LAS
MUSAS, de Cristián Barros
LA
ARENA DEL RELATO
Escrito
por Carlos Labbé
Sobrelibros.cl lunes, 27 de noviembre de 2006
A propósito del sentido de levedad con que
el océano, la montaña o la duna del desierto suelen responderle
a uno, sobre todo cuando se está tan seguro de estar diciendo algo muy
importante -que de eso se trata Las musas, de Cristián Barros-,
varias veces me he encontrado en la calle con un niño que inexplicablemente
tiene mi misma cara, con un anciano que camina como yo o con algún tipo
que tiene una voz parecida a la mía. En ese momento le he transmitido mi
impresión a la persona que me acompaña y ella me responde que no,
que no encuentra tal parecido. Entonces intento explicarme esa sensación
con la presencia de algún espejo mal forjado en la puerta de alguna
casa de mi infancia, con la distorsión auditiva originada por los defectos
de mis propias cuerdas vocales, con la falsa idea del envejecimiento propia de
la juventud. Y a medida que se alarga tal explicación voy perdiendo ese
incomprensible rasgo que por un segundo relacionó a esos extraños
conmigo, hasta perder por completo la relación. El relato. Así empiezan
las ganas de contar: creo que esta cosa y otra muy diferente tienen algo en común,
pero no hay manera de argumentar eso si no es por medio de una historia. La falta
de relación hace al relato. En la novela de Barros son tres las imágenes
y una sola esa sensación que pierde el nombre -"inocencia", "espectáculo
primitivo", balbucea el narrador antes de empezar a decir palabras grandilocuentes-:
una duna azotada por el viento, un niño muy chico que descubre cómo
su madre no es la única persona en el mundo, un grupo de hombres que sólo
se puede relacionar entre sí y con su entorno a través de la beligerancia.
Cuando pasan las páginas y la lectura quiere que se pierda por
completo en la memoria la relación que alguna vez se pudo establecer entre
las diferentes imágenes que componían el relato, es usual que una
novela abigarrada como Las musas dé paso a la alegoría. La
explicación más evanescente -como un país importa nada en
la historia del planeta Tierra- es la alegoría nacional, que paradójicamente
es más utilizada en cátedras, libros, tesis, artículos e
informes académicos -algunos de los cuales se suponen escritos para perdurar-
a medida que va reduciendo las posibilidades de entender un libro por medio de
un artificial cálculo de relaciones directas entre significados accidentales
y significantes impresos: sea la duna de Las musas al terruño como
el niño muy chico al chileno, la madre a los pueblos originarios y los
hombres beligerantes, por supuesto, al invasor español (u otra nación
colonizadora). Además de ridícula en estos términos -y en
cualquier otro-, la interpretación señalada no es una alegoría
propiamente tal, sino una fallida metáfora de la lectura de Las musas,
en cuanto fantasea con establecer una relación pero no es capaz de preguntarse
cómo se dice, cómo es pronunciado
el problema de la pérdida de sentido entre la duna, el niño, la
madre y los hombres, problema que es la explicación y el relato en sí
mismo: en una narración así -que se satisface de recurrir al diccionario,
de apelar empalagosamente al lector y de fragmentar la presentación de
los hechos- hay una voluntad de contar con particularidad lingüística
una anécdota que padece de universalidad -y que por ello corre el riesgo
de convertirse en Historia-, para reproducir en todos sus niveles la paradoja
proustiana de que sobre la propia infancia no se puede escribir sino la imposibilidad
de escribir sobre la propia infancia.
O la paradoja con que Walter Benjamin
define alegoría en El origen del drama barroco alemán: el
escritor sólo puede anotar el pasado como un arquitecto pobre sólo
puede construir un edificio con material de deshecho. De las ruinas sólo
se puede hablar con ruinas; aunque en Las musas la imaginación del
niño protagonista convierte a su madre en nueve poderosas mujeres de la
mitología griega, sólo él tendrá que decidir cuando
crezca si lucha con otros hombres por un puesto en la ruidosa nación o
se destierra a observar en silencio cómo la duna va cambiando según
el viento hasta que finalmente los granos de arena cubran por completo su cuerpo.
LAS MUSAS.
Cristián Barros.
Editorial Alfaguara. Santiago,
2006.