El mal año de Coetzee
Carla Cordua
Artes y Letras de El Mercurio, Domingo 27 de enero de 2008
Leyendo con cierta irritación el libro reciente de Coetzee, Diario de un mal año, me pregunto si debo referirme a él como una narración o una colección de ensayos; como el desarrollo de uno, dos o más temas independientes reunidos en el mismo tomo, o como un solo texto con dos diarios dedicados al año malo. Tal vez sea el título el que contiene la clave de la torturante ordenación impresa del libro: se trata de un diario, en el que, como es habitual, su autor vuelve en diversas ocasiones sobre varios temas que se repiten pero que se desenvuelven cada uno por su cuenta. En esta obra las páginas están divididas por líneas horizontales que las reparten en dos o tres secciones. La primera sección contiene siempre
un ensayo o parte de una opinión sobre diversos asuntos. Las otras secciones son brevísimas secuencias de la situación novelesca narrada fuera de los textos de opinión. El autor de los ensayos parece siempre el mismo pero las secciones novelescas cambian de narrador y de punto de vista sobre la situación dramática. A través de ellas escuchamos tanto al ensayista convertido en enamorado como a los dos personajes que forman
con él un triángulo conflictivo. Las líneas impresas que separan al ensayismo de la acción relatada sirven, paradójicamente, para ayudar al lector a ordenar la madeja novelesca. De modo que la página, internamente discontinua e incompatible con el hábito normal de la lectura sostenida, anuncia, mediante líneas destacadas entre fajas blancas, el cambio de tema de los párrafos. Ellos suelen ser incompletos o terminan en trozos de palabras cuya complemento puede encontrarse, con suerte, en la próxima página. Es verdad que el género 'diario de vida' o de cierto año, tolera la exposición, en el mismo escrito, de temas muy heterogéneos. Generalmente el autor separará los varios asuntos mediante un cambio de párrafo. Ya familiarizados con las diversas subhistorias de la vida personal o aspectos de la situación tratada, asignamos mentalmente cada observación al tema al que pertenece. Pero en el caso de este Diario de Coetzee es la imprenta, siguiendo instrucciones del escritor, la que decide cómo hay que cortar las sucesivas dosis que se le entregan al infortunado lector en cada página.
La duda principal que inspira este libro no concierne a la calidad de los ensayos ni al tratamiento esquemático que recibe la historia del encandilamiento del viejo ensayista con una mujer joven y los planes del marido de ella, que cree haber encontrado modo
de explotar pecuniariamente la aparente estupidez del anciano. Los ensayos y opiniones son estupendos; presentan ideas no demasiado originales pero generalmente acertadas y siempre bella e inteligentemente expuestas, un placer que compensa con creces la batalla del lector con las invenciones y no siempre felices experimentos literarios de Coetzee. La historia de la fijación amorosa y las artimañas del intelectual para acercarse al objeto de su deseo dicen más sobre la experiencia de la vejez que sobre el amor. La vejez es un asunto varias veces explorado ya en obras anteriores del autor. Una novedad de esta versión consiste en que el fracaso del amor senil inspira la preocupación filial de la mujer por el anciano y su abandono. Ella, que no podría corresponder al amor, ama, sin embargo, compasivamente.