El
individuo
Carla
Cordua
Artes y Letras de El Mercurio, 20 de Agosto de 2006
El
filósofo alemán post-heideggeriano Peter Sloterdijk piensa que el
individuo, en el sentido usual en las sociedades modernas, es una creación
tardía de las llamadas "altas" culturas. Es opinión muy
al día, cuando tantas cosas que creíamos de siempre, como el amor,
la intimidad y otras, son consideradas descubrimientos o inventos recientes. Dicha
opinión surge de una reflexión sobre las condiciones históricas
del surgimiento de individuos. Para entender el proceso, explica Sloterdijk, hay
que recordar que los grupos humanos son naturalmente ruidosos. Mientras
los lazos sociales son muy estrechos, la vida de cada uno trascurre amparada por
el ruido constante del grupo. Nadie se aparta de este clima envolvente, prueba
audible de la unión de todos por la sangre y los parentescos. En el paisaje
nativo, cada tribu declara su identidad mediante su característica producción
sonora. Estar siempre al alcance de la voz es mantenerse en la seguridad de lo
familiar y propio.
La invención del individuo en las sociedades posteriores
exige que de momento hayan aparecido, determinadas "prácticas de silencio",
sostiene Sloterdijk. Pero ¿cómo es que comienzan tales prácticas
en las culturas más avanzadas? El filósofo responde: "En este
respecto, la escritura y el consiguiente ejercicio de la lectura silenciosa produjeron
lo decisivo. La individualidad capaz de reconocerse a sí misma presupone
que los miembros singulares del grupo puedan retirarse a ciertas islas de tranquilidad
en las que les llama la atención una posible diferencia entre las voces
del colectivo y las voces interiores, una de las cuales se destaca, finalmente,
como la propia. El silencio de los conventos opera con esta diferencia, para que
se pueda distinguir el murmullo divino de la bulla humana. «En el interior
del hombre habita la verdad»: San Agustín insiste en que la verdad...
sólo puede encontrarse allí donde hay quietud." Sloterdijk
menciona, además, el jardín de Platón como lugar para la
verdad, y agrega: "El hombre interior no existe antes de que los libros,
las celdas de los conventos, los desiertos y las soledades lo definan; la razón,
con su voz amortiguada, no puede habitar en el hombre antes de que él mismo
se haya convertido en celda o cámara silente. Un yo razonable no llega
siquiera a existir sin aislamiento acústico".
Otras cualidades
inseparables de la individualidad también están ligadas a la posibilidad
de distanciarse y de acceder al sosiego y al silencio. Una cultura que permite
a las personas retirarse del ruido de los grupos compensa a sus representantes
con el acceso a lo que pudiera ocurrir en sus propias cabezas; les regala unas
vacaciones de los prejuicios y de esas gesticulaciones que no redundan sino en
que la intimidad sea tan ruidosa e inquieta como la exterioridad compartida con
otros. "¿Qué es una convicción firme sino una fuerte
voz interior que se ha adquirido ejercitándose? Esta gritería de
las opiniones en mí es sofocada mediante la meditación filosófica".
Un servicio considerable entre los que presta el silencio, según Sloterdijk,
es la separación de lo público y lo privado. Estos dos conceptos,
tan importantes en política, reflejan la diferencia entre los modestos
ruidos familiares y la algarabía en los grupos. "Lo que después
se llamará política no es al comienzo más que una forma cultural
del hábito de hablar a gritos".