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Claudio Bertoni

"Harakiri"


Por Rodrigo Pinto
El Sábado, 21 de agosto de 2004.


Claudio Bertoni, 1946, santiaguino de nacimiento y conconino por adopción, tiene una amplia trayectoria en diversos menesteres artísticos, fotografía, plástica y poesía, por lo menos; en las dos primeras áreas es dueño de un registro de gran amplitud y variedad, que va desde el desnudo hasta una muestra de zapatos encontrados en las playas de Chile.

Su poesía ha seguido un ritmo irregular. Trece años pasaron entre El cansador intrabajable I (1973), publicado en Inglaterra, y El cansador intrabajable II (1986); pero entre 1990 y el presente año ha publicado otros siete libros de poemas, la mayor parte breves y contundentes. Sin duda, Sentado en la cuneta (1990) y Una carta (1999) son, hasta ahora, sus mejores libros.

Harakirí se empina sobre las 300 páginas, cosa rara -única, mejor dicho- en la bibliografía de este poeta, aunque, por lo demás, continúa la temática omnipresente en sus obras: la biografía, las mujeres, el sexo y, crecientemente, la vejez, la enfermedad y la muerte, acusando una deriva existencialista cada vez más pronunciada (véase, por ejemplo, el poema "Solo": "Sólo/espero/que morir/sea descansar").

Bertoni, se diría, no se limita a la hora de mostrarse, pero no puede tampoco ser tildado de exhibicionista: hace poesía de la circunstancia, de su circunstancia, de sus años, de sus recuerdos, de su mirada. Porque, como fotógrafo y artista plástico que es, el ojo tiene mucha importancia también en su poesía, aunque en este libro la mirada se vuelve más bien hacia el interior. Y el intento es más bien frustrante para el lector aficionado al retruécano, al epigrama, a la saludable falta de autocensura de un poeta irreverente que aquí abusa de las repeticiones y delata, quizá sobre todo, la falta de trabajo sobre sus propios textos. Cuando dialoga con Cioran, la voz suena como impostada; cuando escribe variaciones sobre la muerte, la ausencia o la inexistencia de Dios, no escandaliza a nadie; cuando insiste una y otra vez en el cansancio, la fatiga, el hastío y la inminencia del fin, suena, en fin, cansado, pero en modo alguno angustiado por el misterio que ahí no alcanza a enunciarse. Tiene, de todas maneras, aciertos; nadie ha negado jamás la autenticidad, originalidad y sentido de lo coloquial de Bertoni, que aquí asoma a ratos, como destellos del poeta que se tomaba menos en serio que ahora o, dicho más propiamente, que ponía más distancia entre sí y su escritura. A este Bertoni le falta reírse más de sí mismo o quizá llorar abiertamente, sin mediaciones, tal como en Sentado en la cuneta evocaba de manera tan lograda sus años juveniles. Y le falta, como está dicho, más trabajo o, si uno se atiene al título de sus primeros libros, simplemente más inspiración.


 

 


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Claudio Bertoni: "Harakiri",
por Rodrigo Pinto,
Fuente: El Sábado,
21 de agosto de 2004.