los 60,
el más hippie de todos?
"Es que esa palabra es fregada. Nunca me he considerado un hippie.
Ése fue un tiempo bonito, pasaron cosas buenas y malas... Lo
que pasa es que yo me he manejado de alguna manera para tener todo
el tiempo para mí. Me despierto, voy, vuelvo, camino, miro
para fuera. Tengo todo el tiempo para mí y ése es un
regalo que no te puedes imaginar. A veces, cuando estoy bien, no hago
nada. Pero hay que estar sano".
- Pero sin embargo, en "Harakiri" parece que te pesa
mucho lo cotidiano...
"Es que el 'pero' es la enfermedad. Yo tuve un 'asunto' el
año 98 de lo que no voy a hablar porque si lo hablo, lo traigo.
Estuve con psiquiatra y con una pila de pastillas cuando lo más
heavy que tomaba era una aspirina. Fue duro. Yo había
creado un nido y ese nido se había llenado de fantasmas. Era
invivible. Por eso yo admiro a los estoicos y a los cínicos
para los que el sacramento -ellos no usaban esa palabra huevona por
supuesto- es la autarquía, depender de mí mismo. Y en
el momento en que yo cago, termino donde mi hermana y donde padre.
Me gustaría ser un Diógenes, que si cago, cago solo.
Yo hablo de Fonasa en el libro, porque para mí eso es un asunto
importante. Por eso digo que un país civilizado es un país
que tiene medicina asegurada. En un país civilizado no se tragan
la plata que tengo, no se tragan la plata de mi familia, pero eso
no es la realidad".
- Eso que te pasó y de lo que no quieres hablar lo asimilas
al cáncer en "Harakiri".
"El cáncer es una metáfora de los males. El
cáncer es una bolita de dulce comparado con lo que me pasó".
- ¿Por eso aparece la Sontag en tu libro?
"Claro, porque en La enfermedad como metáfora la tesis
de ella es contraria a la tesis de muchos que dicen que uno 'se hace'
el cáncer. Sontag dice medio irónica que no solamente
te dicen que tienes cáncer, sino que tú mismo te lo
fabricaste, mira que son huevones. Te quedaste solo, estás
sufriendo, quieres tener hijos y no puedes y encima te haces un cáncer.
Son chivas, o al menos la tesis de Sontag es que son chivas. Yo uso
el cáncer sobre todo para metáfora. Porque la variedad
de enfermedades y horrores que te pueden venir es muy grande. Basta
agarrar un libro de medicina para darse cuenta".
- Hay dos poemas tuyos que son como dos polos. Uno muy corto dice
"Despierto/abro mis dos heridas" y el otro que se llama
"Sin embargo", y empieza con "es tan rico estar vivo/tan
maravillosamente delicioso...".
"Hay un poema lindísimo de un autor de haikú,
Kobayashi Issa, que dice "Este mundo de rocío/Podrá
ser de rocío/Sin embargo, sin embargo". Él es budista
y dice que toda nuestra vida secular es un 'sin embargo' que son desde
los malos ratos pequeñísimos hasta los enormes como
la pérdida de un hijo. La vida cotidiana es eso. La enfermedad
es lo que te liquida".
- En una crítica a tu obra se decía lo difícil
que es inscribirte en una tradición...
"Si yo me pusiera a pensar y analizar lo que hago... Está
el budismo Zen, los románticos alemanes, Diógenes de
Sinope, los estoicos, Montaigne, los taoístas. Marguerite Yourcenar
decía que el más hermoso taoísta que había
en Occidente era Montaigne, yo no sabía eso. El libro de los
libros para mí es el Tao Te Ching, creo que es el libro más
sabio que he leído en mi vida, y si yo tuviera hijos haría
que lo leyeran. Creo ser más dionisíaco que apolíneo,
pero sólo lo noto cuando me pongo a pensar en eso. Nunca me
he planteado a priori ningún asunto. Ahora que tengo casi sesenta
años me doy cuenta cómo funciono, y he funcionado intuitivamente
respecto de todo. Escribo porque lo necesito. Si me pasa algo, veo
una mujer hermosa, voy y lo escribo. Sueño con ella y lo escribo,
sueño que mi mamá se murió y lo escribo: Me deshago
de las agresiones de la vida escribiendo: no tengo el problema de
la hoja en blanco porque siempre me acerco a una hoja para decir algo.
La realidad te hiere de alguna manera, y entonces mi manera de defenderme
de eso fue escribir y hacer fotos".
Los perdedores
- ¿Tienes alguna frustración?
Mi frustración es la música, es lo más intenso.
Si yo tuviera que decirle a un marciano qué es lo más
increíble que hay en la Tierra, el golpe más fuerte,
la composicion más indestructible, le diría que la música.
Más que la poesía, más que todo esto junto. Cioran
señala 'Dios me dice cometiste el oprobio de no ser músico',
para mí es más cabrón porque no es que yo fuese
un melómano sin talento, yo fui músico".
- Te gusta mucho la ética del 'loser', del perdedor o te
sientes bien ahí...
"Es que no es que me guste. Es una cuestión que tiene
que ver con la realidad. Yo miro la realidad y si tuviera que hacer
una lista de las personas más relevantes en la historia de
la humanidad el 99 por ciento serían perdedores. Sin ninguna
duda, para mí los loser, sin la mínima duda, son los
absolutos winner. Un montón de giles que han arado la
tierra, que han sufrido como animales y nadie sabe de ellos y que
son unas bellísimas personas. Esos huevones no están
en la tele, ni en ninguna parte. Y si aparecen ahora, como Van Gogh,
es porque se había muerto hace no sé cuánto y
sus cuadros lo usaban para tapar un gallinero".
Claudio Bertoni Nació en Santiago en 1946, estudió
Filosofía en la Universidad de Chile. Durante los sesenta formó
el grupo literarioTribu No! junto a Cecilia Vicuña, su pareja
de entonces. Músico de jazz, fue miembro del grupo "Fusión",
que se cuenta como la primera experiencia de jazz rock chileno. Como
fotógrafo, su primera exposición fue en Londres, en
donde vivió entre 1973 y 1976, año en que se radicó
en Concón. Hasta la fecha sus fotos han sido expuestas en Alemania,
Estados Unidos, Portugal, España y Holanda. En 1973 publicó
"El cansador intrabajable", su primer libro. Luego vendrían
"De vez en cuando", y "Jóvenes buenasmozas".
"Harakiri" es su noveno libro de poesía.
FICHA
CLAUDIO BERTONI
"Harakiri". Editorial Cuarto Propio, Santiago, 324 páginas.
Imagen: Dig. sobre una fotografía de Carla
Ramirez