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ENEMISTADES

Carla Cordua
Artes y Letras de El Mercurio, Domingo 3 de diciembre de 2006

 



Así como es acertado decir que cultivamos amistades, las que, por ser valiosas para nosotros, merecen el cuidado que les damos, se puede decir de ciertas personas enconadas que dan un trato similar a sus enemistades. Sentir animadversión hacia alguien es, frecuentemente, nada más que una reacción momentánea que no pasa más allá de la antipatía o rechazo que nos inspira una persona a la que acabamos de conocer. Cultivar una enemistad, en cambio, es una disposición sostenida con empeño, muy diferente del sentimiento pasajero. Se trata de un hábito que requiere atención, esmero. El que se ejercita en ello alcanza a desarrollar conductas expresivas especializadas, actitudes odiosas que se seguirán repitiendo, maneras de reírse de su vicio como si no importara. Una cierta obsesión devuelve al individuo siempre de nuevo a la atención que le dedica a su enemigo. Un ejercicio notable de la vida enemistosa es la producción de sobrenombres ofensivos con los que el obcecado se refiere al objeto de su enojo. Los motes varían poco una vez que la batería de las agresiones verbales está establecida; pero en conjunto exhiben el entusiasmo y relativo ingenio de la selección. Su uso, aunque repetido, le proporciona un placer casi extático a su inventor. Es obvio que la enemistad cultivada puede adquirir la intensidad de una pasión.

Sin embargo y a pesar de la dedicación continua al enemigo, la repetición del ritual odioso lo empuja lentamente hacia un cumplimiento mecánico, algo gastado por la costumbre. A la larga esta pérdida de tensión actual favorecerá una cierta inconciencia. Parece ahora que el enemistoso, en vez de retomar su obsesión, entrara en una galería oscura y caminara ciegamente hacia su término, moviéndose por pura costumbre hacia delante, algo olvidado del entorno y sin sentir la vieja ira que fundó la enemistad que lo mantiene ocupado. ¿Podría haber sido amigo de su enemigo? Jamás, se dirá, recuperándose. "Amigo" puede ser, a veces, una palabra carente de sentido, mientras que "enemigo" nunca lo será.

Unamuno llamó la atención sobre las coincidencias que ligaban entre sí a los contrarios: para poder oponerse tienen que compartir ciertos rasgos esenciales. Sólo en cuanto animales se contrarían el gato y el ratón. La contrariedad depende de la base común para no decaer en mera diversidad. Por eso, sostenía don Miguel, los enemigos se estrechan en un abrazo apretado, para destruirse mejor. Abrazarse, como hacen los amigos, pensamos, solo que con otra intención. Y es que la amistad y la enemistad, como contrarios, no coinciden solo en lo del abrazo sino tambien en la dedicación con que las parejas de uno y otro tipo se recuerdan continuamente. El tiempo que se dedican, el grado de elaboración de los mensajes mentales que se envían, la intensidad de las escenas imaginarias en las que repasan lo que podrían hacer al otro o por el otro. Ambos casos se dejan comparar con un enamoramiento. Acaso por eso decía el astuto Bacon: "Hay poca amistad en el mundo, y un mínimo entre iguales". ¿Es más frecuente que los iguales se hagan enemigos? Ciertamente; no hay enemistad entre desconocidos distantes y desiguales; sí entre hermanos, y peor aún, entre mellizos o entre grandes poetas cuando ambos merecen el premio mayor; o entre aspirantes a un mismo trono.

 

 

 

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Artes y Letras de El Mercurio, Domingo 3 de diciembre de 2006