La
mujer fatal
Carla
Cordua
Artes y Letras de El Mercurio, Domingo 30 de Julio de 2006
¿Qué
fue del tema literario decimonónico de la mujer fatal, de la "belle
dame sans merci" que decía Keats, de la vampiresa tan corruptora como
irresistible? En la primera mitad del siglo pasado todavía se usaban, ocasionalmente,
las expresiones "mujer fatal" "vampiresa" y "diabla"
en castellano, pero entonces en un sentido más bien irónico, ya
distanciado de la terrible seriedad que el asunto tuvo en las letras del siglo
XIX. Hay un catálogo, por decir así, de la constante
presencia de mujeres tenebrosas en este período de la literatura europea,
en el libro de Mario Praz, "La carne, la morte e il diavolo", publicado
en Florencia en 1966.
Estrechamente asociadas a la idea romántica
del amor fatal, estas mujeres eran, en sus versiones más tempranas, figuras
legendarias extraterrenas, demonios, súcubos, brujas, etc. que luego se
van humanizando, y que llegan a representar casos de almas apasionadas que albergan
en su intimidad contradicciones perversas. Dice un crítico: "Una cosa
es segura: ningún siglo presentó a la mujer como vampiro, castrante,
asesina de modo tan consistente, tan sistemático, tan desnudo, como el
siglo XIX". Y, en efecto, las ideas del amor heterosexual que encontramos
en Baudelaire, en Munch, en Dostoievski, en Wagner, en Tolstoy, en Beardsley,
en Keats, e innumerables otros, presuponen esta íntima asociación
de la mujer con la fatalidad. Pero lo que estalla en forma volcánica en
el siglo XIX bien puede venir de más lejos y desempeñar otras funciones.
Aún
la Eva bíblica, envuelta en la caída de la humanidad, tiene una
antecesora en la Lilith de las letras judías extra-bíblicas, donde
aparece como la primera mujer de Adán. Había sido creada de tierra
como éste y al mismo tiempo que él, lo que muestra que hubo una
breve periodo igualitario arruinado culpablemente por la mujer cuando, por huir
del marido, es convertida en una diablesa. Estas dos primeras mujeres ya son bastante
fatales aunque no se las designe de esta manera. ¿Y qué tal Lady
Macbeth, como variante, a mitad del camino de nuestra vida? Algo antes de que
las gestoras de la perdición comiencen a pulular en las novelas y la poesía
del siglo XIX, la literatura había elevado a las mujeres a la condición
de protagonistas de novela y de heroínas de poetas enamorados. Este ascenso
ocurre durante la época de la declinación de la épica tradicional,
del aburguesamiento de los protagonistas masculinos, que se tornan ambiciosos
en vez de heroicos, que buscan, no el Santo Grial sino el reconocimiento social,
el éxito político y el dinero. Tal vez el amor y las mujeres comienzan
a convertirse en meros tropiezos engorrosos para estos conquistadores del mundo.
Las mujeres, en cambio, al usurpar el protagonismo literario y acaparar los prestigios
poéticos, lo pagaron cargando las culpas y desgracias entretejidas con
el curso de las cosas.
Puede ser que lo fatal no sea sino el reverso imaginario
de las empresas triunfales que han llenado la vida masculina moderna. Ahora que
las mujeres, cansadas de su mero protagonismo poético y amatorio, de su
supuesto misterio indescifrable, comienzan a concebir ambiciones terrestres, tal
vez no consigan otra cosa que resucitar su fatalidad. No, claro, la de visos sobrenaturales,
sino una de aquí, donde también se la consigue en todos los formatos.