Algo temeroso ante los efectos del paso del tiempo, el cincuentón
autor entrega un poemario en el que explora asuntos como la muerte,
el deseo, la vejez y la enfermedad.
Si Claudio Bertoni no hubiera corrido la negra suerte de perder,
hace un tiempo, un número considerable de manuscritos de poemas,
su nueva obra, “Harakiri” (recién publicada por Editorial
Cuarto Propio), tendría más de cuatrocientas páginas
en vez de las 313 con que finalmente fue editada.
“Me robaron los borradores. Fui a hablar por teléfono en la
calle Valparaíso (en Viña del Mar), salí, caché
los motes, volví corriendo y ya no estaban. Era una carpeta
amarilla que nunca recuperé y lo único que me faltaba
era dormir con ella, porque la andaba trayendo para todos lados. Por
eso digo que este libro es un libro lisiado”, explica el escritor
y fotógrafo.
Autor de poemarios como “El cansador intrabajable”, “De
vez en cuando” y “Jóvenes buenas mozas”, este escritor
de 58 años que reside en Concón y aparece por Santiago
de vez en cuando presenta, en su más reciente publicación,
versos inspirados por temas como el deseo, la vejez y la enfermedad,
y por el recuerdo de artistas ya muertos, entre ellos Roberto Matta,
el Gato Alquinta, Rodrigo Lira y Jorge Teillier.
“A Rodrigo y a Jorge los conocí, son poetas y habitan un mundo
distinto, porque en este mundo casi no ocupan ningún lugar.
Cuando murió Jorge, no apareció en ninguna portada y
si las cosas fueran como deberían ser, en vez de haber salido
el Chino Ríos o Bam Bam Zamorano, que no tengo nada en contra
de ellos, debería haber salido Jorge, porque sin duda es más
valioso. Si viene un marciano y quiere saber algo de la Tierra, yo
lo haría hablar con Teillier, no con Zamorano”, comenta.
-¿Con Teillier quedaría mejor enterado?
-Claro, el huevón lo ubicaría mejor respecto
de lo que pasa acá, sin la más mínima duda. Los
poetas y los filósofos son los mejores testigos de lo que realmente
sucede aquí.
-Supongo que si conversara con usted también
sabría más de la Tierra, aunque tendría una visión
bastante pesimista.
-Sí. Yo creo que tengo una visión más
amplia y soy cualquier cosa, menos optimista. No es que la vida sea
mala. La mala vida es mala y ahora la mala vida está a mil
por hora, debido a la tecnología. En el medioevo no había
televisión, no pasaba que el 75 por ciento de los chilenos
estuviera mirando a Kike Morandé.
-A propósito, uno de los poemas de “Harakiri”
dice: “En/ la tele/ sí que se/ sufre”.
-Es un chiste y es verdad. En la tele hay ambigüedad, porque
salen huevadas atroces, mientras cientos de programas son la Isla
de la Fantasía. Yo tengo tele en la playa y me ha ayudado harto,
porque llegó un momento en que tenía que distraer la
cabeza y en parte me compré la tele para eso y me ha funcionado.
Un amigo que se suicidió, que no voy a decir quién es,
se compró la tele y fue feliz un tiempo, pero después
cagó de todas maneras y se mató.
-¿A qué se debe la abrumadora presencia
de poemas relativos a la enfermedad y la muerte?
-La palabra principal en esta respuesta es depende, porque
todo depende de lo que te haya pasado y de tus inclinaciones genéticas.
También es por la edad, porque yo no estaba así a los
25 años. A mí, la muerte me apareció a los 30
años, cuando murió mi abuelo, y con la vejez me pasa
un poco lo que dice Cioran, que es el precio que uno paga por la vida.
Siempre he tenido conciencia de nuestra fragilidad, tanto fisiológica
como sicológica, y se profundizó el 98, cuando paré
en un psiquiátrico. Lo más heavy que me había
tomado era una aspirina y me tuve que medicar y todo, porque estaba
realmente mal.
-¿Qué tenía?
-Estaba enfermo de todo. Era muy difícil estar vivo,
en realidad. Todo me asustaba de una manera absolutamente atroz, no
podía entrar a los supermercados y me tenía que bajar
de las micros por las caras que tenían algunos. Había
un cuento tan claro en la mirada de ciertas personas, que era intolerable.
Era como una exacerbación de la certeza de nuestra precariedad.
-Crisis de pánico.
-Sí, pero es que las crisis de pánico son más
acotadas. Era, sobre todo, una sensación de desamparo absolutamente
inexpresable. El paso del tiempo, en general, deja ver cuál
es la condición de los seres humanos. Y eso que tengo absoluta
conciencia de que mi vida ha sido un paseo por el parque comparada
con la de algunos seres.
-En otro poema, envidia a una anciana que tiene
dinero para pagar una enfermera.
-Es cierto. Cuando me venga el infarto o el trombo al cerebro
y caiga en un hospital, si supiera que me van a llevar a un lugar
donde no me van chupar la poca plata que tengo, estaría tranquilo.
La decrepitud puede ser muy infernal. Hay que cruzar los dedos para
que no te pase lo peor. Eso es lo que más me caga la siquis,
actualmente. Todo es buena o mala cueva y yo espero tener buena cueva.
-Pero usted eligió una vida desprovista.
-Absolutamente. Por eso mis primeros ídolos occidentales
fueron unos huevones posteriores a Sócrates, los cínicos.
El norte de estos gallos era la autarquía: ser dueño
de uno, funcionar con nada. Diógenes, por ejemplo, vivía
en un tonel en Atenas. Llegó Alejandro Magno, que era el dueño
del mundo en ese tiempo, y como le habían hablado de este filósofo
fue a mandarse las partes con él. “¿Qué puedo
hacer por ti?”, le preguntó. “Hazte a un lado, que estás
tapando el sol”, le respondió Diógenes.
-¿Y a qué se refiere con “Huevear
un rato no cuesta nada./ Lo difícil es huevear toda la vida”?
-Ese poema me encanta. No hacer nada es una huevada extraordinariamente
difícil. Los profesionales en no hacer nada son los monjes,
que tienen el tiempo absolutamente arreglado. Con el ocio es muy fácil
irse al chancho, porque uno es responsable de cada segundo. Es difícil
depender de ti exclusivamente, siempre. Huevear, en el fondo, es hacerlo
bien.
Con la lengua afuera
“No existe nada en el mundo que me guste más que la música
y las minas”, comenta Claudio Bertoni, quien, como los lectores informados
saben, ha reflejado su inmensa pasión por las féminas
en su obra literaria y en sus fotografías.
En “Harakiri” también hay ejemplos de esa afición,
sobre todo en el desesperado poema “59”: “(mendigo sexual)./ una ayudita
por favor/ una tetita/ una zorrita un culito/ una corridita de mano/
lo que sea/ una ayudita por favor”.
“Todos los días veo a diez mujeres a las que me encantaría
darles un besito y mirar un rato, y no pasa. Creo que dos veces en
mi vida le he hablado a una mujer en la calle. Por eso les hago fotos
y escribo de ellas”, confiesa.
-¿Su debilidad son las jóvenes?
-Déjate de huevadas, son la debilidad del género.
No se puede generalizar, en realidad, es una cuestión caso
a caso. Hace dos semanas vi a una señora que debe haber tenido
más de 60 años y yo estaba con la lengua hasta las rodillas.
Si le hubiera dado un beso me habría muerto.
Foto: Abraham Márquez