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Evasiones civilizadas

Por Carla Cordua
Artes y Letras de El Mercurio, Domingo 1 de octubre de 2006


Se cuenta que una señora norteamericana, cariñosa dueña de un perrito regalón que un día volvió a casa empapado por la lluvia, puso al animal en el horno de micro-ondas para secarlo. Lo sacó de allí sancochado y muerto, inconsolable ante el suceso, revisó, demasiado tarde, el manual de instrucciones del aparato. Demandó por daños a la compañía que había fabricado el horno, alegando que en ninguna parte del manual se advertía que la aplicación que ella hizo del aparato tendría esas graves consecuencias. El caso da que pensar debido a que muchas de las ventajas que nos ofrece la civilización actual, esas de las que echarnos mano sin pensarlo dos veces, tienen, como la narrada, terribles resultados imprevistos. Aunque esto sea de lamentar por sí solo, lo que más llama la atención es la facilidad con la que nos eximimos de toda responsabilidad en las catástrofes consiguientes y buscamos hallar el verdadero responsable en otros.

Un caso obvio es el de los fumadores. Hace tiempo que se conocen las consecuencias del hábito de fumar, pero el conocimiento no basta para apartarnos del delicioso vicio. Tampoco son suficientes las inscripciones amenazantes que la ley obliga a poner en las cajetillas. La misma civilización que ingeniosamente abarató, mediante la invención del cigarrillo, el acceso al tabaco que solía ser un lujo caro, acoge las innumerables demandas judiciales contra las compañías tabacaleras que entablan los enfermos de cáncer al pulmón después de fumar por veinte o treinta años. Los demandados no dijeron a tiempo que el papel de los cigarrillos era mucho peor que el tabaco empaquetado en él. La propaganda presentaba el fumar como una marca de elegancia y de vida satisfactoria. El fumador encuentra rápidamente los argumentos que lo eximen de toda responsabilidad por las consecuencias de sus propios actos. Hay quien cree y sostiene que en la civilización de hoy el papel de víctima resulta halagüeño para la vanidad y sustituye al de héroe, ahora que estos ya no se usan ni son necesarios para la continuidad de la existencia histórica.

Entre los casos más frecuentes de ocultamiento de la propia libertad y su mañoso reemplazo por una necesidad atribuible a otros, están la anorexia, la bulimia y la drogadicción. Estos males,
que necesitan tiempo y persistencia en la afición a ellos para convertirse a la larga en enfermedades verdaderas, serán imputados a las circunstancias, a las malas compañías o a la corrupción de los tiempos nuevos. Olvidando que comenzaron como gustos, impulsos y fantasías de la vanidad. Los abusadores de sí mismos harán cualquier cosa antes que confesarse la participación de su propio carácter, sus preferencias y sus decisiones en el origen de sus desgracias posteriores. Una vez que han sido certificadas como enfermedades por la medicina y otras instituciones de la salud, los "enfermos" pueden ignorar su punto de partida en la debilidad y la autocomplacencia y salir autorizadamente a la caza de los responsables de la ruina de su salud. Así es que la civilización que nos ofrece sus lujos, también nos recoge y acepta como niños malcriados a quienes hay que consolar antes de que desaparezcan, autorizándolos a gritar y atacar a los malvados culpables de sus desgracias.

 

 

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Por Carla Cordua.
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Domingo 1 de octubre de 2006.