Sobre
"No faltaba más", de Claudio Bertoni:
El placer
de respirar
Por
Grínor Rojo
Artes y Letras de El
Mercurio. Domingo 20 de noviembre de 2005
Vivir para y por la vida es la experiencia
que alimenta el último libro de Claudio Bertoni: "No faltaba
más" (Editorial Cuarto Propio).
Vivir a la flor del berro, no por esto ni para esto,
sino por y para la vida, haciendo de la vida misma su única
justificación, he ahí la experiencia que alimenta No
faltaba más, el libro de Claudio Bertoni que comento
esta semana. Compuesto de cinco secciones, la quinta es explícita
al respecto: "ya sea que andemos haciendo el amor/ recibiendo
el gordo de la lotería/ o recibiendo una dosis de morfina o
heroína/ el placer más grande de todos/ es sin duda
respirar". Respirar, estar ahí, ser y nada más
que ser. Es esta de Bertoni una apuesta al mínimo absoluto,
a la más grande modestia en cuanto al alcance de las aspiraciones
humanas, una decisión de vivir al ras del suelo, como quien
dice. Desconfianza en la bondad de las grandes propuestas y los grandes
proyectos (no quiero hablar de la crisis de los "grandes relatos",
como hace alguna gente que anda por ahí), y confianza en cambio
en la plenitud de lo circunscrito y efímero, que bien puede
reducirse a lo que dura una pieza de jazz, preferentemente de los
clásicos, Parker, Monk, Davis, aunque también haya ahí
lugar para alguien como Van Morrison, cuya música "es
un entrevardo de muchas cosas -rock, blues, soul, sonidos celtas e
irlandeses- sin ser nada en particular". O reducirse al tiempo
de la ejecución de una tarea menor: "una misión
cualquiera/ le da un sentido a tu vida/ cuidar el taladro eléctrico/
del maestro Juan por ejemplo".
Emprendimientos
Descontando la cuota de ironía que se aposenta en estos versos
de Bertoni, de eso se trata al fin y al cabo: de los pequeños
emprendimientos, que para este poeta parecen ser los únicos
verdaderamente grandes. Placer de estar vivo, de no haber hecho nada
y no tener deudas por lo tanto, y también de no tener que hacer
nada, de carecer de expectativas. Felicidad de que exista "el
maravilloso cielo/ sobre la maravillosa tierra/ el maravilloso bus
sobre la maravillosa carretera/ y el maravilloso Claudio/ sobre el
maravilloso bus".
De hecho, da la impresión de que buena parte de la poesía
de Bertoni, si no toda ella, fueran apuntes tomados en los buses que
hacen el recorrido entre Santiago y Concón. Varios poemas lo
declaran expresamente: "ahora lo puedo decir/ porque voy en bus
a Concón/ en mi acostumbrado asiento 33/ y no me asusta decir/
lo que ahora/ precisamente pensé/ que me atrevería/
y no me atrevo a decir".
Y en otra parte, habiendo llegado ya el susodicho a Concón:
"la gloria o la felicidad o la única/ posibilidad de tranquilidad
real descansa/ en la playa de la Boca y sus zapatos retorcidos/ y
en sus pilas de basura y en sus peripatéticos/ tiuques y queltehues
y en el restaurante Concón/ ahí en una mesita con una
cañita de blanco/ perpendicular al mesón".
Pero, ¿será cierto tanto panglosioanismo? Hay un poema
en la contratapa del libro de Bertoni, y que también forma
parte de la sección quinta del libro, que contiene, que es,
él por sí solo, una pregunta: "¿es posible/
que un buen rato/ sea sólo un buen rato/ y no la memoria/ de
un antiguo, infinito,/ inolvidable buen rato?". Es la pregunta
platónica del millón de dólares, por cierto.
¿Se acaba todo ahí? El trozo de vida, el de la felicidad
circunscrita y efímera, no viene de ni va a ninguna parte?
Párrafo aparte merece la sexualidad de este poeta, que llena
muchas de las mejores páginas de su libro. Es, para describirla
de alguna manera, una sexualidad pura, explorada no en sus posibilidades
exóticas, como podría hacerlo un Leopold von Sacher-Masoch,
un Sade o un Bataille, ni tampoco en sus recubrimientos espirituales
o exaltados, como un Gustavo Adolfo Bécquer o un Pablo Neruda,
sino a través de la experiencia común de un tipo común
-pero caliente-. Ese tipo circula, principalmente entre Santiago y
Concón, como lo señalé más arriba, y en
los quehaceres que ello le demanda tiene algunos encuentros memorables:
con la vecina que saca la pierna al salir de su Volkswagen o que lo
acelera y desacelera apretando el mecanismo metonímico del
auto con su pie, esa vecina que "tiene la boca gruesa" y
una "cantidad de pelo", prometiendo con su solo aspecto
"la lasitud" y "la entrega". O, en esta ocasión
en el interior de la micro, con la "garota" que sube, habla
en portugués y "Casi me muero". O con "la 'cojita',
muy bonita", al final del recorrido. O con las "meseras"
del restaurante, en fin.
Fantasías
No faltan tampoco las fantasías comunes de este tipo común.
Esta es una de las que pudieran ser publicables: "le pediré
que venga/ sin ropa interior/ haciéndose pasar/ por una desconocida/
que golpea en/ la puerta equivocada/ y se agacha/ para que yo/ y el
desconocido/ que le abrimos/ la puerta/ veamos que anda/ sin calzón".
Puede que esta no sea una gran poesía, y ni siquiera creo
que tenga pretensiones de serlo. Sería contrario al espíritu
relajado del que Bertoni hace gala, por supuesto, aunque la competencia
con Zurita, Lihn o Memet asome de pronto. No faltaba más tiene
algo de diario de vida, con sus versos cortos y directos, como pinceladas
o instantáneas fotográficas, verdaderos registros de
la liviana circulación de quien los produce sobre la tierra.
No por nada es Bertoni un artista visual, lo que además explica
que el objeto libro que estamos compulsando esté atravesado
por varias fotografías -de bellas muchachas, claro está-.